"The X-Files: Ground Zero" (1997): al calor del fuego nuclear
En los poco más de tres años en que Topps Comics ostentó la licencia para publicar cómics basados en la exitosa serie The X-Files, sin duda que tiró toda la carne a la parrilla. Los conocidos problemas de producción por el excesivo celo con que Fox y Ten Thirteen —la productora dueña de la marca— tenían a la hora de aprobar el material, no fue impedimento para que la línea tuviera un gran éxito. No contentos con editar una serie abierta mensual —con sus correspondientes anuales y especiales—, una segunda serie adaptando los episodios televisivos e incluso la novela gráfica "Afterflight", también produjeron una serie limitada que trasladó a viñetas una de las novelas en prosa del show que por entonces engalanaban las librerías del mundo. Hoy repasamos The X-Files: Ground Zero, basada en la novela homónima escrita por Kevin J. Anderson y adaptada por este mismo al medio del noveno arte.
Como decíamos, The X-Files: Ground Zero es una miniserie de cuatro entregas, publicada entre diciembre de 1997 y marzo de 1998, escrita por el veterano autor Kevin J. Anderson. La historia no es más que una adaptación de una de las varias novelas que el mismo Anderson había escrito para la franquicia, entre las que encontramos, además, Ruinas y Anticuerpos. Por cierto, esta no es la única colaboración del escritor en los cómics de la franquicia, pues también lo encontramos en las entregas #24 y #25 de la serie mensual, que incluyeron la historia "Family Portrait". El dibujo fue de Gordon Purcell, artista conocido por los lectores habituales, pues ya se venía desempeñando en la serie regular.
En esta aventura, Mulder y Scully deben investigar varias muertes por calcinación. En todos los casos los cadáveres aparecen prácticamente reducidos a cenizas debido a incendios muy violentos y provocados por causas desconocidas. Con la ayuda de Miriel Bremen, prestigiosa científica y activista antinuclear, los agentes descubren la existencia de un proyecto militar secreto cuyo objetivo es crear una devastadora arma atómica exenta de contaminación radiactiva. Sin embargo, sólo Ryan Kamida, un anciano pescador polinesio, conoce la respuesta al enigma.
Ground Zero, además de la serie bimestral The X-Files: Season One, corresponde a títulos que no incluyen tramas originales. En ese sentido, publicar una adaptación de una novela es la definición misma de una opción segura para expandir la línea, lo que siempre es saludable si pensamos en el bolsillo de los inversionistas. Anderson era un escritor experimentado, que había publicado su primera novela en 1988, por la que recibió una nominación al Premio Bram Stoker a la Mejor Primera Novela. Desde 1994, en que realizó su primer trabajo para el universo expandido de Star Wars, la Trilogía de la Academia Jedi, se convertiría en un elemento establecido de aquella franquicia, llegando a escribir cerca de una docena de libros.
Cuando llegó el momento de expandir la marca del show, Anderson fue uno de los primeros escritores en trabajar con Ten Thirteen. Charles L. Grant escribió las primeras novelas originales para la serie, Goblins en 1994 y Whirlwind en 1995. Sin embargo, su trabajo no agradó a Carter y su equipo, quienes rápidamente buscaron un reemplazo. Según el escritor, Chris Carter lo buscó específicamente para trabajar en la franquicia, pues "había leído algunas de mis novelas de Star Wars y pensó que había logrado capturar fielmente la apariencia y sensación de ese universo. Además, trabajé para el gobierno de los EE.UU. durante muchos años en un laboratorio de investigación, tenía una autorización de seguridad, había visitado todo tipo de instalaciones clasificadas y, por tanto, sentí que podía manejar bien gran parte de los antecedentes necesarios para The X-Files".
Quizá por eso, y porque sus novelas X fueron un rotundo éxito —Ground Zero llegó a la cima de la lista de best sellers del London Sunday Times y Ruins a la del New York Times— Anderson disfrutó de un nivel de acceso y libertad significativo, mucho mayor que el que se le otorgó a Stefan Petrucha o John Rozum, los otros guionistas de los cómics de la franquicia. Por tanto, tenía sentido asignarle adaptar su primera novela porque además es un escritor muy versátil, dispuesto a trabajar tanto en cómics como en prosa. De hecho, como mencioné, ya había escrito dos números para el cómic mensual y con posterioridad escribiría una precuela de su Saga of the Seven Suns para la editorial WildStorm en 2002.
La relación preexistente de Anderson con Ten Thirteen probablemente hizo que fuese más fácil para Topps lograr la aprobación de esta adaptación que avanzar con un proyecto original. Además, las ilustraciones más clásicas de Gordon Purcell de los personajes significaba que la editorial no tendría que preocuparse por quejas relacionadas con el arte, cosa que sí ocurrió con el trabajo más personal del otro dibujante importante de la franquicia Charles Adlard.
Sin embargo, no siempre tener todos los huevos en la canasta significa que el resultado será bueno, y la verdad, es que el proyecto se siente torpe e incómodo de varias maneras. Por ejemplo, el guion lucha con poco éxito por capitalizar los ritmos dramáticos de la historia, mientras que los diálogos se sienten mal adaptados al medio del cómic. Ground Zero se lee casi como un primer borrador de propuesta en lugar de un proyecto terminado, con un guion que podría haberse beneficiado de una mano editorial más fuerte para ayudar a maximizar su impacto.
Está claro que el escritor está más familiarizado con la prosa que con la narración en cómics. El guion parece reacio a confiar en Purcell para transmitir toda la información necesaria —con algo de razón, pues aquel es mejor ilustrador que narrador— y como resultado, se dedica demasiado diálogo a una exposición forzada que proporciona información innecesaria o que simplemente reitera lo que ya está en la página.
En realidad, estas características están más asociadas a las que encontramos en cómics de muchas décadas pasadas, con narraciones expositivas en que los personajes explicaban absolutamente todas sus actuaciones. Por ejemplo, tenemos escenas como esa en que el científico abre el paquete misterioso y dice exactamente lo que contiene, o donde un personaje explica que las luces parpadean—ambas cosas que debiesen quedar claro con el dibujo—, o aquella donde una víctima necesita contarnos exactamente el motivo para llegar a casa y quitarse la ropa.
Lo anterior deja la sensación de que Anderson fue un poco perezoso a la hora de editar su propia prosa, pues hay varios momentos extraños en los que los personajes se hablan a sí mismos para hacer observaciones aparentemente ingeniosas, que funcionan bien como monólogos internos, pero no como conversaciones. Muchos de los elementos más incongruentes funcionarían mejor si se emplearan cuadros de texto en lugar de bocadillos de diálogo.
Hay otros ejemplos que sugieren que el escritor no está del todo cómodo con el formato del cómic. En particular, los cliffhangers dejan mucho que desear, aunque para ser justos, mejoran a medida que avanzan las entregas. El último es sin duda uno bien utilizado, pero el anterior no nos muestra esencialmente nada que no hayamos visto en el transcurso del mismo número, siendo poco impactante o efectivo. Y para qué hablar del primero, en que el número termina con un pensamiento soso e irrelevante de uno de los personajes, como si el escritor no se hubiese dado cuenta que se la habían acabado las páginas del número. Con un pequeño ajuste, Ground Zero podría estructurarse de una manera más interesante.
La historia en sí es un tópico de terror clásico, la de la venganza sobrenatural. Frecuentemente, The X-Files trató con historias paranormales basadas en culturas extranjeras, a veces trivializando o estereotipando grupos étnicos diferentes, como en los guiones de John Shiban para "Teso Dos Bichos" o "El Mundo Gira". Algo de eso ocurre acá, porque aunque la idea de explorar el impacto de las pruebas nucleares en las poblaciones indígenas es fascinante, se siente un poco barato o grosero presentar esas poblaciones como inherentemente místicas o mágicas. Nunca aprendemos mucho sobre las tribus víctimas, ni tampoco se profundiza en la responsabilidad de los gobiernos en este tipo de acciones.
Como en la novela original, el hilo sobre la culpa del gobierno en las pruebas atómicas y elemento místico se establece más como causa y efecto para la venganza, que como una crítica a la actitud colonialista que aún hoy tienen las llamadas potencias mundiales. Claramente esto es porque la obra está pensada como un mero producto de entretenimiento, y como probablemente le estemos pidiendo más de lo necesario en ese aspecto, no es un elemento que deba ser considerado para decidir si leerla o no.
Aunando lo anterior, creo que el principal problema es que es una adaptación demasiado literal de la novela. La historia es entretenida, y es perfectamente verosímil en el mundo de The X-Files, es solo que se nota que Anderson no fue muy capaz de plasmarla con solvencia al lenguaje del cómic. Al igual que las adaptaciones de películas, por ejemplo, es importante que los autores pueden agregar algunos elementos de su cosecha para aderezar la narración, y por ello hubiese sido mejor que el traspaso estuviese a cargo de un autor más cercano a las viñetas. Quizá al escritor le faltó una visión externa de la obra, ámbito en que un tercero habría sido un buen aporte.
Al igual que en el material fuente, Mulder y Scully están muy bien representados, ya que el autor se acerca bastante a la forma de pensar y actuar de los agentes, entregando diálogos y situaciones que recuerdan perfectamente al show. Como ya dijimos, la trama nos lleva hacia el corazón de la serie, con experimentos militares, hombres de negro y tecnología alien incluida, aunque podríamos puntualizar algunos detalles menores. Por ejemplo, algunos datos del pasado de Scully difícilmente podrían encajar en el canon que ya conocemos, pues que haya sido miembro de un grupo antinuclear se hace difícil de creer dado el extremo respeto que siempre profesó a un padre de estricta y disciplinada carrera militar.
En el apartado artístico, el dibujo de Gordon Purcell mantiene su línea clásica y retro, lamentablemente más pendiente en retratar a Mulder y Scully parecidos a sus contrapartes televisivas, que en buscar una narrativa audaz o dinámica. El artista era un habitual de la franquicia, pues fue el dibujante principal de la segunda mitad de la serie regular, entregando un trabajo similar. Los que marcan realmente la diferencia son el entintador Larry Mahlstedt, y los coloristas Mark Wheatley y Damon Willis, quienes imprimen a las páginas una estampa antigua, como si de un serial de misterio de los años cincuenta o sesenta se tratara. Sin ir más lejos, me recordó poderosamente a entregas clásicas de Dr. Mortis.
Con sus tintas abundantes, colores opacos y oscuros, y los muy logrados efectos digitales en los destellos, sirven muy bien para ayudar en la inmersión de la lectura. Lo que en la serie regular parece aburrido y sin riesgo, acá adquiere una nueva dimensión, al abrazar con decisión el espíritu pulp que muchas veces guió al show televisivo. Quizá a los lectores actuales acostumbrados a dibujos modernos o más superheroicos los espante, pero en el contexto de la historia es muy funcional.
También es necesario destacar las portadas de George Pratt —Batman: Harvest Breed—, que son muy misteriosas y evocativas. El ilustrador, en su estilo pictórico vanguardista y poco habitual en el mundo del cómic mainstream, marca un fuerte contraste con el arte interior. Sin duda, son bastante llamativas, cumpliendo de sobra con su objetivo de invitar a hojear el interior. Dicen que no hay que juzgar los libros por sus cubiertas, y en este caso es verdad, pues las portadas despiertan un interés que no se ve completamente refrendado por el interior.
Antes de concluir, también es bueno hablar de los dos números de la serie regular escritos por Anderson. Como dijimos, estos fueron las entregas #24 y 25, que contienen la historia "Family portrait" (1997). Su trabajo acá no es excepcional ni trata de serlo, pero en cambio, es funcional. Es más eficiente que ambicioso, siguiendo la línea de los productos de la franquicia de la época, más parecidos a un cómic de terror clásico que a un episodio convincente de The X-Files por derecho propio.
Quizá al ser una historia acotada solo a dos números, o por ser una trama pensada directamente para cómics, es que funciona mejor en ritmo narrativo que Ground Zero. Son dos números precisos y concisos, muy aptos para matar un rato de aburrimiento, pero con ningún elemento demasiado destacable. Sin duda, a Anderson le van mejor la prosa que las viñetas.
Con todo, podemos decir que The X-Files: Ground Zero es una miniserie decepcionante. La historia en sí está bien, pero está mal contada, con un torpe manejo de las técnicas narrativas del cómic, tanto en ritmo como en diálogos. Kevin J. Anderson hizo un gran trabajo en la novela original, pero no logró una correcta adaptación a este medio. Asimismo, los dibujos de Gordon Purcell se sienten tan acartonados y aburridos como el que efectuó en la serie regular, pero afortunadamente el entintador y coloristas acudieron en su rescate, logrando salvar la plata, y entregando un apartado artístico de regusto clásico y pulp que encaja adecuadamente con la trama.
Por tanto, solo le recomiendo la miniserie a aficionados muy fanáticos del show. A todos los demás, les sugiero que lean la novela, mucho más interesante pues además de ser una trama pensada originalmente para ese medio, su mayor extensión hace que el argumento avance de forma más orgánica y adecuada.