"X-Men: The Brotherhood" (2001): revolución, no evolución
En el año 2001, Marvel realizó un relanzamiento de la línea mutante, encabezado por New X-Men de Grant Morrison y Frank Quitely, secundado por Uncanny X-Men de Joe Casey, y con un espacio importante para la experimentación, cuyo mejor exponente fue la renovada X-Force/X-Statix de Peter Milligan y Mike Allred. A esa veta diferente pertenece The Brotherhood, serie de corta vida que mostraría el actuar de una célula mutante terrorista, con un enfoque que nunca se había visto en un título de la franquicia de los Hombres-X.
"Quizá crean que nos conocen. Que esos charlatanes disfrazados, como Magneto y los suyos, son representativos de nuestra gente. Están equivocados. Somos tus vecinos. Tus compañeros de trabajo. Los mendigos que ignoran sin contemplaciones mientras siguen su camino hacia sus trabajos seguros y sin sentido. No nos anunciaremos con brillantes uniformes rojos ni con jactanciosas declaraciones públicas. Simplemente atacaremos. Cuando vean que sus calles están llenas de sangre y sus ciudades en llamas, sabrán que su tiempo se ha acabado. Nos has quitado nuestras casas. Nuestras familias. Nuestro futuro. Ustedes despojan al mundo que debíamos heredar, saqueando los recursos que legítimamente pertenecen a nuestros hijos. A partir de este día, La Hermandad declara la guerra abierta a la humanidad. Su fin no llegará hasta que el poder de gobernar quede en nuestras manos. O hasta que estén, de una vez por todas, extintos".
Así, pisando fuerte, se presentaba en sociedad The Brotherhood, una colección que aspiraba a darles rostro humano a los llamados 'mutantes malvados'. Su idea era presentarlos como personas reales, con problemas y motivaciones verosímiles, anclada en la paranoia anti-mutante, cuando los gobiernos del mundo empezaban a tomarse más en serio el problema del Homo Superior. Esa preocupación social se cristalizaría, por ejemplo, en debates televisivos acerca de la necesidad de prohibir los matrimonios entre mutantes, o la realización de tests sanguíneos para encontrar el gen del factor x.
Lo anterior se verá plasmado en las actividades de La Hermandad, una red de mutantes terroristas que cansados de ser odiados, no esperarán a la naturaleza y buscarán ser los catalizadores del designio que dice que el Homo Superior está destinado a erradicar al Homo Sapiens. Este grupo, con varias células repartidas a través del globo, no pondrá la otra mejilla como pregona el Profesor Xavier, ni buscarán llamar la atención con planes de opereta como la otra Hermandad, aquella de los Mutantes Diabólicos, sino que responden con fuego al fuego. Ser odiados no es un problema cuando tú odias más.
The Brotherhood no es sino uno entre varios intentos que se dieron en la época de ofrecer una mirada distinta acerca del hecho de ser mutante en el Universo Marvel. Su aparición ocuparía el espacio dejado por el intento que no vio la luz de editar NYX, de Brian Wood y David Choe, un proyecto muerto antes de nacer sobre jóvenes portadores del gen-x que se buscaban la vida en las calles de New York, y entre los que figuraban nada menos que Rogue, Gambit y Jubilee. El título sí vería la luz varios años después, pero eso es otra historia. Así mismo, con la intención similar de profundizar en argumentos no superheroicos, se anunciarían a finales de 2001 las miniseries Muties y Morlocks, escritas respectivamente por Geoff Johns y Karl Bollers; y ya en 2002 una nueva X-Factor, sin relación con el grupo ochentero y noventero, escrita por Jeff Jensen.
Lo que distingue a la hermandad es su clara intención de dar la palabra y el protagonismo a los que en cualquier otra colección serían los villanos. La estrategia de lanzamiento incluyó avances publicitarios escritos a manera de panfletos o proclamas revolucionarias, o mensajes fragmentarios de socorro y amenaza. Pero su mayor atractivo publicitario sería el estricto anonimato del guionista. conocido solo como X, con lo que se logró lo que se pretendía: que en los foros de internet se hicieran grandes debates intentando develar el secreto. Se habló de Paul Jenkins, de Bill Jemas, e incluso de Grant Morrison o algún otro guionista top británico, pero lo cierto es que la identidad de X se reveló recién en 2018.
Desde Marvel se alimentó la discusión facilitando 'entrevistas' con X, donde éste explicaba su anonimato asegurando que "¡Lo importante no debería ser solo ver tu nombre en la portada o formar parte de un top ten realizado quién sabe por quién y quién sabe cómo! Todo eso son estupideces, no quiero formar parte del culto a la celebridad que ha invadido la industria. Se supone que lo importante es el material, los personajes, la historia. He decidido no vincular ningún nombre a estos guiones de manera de dejar que las historias hablen por sí mismas".
Como decíamos, recién el año pasado se hizo oficial el nombre del escritor, nada menos que Howard Mackie, quien en una entrevista al portal CBR.com explicaría que "La idea de X fue toda mía. Sentía que en ese momento los cómics se habían vuelto demasiado impulsados por un culto a la personalidad. No diré nombres, pero siento que había revistas —internet no era una fuerza tan grande en ese momento— que impulsaban al estrellato a algunos escritores que lo merecían. Pero otros... El punto para mí era ver si un título podría tener éxito solo con su mérito, sin un gran nombre en la portada."
The Brotherhood tiene una deuda, aunque solo superficial, con obras como The Invisibles, de Grant Morrison, con su banda de terroristas chic que buscan reclutar para su causa a un adolescente que no tiene idea de sus verdaderas capacidades. La célula de Mackie parece un grupo de rock y se identifica con nombres que homenajean a personajes que se han convertido en leyenda de la subversión. Hoffman, el líder, toma su nombre de Abbie Hoffman, leyenda de la contracultura de los años sesenta; su inseparable compañero Orwell, el cerebro viviente, es nombrado así por George Orwell, famoso por sus novelas anti-totalitaristas; Oswald, un piroquinético capaz de prender fuego al mundo por la causa, al igual que su homónimo Lee Harvey Oswald; y Fagin, nombrado como el jefe de los niños ladrones en el Oliver Twist de Dickens, que actúa como el gancho de la Hermandad para acercarse a nuevos reclutas.
Ya desde la entrada, la serie golpeó fuerte a través de impactantes portadas, conformadas por arquitecturas opresivas que sólo dejan ver un pedazo de cielo gris, arcos de piedra que no llevan a ninguna parte, transeúntes fantasmas, y un logotipo semejante a un grafiti subversivo. Sobretodo la cubierta del #1, con ese cartel violentamente rojo, de líneas agresivas, como arrancado de la posguerra soviética y sus propagandas proletarias, y su lema repetido por triplicado: Revolución, no Evolución. Contemplando esta magnífica pieza creada por Bill Sienkiewicz, si algo quedaba claro es que, al menos en un principio, esta no sería una serie-x más, y que correspondería a los equipos creativos hacer realidad el viaje del lector a la pesadilla del sueño mutante.
Pero la verdad es que si la idea de ciencia ficción social prometía mucho y sin duda era interesante tener personajes que no van a colegios caros, no usan trajes para salvar el mundo, y solo buscan una oportunidad de sobrevivir, la ejecución no estuvo a la altura, aunque quizá se debió más a las circunstancias que a la torpeza del escritor. La serie solo duró nueve entregas, que se pueden fragmentar en 3 actos claramente definidos.
Los números 1-3 contienen el impecable arco de apertura, sin duda lo mejor de la serie, con el núcleo de la hermandad embarcados en el reclutamiento de un nuevo miembro, mediante el cual vemos todo lo que ser mutante conlleva cuando no tienes el glamour para ser un Hombre-X. Angustia adolescente, intolerancia, racismo y soledad, todo ello representado por Asher, un quinceañero obsesionado con perder la virginidad que está apunto de descubrir, junto a nosotros, el alcance del odio, del desprecio y el miedo. La segunda saga, contenida en los episodios 4-6, mostraría la actividad de la célula de Inglaterra, pero con un importante bajón de calidad, además de quitar el protagonismo a los personajes que conocimos al principio.
En tanto, en el tercer arco, que ocupa el último tercio de la colección, todo es apresuramiento y necesidad de cerrar tramas. La Hermandad, y en especial su líder Hoffman, intentarán enviar el mensaje definitivo a la humanidad, mediante el asesinato de Doop, de X-Force, quienes actuarían como sorpresivos y, hay que decirlo, anticlimáticos invitados. Sin embargo, el mayor interés será la resolución del conflicto con el némesis de Hoffman, Marshal. Como decíamos, el final se siente precipitado y lleno de hechos que suceden fuera de página, pues lamentablemente la idea a largo plazo para el título se vio cortado por las ventas, no muy boyantes, pero también por los atentados a las Torres Gemelas del 11-S, que produjo cambios a todo nivel en la sociedad estadounidense.
Claramente, los planes para la serie se vieron alterados cuando se decidió que solo duraría nueve entregas. Para empezar, varios personajes ni siquiera vieron la luz, como Gareth Bale, hijo y nieto de mutantes, destinado al Club Fuego Infernal, pero que decide intentar tomar el control de La Hermandad; Will Tretner, un hombre atractivo y popular pero con un secreto inconfesable; o Tracy, hija del Dr. Ludlum, que en un principio iba a tener mucho más protagonismo, pero que finalmente se quedó en una mención y una foto. Asimismo, probablemente la idea era mostrar las actividades de las diferentes células repartidas por el mundo para que esos hechos confluyeran en una trama central, tal y como lo atestigua el segundo arco argumental, pero todo se quedó en nada.
El mismo Mackie reconoce que "Si miras la serie, y yo no lo he hecho en 17 años, para mí fue un tipo de libro diferente. Creo que hoy haría un mejor trabajo, pero ... ¿quién no?. La cancelación fue un acuerdo mutuo entre el editor Axel Alonso y yo, y fue por el 11-S. Tan pronto como Marvel volvió al trabajo, llamé a Axel y le dije que ya no podía escribir un libro sobre terroristas. Si bien parte de lo que quería explorar eran las causas fundamentales del terrorismo, ya no podía escribir una serie en el que se vieran glorificados, ni siquiera un poco".
Pero en realidad, es poco el glamour que exhiben los personajes. Los miembros de la Hermandad, exceptuando a Asher, que sólo llegó ahí por una mala decisión motivada por el rechazo, y Malon, ciega por la venganza, son en su mayoría despreciables, o al menos no mostrándose como buenos ejemplos a seguir. Todos están llenos de filias, fobias y adicciones, donde destaca una vez más Hoffman, cuyos ideales revolucionarios son rápidamente superados por su ego, megalomanía y perturbación. Podemos seguir su historia hasta el final por lo interesante de la obra, pero no porque alguno de los protagonistas nos provoque empatía.
Pero si hay algo que atestigua que la editorial pensaba apostar fuerte por la serie, es el apartado visual, que contó con artistas impecables, con nombres que ya en ese entonces eran estrellas, o que han conseguido ese apelativo de un tiempo a esta parte. Eso es patente ya desde las portadas, en que se conformó un verdadero trío de ases. Bill Sienkiewicz, autor de las cubiertas de las tres primeras entregas, hizo historia del cómic en los años ochenta, y sus ilustraciones siguen teniendo un filo de surrealismo y paranoia. El inglés Glenn Fabry, encargado de las portadas del #4 al 6, es un excelente dibujante y mejor ilustrador, y está asociado en la memoria de muchos aficionados por sus cubiertas de Preacher o Hellblazer. En tanto, las tapas y también los interiores de los ultimos tres capitulos, son obra de Sean Phillips, conocido por sus trabajos en WildC.A.T.S. y Hellblazer.
Respecto del arte interior, también tenemos artistas de sobrada solvencia. El primer arco estuvo a cargo de Esad Ribic, quien a pesar de mostrar un estilo muy distinto al actual, ya daba cuenta de un trazo impecable y perfecto para el estilo de historia que se cuenta, estableciendo el look de la Hermandad, y efectuando el mejor dibujo de la serie. Por entonces, había realizado trabajos para editoriales independientes como Antartic Press, la miniserie Four Horsemen para DC/Vertigo, y un par de episodios de X-Men: Children of the Atom. En la actualidad, ha logrado la fama gracias sus ilustraciones de Thor: God of Thunder y Secret Wars.
En el cuarto número tomará el relevo el argentino Leonardo Manco, con una larga trayectoria tanto en su país como en el cómic norteamericano. Para Marvel, ha trabajado en colecciones de su rincón sobrenatural como Hellstrom, Druid o Werewolf by Night. Su trabajo me parece el de menor calidad del conjunto, pues su trazo grueso, complementado con las abundantes tintas de Jimmy Palmiotti, hacen que las paginas se vean demasiado oscuras y algo difíciles de seguir. Además, el diseño de los personajes que protagonizaron el segundo arco, dibujado por él, tienen un diseño extremadamente cliché, con todas las señas tópicas y típicas de chicos malos: puro cuero, tatuajes, trajes ajustados para las chicas, y un largo etcétera. Incluso Marion, la chica objetivo de la misión, tiene una pinta de malote que no se la puede, lo que le resta cualquier credibilidad que pudiésemos asignarle.
Sean Phillips, ilustrador del último arco, termina de darle a la cabecera una coherencia artística, pues su estilo es bastante similar al de Ribic. Curiosa es su representación de X-Force, y en especial de Doop, mientras que al resto de personajes retrata de manera correcta y agradable. Sin duda, cierra el triunvirato de ilustradores de gran manera.
Para concluir, se puede establecer que The Brotherhood es un experimento interesante, con un planteamiento estimulante pero ejecución irregular. Si bien el apartado artístico es impecable, el enfoque inicial se vió muy lastrado por el fin repentino de la serie, que le impidió desarrollar de manera orgánica la planificación esbozada, y obligó a cerrar de manera atropellada y anticlimática las tramas abiertas. Por otra parte, la obra no tuvo absolutamente ninguna relevancia en el macrocosmos de la franquicia, pues a sus personajes nunca más los vimos, y no hay referencias a ella en otras series X.
No obstante, siempre es bienvenido un vistazo más adulto al eterno tema de la discriminación y la problemática de la no pertenencia, el verdadero leit motiv de las historias de los X-Men, y la intriga de su guionista anónimo contribuyó a darle un gustillo especial. Miniserie intrascendente, pero recomendable para aquellos que quieran mirar al otro lado del espejo del sueño de Xavier.