"Flow" (2024): el gato que no le temía al agua
La sabiduría popular dice que los gatos negros traen mala suerte. Pero creo que es justamente lo contrario lo que podemos decir quienes hemos visto Flow, un hermoso largometraje de animación que sigue las desventuras de un simpático minino que debe sobrevivir en un mundo inundado, pues cruzarse con una obra de tal belleza no puede ser sino un designio de la buena fortuna.
Flow, el segundo largometraje del director letón Gints Zilbalodis sigue la historia de un gato que tendrá que unirse a otros animales en un viaje de supervivencia tras una inundación catastrófica, que ha arrasado el planeta y parece haber acabado con la humanidad. La cinta es una coproducción europea realizada por los letones de Dream Well Studios, los franceses Sacrebleu Productions y los belgas Take Five Productions.
Aunque puede sonar exagerado, hay algo en la pureza de las grandes obras cinematográficas animadas que puede destrozarte el corazón y luego volverlo a armar —te miro, Toy Story 3—. El cautivador segundo largometraje de Zilbalodis es ese tipo de maravilla, una aventura de supervivencia vivencial que se desarrolla en un mundo al borde del fin. Contada completamente sin diálogos, esta historia de un gato que evoluciona desde la autopreservación a la solidaridad con un grupo heterogéneo de otras especies, es una de las narraciones más entrañables del año.
Flow, que debutó en festival de cine de Cannes de este 2024 es una pieza que mira de tú a tú a la aclamada ópera prima del director, Away, de 2019. Ambas son esencialmente películas mudas, bebiendo directamente de los lienzos pictóricos del maestro de la animación Hayao Miyazaki. La nueva obra coloca personajes diseñados en un estilo de dibujos animados clásicos, pero animados en 3D, en deslumbrantes entornos fotorrealistas, que van desde frondosos bosques a paisajes tropicales, pasando por parajes montañosos y ciudades en ruinas. Las imágenes de la naturaleza brillan con luz y color, aunque la sombra del peligro nunca está lejos.
La historia de esta hermosa película de animación, escrita por Zilbalodis en conjunto con el cineasta Matīss Kaža, es tan sencilla como cautivadora. El mundo parece estar llegando a su fin, o al menos eso intuimos al darnos cuenta de que la humanidad y la civilización han sido aniquiladas. Los vestigios de la presencia humana aún son visibles, pero los animales y la naturaleza vuelven a dominar el planeta.
Tras una gran inundación, seguimos a un adorable gato negro, temeroso pero carismático, que encontrará refugio en un barco poblado por diversas especies. Tras escapar de la catástrofe, este grupo de animales tan poco convencional forma un equipo, iniciando un largo viaje a través de paisajes que han quedado completamente sumergidos, enfrentándose a los peligros asociados a la necesidad de adaptarse a este nuevo mundo.
Lo que sigue es un viaje lleno de acontecimientos, con un ritmo vigorizante pero al mismo tiempo sin prisas, que en sus 86 minutos da espacio tanto para pasajes emocionantes como para momentos más conmovedores. Los expresivos ojos de platillo del felino se abren con asombro ante cada nuevo encuentro: un capibara que bufa una vez y luego se deja caer para dormir, sin representar ninguna amenaza; un inquieto lémur que recolecta afanosamente una serie de objetos brillantes en una canasta que guarda con celo; un labrador dulce y no demasiado brillante separado de su jauría de perros; y una garza que inicialmente parece una amenaza pero que sacrifica su integridad y relación con sus congéneres para proteger a nuestro protagonista.
En el camino, todos los animales del barco cambiarán a raíz de sus experiencias, con la excepción del capibara, que sigue siendo prácticamente el mismo flojonazo durante todo el viaje. Incluso el labrador, que se desentiende de la mentalidad de manada de los otros perros, se vuelve más inteligente y más atento a la seguridad de sus compañeros de viaje.
Pero ninguno cambia más perceptiblemente que el gato; sus encuentros con la muerte probablemente superan en número a las nueve vidas que supuestamente posee, y su cohabitación con las otras especies fomenta un espíritu comunitario, a diferencia de su comportamiento más distante y circunspecto del inicio de la historia.
Básicamente, Flow es una película maravillosa para niños, un ejemplo de la relación de dar y recibir que implica la amistad, y de la importancia de la confianza mutua, elementos que se insertan de forma orgánica en la narrativa con claridad, pero sin caer en excesos edulcorados o empalagosos. Pero también, no es menos una película para adultos, con sus cautivadoras imágenes y personajes llenos de encanto e individualidad. Hay un encantador elemento espiritual, y una emotividad sutil que resuena profundamente en la escena del destino de una gigantesca criatura marina, o en la del ascenso al cielo de un miembro del grupo.
Zilbalodis y el director de animación Léo Silly-Pélissier evocan un mundo como salido de un libro ilustrado, prácticamente aniquilado por un desastre natural y ensombrecido por el espectro de la muerte, pero aún repleto de imágenes de una belleza impresionante. La animación en 3D reproduce los fondos con texturas increíblemente vibrantes y las escenas submarinas son encantadoras, incluso cuando se teme por la vida del gato, que recién se acostumbra al agua.
Desde el punto de vista estético, la imagen es un festín para los ojos y aprovecha al máximo la gran pantalla. Como no podía ser de otra manera, la animación es fluida y está bien elaborada. La estética visual tiene un encanto muy particular, pues la película de alguna manera se las arregla para parecer tanto un resultado de técnicas de alta tecnología, como hecha a mano al mismo tiempo. De hecho, en entrevistas el director ha dicho que «Crear una sensación de artesanía manual era crucial, tanto en la música como en la película en general».
La atención al movimiento es extraordinaria, captada con una cámara elegante y controlada en los momentos más tranquilos, que alcanza una velocidad frenética cuando el gato se desplaza a toda velocidad por el bosque. El detalle de los personajes es claramente el resultado de un estudio exhaustivo del comportamiento y la fisicalidad de cada animal. Parece seguro asumir que el equipo creativo pasó incontables horas viendo videos de gatos, los que sin duda son el mayor legado de Internet a la humanidad.
De igual manera, el apartado sonoro de Flow es excelso. La banda sonora de Rihards Zal y el mismo Zilbalodis, pasa de compases magníficos de melodías de percusión a pasajes de cuerdas conmovedoras, siguiendo el ritmo de cuando la narrativa entrelaza escenas humorísticas con momentos de gran ansiedad o tragedia. De igual manera, el paisaje sonoro parece real y convincente en cada detalle, desde el sonido ambiente hasta los ronroneos y maullidos del adorable protagonista.
Se puede afirmar con total seguridad que Flow es una verdadera joya oculta del cine de animación. Y es que se trata de una historia que, a pesar de tener animales como protagonistas, es tan cercana y humana que resulta conmovedora y enternecedora, capaz de tocar la fibra sensible tanto de niños como de adultos. Puede que el gato haya empezado como un solitario, pero al final, este pequeño grupo de criaturas se han salvado entre sí suficientes veces como para ser inseparables, lo que se ilustra maravillosamente a través de la escena final del grupo reflejándose en el charco, que contrasta directamente con la toma inicial del protagonista mirándose solo a sí mismo en el agua.
Flow es una experiencia placentera, pero también una historia profundamente conmovedora, obra del talento único de Gints Zilbalodis, que merece estar entre los grandes artistas de la animación del mundo.