"Uncanny X-Men" (1975) de Claremont, Parte II: John Byrne es mi (co)piloto
En una entrada anterior, comenzamos a revisar el trabajo de Chris Claremont con los mutantes, partiendo desde la Segunda Génesis en Giant-Size X-Men #1 de Len Wein, y continuando con los inicios del trabajo del guionista en la serie, acompañado por el artista Dave Cockrum. Si ya en esa oportunidad nos vestimos de gala, ahora esa expresión adquiere una dimensión completamente nueva pues corresponde revisar la era en que el patriarca mutante estuvo acompañado por el enorme John Byrne en Uncanny X-Men, quien fue mucho más allá de ser un mero ilustrador.
Ambos crearon historias que están en el podio de la bibliografía-X, y del mundo del cómic en general, como La Saga de Dark Phoenix o Días del Futuro Pasado. Dichas obras han sido analizadas y nombradas hasta el hartazgo, y una vez más dudamos que tengamos algo nuevo que decir, pero eso no nos detendrá a la hora de darnos el gusto de repasar una época de aquellas que simplemente son leyenda.
Hacia finales de 1977, el guionista Chris Claremont llevaba dos años trabajando en X-Men, luego de que el grupo fuera relanzado en el Giant-Size X-Men #1. Recordemos que The X-Men, la serie creada por Stan Lee y Jack Kirby en 1963, había dejado de publicar historias nuevas en su número 66, para a partir de ese punto pasar a acoger reimpresiones de sus números antiguos, debido a que su desempeño comercial nunca fue muy destacado. GSXM #1 significó el renacimiento del título, presentando un puñado de personajes nuevos que vinieron a reemplazar a los cinco Hombres-X originales. Por una serie de factores que ya tratamos en el articulo dedicado al trabajo de Claremont y Cockrum, el primero se hizo cargo de los guiones a partir de X-Men #94, entrega que recuperó la publicación de historias nuevas.
En la primera parte de su run, que se extendió entre los números 94 a 107, el patriarca junto a Dave Cockrum se dedicó a explorar los elementos que harían a la serie funcionar, a definir a los personajes, y situar la dirección de la colección, logrando que de forma lenta y progresiva los lectores pusieran sus ojos sobre ella. De a poco, los mutantes comenzaron a circular de boca en boca, e iniciaron un camino que con el tiempo los llevaría a ocupar un sitial de honor en la fauna comiquera superheroica. Pero para ello, aún necesitaban de un impulso más, el que fue entregado por el gran artista John Byrne.
El prodigioso Byrne
Para John Byrne, los X-Men fueron la mejor de las escuelas. Es cierto que cuando se hizo cargo de la serie ya tenía tras de sí una carrera solvente, pero de aquí salió convertido en un verdadero narrador, tan grande, completo y seguro de sí mismo que casi no podía compartir espacio con otros. También nacido en Inglaterra, en 1950, comenzó su carrera como historietista en 1975, trabajando para la Editorial Charlton en cómics como Wheelie and the Chopper Bunch o Doomsday +1, para posteriormente pasar a Marvel.
Cuando Cockrum abandonó la cabecera, acusando cansancio y desgaste excesivo, Byrne venía hace meses pidiendo ser el dibujante de la serie, y de hecho anteriormente había aceptado trabajar en The Champions solo porque ahí aparecían los mutantes Iceman y Angel. Por entonces, era el compañero de Claremont en Iron Fist, y la oportunidad de determinar cómo se desempeñaría con el grupo llegó en Iron Fist #15, que presentó un crossover con la colección de los Hombres-X, pero que también sería el último episodio de la colección de Danny Rand.
Enseguida, el binomio Claremont / Byrne fue trasladado a Marvel Team-Up, la serie en que Spider-Man compartía cámara con otros héroes de la casa, donde ambos se comenzaban a consolidar como una de esas duplas mágicas de guionista-dibujante capaces de generar aplausos unánimes. También sería vital otra de las colaboraciones de la época, la ocurrida en Marvel Previews #11, el famoso relato dedicado a Starlord, donde contaron por primera vez con Terry Austin en tintas, un complemento de gran altura a los lápices de Byrne.
La vuelta al mundo
Byrne llegó a la mansión-x en el #108, el último de la saga del Cristal M´Kraan, un episodio que le provocó más de un problema, pues por una parte tuvo que realizarlo en medio de una mudanza en la habitación de un hotel, y por otro, la complejidad de la historia era mayúscula. Luego, los creadores comenzaron una larga aventura que llevó al equipo a recorrer los lugares más insospechados del planeta, marcando un muy representativo tramo de la etapa en que los lectores nos encontrábamos con una sorpresa tras de otra. Fue en X-Men #112 en que la serie recibió un gran espaldarazo de la editorial, pues pasó de una cadencia bimestral a mensual; y apenas dos números después cambió su rótulo a Uncanny X-Men, aunque solo en la portada, ya que esto no sería oficializado en los créditos legales de la primera página del cómic hasta Uncanny X-Men #142, de 1981.
Al igual que en su momento le ocurriera a Claremont, el primer número de Byrne lo llevó a lidiar con una historia ya comenzada, y por tanto, sería desde la siguiente entrega en que comenzó a asentarse en la serie, y especialmente con Wolverine, su favorito de entre los protagonistas. De la misma manera que Dave Cockrum, la labor del buen John iría bastante más allá de ser solo el encargado de los lápices. Ya desde el Uncanny X-Men #114 fue reconocido en los créditos como co-argumentista, pues de entrada ya comenzó a aportar ideas de tramas, personajes y situaciones. Su grado de implicación iría en aumento con el correr de las entregas, hasta el punto de que muchas de las aventuras vinieron directamente desde su cabeza.
Los autores decidían cada trama mediante largas conversaciones telefónicas, que iban desde New York a Calgary, y viceversa. Pese al alto grado de compenetración entre ambos, ya en aquel momento comenzaron a surgir algunas discrepancias respecto del tratamiento de algunos personajes y el camino a seguir en casos puntuales. En una entrevista al portal The M0vie Blog, Claremont dijo que "la cuestión es que John y yo, en muchos aspectos, hablamos el mismo idioma; El lenguaje conceptual, el lenguaje de la imaginación. Ocasionalmente topábamos el uno con el otro, pero el conflicto entre nosotros catalizó historias realmente buenas. Ninguno de nosotros tuvo exactamente lo que quería, pero la sinergia de lo que obtuvimos fue, la mayoría de las veces, mejor que con lo que comenzamos. Y por eso valió la pena toda la turbulencia".
De hecho, el desencadenante de que los X-Men se lanzaran a la vuelta al mundo fue el regreso de Magneto. Aquí, Claremont se mostraba decidido a poner a a prueba y explorar de forma más humana la villanía de Erik, pero Byrne lo dibujó más amenazador que nunca, aterrador hasta el mínimo detalle, tomando como base a Darth Vader, en una época en que Star Wars se había alzado como un fenómeno de masas. Para el artista, no había personaje más pérfido en el Universo Marvel, que carecía de cualquier humanidad o del honor de un Dr. Doom, por ejemplo.
El apoteósico encuentro con Magnus llevó a nuestros mutis a la Savage Land, enclave que apareció por primera vez en los inicios de la serie original, y que acá regresaba con el estatus que le vimos en Kazar: Lord of the Hidden Jungle #20, último número de aquella cabecera. Doug Moench, el guionista, no había alcanzado a terminar sus argumentos, por lo que el binomio tuvo la oportunidad perfecta para incluir a los mutantes en los asuntos del mundo perdido de la Antártica. De aquí, la velocidad no haría más que aumentar, llevándonos desde Japón hasta Canadá, en cada locación marcando hitos que quedarían marcados en los años venideros.
En Japón, se produciría el reencuentro con Shiro Yoshida, Sunfire, quien tendría que unir fuerzas con el resto de X-Men para detener a Moses Magnum, villano de poca monta pero que había conseguido poner en jaque al país del sol naciente. Aunque quizá lo más importante de esta saga fue el comienzo, pues de la mano de los recuerdos del Profesor-X asistimos al debut de Amahl Farouk, el malvado Shadow King, que descontando a Magneto, podemos considerar la némesis definitiva de Charles. También nos enteramos que Farouk, gracias a su poder, tenía de esclava carterista a una pequeña de tez oscura que con el tiempo conoceríamos como Storm.
Sin embargo, Japón nos guardaría más de un sorpresa. Este es un escenario de especial importancia, pues por una parte Claremont había tenido que documentarse a fondo en el para escribir Iron Fist, mientras que Byrne se sentía fascinado a causa de la lectura de la novela Shogun, de James Clavell. De ella tomó la idea de la perfecta geisha, que se materializó en Mariko Yashida, la dama que robaría el corazón de Wolverine y que serviría como vehículo para demostrar que el enano era mucho más que el animal salvaje que habitaba la imaginación de los lectores.
La última parada los llevó hasta Canadá, lo que serviría a Byrne para seguir desarrollando a Wolvie como una de las figuras más destacadas de la serie. Para ello, se colgó de un cabo suelto de X-Men #109, en que el agente canadiense Arma Alpha fracasaba en llevar a Logan a casa, marchándose con la promesa de volver. Ahora, en UXM #120, había cambiado su nombre a Vindicador, y contaba con todo un grupo a sus órdenes: Alpha Flight. Estos, creados en sus totalidad por Byrne, protagonizarían en un futuro su propia y excelente serie, escrita por su mismo creador.
Una vez de vuelta en la mansión, de la que por cierto Xavier estaba ausente, hubo algún episodio de calma antes de la tormenta, para lanzarse nuevamente a la aventura. Claremont recuperó a Arcade, personaje que él y Byrne habían presentado algunos meses antes en Marvel Team-Up, y que no era más que un asesino profesional que había comenzado a tomar como objetivos a héroes, aunque solo para darse cuenta que no son blancos tan fáciles como sus víctimas anteriores. Acá conoceríamos su origen, y sería representado ataviado con un traje de vendedor de helados, similar al protagonista de Clockwork Orange.
A continuación, llegó una larga línea argumental nacida de una idea pensada por Claremont, respecto de presentar al hijo de Charles y Moira McTaggert. Acá conocimos a Proteus, un mutante que necesitaba ocupar cuerpos humanos para sobrevivir, que es básicamente un ser de energía y letalidad pura. El resultado fue una tetralogía donde tuvo lugar el esperado reencuentro de todos los mutantes, sobre todo el de Jean Grey y Scott Summers.
Antes de pasar a las mayores joyas de este período, hay que consignar algunas circunstancias que ocurrían alrededor del título. Por ejemplo, por primera vez se comenzó a barajar la realización de proyectos paralelos, que por una u otra razón no cuajaron. Uno de ellos era una obra protagonizada por Phoenix, previsto para Marvel Premiere, que escribiría el mismo Claremont, con dibujos de Terry Austin. Otro, sería un What If...? que debía titularse "¿Y si Magneto hubiera reunido a los X-Men?", que sería trabajo del mismo equipo creativo de UXM, y para el que Byrne ya había ideado diseños alternativos de los personajes. Claramente, alguien guardó el proyecto cerca de su corazón, pues esa sería la premisa del crossover noventero Age Of Apocalypse.
Así mismo, de a poco los medios especializados comenzaron a hablar de "los X-Men de John Byrne", y ya sabemos que cuando en un equipo hay excesivas loas hacia algunos integrantes, los egos pueden verse resentidos. De repente, todos le pedían entrevistas e ilustraciones al dibujante que estaba convirtiendo a este título en uno imprescindible mes a mes. Así fue como empezaron a verse portadas de revistas, ilustraciones en portafolios, calendarios, y todo tipo de bocetos. También, Byrne se dio tiempo para realizar varias parodias de los personajes, destacando la portada de Comic Reader #167, o la cubierta de Crazy #82, de 1981. Por si no fuera suficiente, el artista también realizó los lápices de ilustraciones para un portafolios de X-Men publicado por S.Q. Productions, y dos portadas para Amazing Adventures, la colección en que por entonces se reeditaban de los cómics originales de The X-Men.
Pájaros de fuego
De aquí en adelante, los autores pisaron el acelerador a fondo, y desde el #129 se entró en una dinámica imparable que nos llevó hasta el #138, en diez entregas que definieron de forma sustancial el Universo Marvel. Cada viñeta impactaba, cada página nos entregaba relevancia, y en definitiva, cada número hacía historia. Pocas veces se ha visto tal sucesión de acontecimientos, y en esta decena encontramos tramas trascendentales e impresionantes, conformando un conjunto prácticamente insuperable.
En Uncanny X-Men #129 haría su debut uno de los grandes personajes del cosmos mutante, Kitty Pryde, y el circulo interno del Hellfire Club. Kitty nació de la insistencia del editor Jim Shooter de que la mansión-X recuperara su rol de escuela, y de algunos bocetos realizados por Byrne, que pensó que sería una buena tener una mutante joven que vistiera una versión modernizada del traje de los X-Men clásicos. Con respecto al Hellfire, se nos presentaron ilustres villanos y futuros aliados, con personajes tan importantes Emma Frost, Sebastian Shaw, Donald Pierce y Harry Leland.
Casi sin tiempo para familiarizarse con los nuevos personajes, en UXM #130 fue presentada otra superheroína: Dazzler. Pero esta vez, el tándem Claremont / Byrne nada tendrían que ver con su creación, sino que Allison surgiría del talento de Tom DeFalco y John Romita Jr.. Shooter sugirió que esta colección sería el lugar adecuado para su debut, y acá tenemos el resultado.
La segunda parte del ciclo del Hellfire Club, que partió en el #132, fue casi más intensa que la primera, y para Byrne sería el momento que llevaba largo tiempo esperando: la oportunidad de hacer de Wolverine el gran protagonista de la colección. En esa entrega y la siguiente veríamos como Logan había pasado de estar a punto de desaparecer del Universo Marvel a transformarse en una de sus mayores estrellas, demostrando que en su estado puro es capaz de un sentido de la amistad a toda prueba, pero que tampoco titubea a la hora de pasar por encima de cualquiera para alcanzar sus objetivos. En el #133 llegó la mítica escena en que Logan se enfrenta en solitario a los soldados del Hellfire, donde nos quedaron algunas expresiones gráficas para el recuerdo, como la última viñeta del #132.
Este arco dio paso inmediatamente a La Saga de Phoenix Oscura, que es básicamente la historia de la caída en desgracia de Jean Grey, víctima de un poder más allá de su comprensión. Como antecedente directo, tenemos aquella aventura en que para salvar a sus amigos, Jean dejó que la Phoenix Force ocupe su cuerpo. A partir de ahí, la pelirroja debió luchar para mantener bajo control a la entidad, situación que Claremont utilizó para hacer interesantes análisis acerca del poder absoluto y la corrupción que conlleva.
Posteriormente, el ente comenzaría a despertar de una manera más malévola, al experimentar nuevas sensaciones desconocidas para ella. La verdadera debacle empezó con los intentos del Hellfire Club de manipular y apoderarse del Phoenix/Jean, para usar su poder para beneficio propio. En el proceso, nuestra heroína fue corrompida, y una vez rotas sus barreras morales, sería la fuerza cósmica, sedienta de poder y destrucción, la que asumiría el control total. Se volverá una amenaza no sólo para el planeta Tierra, sino también para la galaxia completa, por lo que entraría en juego Lilandra, como reina del sistema Shi'ar, quien no dudó en tomar medidas drásticas para defenderse ante la amenaza del ser que es a la vez muerte y resurrección. La batalla será inevitable, y el desenlace, épico.
El final de esta saga sorprendió a todo el mundo. Ni Claremont ni Byrne tuvieron jamás la intención de escribir y dibujar un cómic donde una de las componentes originales del grupo decidiera suicidarse de una manera tan consciente. Pero las sugerencias y la cadena de circunstancias iniciada por Jim Shooter, provocó un final que impactó a todo el mundo. Parte de ese mundo fueron nuevos lectores que se vieron atraídos por aquel acontecimiento inesperado, haciendo que una colección que oscilaba alrededor de los 100.000 ejemplares vendidos, llegara a los 175.000 en UXM #137.
En efecto, originalmente Uncanny X-Men #137 terminaba con Jean desposeída de sus poderes. El cómic ya estaba listo, a falta solo de una página por rotular. Sin embargo, cuando Shooter se enteró que en en el #135 Phoenix había aniquilado a toda una civilización extraterrestre, no le gustó que ese holocausto no tuviera consecuencias para la pelirroja, por lo que solicitó que el final de la saga fuese alterado, de manera que su destino fuese la muerte, o algo peor. El mandato del editor obligó a que se rehicieran las últimas páginas del cómic, y que se reescribieran muchos diálogos en anticipación a lo que se venía
Hay que señalar que pese a la contrariedad inicial que supuso el final de la saga para sus autores, ambos están de acuerdo hoy en día en que la conclusión resultante fue mucho más interesante, acabando un ciclo argumental cuyo remate continúa presente en el mundo mutante y del cómic en general varias décadas después. En palabras que acompañan al tomo recopilatorio estadounidense de la obra, Claremont diría que "Dark Phoenix terminó publicándose de esa manera porque el editor Jim Shooter decidió unilateralmente darle un giro de 180° a la resolución de la historia. Solo teníamos seis páginas para poner el punto final, y apenas unos días para realizarlas. Lo que acabó publicado fue lo mejor que pudimos conseguir, y resultó genial".
"En la narración comercial", continúa, "rara vez podemos hacer lo que queremos, y con sorprendente frecuencia, cuanto más nos acercamos a ese ideal, menos satisfactorio resulta. Desde el punto de vista del guionista, el editor es una pieza aún más vital que el dibujante a nivel creativo. Pero esa es la naturaleza de la bestia, empiezas una serie o saga con la mejor de las intenciones, y tienes que estar preparado para las sorpresas del camino. Durante el proceso, el editor se convierte en tu pastor y tu cómplice, a quien acudes en los momentos difíciles. Evidentemente, ese no era el final que John y yo teníamos planeado. Pero tampoco estoy seguro que el desenlace original es el que contaría hoy en día".
El camino hacia el futuro pasado
Posterior a esos apoteósicos eventos, UXM #138 correspondió a un epílogo realmente interesante, donde asistimos al funeral de Jean, al tiempo que un Scott Summers emocionalmente hundido recuerda la historia de los X-Men. Este hecho es importante por dos aspectos. Primero, se unificó de una vez por todas la trayectoria del grupo, haciendo desaparecer la barrera esquemática, más didáctica que otra cosa, que parecía existir entre la primera y la segunda génesis, para dar paso a una narración continua. Y segundo, en tiempos que no existía Internet ni Wikipedia para enterarse de hechos anteriores, los nuevos lectores se encontraron con un cómic donde se les daba la información necesaria para ponerse al día, en tan sólo 18 páginas.
Dicen que lo importante no es llegar, sino que mantenerse. Por lo mismo, resultaba imperativo continuar con un gran nivel para no decepcionar a los nuevos lectores. Afortunadamente, el binomio no dejaba de superarse, dando muestras de grandeza en una historia que llevó al grupo de regreso a Canadá, protagonizada por una formación compuesta por los Hombres-X y los miembros de Alpha Flight, que en conjunto deberán hacer frente al Wendigo. Todo ello, mientras se preparaban para nuevamente dar vuelta el tablero, y llevar el grupo al futuro. O algo así.
Sin proponérselo, en la mente de Byrne surgió una idea donde el futuro y el presente se dan la mano, para crear un arco argumental con tintes apocalípticos, y que dió inicio a una temática que desde entonces está omnipresente en la bibliografía mutante: los viajes en el tiempo y los futuros distópicos. De cierta manera, esta fue la historia definitiva que todos esperaban, pues tras la muerte de Thunderbird y de Jean, los X-Men se habían ganado la fama de ser un equipo donde sus miembros fallecían con una facilidad inusitada. En medio de esa atmósfera, se decidieron a desarrollar la trama que todos querían: la muerte de todos los mutantes, y de paso, dejarnos para la posteridad la portada de UXM #141, una de las cubiertas más homenajeadas e icónicas del noveno arte, todo bajo el nombre de Días del Futuro Pasado.
La saga en sí es increíblemente breve para los cánones actuales, pero se siente enorme, pues los autores desarrollaron una gran cantidad de ideas que redefinieron el mito de los X-Men, y que continúan inspirando a los artistas de la franquicia hasta el día de hoy. Sin este arco no habría Age of Apocalypse, Battle of the Atom, Age of Ultron o cualquier otra historia de viajes en el tiempo y futuros oscuros. El argumento trata de un futuro alternativo y distópico, en el que los mutantes son perseguidos, asesinados o encarcelados en campos de concentración. Para evitar su sombrío presente, una adulta Kate Pryde transfiere su mente a su yo más joven, la Kitty Pryde del presente, instando a los Hombres-X a impedir hechos que harán que se desate la histeria anti-mutante, con la consiguiente caza de brujas que propiciará ese futuro fatídico.
La trama avanza en dos líneas temporales distintas. Por un lado, en el presente, los X-Men se enfrentan a la Brotherhood of Evil Mutants, y su líder Mystique. Paralelamente, en el futuro, el senador Robert Kelly ha sido asesinado por dichos villanos, desencadenado un fuerte sentimiento anti-mutante en la población. Los enormes robots Sentinels mantienen a los Homo Superior encarcelados en campos de concentración, al mismo tiempo que se hacen con el control de Estados Unidos, mientras las demás potencias mundiales, ante la amenaza de dichos robots, están a punto de lanzar un ataque nuclear contra Norteamérica.
El uso de los campos de concentración es muy impactante, pues es el punto donde Claremont deja de coquetear con la política, y abraza con decisión el bagaje y consecuencias que conlleva la idea de escribir un título sobre un grupo de personas odiadas y temidas. El rasgo característico de la serie era el de la cuestión racial, denunciando la segregación social y apoyando la lucha por los Derechos Civiles. Con la llegada del buen Chris, además, se introdujo el factor multirracial e internacional. Así, los prejuicios y la persecución hacia los mutantes tomaba tintes más serios, y se hacía necesario llevarla al siguiente nivel, siendo esta saga el clímax de todo eso.
Por tanto los Sentinels, que habían debutado hace una década atrás, dejan de ser solo supervillanos estándar, para transformarse en una herramienta de opresión gubernamental específicamente dirigida a una minoría en particular. Si sumamos que Kitty es judía, que Magneto es un sobreviviente del Holocausto y que los mutantes eran marcados con un tatuaje, la analogía es clara. Cualquier parecido con la realidad, aunque sea pretérita, no es solo coincidencia.
El último número del equipo creativo al completo sería UXM #143, un número publicado en Navidad. Como si del Kevin de Home Alone se tratara, Kitty vivirá su propia pesadilla, enfrentándose a solas en la mansión contra un engendro alienígena. Por entonces, mucho se comentaba el parecido de Kitty con una adolescente Sigourney Weaver, por lo que los autores decidieron hacer eco de eso, homenajeando al film Alien. Para darse cuenta de ello, solo tenemos que verificar el final de la aventura.
Caminos separados
Curiosamente, es en este ciclo de mayor colaboración donde Byrne se comenzó a sentir cada vez más incómodo, y casi sin previo aviso, abandonó la colección en aquel #143. Inicialmente su idea era llegar hasta el #145, pero en el verano de 1980 decidió que buscaría otros horizontes creativos. En su momento, su única explicación fue que quería un cambio de aires, sentencia que claramente fue insuficiente para los aficionados. Muchos años después, y ya con la perspectiva del tiempo, reveló que la razón de su alejamiento tuvo que ver con el cambio de editor de la colección, puesto que ocupó Louise Simonson. Este era mucho más proclive a darle la razón a Claremont cuando había alguna controversia en los argumentos, lo que hizo que la frustración de Byrne aumentara notoriamente cada vez que no estaba de acuerdo con los diálogos del guionista.
Esta frustración rebasó los límites con la primera página de UXM #140, momento en que decidió retirarse, decisión que fue secundada por Terry Austin. Y en ese momento comenzó la leyenda, pues no pasaría mucho tiempo sin que Uncanny X-Men de Claremont, Byrne y Austin fuera aclamada por lo que es: una de las etapas más relevantes de la historia del cómic.
El arte y la tinta
El trazo de Byrne en Uncanny X-Men alcanzó su máxima precisión, elegancia y limpieza gracias a Terry Austin, entintador que es tambien parte clave de esta etapa, la que se recuerda todavía como su mejor trabajo. Inicialmente iba a entintar a Bryne en Marvel Team-Up, pero no en UXM, hasta que el editor Archie Goodwin se empeñó en lo contrario. Éste y Marv Wolfman ejercieron de editores en los primeros años de esta cabecera, para luego dar paso a Roger Stern, quién a pesar de ser más conocido por su labor de guionista en Spider-Man o Avengers, suma a sus méritos el haber coordinado estos cómics.
La colaboración entre ambos parecía improbable, dado que el trazo de Byrne es más bien redondeado —alejándose un poco del estilo tipo Kirby que era la norma algunos años atrás—, y decididamente orgánico, mientras que el entintado de Austin está lleno de ángulos, y un acabado que da un aspecto metálico. Pero en la práctica, ambos estilos conjugaron con tal fiato que dieron lugar a una estética que cautivó a miles de lectores y críticos profesionales.
Incluso, la labor de Austin fue un paso más allá cuando en UXM #122 y #123 Byrne, agobiado por estar dibujando tres series en simultáneo —UXM, Avengers y Fantastic Four—, solo pudo bocetear las paginas, por que el buen Terry tuvo que terminar los lápices, entintar como habitualmente lo hacía, e incluso realizar la portada del #123. Esto lo aprovechó para plasmar en las paredes todo tipo de bromas internas, reconocer sus gustos musicales, hacer referencias a sus amigos y colegas, e incluso introducir cameos de personajes de otras compañías, en los que también participó Byrne.
Los personajes
Como todo equipo en constante avance, a medida que avanzaban los números, sus miembros también mostraron una evolución hacia una madurez atípica para la época. Como es sabido, Claremont siempre ha tenido una sensibilidad especial a la hora de retratar a sus personajes, dotándolos de una personalidad definida que los deja más cerca de personas reales que de superhéroes de cómic, por lo que es fácil para los lectores empatizar con ellos y llegar a llorar sus penas y celebrar sus alegrías.
Los mutantes de Claremont escapaban de las consideraciones tópicas, incluso las que dispusieron los autores en un primer momento. Como comentamos en la entrada dedicada al ciclo de Claremont y Cockrum, el guionista fue en direcciones diferentes a las que había planeado Len Wein para el debut de los personajes en Giant-Size X-Men #1, lo que dio como consecuencia, por ejemplo, mujeres fuertes y empoderadas, a la altura de sus protagonistas masculinos, e incluso superiores a ellos en cualquier aspecto, y no por ello menos plenas en su sexualidad.
Hablamos, como no, de Storm y Jean Grey. La primera, que había sido adorada como diosa, fue humanizada por el guionista, para lo cual mostró su infancia en El Cairo y Harlem, y sus años como ladrona callejera. Jean, en tanto, fue transformada en Phoenix, posicionándose nada menos que como la más poderosa del equipo. Desde las primeras apariciones de su nuevo alter ego, fue la intención de Claremont que la pelirroja se volviera adicta a uso de sus poderes y que su verdadera heroicidad, como la de Wolverine, estuviera en la capacidad de convivir y superar su conflicto interno, algo que les haría almas gemelas.
Fue la poderosa Jean, o quizá la salvaje, la que enamoró a Logan. Y sería el editor Jim Shooter quien insistió en que se dejara esa línea argumental de lado, lo que propició la llegada de Mariko. Sí seguiría intacta la rivalidad con Cyclops, el personaje que se mantenía más fiel a su imagen clásica. De hecho, uno de las grandes disputas entre Claremont y Byrne tuvo lugar por el tratamiento psicológico de Scott, a raíz de la muerte de Jean. El líder es incapaz de sentir dolor por lo ocurrido, pero mientras Claremont lo atribuye a una falta de madurez reprimida tras una capa de férreo autocontrol, Byrne quería achacarlo a que para Scott, Jean ya estaba muerta desde que se convirtió en el Phoenix, que no reconocía a la mujer surgida desde las cenizas.
Sin embargo, sin duda el personaje más llamativo de la etapa es Wolverine. Si Byrne no hubiese llegado a UXM, probablemente Logan hubiese pasado sin pena ni gloria. El dibujante anterior, Dave Cockrum, le daba más atención a Nightcrawler y Storm, e incluso Claremont ya había comenzado a idear una forma de deshacerse de él. Entonces llegó Byrne, encantado por ese tipo duro que siempre estaba con un pie fuera de la línea de lo que podríamos llamar un héroe tradicional. Pero es que en realidad, a mediados de los setenta no había muchos psicópatas asesinos protagonizando un cómic de superhéroes. Aunque fuera de panel, las escenas en que Wolvie despachaba sin miramientos a sus enemigos comenzaron a ser cada vez más comunes.
Byrne comenzó a elucubrar sobre el pasado de Wolverine, comenzando por un detalle tan nimio como el nombre. Ya desde X-Men #102 sabíamos que respondía al sustantivo de Logan, aunque la imaginación del artista volaba preguntándose si aquel era un nombre o un apellido. Como sea, en su cabeza pensaba desarrollar un argumento que descubriera que Sabretooth, un personaje que creara junto a Claremont para Iron Fist, fuese su padre, pero finalmente no vio la luz. Aún faltarían años para que garras y colmillos se encontraran en un cómic, y cuando se reveló la naturaleza de su relación, poco tenía que ver con lo elucubrado por Byrne.
Mejor suerte tuvo en sus sugerencias respecto del metal de los huesos y garras de Logan. En UXM #114 se mencionó por primera vez que se trataba de adamantium, un invento de Roy Thomas para una vieja historia de Avengers. Byrne sostenía que el Servicio Secreto Canadiense había sido responsable por la sustitución de sus huesos por el metal, en un proceso largo y doloroso, pero de nuevo, eso nunca llegaría a explicitarse en ningún cómic de la época, pues Claremont insistió que uno de los encantos del personaje es que su pasado se mantuviera envuelto en el misterio.
Quien más perdió con el ascenso de Wolvie fue sin duda Nightcrawler, personaje con el que Cockrum se sentía tan identificado que llegó a imbuirlo con características de sí mismo, como un carácter festivo, soñador y amable. Si durante los años en que era Cockrum quien dibujaba la serie frecuentemente parecía que estos eran Nightcrawler y sus amigos X-Men, poco después de llegar Byrne, Kurt se enrocaría con Logan, que ocuparía esa posición.
Además, debemos nombrar a un puñado de secundarios que se fueron colando poco a poco en las páginas. Ahí tenemos a Moira MacTaggert, que aunque fue presentada en la era Cockrum, seguiría dando batalla acá, y cuya presencia abriría la puerta a un escenario tan importante para la franquicia como la Isla Muir, además de ser la madre de Proteus. También encontramos a Misty Knight y Collen Wing, a las que Claremont se negaba a decir adiós luego de haberlas utilizado en Iron Fist; y Lilandra, erigida como el amor de madurez de Charles.
Todos esos personajes de reparto favorecen otra marca de la casa de Claremont: la inclusión de escenas cotidianas, donde no hay peleas, superpoderes, batallas colosales o ni siquiera uniformes. Byrne las llamaba "escenas de jeans y camisetas", y era reacio a dibujarlas, extrañado de que el guionista le pidiera que mostrara a Ororo con ropa de calle, y convencido de que si del Patriarca se tratara, cada episodio se limitaría a mostrar a los protagonistas conversando en la mansión. El interés del escritor en mostrar a los héroes en su faceta más íntima y privada, conjugado con la pasión del dibujante de situarlos en aventuras más grandes que la vida confluyeron hasta ofrecer un equilibrio maravilloso y perfecto, sin nada sobrante ni faltante.
Kurt, Peter, Scott, Logan, Jean, Ororo. Todos estaban perdidos en un mundo que no les comprendía, pero en el seno de la mansión encontraban el consuelo y la compañía mutua, un sentimiento familiar pleno y orgulloso de lo que son, y que va más allá de los lazos de sangre. Ese rasgo fundamental atraía inmensamente al lector, en muchos casos adolescente o pertenecientes a una minoría, que lo asumió como su cómic, el que escribían y dibujaban para ellos. No es extraño entonces que los X-Men se alzaran, ya desde ese entonces, como el título favorito de mujeres y homosexuales, pues por encima de cualquier otro tema, trataba sobre el hecho de ser diferentes.
En resumen, en este puñado de episodios estamos en presencia de HISTORIA, así con mayúsculas. Desde que comenzaron a trabajar juntos, los autores compartieron tareas literarias, y se divirtieron trabajando juntos. Se compenetraron todo lo que podían llegar a hacerlo, se conocieron mejor de lo que llegaron a conocer a ningún otro colega, y tuvieron sesiones creativas tan largas que no volverían a repetirse nunca, con nadie más. Y así siguió, hasta que las discrepancias fueron tan enconadas e infructuosas, que la suma de sus individualidades fue demasiado elevada como para compartir un mismo espacio.
Afortunadamente, Papá Claremont sabría continuar navegando esta nave que se hacía cada vez más grande, pues en el horizonte aún le esperaban enormes satisfacciones, tanto para él como para los lectores. Adiós, John. Gracias por tanto.