"Ghost Rider: The Hammer Lane" (2001): la venganza nunca es buena
Para desgracia de sus fans, hay que asumir que el Ghost Rider no es de los personajes más famosos de Marvel. Aunque ha gozado de dos películas individuales —de una calidad cuestionable, y antes que el MCU convirtiera en oro todo lo que toca—, y contado con varias series, dos de las cuales han alcanzado 80 y 95 entregas, respectivamente, el motorista de la calavera ígnea siempre se ha mantenido en una muy respetable segunda línea de importancia en la editorial.
Eso lo hizo ideal para ser llamado a formar parte de los protagonistas de las obras de la línea Marvel Knights, sello de la Casa de las Ideas que buscaba editar obras más sofisticadas y arriesgadas que la producción superheorica corriente. Por ello es que hoy, siguiendo con nuestra sección Caballeros de la Mesa Marvel, destinada a revisar dichas publicaciones, es que comentamos Ghost Rider: The Hammer Lane, o lo que es lo mismo, la primera miniserie del motociclista bajo la etiqueta MK.
Ghost Rider: The Hammer Lane, también conocida simplemente como Ghost Rider Volumen 4, fue una serie limitada de seis números, publicada a partir de agosto de 2001, siendo obra de la guionista Devin Grayson —Black Widow—, acompañada del artista Trent Kaniuga. En ella, nos encontraremos con un Johnny Blaze golpeado y amargado, acosado una vez más por el azufre y el fuego infernal, mientras Ghost Rider, el gran Señor del Infierno en la Tierra, acecha las carreteras de Estados Unidos, descargando la ira de la justicia sobre las almas de los malvados y los condenados.
El Motorista Fantasma —como se conoce en España— se ha enfrentado tantas veces a entidades sobrenaturales a lo largo de su carrera, que en ocasiones olvidamos que en el fondo no es más ni menos que un motociclista. Por mucho que habitualmente se las vea con ángeles, demonios y demás criaturas del averno, Blaze inició su carrera como especialista en acrobacias en motos, siendo precisamente ese otro lado más mundano de la identidad del motorista, el que trata de descubrirnos esta miniserie.
Partiendo de un fortuito asesinato cometido por un camionero sobre un motociclista en plena autopista, toda la obra gira en torno a dos ejes principales que en realidad son solo uno: por un lado la caza que emprende el motorista en pos del asesino, y por otro el conflicto interno del personaje, del tormento que el espíritu de venganza provoca en la psique de su alter ego humano, Johnny Blaze. Es el progresivo hundimiento en el pozo de la venganza y la cólera el auténtico leitmotiv de la miniserie, un descenso que transformará el personaje hasta extremos insospechados.
Como decíamos, la trama empieza con un simple crimen en la comunidad motoquera, que el vigilante decide vengar. Pero nada es sencillo cuando cada culpable conduce a otro nuevo personaje que siempre, según la deformada óptica del justiciero, merecen morir. Todos ellos van siendo eliminado de forma implacable por el protagonista, y es que en ese sentido, Ghost Rider: The Hammer Lane nos presenta un protagonista más esquizofrénico, violento e incontrolado que nunca. Con esto, salta la pregunta de rigor: ¿qué derecho tiene el demonio de la calavera de convertirse en juez, jurado y verdugo? ¿Está impartiendo realmente justicia, o se está dejando llevar por su más bajas e infernales pasiones? Toda esta espiral de violencia tendrá su efecto sobre Blaze, que se despierta cada mañana sin acordarse muy bien que ha hecho la noche anterior, pero que sufre en sus propias carnes las consecuencias de sus actos.
La situación va un paso más allá cuando Johnny, al borde de la locura decide contratar personalmente a un asesino sueldo, Gunmetal Grey, para que acabe con el Ghost Rider, aunque eso suponga acabar también con él mismo. Así como en cualquier road movie que se precie, la trama avanza hacia desenlace con una sucesión de persecuciones que se complican aún más cuando el asesino descubre que Blaze y el Rider son la misma persona, decidiendo facilitarse las cosas intentando matarlo en su forma humana normal, algo que tampoco es tan fácil como parece.
En las últimas páginas de la obra el conflicto vuelve a ser doble: Blaze y el Ghost Rider deben enfrentarse a Gunmetal, pero al mismo tiempo deben enfrentarse también al literal 'espíritu de la venganza' que se ha apoderado de la entidad. En efecto, la solución al conflicto parece ser intentar reconciliarse consigo mismo y aprender a perdonar, algo nada fácil dadas las circunstancias.
Dados las características nombradas anteriormente, la trama suena muy interesante, pues parece que nos encontraremos con una obra introspectiva, que analizará la relación de Ghost Rider y Johnny Blaze, y un estudio del centro y lo que rodea al concepto de la venganza. Lamentablemente, poco de eso encontraremos en estas páginas, pues la guionista Devin Grayson apenas escarba sobre esas temáticas, dejándonos una aventura poco más que genérica y, tomando en cuenta el contexto, un poco inverosímil.
Por ejemplo, Grayson parece utilizar la crueldad del motorista a lo largo de la serie, completamente innecesaria si contamos con que ninguno de los castigados es de carácter sobrenatural, para demostrar que la criatura está completamente desbocada. Pero, ¿por qué entonces no se deshace rápidamente del antagonista, Gunmetal? Este desagradable enemigo, que a fin de cuentas es un humano normal, le causa más problemas de los que debería al vigilante de la calavera, sin que haya mucha más explicación que el llamado 'poder del guion'.
En el argumento hay más de un subtexto interesante, como que en el fondo el enemigo no es otro que los mismos Blaze/Rider, o que ambos deban aprender que en el trabajo del Motorista el perdón es igual que importante que la venganza; pero el guion nos deja una sensación de una historia vacía, sin sustancia, construida solo en base a clichés de motoqueros: tipos rudos, motos relucientes, asfalto caliente, y otros rellenos que vuelven insípida una trama que daba para mucho más.
Tres cuartos de lo mismo podemos decir del arte. Trent Kaniuga ofrece un trabajo muy correcto, con una impronta muy similar a la Chris Bachalo, a medio camino de un cartoon y un barroquismo que envuelve un trazo muy personal. Sin embargo, es un estilo que poco pega con la profundidad de lo que se quiere relatar. De todas maneras, el arte es lo suficientemente especial como para que den ganas de hojear otros trabajos del artista, que en la temática adecuada, no dudamos que no haría otra cosa que brillar.
En el fondo, creo que en Ghost Rider: The Hammer Lane, Grayson solo buscó una temática que le sirviera como excusa para arrancar la historia, pero sin una intención de desarrollar esos conceptos en mayor profundidad, y si realmente quiso bucear en eso, falló estrepitosamente. Con una trama que no cuenta la historia que quería contar, y un arte correcto pero que no encaja en la temática, la miniserie apenas puede recomendarse más allá de servir como un mero entretenimiento.
Por otra parte, tampoco es muy útil para un primerizo en el personaje —poco y nada se explica de qué o quién es el Ghost Rider, o de la naturaleza de su relación con Blaze—, y para quienes lo conozcan, no aportará nada a su mitología. Casi en las antípodas de los momentos álgidos en la bibliografía del motorista, Ghost Rider: The Hammer Lane se ubica peligrosamente cerca de ser una pérdida de tiempo, y siendo éste un bien escaso, quizá debas pensar muy bien el plantearte la lectura de esta miniserie.