"Marvel Knights' Punisher: Purgatory" (1998): ángeles y demonios
¡Caballeros de la Mesa Marvel, la sección favorita de nadie, is in da house! Continuamos repasando obras de la línea Marvel Knights, sello editorial de la Casa de las Ideas que nació con la intención de publicar obras con un enfoque algo más adulto y sofisticado. Hoy, nos encontramos con la miniserie Marvel Knights' Punisher, el debut de Frank Castle en la línea, obra hoy más conocida como Punisher: Purgatory.
Estamos en 1998. Después de disfrutar las mieles de un éxito que lo llevó a tener hasta cinco títulos regulares en paralelo, algo impensable el día de hoy, la popularidad del Punisher fue en picada. Se sabe que todo lo que sube tiene que bajar, y en fin de siglo encontró a Frank dándose de bruces con la cancelación de sus series por bajas ventas. ¿Qué hacer con el personaje? Pues nada mejor que entregárselo a Joe Quesada como parte del paquete de héroes que conformarían la cabeza de playa de Marvel Knights, el nuevo y flamante sello editorial que amenazaba con golpear la mesa en base a impacto y calidad.
Finalmente, todo eso se plasmó en Marvel Knights' Punisher —también conocida como Punisher Vol. 4—, miniserie de cuatro números, publicada en ya mencionado año de 1998. El título es obra de los experimentados guionistas Christopher Golden y Tom Sniegoski, junto al legendario artista Bernie Wrightson en dibujos. Pero a pesar de esos renombrados autores, la idea central del cómic no tuvo eco en el fandom, que lo ha tachado como lo peor que le ha pasado al vigilante de la calavera, quizá exagerando. Veamos que encontramos realmente en estas páginas.
Dicen que el camino al infierno está plagado de buenas intenciones, las que seguramente tenían Golden y Sniegoski cuando se les ocurrió la idea para dar el gople de efectyo necesario para traer de vuelta a Frank: matarlo y traerlo de vuelta como un agente del Cielo, un ángel de la venganza. Sí, con armas de fuego divinas, alas y todo eso. Al respecto, ríos de tinta se han escrito denunciando tal crimen, como si ese status haya sido el peor de la historia del personaje, o el peor en la historia de los cómics. Yo prefiero poner la pelota contra el piso, y analizar un poco más en frío lo que entrega la obra.
Creo que todo puede verse con una perspectiva más calmada si partimos de una noción básica y sencilla: para mí, este no es Frank Castle, de la misma manera que una banda de Heavy Metal no lo sería si de repente comienza a interpretar trap, o un equipo de futbol se pasa al básquetbol. También es una verdad que los personajes no nos pertenecen, que los queremos como son, o idealizamos en nuestra mente sus características definitorias, pero no son nuestros. Siempre ha existido una extraña dificultad a la hora de asimilar y aceptar cambios importantes en nuestras series favoritas, no por nada Stan Lee decía que el lector de cómics ama la ilusión del cambio, pero odia los cambios reales.
¿Qué Spider-Man es negro?: quememos al guionista. ¿Qué el Capitán América es de Hydra?: quememos ejemplares del cómic. ¿Qué el Nick Fury de toda la vida ahora es Samuel L. Jackson, una copia de su versión Ultimate?: ahí sí, quememos la editorial, ese cambio no tiene sentido. Pero la verdad, es que la introducción de novedades por parte de las editoriales es lo que insufla vida y nuevas ideas, ya sean malas o buenas, que mantienen la narrativa. Si no hubiese editores que se la jueguen, los X-Men aún serían estudiantes de Xavier, sin Crisis On Infinite Earths DC aún sería un embutido de continuidades inconexas, o un largo etcétera. En la historia del cómic hay ejemplos de cómo colecciones sumidas en la miseria fueron rescatadas por un golpe de timón radical. Eso sí, no hablamos de soltar una bestia desbocada destinada a destruir todo, sino de crear o experimentar con control, inteligencia, coherencia, y siendo conscientes de lo que se tiene entre manos.
Por eso, es que creo que si esta obra no logra convencer no es porque la idea sea mala, o porque Castle sea un personaje intocable al que no pueden cambiar tanto, sino porque los autores se toman demasiado en serio el argumento, que funciona bien como un What If...?, pero no como un status continuo. Aunque no demasiado original, el argumento funcionaría mejor con otros personajes de Marvel, porque hacerlo con Castle es redundar en su naturaleza; es hacer un Punisher al cuadrado. No hacen falta ponerle ojos brillantes y alas para que aceptemos que Frank ya es la esencia de la venganza personificada, algo claro ya desde aquella primera aparición en Amazing Spider-Man.
Para tener altura de miras, hay que recordar que el personaje ya ha pasado por algunos cambios que, fuera de contexto, nos harían llevarnos las manos a la cabeza. En los 90 tuvimos a un Punisher negro, todo porque a Frank le destrozan la cara y una ex cirujana plástica devenida en yonqui se la reconstruye excediéndose con la melanina —The Punisher #60-62, 1992—. Años después, Frank confunde a un inocente chico con un traficante de drogas, lo que lo lleva a un sitio llamado Riverdale. El resultado: el divertidísimo Archie Meets The Punisher, en el que John Buscema dibujaba al vigilante de la calavera, y Stan Goldberg se encargaba del enamorado de Betty. Incluso, ya en 2002, el personaje cambió de género en aquel experimento llamado Marvel Mangaverse, convirtiéndose en una directora de un colegio de Tokyo que durante las noches se dedicaba a patear traseros yakuzas utilizando un vestido de Geisha, un látigo y una inclinación un poco sórdida por las cosquillas. Una locura de Peter David llena de clichés que se burlaba de todo y de todos.
Y todo lo anterior por no hablar del Franken-Castle de Rick Remender —2009— con un Punisher “reconstruido” cuya lectura es imposible tomar en serio porque, y esto es importante, no lo pretende en ningún momento. Con esto quiero repetir lo que he señalamos un poco más arriba: que Punisher: Purgatory no funciona porque intenta con demasiada vehemencia ser tomada en serio. Esas obras que se mencionan se tomaban todo con liviandad y no duelen; se entiende la intencionalidad que se esconde tras sus líneas y no pretenden ir más allá. No son pretenciosas como una película de Zack Snyder, son un vehículo de divertimento con mayor o menor calidad, y punto.
Lamentablemente, el mejor anzuelo que tenía la serie limitada, la de su dibujante, tampoco destaca. El tristemente fallecido Bernie Wrightson era un maestro del blanco y negro, con una línea, una forma de plasmar las sombras y una planificación de viñeta que eran de una excelencia innegable. Sin embargo, como mejor funcionaba el artista estadounidense era con tiempo, y aquí vemos un dibujo que parece estar hecho a la rápida, con una tinta de Jimmy Palmiotti que no ayuda —a pesar de que este también es un prestigioso entintador— y un color repartido entre Brian Haberlin, Elizabeth Lewis y los estudios Avalon y Snakebite, que empeora el resultado, pues una historia que se dice seria y oscura no necesita efectos digitales ni con colores neón.
Como siempre, mi recomendación es que te hagas tu propia opinión, leyendo la obra. Punisher: Purgatory parte de una premisa extraña para Frank, y aunque Golden, Sniegoski y Wtightson no están a la altura de crear un nuevo inicio sólido para el personaje, ya hemos visto a Castle en estados más estrambóticos, que sin embargo, no han estado exentos de diversión. Porque ya sea con plomo real o balas divinas, sabemos que si se aparece aquel vigilante que usa una polera con un estampado de calavera, pirotecnia esta asegurada.