"The X-Files" (1995) de Stefan Petrucha: viñetas que el gobierno niega conocer
Estamos a mediados de la década de los noventa. El mundo del entretenimiento se encuentra a los pies de una peculiar serie de televisión que surgió un par de años antes y que pasó de salvarse por los pelos de la cancelación a transformarse en todo un fenómeno a nivel mundial. Hablamos de The X-Files, serial que narraba las aventuras de Fox Mulder y Dana Scully, un par de agentes del FBI que investigaban casos aparentemente sin explicación o con componentes sobrenaturales, y a una conspiración por parte del gobierno estadounidense para ocultar la existencia de vida extraterrestre. Pero ahora venimos a hablar de The X-Files de Stefan Petrucha.
Como buen producto exitoso, no pasó demasiado tiempo antes que las calles se llenaran de merchandising asociado, los más interesantes de los cuales fueron las novelas y los cómics, que presentaban historias nuevas e independientes de lo que veíamos semana a semana en la caja tonta. En nuestro sitio hemos cubierto muchas de las colecciones de cómics que han surgido al alero de la X, pero está pendiente una revisión un poco más profunda de la primera de ellas, error que pretendemos subsanar ahora. Empezaremos repasando la etapa del escritor Stefan Petrucha, primer guionista de la colección, que se hizo cargo de un buen puñado de entregas.
El lanzamiento de una serie regular de cómics, para cualquier producto que venga de otro medio como el audiovisual, es sin duda sinónimo de éxito. Para The X-Files no sería distinto, aunque esto tiene menos que ver con las historias publicadas en los propios cómics, por cierto muy interesantes, y más con el mercado estadounidense en los años noventa y el modelo de negocio empleado por Topps Comics, la editorial que logró la licencia y se lanzó a la aventura.
La industria del cómic estaba en su apogeo en la década de los noventa, al menos cuando se trataba de exposición y perfil público. Sólo un par de años antes, X-Men #1 de Chris Claremont y Jim Lee se había convertido en el cómic más vendido de todos los tiempos, con más más de ocho millones de copias comercializadas. Un año después, DC Comics publicó The Death of Superman, un evento muy publicitado que mató y luego revivió al Hombre de Acero, y apenas 12 meses después de eso, Batman entró en la trilogía Knightfall, un evento decididamente espectacular que narró la incapacidad de Bruce Wayne, su reemplazo como Batman y el eventual regreso del Cruzado Encapotado.
Es importante poner esas cifras en perspectiva. Aunque esos 8 millones son una cifra menor para las audiencias de tv, por entonces el modelo de negocio de los cómics los hizo muy rentables. Los sobreprecios eran frecuentes y muchos minoristas especuladores campaban a sus anchas. Bolsas de polietileno para mantener las cubiertas en secreto, portadas variantes o tapas holográficas: por entonces, la escena fue impulsada en gran medida por esfuerzos más comerciales que artísticos, y el énfasis en los cómics como una inversión por parte de grandes medios de comunicación sugirió que la industria era más para coleccionistas que para lectores.
Es revelador que la compañía que obtuvo la licencia de The X-Files fue Topps, una compañía famosa por producir trading cards y memorabilia deportiva. La empresa se había diversificado hacia el cómic en 1993, a medida que la industria crecía y crecía, con la esperanza de licenciar varios personajes y propiedades. La implicación era que la historieta del show había sido diseñado más como un accesorio que como una historia, comenzando por el gran rótulo de "First issue, Collector's Item" en la portada del #1. Sin embargo, la cabecera tendría momentos de brillantez y consistencia que la definen como una extensión digna de la marca.
Si bien al principio el creador de la serie, Chris Carter, se mostraba renuente a licenciar la serie para merchandising a destajo —en una entrevista a Rolling Stone diría que "no quería rebajar el show poniendo el logotipo de X-Files o la cara de Mulder y Scully en cualquier cosa que pudiera tener licencia. Así que rechacé muchas cosas, como calzoncillos y otras baratijas"—, tarde o temprano tendría que ceder. En este contexto, un spin-off en cómic tiene mucho sentido, pues estos tienen una valía artística por derecho propio y el mercado, aunque aún era una industria de nicho, era lo suficientemente grande como para que hubiera cierto caché cultural asociado a ellos.
Así, los primeros cómics de la franquicia fueron lanzados por la hoy desaparecida editorial en enero de 1995. Estos llegarían en forma de una serie regular mensual, con historias originales y que se extendió por 41 números, acompañados de dos anuales, tres digests, una novela gráfica, nueve adaptaciones de capítulos de la tv y una miniserie basada en una de las novelas de Kevin J. Anderson. El primer encargado de los guiones en The X-Files fue Stefan Petrucha —Meta-4, Making God—, escritor que ya había trabajado en Topps en los argumentos de Duckman, aunque es un autor más prolífico en el ámbito de las novelas. Inicialmente, se le ofreció el cargo de escritor al legendario Peter David, pero una vez que este declinó la oferta, Petrucha aceptó con entusiasmo.
"Me enamoré del show desde el primer episodio", diría el guionista en una entrevista al sitio Meanwhile... "Después del segundo, pensé que sería un gran cómic y, dada mi predilección por lo paranormal, pensé que me encantaría escribirlo. Entonces, llamé al editor de Topps, Jim Salicrup, y le sugerí que intentara obtener los derechos. Vio el show y estuvo de acuerdo. Aparentemente, durante las negociaciones, Ten Thirteen y Fox quedaron impresionados con el conocimiento que teníamos sobre el programa. Al principio se habló de conseguir que un escritor de renombre hiciera la tarea, pero finalmente lo conseguí."
La etapa de Stefan Petrucha en The X-Files abarcó 23 números, repartidos entre The X-Files #1 al 16, The X-Files Annual #1 y 2, The X-Files Comic Digest #1 y 2, la novela gráfica The X-Files: Afterflight, y especiales para las revista Hero Illustrated, Wizard y TV Guide. Su principal colaborador en la parte gráfica fue el artista Charlie Adlard, hoy una superestrella debido a sus trazos en The Walking Dead. Adlard se quedó en el título un poco más, aunque ya no era el único ni el principal dibujante después de que su compañero se fuera. La calidad del cómic, como suele ser habitual en series regulares, varía de una entrega a otra. Después de todo, siempre existirán muchas limitaciones para escribir una obra derivada un programa de televisión masivo. Hubo un par de historias que fueron más o menos genéricas, pero en general, el par logró mantener las cosas muy interesantes.
El trabajo del escritor constó de historias independientes de la versión televisiva, con números unitarios o pequeños arcos argumentales de hasta tres números. A pesar de las restricciones impuestas por Carter y su equipo, el guionista se las arregló para inventar una especie de mitología propia, que conformó un gran macroarco argumental durante los primeros 12 episodios. Por esas razones, esta mitología estaría apartada de la serie, aunque tendría sus similitudes al estar plagada de conspiraciones, experimentos y encubrimientos orquestados por aquel gobierno que niega tener conocimiento.
Sus guiones son sin duda lo mejor de toda la producción de Topps, y han envejecido bastante bien, manteniéndose en el podio de los mejores cómics de la franquicia. Petrucha, siempre acompañado de Adlard, fue muy prolífico durante el primer año y medio de la publicación, y de hecho, ambos parecían estar en casi todos los proyectos X, lo que parece una locura en la era actual en la que tener doce números consecutivos del mismo equipo es casi imposible. De esta manera, la editorial se aseguró que existiera consistencia creativa entre todos los títulos, lo que sin duda fue la clave de su éxito inicial.
Desafortunadamente, todo cambiaría después del decimosexto número de la serie mensual. Ten Thirteen, la productora dueña del programa The X-Files, vetó a Stefan Petrucha y lo despidió, reemplazándolo con el creador de Xombi y Kobalt, John Rozum. El guionista ya había terminado Afterflight, pero esta quedó en hiato debido a los desacuerdos entre la artista Jill Thompson y la productora. "Decidí irme justo después de que me despidieran. Para ser honesto, sabiendo el alcance de sus objeciones, cada vez era más difícil arrastrarme al procesador de textos y producir lo que creía que era un buen guion. Mi estadía y la relación probablemente terminaron en el momento justo."
Para ser justos con Ten Thirteen, es fácil ver por qué el enfoque del equipo creativo no era de su agrado, aunque obviamente no puedo estar de acuerdo con su decisión. La tendencia con los productos licenciados es ir a lo seguro, creyendo que los derivados existen únicamente para servir al show. La idea es ofrecer una copia de lo que está disponible en televisión, algo que se pueda vender a completistas o fanáticos incondicionales que no tenían suficiente con su ración semanal de Expedientes X.
En cambio, los cómics de The X-Files a cargo de Stefan Petrucha no responden a la fórmula estándar de adaptaciones televisivas. Al menos en un principio, no se trataban simplemente de episodios del "monstruo de la semana" traducidos a viñetas, sino que intentó construir una versión del show desde cero, adaptando sus historias al medio y jugando con los toques estilísticos que diferencian a los cómics de la televisión. Historias como la trilogía "Firebird" —una de las favoritas del escritor—, "A Dismembrance of Things Past" o "One Player Only" funcionan muy bien en forma de arte secuencial, pero no así en una producción de imagen real.
Además, su trabajo es denso. Los guiones son muy comprimidos, y no dan concesiones al lector debido a su ritmo rápido y mínima exposición. De hecho, en algunos casos se necesita una segunda lectura para procesar realmente lo que el escritor está contando y sus detalles más finos solo encajan en las relecturas. Este tipo de profundidad es muy gratificante y cuesta entender el pensamiento de los ejecutivos de Fox y Ten Thirteen para que se hayan hecho problemas por eso, mas allá de los dólares que perdieron por algún lector más casual que solo buscaba más de lo mismo de la tv.
En la misma entrevista con el sitio Meanwhile..., Stefan diría que tuvo problemas con Fox "más de una vez. Hubo discusiones importantes sobre varios temas del cómic, y a medida que el éxito de la serie crecía, me sentía cada vez más acorralado. Era una situación extraña, ya que mi editor Dwight Zimmerman era el que hablaba con Fox y Ten Thirteen. Me quedé fuera de las reuniones por el consejo de Topps, pero ahora me doy cuenta de que fue un error y que debería haber estado en las conversaciones desde el principio. En general, todavía estoy muy satisfecho y orgulloso de los resultados. Desde entonces, los personajes han cambiado mucho en la serie, pero el cómic se destaca como mi versión particular de ellos."
"Recibíamos más de 300 cartas al mes, y la mayoría de ellas comenzaron diciendo: ¡Es genial lo bien que tratas a los personajes! ¡Puedo escuchar sus voces mientras leo!", continúa el guionista. "Sentí que era fiel al programa y a los personajes, y aparentemente muchos lectores también. Al final, los únicos que conozco que no lo sintieron, por desgracia, eran los dueños de la propiedad. Tanto Ten Thirteen como FOX consideraron que no lo había logrado, una dificultad que propició mi despido."
Guardando las proporciones, estas historias estaban muy en sintonía con lo que publicaban escritores como Grant Morrison y Neil Gaiman en el sello Vertigo de DC Comics, presentando narraciones audaces y ambiciosas que abordan grandes ideas existenciales dentro de un marco no demasiado genérico. Hay una sensación de que Stefan Petrucha interactúa con The X-Files a nivel fundamental, atreviéndose a jugar con la esencia del show de una manera que bordea lo provocativo. "A Dismembrance of Things Past", por ejemplo, se atreve a preguntar si toda la vida de Mulder podría basarse en un solo recuerdo falso y lo que eso podría significar para él. "Feelings of Unreality", en tanto, se ríe de la idea de complejas teorías conspirativas interconectadas, o como los agentes dicen, de conspiraciones dentro de conspiraciones.
Por este enfoque del material, no es de extrañar que haya una superposición temática significativa entre estas tramas y los episodios escritos para la tv. Hay momentos donde Petrucha está incluso por delante del show y de alguna manera el cómic pareció indicar a dónde iría la serie en su cuarto año: "Firebird" se basa en el incidente de Tunguska antes que los televisivos "Terma" y "Tunguska", así como "Silent Cities of the Mind" y "Home of the Brave" presentan actividades de milicias y supervivientes antes de "The Field Where I Died".
Sus últimos cuatro números incluso cuestionan la idea de monstruos, preguntándose si la humanidad es tan horrorosa que cualquier otro mal sobrenatural es superfluo e innecesario. Aquí hay una ambición increíble y una disposición a toda prueba para insistir con grandes ideas, pues como dijimos, cuando Ten Thirteen insistió en que se mantuviera alejado de la conspiración central de The X-Files, Stefan Petrucha simplemente creó su propia mitología alternativa que usar para contar sus propias historias.
Después de todo, tener dos conspiraciones gubernamentales de alto secreto, que operan independientemente una de la otra, no es menos creíble que si existiese una sola. Inteligentemente, el escritor hizo de esta una de las ideas centrales de su etapa, sugiriendo que este tipo de hombres del saco probablemente sean obras de ficción colectiva o paranoia masiva. El mismo Petrucha admitió que esta no era necesariamente la solución más simple para el problema que enfrentaba, pero sugirió que era la que le daba la mayor cantidad de opciones a la hora de hacer un trabajo fiel a la serie. Habría sido más fácil seguir el esquema del monstruo de la semana, pero eso habría omitido la mitad de lo que hace funcionar a The X-Files y sus propias inquietudes artísticas.
El resultado fue un ambicioso mega arco argumental de apertura, que se desarrolló durante el primer año de la vida del cómic, en que conocimos una conspiración secreta llamada Proyecto Acuario. Aunque no siempre encajó tan bien sus piezas —como en "A Little Dream of Me" o "Trepanning Opera"—, fue una decisión intrépida y osada que nos dejó un legado delicioso.
Aún más, hay una gran consistencia temática en el trabajo de Petrucha y su compinche Adlard. En sus colaboraciones, se pueden rastrear ideas centrales, como en el primer año, que está marcado por las ideas de identidad, realidad y memoria. Los números posteriores están más interesados en cuestiones de humanidad e inhumanidad. Esto es una muestra más del intento de crear algo grande, épico y extenso, en lugar de simplemente ofrecer una imitación de la narración televisiva en formato cómic.
Sin embargo, todas las cosas deben terminar, y una etapa tan poco convencional como esta eventualmente tendría que dar paso a algo que se ajustara mejor a las ideas de Ten Thirteen sobre cuál debería ser la relación entre los cómics y el show madre. Stefan Petrucha sería reemplazado por el veterano escritor John Rozum, quien sufrió de un entorno igualmente restrictivo y problemático, pero logró permanecer en el título hasta su cancelación. Hubo un cambio de estilo notable, y si me apuran, un descenso de la calidad, pero ya habrá otro articulo para hablar de eso.
Respecto del trabajo de Charles Adlard (X-Men: Hellfire Club, Mars Attacks!), podemos establecer que es incluso más osado que el del guionista. Cómo duró tanto en la colección es un misterio, aunque supongo que algo tuvo que ver la influencia de Petrucha, pues luego de la marcha de éste, disminuyó su producción hasta desaparecer. Por supuesto, también tuvo problemas con los ejecutivos del show por el poco parecido físico entre sus Scully y Mulder con Gillian Anderson y David Duchovny, y se rumorea que tuvo que redibujar algunos cabellos y rostros.
Los lectores de The Walking Dead sabrán que es cierto que muchas veces el artista británico falla en los rostros o en las expresiones corporales —a veces, reconocer entre uno u otro secundario se vuelve difícil—, pero en mi opinión esta falencia fue ampliamente compensada con las atmósferas creadas por Adlard, un maestro de las luces y sombras, y que en todo momento recuerdan a la serie. Aquí es importante nombrar también el coloreado de George Freeman, cuyos degradados y efectos digitales entregan todo el ambiente tenebroso y serio que un comic de The X-Files debe tener.
La calidad del trabajo de Adlard quedó patente cuando dejó la serie y en su reemplazo llegaron Alex Saviuk y Gordon Purcell. El arte se volvió más realista, con personajes más parecidos a los agentes, pero con menos expresión en los rostros y un dibujo estático y de aspecto anticuado. De lejos, me quedo con el estilo más dinámico y arriesgado del inglés, porque poco me importa el corte de pelo de Scully si a cambio tenemos viñetas tan grandes como algunas de las que nos entrega.
Por supuesto, en la iconografía del título no podemos dejar de lado las llamativas portadas de Miran Kim, que adornaron las tapas de la gran mayoría de los cómics de la línea. Sus efectivos fotomontajes y pinturas, condensan todo lo que el show madre significaba, con imágenes misteriosas, horrorosas e indescifrables, que hacían imposible no querer hojear el interior. La presencia continua de Kim le daría a la serie un sentido de consistencia y una identidad única que se extendió desde su debut hasta su conclusión, y el solo tener esas ilustraciones en nuestra biblioteca vale el dinero invertido.
Con todo lo anterior, queda de manifiesto que el trabajo de Stefan Petrucha y su compañero Charles Adlard en el arranque de The X-Files de Topps es un gran ejemplo del potencial de los cómics basados en licencias. Son historias que explotan las diferencias entre las artes televisivas y las de las viñetas, y aunque realmente nunca sabremos si podrían funcionar en ningún otro medio, en realidad no lo necesitan.
Estos números contienen ideas claras y grandes, incluso si ocasionalmente no están tan bien ejecutadas. Es una lástima que esto no es lo que los ejecutivos de Fox querían y que Petrucha no pudiera responder por completo a la pregunta de ¿cómo sería The X-Files si fuera un cómic? Eso sí, alcanzó a esbozar la respuesta: sería audaz, osado, y muy diferente a otras obras basadas en franquicias.