"Uncanny X-Men" (1975) de Chris Claremont, Parte I: primer contacto
En nuestra revisión de todas las etapas que han conformado la historia de las diversas etapas mutantes, llegamos a un punto álgido. Porque ahora toca nada más y nada menos que comenzar con el repaso de la crème de la crème, de la madre de todas las series-X: nada menos que Uncanny X-Men de Chris Claremont, el único y verdadero patriarca mutante. Pero, ¿habrá algo que decir, que no se haya escrito o dicho miles de veces antes? No lo creo, pero si hacer este artículo significa la excusa para leer nuevamente estos números, entonces nos daremos el gusto.
Iremos recorriendo el trabajo de Claremont por subetapas, comenzando por el trabajo del guionista junto al dibujante Dave Cockrum, que se extendió desde X-Men #93 al #107, cuando la serie aún no recibía el prefijo 'Uncanny'. Vamos allá.
Antecedentes
En artículos anteriores, hemos dicho en varias oportunidades que The X-Men, la serie creada en 1963 por Stan Lee y Jack Kirby, no fue precisamente un éxito. A pesar de extenderse por 66 entregas, y que tras el trabajo del binomio creador por sus páginas pasaron una pléyade de autores, como Roy Thomas, Arnold Drake y Jim Steranko, Mike Friedrich, o Neal Adams, el quinteto de mutantes alumnos de Xavier no lograron ganarse el favor del público, por lo que a principios de 1970 fue "cancelada". Como sabemos, tal cancelación no fue tal, sino que la colección siguió adelante, pero reeditando números antiguos.
Sin embargo, en la cabeza de Roy Thomas nunca dejó de rondar la idea de inyectar nuevo brío a los mutantes, para que al fin alcanzaran la grandeza. Es así que tras un lustro, y luego de varios acomodos, vio la luz Giant-Size X-Men #1, con Len Wein en guiones y Dave Cockrum en dibujos, que nos presentó a unos, nunca mejor dicho, nuevos X-Men, y un puñado de personajes debutantes que vendrían a conformar un equipo internacional, armado así porque según las altas esferas, podía impulsar las ventas de Marvel en el exterior.
Aunque no fue un éxito apabullante, los resultados comerciales fueron alentadores. Por ello, se decidió abandonar el proyecto inicial de que estos X-Men se publicaran a lo largo de una serie de Giant-Sizes trimestrales, y otorgarles una colección regular. El inconveniente es que Len Wein estaba muy exigido por su posición de Editor en Jefe, y tenía tiempo para escribir solo una serie regular, en este caso, The Incredible Hulk, por lo que la nueva cadencia hizo que fuera imposible mantenerse como guionista-X. Wein ya había definido el argumento, y Cockrum ya comenzado a trabajar en el segundo número de Giant-Size X-Men, cuando se decidió que la serie sería cedida a un escritor sustituto, eligiendo para esa tarea a uno de sus ayudantes, un joven y prometedor inglés llamado Chris Claremont.
En paralelo, Marvel había optado por prescindir del formato Giant-Size, así que había que buscar una alternativa para el correcto desarrollo del proyecto. Se optó entonces por retomar la numeración de la cabecera original, por lo que la historia que estaba prevista en un principio para el segundo número gigante, pasó de esta forma a dividirse en dos partes, que serían repartidas entre X-Men #94 y 95. A éste último, Cockrum añadió un splash-page especial para disimular el corte, además de rehacer una que otra plancha más, para que la división en dos números tuviera una cantidad de páginas equivalente.
La primera tarea de Chris Claremont sería añadir los diálogos a esos dos episodios. El nuevo escritor trabajó lo mejor que pudo sobre un argumento que no era suyo, pero más allá de eso, notó que no estaba de acuerdo con el rumbo que Wein tenía ideado para los personajes y la serie, en particular aquellos que tenían que ver con la caracterización de los miembros del equipo, cosa que empezaría a enmendar tan pronto como la serie quedó completamente a su disposición.
Padres adoptivos
Que Chris Claremont llegara a ser escritor de X-Men fue solo un asunto de tiempos y lugares adecuados, aunque a esa posición llegó debido a su talento y dedicación. Como ocurría con Stan lee, la sensibilidad e intención de Claremont estaban un paso más allá que el de sus contemporáneos, al tiempo que tenía especial sintonía con el pulso de la calle. Nacido en noviembre de 1950 en Londres, vivió en diversas ciudades estadounidenses hasta que su familia se estableció en Long Island, donde creció rodeado de muchos libros y cómics.
Tras especializarse en Interpretación y Teoría Política en el Bard College, entró a trabajar como interino a Marvel Comics, lo que consideraba un trabajo temporal mientras se le abrían las puertas del teatro. Su primer guion para la Casa de las Ideas fue en un anual de Nick Fury, al que siguieron un puñado de historias cortas. Su suerte cambió cuando fue contratado para guionizar Iron Fist, donde conocería a su dupla histórica, John Byrne. Mientras se desempeñaba como asistente de Roy Thomas, le llegó el encargo de los X-Men. El resto, es historia.
Una de las habilidades más evidentes de Claremont es la de tratar a los personajes como si de personas reales se tratara, haciendo que nos identifiquemos fácilmente con ellos. En ese tiene mucho que ver sus estudios de teatro, pues aunque en aquel medio nunca logró consolidarse, su amor por la escena le dio una sensibilidad especial, casi shakespeariana, que ahora es una de sus marcas registradas.
Dave Cockrum, en tanto, también tenía una seña distintiva: la del entusiasmo. Este artista, nacido en noviembre de 1943, que lamentablemente falleció en noviembre de 2006, nunca dejó de amar los cómics. La imagen que entregó a los principales personajes de X-Men, y que ciertamente está emparejada a su labor en Legion of Super-Heroes, de DC Comics, es la que ha quedado fija en la mente de los lectores, y sobre la que se ha vuelto cada vez que se necesitó un regreso a los orígenes. El peso de su labor en esta etapa es aplastante, baste decir que casi todos los diseños de los nuevos protagonistas nacieron en su cuaderno de bocetos. Pero además, volcó su afecto hacia otros personajes, los de la Guardia Imperial Shi'ar, por ejemplo, y lo mismo en los Starjammers, en los que transparentó todas sus influencias del cine clásico de aventuras.
Cockrum era un artista que había alcanzado gran notoriedad por su labor en Legion of Super-Heroes, donde destacó por sus imaginativos diseños de personajes, y la elegancia y atractivo con la que retrataba a las protagonistas femeninas. El dibujante había dejado esa editorial debido a un conflicto con el editor Carmine Infantino, quien no quiso devolverle los originales de Superboy #200, trabajo al que había tomado especial cariño, y a que además el mismo Infantino no permitió que trabajara en Marvel y en DC al mismo tiempo.
El nativo de Pendleton era un enamorado de su trabajo, viviéndolo con pasión y entrega, hasta el límite de su resistencia. Su primer abandono de la serie, en 1979, fue exclusivamente porque se sentía sobrepasado por el peso que él mismo se había autoimpuesto. Leída ahora, la simpática y sencilla nota de despedida en X-Men #108 da escalofríos.
Entrando a la cancha
Como dijimos en la entrada dedicada a Giant-Size X-Men #1, la colección de los Hombres-X redebutó con un equipo casi completamente nuevo, tanto con componentes que ya habían aparecido con anterioridad pero sin formar parte del grupo, o con personajes de nuevo cuño. Entre ellos encontraríamos a Wolverine, creación de Len Wein que había debutado meses antes en The Incredible Hulk #181, proveniente de Canadá; Kurt Wagner, el elfo teleportador alemán; Sean Cassidy, Banshee, residente estadounidense pero irlandés hasta la médula; Ororo Munroe, antaño adorada como diosa del trueno en Kenya, que adopta el nombre código Storm; el honorable Shiro Yoshida, Sunfire, representante de Japón; Piotr Rasputin, la poderosa masa de acero ruso apodado Colossus; y John Proudstar, un orgulloso nativo norteamericano natural de Arizona. De la primera génesis, solo se mantendría Cyclops, dado la iconicidad que tenía como líder del equipo anterior.
Al final de GSXM #1, Warren Worthington planteaba una graciosa pero aterrizada pregunta: ¿Qué harían con trece Hombres-X? Ese era, en efecto, la cantidad de mutantes en la Escuela de Xavier una vez que los originales fueron rescatados de Krakoa, y planteaba una duda razonable. Wein lo tenía claro: de los cinco estudiantes iniciales, solo Scott se mantendría, pues la idea era darle el protagonismo a los recién llegados. Y ni siquiera a todos ellos, pues ya sabemos que alguno perdería la vida en la primera aventura, lo que significó a su vez toda una declaración de intenciones. El hecho que en los más de 60 números originales no viéramos caer a ningún protagonista, y que acá ocurriera casi de inmediato, sería la prueba empírica de que una nueva había comenzado.
Luego de zanjado ese asunto, y de que en X-Men #96 las riendas creativas fueran exclusivas de Claremont y Cockrum, el primero enfiló la serie hacia los rumbos que creía eran los correctos. Así, desechó la idea primigenia que tenía el anterior escritor acerca del carácter de los personajes. Para Wein, por ejemplo, Colossus debía estar situado en el rol de la estrella; Storm debería ser la chica del grupo, pero en el sentido más peyorativo del término; Nightcrawler debía ser un demonio atormentado, amargado y huraño; y Wolverine debía ser el pendenciero del equipo, equivalente al rol de The Thing en Fantastic Four, o Hawkeye en Avengers. Lo cierto es que una vez los personajes estuvieron en sus manos, emprendería un camino diametralmente distinto a ese plan, avanzando hacia allá de forma lenta.
Como en todo proyecto nuevo, guionista y artista debieron usar sus primeros episodios para tomar el pulso de la serie y acomodarse a la colaboración mutua. Fueron episodios en que se buscaron los elementos que permitirían funcionar a los protagonistas y su entorno, al tiempo que se retomaron elementos de la etapa anterior, aunque convenientemente modernizados. Tal fue el caso de Jean Grey, que volvió a casa apenas unos meses después de haberse despedido, con una personalidad muy diferente a la de la chica recatada que habíamos conocido antes. Lo mismo ocurriría con Kaos y Polaris, que se dejarían caer de una forma bastante inesperada.
Así, las premisas ideadas por Wein fueron cayendo una a una, especialmente las referentes a los nuevos miembros. Wolverine, por ejemplo, poseería una furia asesina que le podría llevar a despedazar a un enemigo, y que sus garras formaran parte de su cuerpo fue otra sorpresa que salió, literalmente, de la manga. Al contrario, Nightcrawler poseía un carácter amable y soñador. Cockrum lo sindicaría de inmediato como su favorito, y se identificaría tanto con él, que no tardaría en asignarle algunas características de si mismo, como su afición a la esgrima y al cine. Incluso, a través de Kurt encontró la manera de mostrar cameos de actores famosos de la época.
Mucho de ello se debió a que el escritor sabía que su compañero era un maestro del dibujo, de cuyas virtudes debía beneficiarse, por lo que acomodó las tramas al gusto de Cockrum, algo similar a lo que ocurriría más delante con John Byrne. El buen Dave era un maestro en el diseño de naves espaciales, por lo que Claremont pobló de ellas las pesadillas de Xavier, en un presagio a la llegada de una raza alienígena que se convertiría en una de las claves de los mitos mutantes. Por el contrario, en estas primeras épocas no ahondó demasiado en el tema del racismo, ya que aburría a Cockrum, quién no entendía por qué los mutantes debían ser odiados, mientas los 4F o los Avengers eran amados.
Con todo, la serie avanzaba rauda a su primer hito numeral, nada menos que la publicación del #100. Para ello, el escritor trajo de regreso a los Sentinels, unos villanos iconos de la persecución de la raza mutante, y que desde su debut en The X-Men #14 habían cambiado sustancialmente, sobre todo gracias a su espectacular representación por parte de Roy Thomas y Neal Adams en los últimos números previos al congelamiento de la colección. Pero más allá de la reaparición de estos robots, la trama de este número destacaría por otro motivo: por ser una verdadera catarsis en que lo viejo daba paso a lo nuevo, conceptualizado por una batalla entre los X-Men originales y los recién llegados.
Quienes recién venían descubriendo la cabecera estaban agradados por el dinamismo que esta entregaba; sin embargo, una importante facción de lectores veteranos creían que los nuevos X-Men no habían hecho más que usurpar el espacio a los auténticos, los que ellos conocían. Ese enfrentamiento fue plasmado por Cockrum, tanto en portada como en interiores, con impactantes imágenes en que los unos y otros compartían espacios simétricos, en signo de cuan equilibrada estaba la contienda. La resolución del conflicto, tan imaginativa como definitiva, enviaba un claro mensaje a los que añoraban el ayer: los nuevos X estaban aquí para quedarse, y todo vestigio del pasado no sería mas que un componente sobre el cual pavimentar el futuro.
Hechos clave
Y justamente, los puristas no estarían 100% descontentos, pues entre los hechos históricos ocurridos en esta etapa, varios estaban ligados al pasado. Al cumplirse el primer año del relanzamiento de la cabecera, los lectores asistieron al regreso de Jean Grey, el único miembro del equipo original falto de atención, dado que Iceman y Angel habían encontrado su lugar en The Champions, mientras que Beast haría lo mismo en Avengers. Aunque la pelirroja seguía unida sentimentalmente a Scott Summers, no aparecía regularmente en ninguna parte. Claremont era de la idea que Jean pertenecía a una era en que las heroínas servían como mera comparsa, por lo que se planteó recuperarla mediante un proceso de modernización que ya se percibía en la aventura de los centinelas, y que se completaría con su renacimiento como Phoenix.
Llegados a X-Men #101, la otrora acartonada señorita Grey aparecía como una mujer empoderada e independiente, no solo capaz de disputar el protagonismo de tú a tú con sus colegas varones, e incluso imponer su criterio, sino que sería sindicada como el miembro más poderoso del equipo. El cambio de nombre, de Marvel Girl a Phoenix, evitaría que la confundieran con Ms. Marvel, personaje creado durante los años perdidos de los X —denominaremos así al período en que los X-Men no tuvieron serie propia—, sino que además iniciaría un largo recorrido que culminaría en el epitome de las aventuras mutantes: La Saga de Phoenix Oscura.
Además de otros héroes, como Alex Summers y Lorna Dane, por supuesto que también habría movimiento en el apartado de los villanos. En estos primeros compases se había producido el retorno del Conde Nefaria, los Sentinels, o el Juggernaut. Pero quedaba una deuda pendiente que tarde o temprano debía ser saldada. Si los alumnos de Xavier tenían un enemigo por excelencia, este era Magneto, quien fue la primera amenaza a la que se enfrentaron los Hombres-X poco después de nacer, y con el que se habían visto las caras en varias ocasiones posteriores. Quizá su momento de mayor importancia fue en la corta etapa de Neal Adams, donde pudimos ver el rostro que se ocultaba bajo el casco. Pero sin embargo, desde entonces el personaje sufrió un duro revés, que complicaba el proceso de recuperación.
En efecto, durante los años perdidos, Magneto se enfrentó a los Defenders y al Profesor Xavier en Defenders #15 y 16, de 1974. En sus paginas, el Mutante Alfa, criatura creada por el propio villano para que le convirtiera en el amo del mundo, adquiría un grado de poder e inteligencia tan elevado que juzgaba a Magneto como un ser egoísta y arrogante, que se comportaba como un niño y debía ser tomado en cuenta como tal. Por ello, antes de desaparecer hacia las profundidades del espacio, Mutante Alfa revertía a su infancia al Amo del Magnetismo, y a su Hermandad de Mutantes Malvados.
Para recuperarlo de tan aciago trance, Claremont ideó una solución más o menos factible, con la que además logró hacer realidad uno de los sueños de Cockrum, que era devolverle al cabeza de cubo todo el esplendor que le correspondía como némesis del grupo. El dibujante se volcó por completo a la tarea, a tal nivel de logar que la página en que se producía su regreso fuese una de las mejores planchas que dibujó jamás. Para la cubierta de X-Men #105, Cockrum llevaría a cabo además un homenaje a la portada de The X-Men #1, solo que los miembros del grupo original serían reemplazados por estos nuevos componentes.
Llegando al recambio
En este punto, se hace necesario aclarar un asunto importante. Pese a lo que pudiera parecer, los nuevos X-Men no fueron un superventas inmediato. Desde su irrupción en 1995, y hasta tres años después, se mantendría con una cadencia bimestral, aquella reservada por Marvel a sus cabeceras con resultados económicos discretos. Su evolución comercial fue lenta, con avances progresivos y constantes. Fue durante la etapa posterior, de Claremont y Byrne, cuando la aceptación de los mutantes comenzó a crecer de manera exponencial, aunque la consolidación definitiva no se produciría hasta finales de la misma.
Como dije anteriormente, los lectores veteranos extrañaban a la alineación original, cosa evidente al revisar las cartas publicadas en el correo de lectores de la época. Algunos dejaron sus prejuicios atrás, pero hubo otros que reclamaron con vehemencia el ultraje que los autores habían perpetrado a sus héroes. Afortunadamente para nosotros, en ese entonces los períodos de gracia antes de cancelar las series era bastante mayor al de hoy, dándole la oportunidad a las colecciones y creadores de lograr una consolidación. Además, el núcleo duro de los fans más críticos estaban siendo compensados con otros muchos entusiastas compradores, que supieron entender el producto que se les presentaba como diferente, excitante y adulto.
Lamentablemente, y pese a que la colección salía cada dos meses, el dibujante fue necesitando plazos de entrega cada vez más amplios, debido a que su grado de implicación en la obra fue superlativo. Se esforzaba al máximo para conseguir el mejor resultado en cada entrega, y el desfile de conceptos, escenarios y artefactos era incesante, pero fue esta misma sobrecarga y autoexigencia lo que lo llevó a un punto del que le fue imposible salir.
Por ello, se debió colocar una aventura de relleno en X-Men #106, de 1977, escrita por Bill Mantlo y dibujada por Bob Brown, que llevaba dos años en el congelador. Ya en el siguiente número tuvo la irrupción en sociedad del Imperio Shi'ar, lo que respondió nuevamente a las inquietudes de Cockrum, amante de las space operas, y que ya tenía en su cuaderno de bocetos diseños de naves espaciales en forma de escarabajo, y alienígenas con plumas en la cabeza. El dibujante tardó tanto en terminar este X-Men #107 debido a que tuvo un bloqueo por la complicación que significaba la historia. Esto es comprensible porque en las 19 páginas que tuvo aquella entrega encontramos 54 personajes, lo que es un verdadero reto para alguien tan meticuloso como Cockrum.
Finalmente, concluida la última viñeta, el artista decidió pedir un receso, algo que comprendieron tanto Claremont como el editor Archie Goodwin. La elección del sustituto no planteó problemas, pues de inmediato surgió el nombre de John Byrne, compañero del guionista en otros cómics publicados con anterioridad, como Iron Fist o Marvel Team-Up. Cockrum pasaría a ocupar una importante labor en Marvel, como diseñador de personajes, artilugios y naves espaciales, tarea en la cual había demostrado su solvencia, siendo además uno de los portadistas más representativos de la editorial.
¿Y que pasó con X-Men? Con Claremont y Byrne en los timones, este último arribando a partir de X-Men #108, la serie seguiría su rumbo a la grandeza, mejorando en cada pagina, en cada número, y en cada saga. Pero esa etapa sin duda merece su propio articulo, que les traeremos muy pronto.
Sin duda, la primera etapa de X-Men de Chris Claremont es uno de los capítulos clave para entender como es que los mutantes pasaron de tener una serie agonizante entre los sesenta y los setenta, a ser dueños de una de las franquicias más famosas del noveno arte en la actualidad. Aunque aún faltaría un pelín para la consolidación definitiva, en este puñado de episodios tenemos todos los elementos que harían al rincón mutante el favorito de los fans. Porque como suele decirse, todo viaje comienza con un primer paso.