"Zoo" (1994), de Pé y Bonifay: paraíso en el infierno
Hay zoológicos modestos, otros imponentes y luego está el Zoo des Roches. Grandes felinos, elegantes aves, cebras y antílopes, simios, osos hormigueros, jabalíes: todas las criaturas imaginables se mueven por él con la misma libertad que en plena naturaleza, pero además rodeados de unas arquitecturas exquisitas, perfectamente integradas, que configuran un paisaje de ensueño. ¿El problema? Estamos en Normandía, a principios del siglo pasado, y la Primera Guerra Mundial está tocando la puerta. Bienvenidos al escenario de Zoo, obra magna de los europeos Philippe Bonifay y Frank Pé, que repasamos ahora.
Zoo es un cómic franco belga conformada por tres álbumes publicados entre 1994 y 2007 por la editorial Éditions Dupuis, que corresponde a una magnífica fantasía en torno a una reserva de animales a las puertas de la Primera Guerra Mundial. La obra corresponde a una suma de fuerza y talentos del dibujante belga Frank Pé y el guionista francés Philippe Bonifay, quienes idearon el proyecto luego de conocerse casi por casualidad a mediados de los ochenta. Ambos nos presentan a un improbable y encantador cuarteto de protagonistas muy diferentes entre sí, con los que no tardaremos en empatizar.
Como decíamos, nos encontramos en plena Normadía y en los albores del siglo XX. Después de rescatar una generosa herencia, el médico Célestin de Chateaudouble decide emprender un proyecto alucinante, la reserva animal más extraordinaria nunca vista. En su empeño, este caballero de gran corazón no estará solo: le asiste Manon, una chica huérfana a la que Célestin adoptó cuando solo tenía cuatro años, y cuya entrega y permanente buen humor impulsan cada día el proyecto.
Asimismo, cuentan con la compañía de Buggy, entusiasta e inspirado artista que se desempeña en el parque dando forma a fantásticas esculturas de animales, y algunas inspiradas en la propia Manon, con quien mantiene un romance. Y también convive con ellos Anna, la muchacha procedente de las estepas rusas que perdió la nariz a causa de un triste episodio de su pasado, y que tras ser acogida por una familia de gitanos acabó recalando en el parque, donde ejerce como cocinera, ama de llaves y administradora.
Esta singular comunidad, habitantes de un verdadero paraíso en la tierra, se enfrentarán sin embargo a algunas dificultades propias de su tiempo. Además de la elevada inversión que requiere el mantenimiento del zoológico, que obligará a Célestin a redoblar sus esfuerzos como médico, estos personajes verán avecinarse el estallido de la Primera Guerra Mundial, lo que les obligará a seguir ocupándose de los animales al tiempo que responden a la obligación de ayudar a paliar el sufrimiento de los hombres.
Solo un consumado dibujante de animales como Frank Pé —Comme un animal en cage, Broussaille— podía afrontar un reto como el que supone recrear el mundo del Zoo des Roches. No obstante, demuestra una mano igual de virtuosa en el retrato de los protagonistas humanos, todos ellos dotados de una personalidad encantadora, así como en el uso del color para reflejar tensiones ambientales. Y qué decir del texto de Philippe Bonifay, un guion rico y ambicioso que conjuga de manera muy convincente historia e imaginación, y en el que a veces dicen tanto las palabras como las miradas o los silencios.
Todo ello hace que en Zoo, curiosamente, lo que se nos está contando sea probablemente lo menos importante. Lo que más llama la atención, golpeando de entrada, es el espectacular arte de Pé, siendo el dibujo uno de los puntos más fuertes de este álbum, lo que es refrendado por la caracterización de los personajes, todos ellos tremendamente carismáticos y bien construidos. Sabemos que ni el mejor arte del mundo puede funcionar solo, y la escritura de Bonifay actúa como la perfecta pareja de baile. La bondad de Célestin, la pasión de Manon y la creatividad de Buggy les hacen personajes a los que el lector toma cariño con rapidez, pero sin duda, quien destaca por encima de todos ellos es Anna, aunque quizá empiece en un plano un tanto secundario.
Pero eso no es la única gracia del guion de Bonifay, pues también hace un trabajo magnífico creando una atmósfera de casi irrealidad, que al principio de la historia incluso puede llevarnos a dudar si estamos en un universo de fantasía o en el mundo real. El propio zoológico de Célestin es un refugio idílico en un mundo que está al borde de la guerra y la destrucción, pareciendo una burbuja en que el tiempo transcurre en su interior a un ritmo distinto que fuera de sus muros.
Así, el ambiente que plantea el guionista es tremendamente absorbente, y junto a las cotas que alcanza el artista, hacen posible una perfecta transmisión de las emociones que la obra pretende. Como decíamos, una muy importante parte del éxito en la inmersión emocional del lector es mérito del belga Frank Pé. No sólo se nota que disfruta dibujando animales, también la expresividad de los personajes tiene un altísimo nivel que consigue que empaticemos profundamente con ellos, sintiendo la alegría, la tristeza y la desesperación que sienten, emociones que llegan a ser en momentos tan intensas, que parece como si fueran un personaje más de la historia. A la intensificación de los ambientes ayuda también un espectacular tratamiento del color, que oscila entre una paleta de tonos vivos en los momentos más felices y unos apagados grises en las escenas del mundo exterior.
Con estos mimbres, ambos creadores han tejido en Zoo una trama de esas que perduran por mucho tiempo en la memoria de los lectores, un canto a la armonía entre todos los seres vivos y al modo en que la unión permite afrontar todas las adversidades. Y de paso, nos dejan una de las piezas más bellas del catálogo franco-belga, lo cual, dado la excelencia en que se mueven las obras de dicha demografía, es muchísimo decir. Muy recomendada.