"X-Men: The End" (2004), de Chris Claremont: Homo crepuscular
A mediados de la década del 2000, la Casa de las Ideas dio luz verde a la línea The End, cómics que permitieron a los creadores imaginarse contando la última historia posible para un personaje o rincón determinado del Universo Marvel. Creadores como Garth Ennis o Peter David escribieron one-shots para Punisher y Hulk, mientras que otros, como Paul Jenkins, Alan Davis o Jim Starlin realizaron miniseries crepusculares de Wolverine, Fantastic Four y el Universo, respectivamente. A una de estas últimas es que pertenece X-Men: The End, de Chris Claremont, que discutimos a continuación.
La vida nunca ha sido fácil para el Homo Superior. Por años, los miembros de su raza han sido perseguidos y obviados por los humanos, quienes les temen y odian. Pero ahora, cuando los portadores del gen-x miran al futuro, un mortal ataque desde los confines del espacio puede llevarlos a la extinción para siempre. ¿Sobrevivirán los X-Men a un despiadado ataque de los extraterrestres Skrull? Y si lo logran, ¿será la única amenaza a la que deberán enfrentarse, o hay fuerzas más perversas detrás?
De la línea antes mencionada, X-Men: The End fue la obra más extensa, completando una maxiserie de 18 números divididos en tres volúmenes: Dreamers & Demons, Heroes & Martyrs, y Men & X-Men. Dada la enorme continuidad y extensión de la franquicia X, es lógico pensar que cualquier intento de contar la historia final daría como resultado una pieza épica, no por nada el patriarca Claremont escribió Uncanny X-Men durante casi dos décadas, regresando cada cierto tiempo a los personajes, por lo que pedirle que cierre aunque sea sus propias tramas ocuparía un espacio considerable.
Por lo mismo, X-Men: The End es una coda para el universo completo de los Hombres-X, sirviendo como una épica gira de despedida por el mundo que Claremont ayudó a construir y definir. Así, la obra posee todas las características de los trabajos más modernos del guionista: algo torpe, incómoda, épica, extensa, melodramática, exagerada, absurda e inesperada. Aunque muy lejos de su calidad de antaño, el titulo puede considerarse como un ladrillo curioso del muro construido por el escritor en la franquicia, una declaración final y un resumen reflexivo de décadas de trabajo.
Lo que llama la atención es que X-Men: The End no arranca en un páramo postapocalíptico, como dice la norma no escrita de las obras de este género. En particular, los futuros terribles son marca de la casa, pues desde que Claremont y Byrne lanzaron Days of Future Past existe la suposición tácita de que cualquier mañana para los X-Men debe ser oscuro y horrible. Por el contrario, acá arrancamos en uno donde las cosas son mejores para ellos, que ya no son perseguidos, ni sienten de forma tan fuerte los prejuicios, el miedo y el odio.
Por ejemplo, Jubilee es una directora de cine famosa; Kurt Wagner es un actor respetado, con su rostro en carteles gigantes; Kitty Pryde está postulando a la Alcaldía de Chicago y usa abiertamente sus poderes en el bar local; los X-Corp son un esfuerzo humanitario y de mantenimiento de la paz multinacional; y los terrenos de la Escuela Xavier para Jóvenes Dotados están patrullados por Centinelas rediseñados, que existen para mantener seguros a los niños. Es bastante reconfortante la idea de que nuestros héroes hayan logrado hacer del mundo un lugar mejor. Después de todo, el dolor y el sufrimiento que soportan los X-Men no tiene sentido si nunca tienen una oportunidad real de un final feliz. Claremont parece darse cuenta de esto, y la parte más novedosa e interesante del título es el hecho de que se atreve a imaginar un futuro esperanzador para el Homo Superior.
Eso sí, el guionista es bastante respetuoso con el trabajo de sus colegas, incorporando acá elementos presentados en New X-Men de Grant Morrison, que había terminado su publicación algunos meses antes. Por ejemplo, Scott y Emma no solo siguen juntos, sino que están felizmente casados, las Stepford Cuckoos han trabajado para definir su propia identidad, Martha Johansson hace acto de presencia, y los X-Corp funcionan a plano ayudando a mutantes en todo el mundo. Incluso la agitación política en el Imperio Shi'ar tiene sus raíces ahí, gracias a las acciones de Cassandra Nova. De hecho, el único punto en el que Claremont parece desviarse drásticamente de New X-Men es en la caracterización y el desarrollo de Magneto, pues lejos del genocida de la carrera de Morrison, el personaje es retratado como un amigo o aliado de Xavier.
Sin embargo, The End es desbordante de las características narrativas del Patriarca Mutante, y del canon establecido por él. Por ejemplo, hay un énfasis considerable en los personajes femeninos fuertes, partiendo de caras conocidas como Storm, Jean, Rogue e incluso Carol Danvers, y presentando a Aliya, la protagonista que nos presenta la historia desde su punto de vista. Claremont parece irónicamente consciente de sus preferencias narrativas, llamando la atención sobre sus propios tropos, mediante reflexiones acerca de la destrucción repetitiva de la Escuela de Xavier, la forma en que los adversarios definen a los héroes, e incluso utilizando las anticuadas burbujas de pensamiento.
De la misma manera, de inmediato Claremont trata de deshacerse del lastre, haciendo de los personajes más distantes de su propio trabajo las primeras víctimas del ataque Skrull, como Cable, Apocalypse, o X-Force. Estos personajes y conceptos están relacionados más con los noventa, período en el que el escritor se alejó de la línea, e íconos de la mentalidad que puso a al escritor en conflicto con Jim Lee, propiciando su marcha. Sus muertes son bastante rápidas, y parecen ocurrir solo para despejar el tablero y asegurarse de que no haya duda sobre dónde podría estar cualquiera de estos personajes cuando las cosas lleguen a un punto crítico.
Para nadie es un secreto que los trabajos del escritor en el nuevo siglo son bastante regulares, lejos de los momentos de gloria de los ochenta, y lamentablemente este no es la excepción. Aunque se nota que es una obra hecha con oficio y cariño, la sensación que queda es que todo está muy desordenado, tal vez por el esfuerzo de integrar la mayor cantidad de personajes importantes en la narrativa, lo que favorece el caos y apresuramiento. De igual manera, hay algunas decisiones cuestionables, que confunden y complican la historia de forma innecesaria. Además, el exceso de diálogo y cuadros de texto hacen que estas páginas se sientan más anticuadas de lo que realmente son. La verborrea siempre ha sido marca del escritor, y en este caso no puede evitarlos, máxime que también debe contar un poco acerca de cómo han llegado los personajes al estado en que los encontramos acá.
Guardando las proporciones, la lectura de este cómic deja un sabor similar a Ultimatum, la infame y primera gran conclusión del Universo Ultimate. No sólo hay docenas de X-Men muertos, de las formas más superfluas, sino que además muchas de las integrantes femeninas son innecesariamente brutalizadas. Ya dijimos que una de las señas de identidad del Patriarca es presentar mujeres empoderadas, pero acá parece sufrir de amnesia: la protagonista, aunque hija de Bishop y Deathbird, es técnicamente una Mary Sue a la que ni siquiera vemos usar sus poderes, Storm está tetrapléjica porque sí, hasta que la trama necesita que despierte, y ni hablar de lo mal que usa a Emma y Rogue.
Respecto del apartado artístico, en él encontramos a Sean Chen, con horrendas portadas de Greg Land. Chen entrega un trabajo correcto, aunque no logra convencerme con sus rostros, que muchas veces parecen todos iguales, y su figura humana, por momentos demasiado estática para lo que se cuenta. Eso sí, hay que mencionar que el artista debe trabajar sobre páginas llenas de paneles, debiendo hacer malabares para meter a los personajes entre cuadros de texto y globos. Sin duda, Chen carece de la identidad visual única de algunos de los colaboradores más icónicos de Claremont, pero el resultado está bien en el contexto.
Con todo, podemos concluir que X-Men: The End es una narración típicamente Claremontiana, esto es, recargada y exagerada para los parámetros de hoy, con un estilo desactualizado, pero al mismo tiempo entrañable y que rebosa cariño. La trama es un lío glorioso e inconexo, pero eso es parte del encanto de un escritor que nunca se ha cansado de contar estas grandes historias épicas, esparcidas a través de montones de personajes, y abarcando años de tiempo real y figurado. Sin embargo, eso no es garantía de un buen trabajo, y acá queda a medio camino, entregando un comic que hará las delicias de los seguidores de los Hombres-X clásicos, pero que para lectores más modernos, o no familiarizados con la franquicia, no termina de cuajar.