"Wolverine: Black Rio" (1998): que la vida es un carnaval
Logan, Wolverine, Lobezno, Glotón, Aguja Dinámica, o como quieras llamarlo, es sin duda el más popular de los X-Men. Por ello, es que Marvel no ha hecho asco en convertirlo en un Batman cualquiera, esto es, editar todo tipo de series, miniseries, especiales o crossovers con sus garras de adamántium en la portada. Una de esas obras nos llevará hasta el carnaval de Río de Janeiro, donde encontraremos vampiros, whisky, féminas de curvas infartantes y a Logan en pantalón corto. Todo eso en Wolverine: Black Rio, de Joe Casey —X-Men: Children of The Atom, Uncanny X-Men— y Oscar Jimenez —Gravel, Flash—, publicado en octubre de 1998.
Como decíamos, esta aventura de Wolverine transcurre Brasil, en particular en Río de Janeiro, durante el carnaval. O más bien esta aventura de Logan, porque no es el Hombre-X el que se destaca aquí, sino el mañoso canadiense de pasado misterioso, que acá actúa como un tipo duro a lo Humphrey Bogart. Además, a pesar de la presencia de elementos fantásticos propios de los cómics, como los vampiros o el villano con su simbionte, está claro que estas páginas desprenden una atmósfera muy especial, a medio camino entre el cine negro y los relatos pulp. Eso es lo que hace a Wolverine: Black Rio tan encantadoramente distinta a otras de la bibliografía del protagonista.
Pero primero, hablemos del escenario, tan importante que podríamos considerarlo como un personaje más. Logan decide regresar a Brasil, donde sus andanzas ya lo habían llevado en el pasado —Wolverine: Saudade—, para pasar un buen rato y disfrutar del carnaval que le había dejado un recuerdo imborrable. Pero también hay otra razón para su llegada. Nuestro héroe desea volver a ver a Antonio Vargas, antiguo amigo de Logan que ahora es inspector de policía. Pero claro, el querido Antonio tiene muchas preocupaciones, entre ellas, una ola de asesinatos aparentemente rituales que se ha extendido por Río. Y como sus colegas están asustados por la superstición, él es el único que acepta liderar la investigación.
En recuerdo de los buenos viejos tiempos, Logan aceptará echarle una mano. Como la investigación no avanza nada en un principio, tendrá tiempo de sobra para que el mutante haga lo que vino a hacer: irse de fiesta. Sin embargo, la implicación de Ezra, la mujer de Antonio que se creía muerta pero que se ha convertido en vampiro, le arrastrará de nuevo a la realidad, con consecuencias dramáticas. Todo esto culminará en un final violento que lo enfrentará al verdadero villano, el misterioso St. Cyrus Leviticus y su simbionte, que para los despistados, no tiene nada que ver con Venom o Carnage.
El resultado es que Wolverine: Black Rio le lleva una trama simple pero efectiva, oscura, y con un ritmo impecable, pero sobre todo provista de un ambiente irresistible, como ya habíamos adelantado. Aunque ha sido mundialmente vilipendiado por su etapa en Uncanny X-Men, Joe Casey escribe un Lobezno muy fiel al arquetipo del personaje, y sobre todo muy moderno, teniendo en cuenta el año de publicación del título. Logan es en extremo carismático, huraño, un poco arrogante y camorrero, pero también leal, decidido y temible. En resumen, la manera perfecta de escribir uno de los personajes más icónicos del noveno arte. Incluso, hay un lado casi humorístico en verlo deambular por el carnaval, cerveza en mano, o en disfrutar de una buena pelea callejera contra los chicos del beisbol. Y la escena final, que por supuesto no pienso destripar, es a la vez conmovedora y elegante, y poniendo la guinda de la torta a la historia.
La amistad entre Logan y Antonio también está muy bien escenificada, y como lectores llegamos a sentir la complicidad entre ellos, ya sea en los momentos en que están sumidos de lleno en la investigación, o aquellos en que brindan con un whisky. Los diálogos son totalmente certeros, con algunas líneas o escenas que destacan, como las viñetas del reencuentro de los dos amigos, por ejemplo. Aunque solo sabemos de él en estas páginas, Antonio es también un personaje bien construido y entrañable, que a pesar de haber pasado por muchas cosas en la vida, sigue siendo un buen hombre y un buen policía. De igual manera, los monólogos de Wolvie son igual de agradables, contribuyendo a la perfección a la creación de esta famosa atmósfera.
Más anecdóticos son los villanos, Ezra y St. Cyrus, como en casi cualquier thriller o novela pulp donde lo que importa es el héroe y sus aventuras, pero siguen siendo interesantes, especialmente St. Cyrus. Casey tiene la buena idea de hacerlo conversar permanentemente con su simbionte, el que es escuchado únicamente por el maloso, y y cuyas réplicas se pueden leer a través de esos globos con doble coloración que ahora parecen deliciosamente pasados de moda. El resultado es muy logrado, pues sentimos la impresión de locura totalmente esquizofrénica que el personaje desprende hacia los demás protagonistas.
En el dibujo, Oscar Jiménez hace un trabajo excelente, si no francamente notable. Su estilo semirrealista sirve perfectamente a la historia, pues nos permite apreciar especialmente los rostros curtidos de sus personajes. Su Logan no es un adonis, pero sentimos su fuerte personalidad y carisma a través de sus rasgos muy marcados. Lo mismo ocurre con Antonio, que con solo mirar su rostro sabemos que es más bonachón que su amigo. St. Cyrus no se queda atrás, con un aire a la vez distinguido, malvado y completamente perturbado. Sobre todo las expresiones faciales son bastante expresivas, sin que el artista deba añadir mucho mas: la sonrisa ligeramente aturdida del juerguista, la determinación, la rabia, la benevolencia, todas las expresiones, incluso las más sutiles, están fielmente representadas y ayudan a humanizar a los protagonistas.
Los looks de los personajes también están muy logrados, desde los indescriptibles shorts de Logan, hasta sus botas estilo Timberland. No es el colmo de la elegancia, pero el atuendo es perfecto para mostrar el lado aventurero del héroe. Los diseños de personaje y viñetas son dinámicos y claros, con algunos hallazgos como las polaroids de Wolvie en pleno desenfreno carnavalesco. Las escenas de acción están muy bien representadas, pero al final de la lectura recordaremos especialmente los decorados, ricos, detallados y sucios en su justa medida. Tanto es así que Jiménez hasta se salta la tentación de retocar una foto para representar la ciudad de Río.
Wolverine: Black Rio es, por tanto, una excelente aventura de Logan lejos de los X-Men. Entre el thriller y el pulp, se beneficia de una ambientación impecable y personajes brillantemente retratados. Las escenas de acción se suceden una tras otra, y la trama en sí está servida a un ritmo impecable, con un final que no pudo ser más efectivo. Los dibujos de Oscar Jiménez se adhieren perfectamente al conjunto, con personajes expresivos de físico marcado y rostros expresivos. Así que mientras juntas dinero para asistir al verdadero carnaval, no lo dudes y sumérgete en estas páginas, en una historia que condensa perfectamente todo lo que Logan es.