"La Bomba" (2020): a la sombra del hongo nuclear
El 6 de agosto de 1945 ocurrió un hecho que marcaría un antes y un después en la historia de la humanidad: sobre los cielos de la ciudad de Hiroshima, detonaba por primera vez como arma una bomba nuclear. En el ámbito del noveno arte, este momento ha dado a luz a innumerables obras de ficción, y otras no tanto, destinadas a mostrar lo que vino después. Pero, ¿Cuáles fueron las circunstancias que llevaron a la invención y fabricación del artefacto? ¿Qué pasaba por las cabezas de los científicos y mandatarios de los países que trabajaron en ella? Estas preguntas, que hemos visto en uno que otro reportaje audiovisual, aterrizan en las viñetas de La Bomba, comic perteneciente a la demografía franco-belga, que repasaremos a continuación.
"Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos"
- Robert Oppenheimer
Pocos acontecimientos de la historia de la humanidad han quedado señalados con tanta exactitud como la detonación de la bomba atómica lanzada por la aviación estadounidense sobre la localidad japonesa de Hiroshima. La explosión tuvo lugar el 6 de agosto de 1945, a las 08:15:45. Con precisión de reloj suizo, el estallido marcó el final de la Segunda Guerra Mundial, y el inicio de la Era Atómica. Para llegar a aquel fatídico momento fueron necesarios años de cálculos e investigaciones, y la configuración de un triángulo de conveniencia en cuyos vértices se situaban científicos, políticos y militares, con intereses muy diferentes.
Esa etapa es la que recoge La Bomba, obra de los guionistas Didier Alcante y L.F. Bollée, y el dibujante Denis Rodier, novela gráfica de casi 500 páginas en blanco y negro, que recrea en forma exhaustiva el nacimiento de la bomba atómica, reconstruyendo minuciosamente los hilos de una trama finísima que culminó en la estremecedora imagen del hongo atómico. Podríamos decir que, de cierta manera, el protagonista del cómic es una sustancia. En este caso, se trata del uranio, ese elemento plateado cuyo símbolo químico es U y su número atómico es 92. Él mismo es quien, como narrador, se dirige al lector desde las primeras páginas, dispuesto a contarle el camino que recorrió desde su descubrimiento, al laboratorio, y finalmente al campo de batalla, para convertirse en el arma más mortífera jamás concebida por el hombre.
Como decíamos, La Bomba repasa detalladamente, y en orden cronológico, los hitos principales que culminaron en el lanzamiento de Fat Boy, nombre con el que los estadounidenses bautizaron a la bomba de uranio que lanzaron sobre Hiroshima, en contraposición al artefacto de plutonio que días después carería sobre Nagasaki, apodado Fat Man. Es un camino largo, desde luego, pero no solo en el tiempo, sino también en la geografía, desde las minas de uranio de Katanga al País del Sol Naciente, de Alemania a Noruega y de la Unión Soviética a Nuevo México.
Todo comenzó con la intuición por parte de los físicos de que el bombardeo de neutrones sobre núcleos atómicos podría provocar una reacción en cadena sostenida, devastando amplias extensiones de terreno con una fuerza nunca vista. Este descubrimiento se produce en un momento en que Hitler se afianza en el poder y empieza a practicar una temeraria política expansionista, que pone en guardia a las demás potencias mundiales, preparadas para la mayor contienda de todos los tiempos. Arranca así una carrera contra el tiempo, llena de dudas, pero marcada por una certeza: el primero que consiga el arma, será el vencedor de la guerra.
Evidentemente, el uranio no es el único personaje de esta historia. Por estas viñetas desfilan científicos tan célebres como Albert Einstein, Robert Oppenheimer o Enrico Fermi, políticos como Theodore Roosevelt o Harry Truman, así como personajes menos conocidos como Leó Szilàrd, el físico húngaro que, además de demostrar el cimiento práctico de la reacción en cadena, movió cielo y tierra para que Estados Unidos desarrollara la bomba y luego hizo todo lo posible para que nunca la usara; Ebb Cade, el trabajador afroamericano al que inyectaron plutonio para estudiar su efecto sobre la salud; o Leslie Groves, el general que dirigió el Proyecto Manhattan con mano de hierro.
También hay espacio para los japoneses, quienes serían las víctimas de la masacre de Hiroshima, de aquel siniestro ingenio que desintegraría en un abrir y cerrar de ojos a docenas de miles de personas, pondría fin a la Segunda Guerra Mundial con la rendición instantánea de Japón y marcaría un antes y un después en el devenir del mundo. Y no solo ellos, sino también los ciudadanos estadounidense que sin su consentimiento sirvieron de cobayas para evaluar los efectos del envenenamiento radioactivo, o los marinos que transportaron los componentes de a bomba a bordo de USS Indianapolis.
La obra es, sin duda el cómic definitivo acerca de la historia de la bomba atómica, imponente no sólo por su temática, sino también por su ambición, rigor y presentación. Todo lo que ocurre es una disección detalladísima y bien evidenciada de todo lo relativo a la creación de la bomba en sus múltiples ámbitos. Por supuesto, seremos testigos de todo el proceso del Proyecto Manhattan desde el punto de vista científico-técnico bajo la batuta de Robert Oppenheimer y Leslie Groves, pero sin dejar de lado la vertiente geopolítica, económica, militar o social. Aquí, la obra peca un poco de centrismo norteamericano, pues aunque no quiere olvidarse de cómo se vivieron estos años de tensión internacional y de carrera armamentística desde el punto de vista de países como la Unión Soviética o Alemania, la cancha está más cargada hacia la visión desde el prisma estadounidense.
Pero La Bomba no nació solo como fruto de años de investigación y esfuerzo, sino también de una amistad insólita, que unió a fines de los 70 a un jovencísimo Didier Alcante con un compañero de escuela llamado Kazuo Morimoto, recién llegado de Japón, que despertó la curiosidad de Alcante por el país del sol naciente, y lo acompañó mucho más tarde en un viaje a Hiroshima que realizó como parte de la documentación para esta obra.
Con todos estos elementos, podemos clasificar fácilmente a La Bomba como una novela gráfica documental: se lee como un thriller trepidante, pero cada uno de sus capítulos está respaldado por una escrupulosa documentación, en todas sus dimensiones. El guion de Alcante y Bollée reproduce con todo detalle el complejo proceso y las circunstancias que lo rodearon con una estricta objetividad, mientras que el dibujo de Denir Rodier, con ese sobrio y detallado blanco y negro, y ese trazo al más puro estilo de la escuela DC, pone rostros y escenarios a esta terrible aventura.
El arte retrata perfectamente los distintos personajes y localizaciones que desfilan continuamente a través de las páginas, con una estructura de viñetas que se va adaptando a los ritmos marcados por el desarrollo de la acción. Llama especialmente la atención que el mismo rigor que encontramos en la parte narrativa se encuentra presente también en la parte artística, con un importante trabajo de documentación de cara a la recreación de entornos y personajes históricos.
En resumidas cuentas, podemos señalar que La Bomba es un titulo que está a la altura de la importancia del hecho histórico que se narra, siendo un tremendo aporte del género del cómic a la divulgación de la historia contemporánea. Una obra titánica, sentida, relevante y, en definitiva, muy recomendable.