Capitán América - Paralelismos con la sociopolítica estadounidense Parte II
En un artículo anterior, comenzamos a analizar los paralelismos entre los hechos políticos y sociales de la historia estadounidense, y las tramas de la serie del Capitán América. Aunque muchos lectores tienen prejuicios debido al supuesto nacionalismo cargante que deberían tener sus aventuras, lo cierto es que el hecho de ataviarse con una indumentaria como la misma bandera americana, y la autoimpuesta profesión de defensor del siempre esquivo sueño americano, le convierten en vehículo apropiado para toda suerte de metáforas y alegorías de guionistas animosos, pero también en blanco de las críticas ideológicas de ingenuos antiimperialistas.
El carácter simbólico del capitán es a la vez la virtud que lo limita, y la imperfección que le engrandece. El personaje en su historia atraviesa toda suerte de vicisitudes demagógicas, incluyendo el desencanto con el gobierno americano, la renuncia al escudo, o la enajenación de su identidad por imperativos administrativos, siempre en función de retratar el mundo fuera de tu ventana.
Ya revisamos el periodo desde 1940 hasta fines de 1970, ahora veremos las décadas posteriores.
Década de 1980
En los 80, la colección del Capitán América comenzó con nuevo equipo creativo, formado por Roger Stern y John Byrne. Ambos eran fans del personaje, y al mismo tiempo habían demostrado ser capaces de realizar cómics de gran calidad. Poco después de iniciar su trayectoria, se dieron cuenta de que a la vuelta de la esquina tenían el #250, y por tanto, debían presentar una historia especial.
Byrne propuso recuperar un antiguo proyecto que fue rechazado en su día, y que tenía por objetivo que Rogers se convirtiera en el presidente de los Estados Unidos. A Stern no le parecía buena idea puesto, que él pensaba que jamás funcionaría: no era el personaje indicado, aunque se pudiese pensar lo contrario. Esa fue precisamente la idea que le gustó al editor Jim Shooter: ¿por qué no realizar una historia donde se pusiera de manifiesto que el Capitán nunca podría ser el presidente de los USA? .
El resultado de la conversación se convirtió en una trama donde el nuevo Partido Populista decidió convertir a Steve en su candidato a la presidencia, sin contar con el consentimiento de éste. Al final, el supersoldado debió negarse públicamente, diciendo que su forma de actuar como héroe legendario era básicamente incompatible con el cargo de presidente. Lo curioso es que por ese tiempo, los Estados Unidos vieron como Ronald Reagan se convertía en el nuevo inquilino de la Casa Blanca, aprovechando su tirón popular como actor cinematográfico. En esta ocasión el personaje de ficción fue más consecuente que el existente en la realidad.
Al cabo de algunos años, la presencia de Reagan como máximo mandatario ya había destilado toda una nueva forma de proceder, que no agradaba a una gran parte de los estadounidenses. Lo cierto es que el país del norte había experimentado una cierta regresión política, y en muchas de sus estructuras parecía que los años 70 no hubieran servido de mucho. El caso es que a mediados de los ochenta la situación ya era abiertamente distinta.
Tal acontecimiento fue reflejado de la colección del Capitán por el guionista Mark Gruenwald, quién pensó que era el momento de actualizar al héroe de las barras y las estrellas. Para conseguirlo, inicia una historia donde una comisión especial requería la presencia de Steve, para anunciarle que a partir de ese momento ellos controlarían sus movimientos con una mayor atención. El gobierno quería el Centinela de la Libertad se convirtiera en su mascota, algo así como una especie de mecanismo sin cerebro que acatase cualquier orden sin rechistar. Tal y como la gente que no tenía idea pensaba que funcionaban sus aventuras.
Obviamente, Rogers no pudo aceptar tal mandato, y por tanto tuvo que devolver su traje e identidad pública. A continuación, dicha comisión decidió que John Walker fuera el nuevo Capitán América, es decir un abanderado perfecto para los Estados Unidos de Ronald Reagan. Tal afirmación queda bien sintetizada en el siguiente comentario de Walker: "Si el Tío Sam quisiera que yo fuese Mickey Mouse, lo sería". Sin duda una aplastante declaración de principios.
El caso es que Steve se volvió a convertir una especie de opositor al gobierno del país que había simbolizado durante varias décadas. Por eso, algún tiempo después se convirtió en El Capitán a secas, y así se mantuvo hasta el final de la historia. Esta saga puso de manifiesto que el gobierno de Reagan había querido monopolizar y utilizar una serie de conceptos, como por ejemplo el del patriotismo, convirtiéndolos en una caricatura de sí mismo. La imagen que los USA mostraron durante la parte central de los años 80 sólo podía ser personificada por John Walker.
De todas formas, toda esa carga de crítica política hacia el poder establecido se convirtió en una especie de oasis en el desierto. Tras el final de la Saga del Capitán, Gruenwald se centró en historias bastante intrascendentes que llevaron al héroe del escudo a un callejón sin salida. Toda la creatividad desarrollada en los últimos años de la década se centraron en convertirlo en niño. o en lobo, según le parecía. Y no olvidemos la época en que usó una armadura, cuando el suero del supersoldado se había vuelto contra Rogers, haciendo que su cuerpo entrara en una fase de degeneración, quizá como una metáfora de lo que ocurría con la serie...
Década de 1990
Afortunadamente, esta época terminó con la llegada de Mark Waid, quien quiso volver a la fórmula que conjuga las aventuras trepidantes, con un cierto sentido político, y conceptos como el patriotismo, la justicia y la honestidad. En particular, la segunda aventura de Waid daba un paso más allá, cuyo título, «Man Without a Country», una vez más daba para dobles interpretaciones. En esta oportunidad, la acción se situaba fuera de las fronteras estadounidenses, pues debido a una conspiración, el Presidente Bill Clinton lo acusa de traición, y lo envía al exilio. Siguiendo la senda del espionaje, el equipo se inspiró en el film de 1994 True Lies, y en la idea de un agente que viva aventuras fuera de Estados Unidos, pero que aún así lo defienda a través de misiones encubiertas, y que en algún momento tenga que limpiar su nombre.
La historia además capturó muy bien el zeitgeist que por entonces tenía su país natal, puesto que gracias a series como The X-Files la palabra conspiración estaba a la orden día. Además, la participación de la nación en la reciente Guerra del Golfo, y el comportamiento internacional errático desde la Guerra de Vietnam, hizo que el público no estuviese del todo confiado en la política exterior del Tío Sam.
Década del 2000
La nueva década arrancaría con el que quizá sea el hecho más importante de la historia estadounidense moderna, los atentados al World Trade Center del 2001. Y como no, Steve Rogers se vería tremendamente impactado. La editorial decidió relanzar la cabecera de Captain America bajo su sello Marvel Knights, otorgándole un enfoque con una mirada más adulta, seria y crítica de la sociedad norteamericana, y el contexto sociopolítico que estaba en plena ebullición durante el 2002, tras el 9/11 hacia fines del año anterior. El elegido para este desafío fue el guionista John Ney Rieber, quien había escrito para el sello Vertigo de la Distinguida Competencia.
El guion parte abordando de frente el trágico atentado a las Torres Gemelas, mostrando a Steve Rogers trabajando en las labores de rescate entre los escombros de los edificios. El primer arco, titulado "Enemy", es un intento de buscarle sentido a las muertes ocasionadas por el atentado, utilizando para ello constantes monólogos y reflexiones internas de Steve, situándonos en su punto de vista, y explorando su psique al enfrentar los hechos y las repercusiones que esto produjo en la sociedad.
Posteriormente, y tras un salto de 7 meses, el Capitán América debe enfrentar un nuevo ataque terrorista en suelo americano, donde una serie de pistas lo llevarán a descubrir la mente tras estos nuevos ataques, creando un escenario donde Steve tiene esperanzas de que esta vez sí podrá a hacer algo para salvar el día. Ambos arcos están recopilados en el tomo Capitán América: El Nuevo Pacto.
La serie guía una lectura rápida que prefiere enviar un mensaje a través de las acciones en lugar de sermonearnos sobre lo que es correcto en una situación tan compleja como lo es la “guerra contra el terror”. Ney Rieber aprovecha la ocasión para hacer que sus lectores se enfrenten a ciertos cuestionamientos éticos y morales sobre lo que el aparato armamentista de E.E.U.U. causa alrededor del mundo, planteando la incómoda pregunta de cuánta responsabilidad tienen ellos mismos como sociedad ante este tipo de atentados.
Por supuesto, el guionista es lo suficientemente inteligente como para no enviar al Capitán América a golpear a Osama Bin Laden en la quijada. La Edad de Oro ha quedado atrás, y las exigencias de los lectores han ido cambiando, particularmente en un sello de corte más maduro como lo era Marvel Knights. En cambio, crea una amenaza terrorista internacional que permite crear paralelos con la situación surgida por el 9/11, configurando a ésta como una entidad anónima, sin país ni afiliación política o religiosa específica, para no apuntar con el dedo a nadie ni caer en comparaciones burdas.
Una de las consecuencias del 9/11 fue la nueva y agresiva política de defensa estadounidense, conocida como la guerra contra el terror. Esta tenía su cara más visible en una fuerte represión contra personas de origen árabe, tanto en países en conflicto como dentro de sus fronteras. Rápidamente surgieron voces de denuncias, que se cristalizaron con evidencias de torturas y detenciones ilegales en el complejo penitenciario de Guantánamo.
Ahí es donde el escritor Robert Morales, quien tomó el relevo en guiones, llevó al buen Capitán. Cuando la ciudadanía de un historiador de origen iraquí es revocada bajo las nuevas leyes antiterroristas del gobierno, el ejército quiere enviar a Rogers a Guantánamo, para que asista al juicio político, y así aliviar las críticas de la opinión pública. Pero una vez ahí, la realidad se muestra más retorcida de lo que parecía a primera vista, llegando a interactuar con el mismísimo Fidel Castro.
El mismo Morales se haría cargo de otro hecho vergonzoso de la milicia estadounidense, como es el trato vejatorio que han sufrido los soldados de color, ya desde la época de las grandes guerras. Para ello, en 2003 escribió la miniserie Truth: Red, White & Black, en que contó con la compañía de Kyle Baker en dibujos.
Morales toma como inspiración el caso del Experimento Tuskegee, un estudio clínico llevado a cabo entre 1932 y 1972 en Alabama. Llevado a cabo por el Servicio Público de Salud de Estados Unidos, 600 afroestadounidenses, en su mayoría analfabetos, fueron estudiados para observar la progresión natural de la sífilis si no era tratada. El Experimento, acusado como “posiblemente la más infame investigación biomédica de la Historia de Estados Unidos”, trajo como consecuencia el Informe Belmont de 1979 y la creación del Consejo Nacional de Investigación en Humanos y de Revisión de Protocolos de Investigación.
La lógica es inquebrantable al análisis. Si entre 1932 y 1972 pudo llevarse con total impunidad un experimento como lo sucedido en Tuskegee, ¿por qué no pudo pasar lo mismo en el Experimento del Supersoldado? Los autores nos presentan un apartheid social, disfrazado con los colores de la libertad, cristalizado en un grupo de soldados de raza negra y cómo son elegidos como conejillos de indias para la creación del suero del supersoldado. Con escalofriante veracidad, vemos el trato que tenía la sociedad con la gente de color, tratándolas como algo inferior, casi infeccioso. Estas cuotas llegan a ser tan altas que los generales y científicos que llevan el experimento, no tratan de hacer un mayor esfuerzo en ocultar el destino mortal de estos soldados que nacieron en la peor época.
Terminado el experimento, con pocos sobrevivientes y teniendo en su poder el suero, el ejército de los Estados Unidos los envía a pelear tras líneas enemigas, revelándoles quizás una de las verdades más devastadoras como norteamericanos: los nazis y el imperio yankee no son tan diferentes y guardan muchos paralelismos. En el fondo, no son más que soldados negros que no le importaban a la milicia o a la sociedad.
Luego saltamos un par de años adelante, hacia la monumental etapa de Ed Brubaker —cuya guía de lectura puedes ver aquí—, una era moldeada principalmente por un ambiente de espionaje. Sin embargo, el escritor no dejó de sumar algunas píldoras políticas entre sus guiones, que sirvieron para engrandecer su trabajo.
Por ejemplo, tenemos al villano Aleksander Lukin. Introducido en el primer número de la etapa, Lukin es un vestigio de la Guerra Fría, nacido de los incendios de la Segunda Guerra Mundial. Estos rasgos son comunes para los adversarios del Capitán América, pero lo que distingue a Lukin es su papel como Director Ejecutivo de la poderosa y de gran alcance Kronas Corporation.
Kronas condensa la peor parte de las grandes empresas, con manejos oscuros, inmunidades internacionales e incluso su propia subsidiaria de compañía energética, Roxxon. Estar al frente de esta poderosa casa lo convirtió en un nuevo tipo de villano, uno que parecía surgir del frente de las páginas de periódicos de la vida real. Lukin, Kronas y Roxxon parecían hacerse eco de los peligros y temores que azotaron a la nación a raíz del escándalo de Enron, Halliburton y el creciente complejo industrial militar del siglo XXI.
Sin embargo, estas historias no fueron estrictamente sobre vilipendiar a las corporaciones, o crear odas sobre el Capitán América contra el empresariado. En cambio, lo que hizo que estas tramas fueran poderosas fue su capacidad única de lograr resonancia con la audiencia. Las historias no se detuvieron para calificar a las compañías buenas y las malas, sino que se basaron en los titulares del mundo real y extrapolaron las lecciones más amplias que la nación había aprendido. Más adelante, incluso, Marvel se vería envuelta en una polémica relacionada al Tea Party, debido a un cartel que apareció en un panel, supuestamente por error.
Y así, llegamos al que quizá sea el evento más grande de Marvel, Civil War. Su trama vino a ser el epítome de la discusión de seguridad versus libertad, tema tan en boga en la sociedad gringa desde el 11-S. En ella, Rogers tuvo una actuación destacada, como cara visible de los héroes que se oponían al Acta de Registro de Superhumanos, que era el reflejo marveliano de la polémica Patriotic Act, firmada por el mandamás George W. Bush.
En sus páginas, el Capi volvía a ponerse en contra de su gobierno, siguiendo siempre sus ideales de libertad. Para nadie es una sorpresa el desenlace de la historia, y más aún los hechos del Captain America #25, que llevarían a Steve a pagar el mayor de los precios en aras de sus principios, y de la gran responsabilidad que conlleva su poder.
Década del 2010
Luego de la etapa de Rick Remender, principalmente enfocada en la ciencia ficción, la serie del Capi recuperó su bagaje político de la mano de Nick Spencer. El guionista hizo gala de su propia experiencia como político demócrata, y candidato para ocupar un puesto en el Consejo Ciudadano en Cincinnati, para concretar una etapa fuertemente influenciada por el enrarecimiento del ambiente por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
En las páginas de sus dos series —Captain America: Sam Wilson y Captain America: Steve Rogers—, veremos un verdadero desfile de conceptos sociopolíticos, que le dieron un trasfondo sorprendentemente sólido, todo coronado con el famoso Hail Hydra, en aquel Steve Rogers: Captain America #1, que incluso hizo que ciertos acéfalos organizaran quemas de ejemplares de aquel número. Si hizo tanto ruido, debe ser por algo.
No me explayaré más en este punto, pues en el sitio ya contamos con un artículo que analiza en profundidad los componentes políticos de esta etapa. Puedes leerlo aquí.
En la actualidad, estamos disfrutando de la estupenda etapa de Ta-Nehisi Coates. El escritor y periodista afroamericano ya nos dió muestras de su visión de los héroes en una extensa y laureada etapa de Black Panther, pero debido a su particular narrativa, conviene esperar que su periplo con Steve acabe antes de darle un vistazo
Como vemos, las historias del Capitán América a menudo están arropadas con mucho más que un tipo luchando contra los enemigos del imperio. En muchas oportunidades, el héroe de las barras y estrellas ha tenido opiniones divergentes, e incluso se ha opuesto contra su propio gobierno, cuando este actúa fuera de los férreos valores que supuestamente debe representar.
Así que te invito a que dejes tus prejuicios de lado, y le des una oportunidad a alguna obra del Capi. Quizá una vez finalizada la lectura aún así el personaje no te guste, pero al menos, será una decisión informada. Porque ya se sabe: el hombre que no está informado, no puede tener opinión.