"Generation X" (2017): el baile de los que sobran
Los ´90 vuelven a estar de moda. Si bien es una época que muchas veces se sindica como negra para el noveno arte, y con buenas razones, la realidad indica que en esos años los cómics vendieron cantidades que nunca antes en la historia, y por tanto hubo muchos lectores que añoran esos tiempos con nostalgia. Como muestra de un regreso a ese clasicismo, las grandes editoriales estadounidenses retomarían algunos de esos conceptos, y en ese sentido, es que vió la luz Generation X, una nueva iteración del famoso grupo mutante de la década de los excesos.
El drama adolescente es uno de los ingredientes indispensables en toda receta que implique a los X-Men. Mal que mal, hay que recordar que los cinco estudiantes originales de Xavier no eran más que jóvenes e inexpertos cuando pusieron su pie por primera vez en la mansión. Posteriormente en la etapa de Chris Claremont, y aparte de la inclusión de Kitty Pryde, asistimos al nacimiento de la nueva camada de adolescentes que protagonizaron The New Mutants. Sin embargo, fue en los '90 en que, en medio de la vorágine desatada de una franquicia borracha de éxito, Scott Lobdell y Chris Bachalo nos presentaron a Generation X, un regreso a las aulas del instituto en cuyos pupitres estudiaron un puñado de mutantes que, como pocas veces en un cómic de superhéroes de ese entonces, mostraron la angustia e inseguridad adolescente de modo realista y aterrizada.
Porque, ¿quién dice que las mutaciones solo te convierten en un guapo de abdominales perfectos, o una mujer de atractivo y medidas anatómicas increíbles? En efecto, los nuevos estudiantes eran parias entre parias, pues por las malas nos descubrieron, muchos años antes de que Grant Morrison profundizara en el concepto, que ser un Hombre-X no es tan glamoroso cuando tu maxilar inferior ha sido reemplazado por una eterna fisión psicokinética, cuándo te sobran varios metros de piel, o tu cuerpo está hecho por completo de cristal de rubí.
La colección de los nuevos alevines X fue un absoluto bombazo, arrastrado tanto por el buen hacer de sus autores, como por la popularidad avasallante de la que gozaba la línea mutante. En ella conoceríamos varios personajes que posteriormente formarían parte de las alineaciones estelares de los equipos principales, como Monet, Chamber o Husk, además de la ya conocida Jubilee, y otros que han quedado en el camino, como Synch o Skin. Lamentablemente, una vez que sus creadores dejaron las labores creativas, el título fue cayendo en un sopor y fuga de lectores, de la que ni siquiera el gran Warren Ellis pudo sacarla, y que finalmente terminaron en su cancelación.
25 años después, el 2017 vería a Marvel Comics aplicando su iniciativa ResurrXion, un relanzamiento de la línea mutante luego de finalizada la guerra entre estos y los Inhumanos. Para devolver a los Hombres-X a la grandeza, la editorial bucearía en el pasado y reflotaría varios conceptos noventeros, como la división por colores del grupo titular en equipos oro y azul, y el regreso de una colección adolescente, que usaría el nombre de aquella tan añorada: Generation X. La nueva serie partió en julio de ese año, y aunque lamentablemente solo duró 12 entregas, fue una de las apuestas más frescas del relanzamiento. La encargada de los guiones sería Christina Strain, creativa que en su día se había desempeñado en Marvel como colorista, en series como Runaways o Thor. Tras probar suerte como escritora de su propio webcomic, volvería a la editorial para el relanzamiento de Gen-X.
Enmarcada, como es lógico, en el Instituto Xavier para la Educación y el Compromiso Mutante dirigido por Kitty Pryde, y ubicado en Central Park, la nueva iteración del título vería regresar a algunos miembros originales que vuelven más fogueados a ejercer como mentores, cómo Jubilation Lee (Jubilee), la verdadera responsable del equipo, Jonothon Starsmore (Chamber), y Paige Guthrie (Husk). A decir verdad, ninguno de ellos desapareció por completo del radar de los aficionados, pues los primeros 2 se han mantenido más o menos constantemente en diversos equipos X, mientras que a Paige la vimos por última vez en Wolverine & The X-Men.
No obstante lo anterior, los verdaderos protagonistas son los estudiantes, traídos de todos los rincones de la escuela: Quentin Quire, poderoso telépata de nivel omega que nos acompaña desde la etapa Morrison; Nature Girl, directa desde Wolverine & the X-Men, dónde Jason Latour apenas alcanzó a hacer nada con ella; Bling, creada por Peter Milligan pero que su mejor época estuvo en X-Men Legacy de Mike Carey; Eye-Boy y Benjamin Deeds, cuyos creadores Jason Aaron y Brian Michael Bendis no supieron qué hacer con ellos más de allá de crearlos; y Nathaniel Carver, nuevo personaje introducido por Strain, a través de cuyos ojos veremos el constante caos del instituto que pone en perspectiva la visión de la guionista del universo X, más apegado al aspecto cotidiano del diario vivir de los secundarios que a viajar por el espacio o salvar el mundo.
Eso sí, en esta oportunidad el enfoque del grupo sería algo diferente, pues si en grupos juveniles anteriores encontrábamos más que nada X-Men en entrenamiento, en esta oportunidad los personajes tienen mutaciones que los hacen poco útiles en el campo de batalla, y que básicamente, son adorables perdedores, pero que aún así necesitan orientación a la hora de enfrentarse a un munda que los odia y teme. Al respecto, la guionista contaba la situación de los muchachos “El Instituto Xavier ha reevaluado a los estudiantes, dividiéndolos en tres grupos: la nueva generación de X-Men, la nueva generación de embajadores y la nueva generación de… bueno, perdedores. Esos serán nuestros chicos, básicamente son personajes que no encajan en ninguna parte, ni siquiera en la escuela que les prometió que encajarían”.
"Es increíble que algunos de ellos aún no hayan muerto en batalla", continúa Strain. "La mayoría no está hecho para luchar. Básicamente, quería preguntarme: si no estás hecho para los X-Men, ¿qué te queda? Es fácil suponer que todos los críos mutantes que llegan a la escuela de Xavier acabarán convirtiéndose en Hombres-X, pero es como si que todos quienes van a la universidad obtengan el título y un empleo. Y eso no es lo que pasa en la realidad".
La guionista demostraría un amplio bagaje a la hora de manejar con naturalidad y franqueza el género juvenil, enfocándose fuertemente en el desarrollo de personajes más que en salvar el mundo de Galactus o grandes odiseas superheroicas, y por tanto, en estas páginas encontraremos un buen equilibrio entre experiencia y juventud, aprovechando el salto generacional entre los antiguos alumnos que buscan estabilidad como adultos, y los adolescentes que aún no tienen claro qué les depara el futuro.
En ese aspecto, por su enfoque en las relaciones y en personajes por los que pocos darían un peso, es que el discurrir de la serie me recuerda poderosamente al del X-Factor de Peter David, aunque menos truculento, que es un ejemplo perfecto de esa máxima que reza que no hay personajes malos, sino guionistas, ejem, poco inspirados. Si bien todos los miembros de la clase de Jubilee tienen espacio para brillar, Strain pone la atención con cierta preponderancia en el triunvirato Quentin - Nathaniel - Benjamín, con los que forma un curioso entramado que aborda con honestidad y realismo la amistad y la camaradería juvenil en el marco de relaciones LGBT. Y no lo hace de cualquier manera, sino dedicando un especial mimo, considerándolos más allá de su identidad sexual como individuos complejos, entrampados en un momento de la vida marcado por el conflicto personal.
Obstáculos como el abandono, la ira, los problemas de confianza o seguridad llegan a suponer un enemigo enorme cuando apenas se ha tenido la oportunidad de crear los primeros vínculos, y el despertar a la sexualidad lo complica todo, aunque la escritora sabe entender a sus criaturas como para ver que el cinismo hostil y rebelde de Quire es solo un blindaje emocional que se ha convertido en su propia jaula, o que la falta de definición personal de Benjamín le hace sentirse apocado en un entorno de dioses mutantes. Tampoco tiene problemas para asignarle su propia voz a Nathaniel, con su miedo a la decepción que pondrá en peligro cualquier lazo de confianza con otras personas.
Sin embargo, también destacan como en ninguna parte Lin Li (Nature Girl), y Trevor Hawkins (Eye-Boy), quienes protagonizan un frágil e inocente romance, o en realidad, una interacción de cercanía que se basa más en la confianza que en la atracción física. Por último, tenemos a Bling, cuya ansiedad por formar parte de la plana mayor de los X-Men —como Paige en la serie original—, choca con los fantasmas de su mente y su necesidad de encajar, impidiéndole avanzar en lograr su aceptación como mutante y definir su lugar en el mundo.
Entre todos, configuran un exquisito drama de instituto realista y cotidiano, que a pesar de su honestidad, es tratado de forma divertida y práctica. No es un dramonazo melodramático propio de una teleserie cebolla como el que encontramos en los New Mutants de Christina Weir y Nunzio Defilippis, ni pasado de rosca como con los muchachos extra hormonados de los New X-Men de Chris Yost y Craig Kyle. Ambas estupendas series, por cierto.
No obstante lo anterior, también el profesorado tiene algo que decir. En particular, esta es la historia que Jubilee venía necesitando hace tiempo, pues se merecía un papel que capture la experiencia que ha acumulado en todos sus años como aprendiz, mujer-x y madre. Liderar no es nada nuevo para Lee, pero la enseñanza y la tutoría es algo completamente diferente, especialmente con esta generación de mutantes que tienden a hacer lo que quieren más que lo que deberían. Su participación, sin duda, es un paso adelante en la dirección hacia la que se convertirá como profesora. e ícono mutante
Más como comparsa, pero aún con sus momentos importantes, encontramos a Chamber y Husk. El primero, que mantiene intacto su potencial como el primer día que lo conocimos, desarrolla un tranquilo romance con Jubilee, que avanza lento pero con fuerza durante las jornadas de cuidado de Shogo, el hijo adoptivo de aquella. Paige, en tanto, regresa con el conflicto psicológico que le vimos en Wolverine & the X-Men resuelto, actuando como terapeuta de Blink, con lo que se refuerza el paralelismo entre ambas que ya nombramos.
Pero ese no es el único cambio que sufrirá la mutante pirotécnica. Porque si alguien pensaba que por ser una serie protagonizada por nombres de tercera línea sería algo intrascendente e inútil, nada más lejos de la verdad. Strain aprovecha la oportunidad de tirar toda la carne a la parrilla y cerrar nada menos que tres cabos sueltos de las tramas mutantes, pues algunos personajes emergerán con nuevos statu quo. Jubilee, por ejemplo, verá cerrada su fase vampírica, de una forma bastante inesperada. Así mismo, Quentin Quire resolverá el asunto de la Phoenix Force con la que se vió implicado gracias a su participación en The Mighty Thor, protagonizada por Jane Foster.
Y por último, quién también sufrirá un cambio es la principal antagonista de la serie, Monet St. Croix. La última vez que vimos a M, en la etapa de Cullen Bunn en Uncanny X-Men, aceptaba ser el recipiente en nuestra realidad de su hermano, el vampiro energético Emplate, con el fin de terminar con su masacre de los Morlocks. Ahora, gracias a la participación de nuestros chicos, vemos la evolución de dicha situación, no sin antes ofrecernos unas estimulantes escenas de batallas contra sus ex-compañeros de equipo.
Y si Strain es capaz de retratar sus protagonistas con gran personalidad, el artista principal de la colección, Amilcar Pinna, está a la par. Dueño de un estilo muy personal y alejado de las formas habituales del cómic de superhéroes, el dibujante brasileño, complementado con los colores de Felipe Sobreiro, retrata una escuela que nunca se sintió más viva, pues el nuevo campus está plagado de detalles y cameos. Su trazo se caracteriza por impactantes expresiones faciales, y ángulos y enfoques atípicos, peculiaridades que hacen del dibujo una experiencia memorable. Este detalle es otro guiño al pasado, pues la serie original fue ilustrada por Chris Bachalo, ilustrador que también es cualquier cosa menos convencional. Con su habilidad de plasmar una gran gama de emociones en los rostros de sus personajes, Pinna se alza como el artista ideal para narrar historias ricas en emociones y angustias adolescentes.
Eso sí, en algunas entregas Pinna es reemplazado por otros nombres como Alberto Jiménez o Eric Koda, quienes si bien no están a la altura de la singularidad visual del artista titular, realizan un trabajo más que competente, no notándose una diferencia excesiva de estilo o calidad gráfica entre un número u otro.
Para finalizar, sólo quisiera referirme a la pena que sentí cuando la serie fue cancelada. Se sabe que business is business, pero se tiende a perder la fe en la humanidad cuando series de calidad como esta tienen corta vida, y además surgen las dudas de dónde tienen el gusto los lectores estadounidenses, o de cuánto están dispuestas a apostar las editoriales por entregar más que solo un producto que les entregue réditos económicos. Es triste que el desarrollo de personajes como Nature Girl o Eye-Boy quede en vilo, pues es difícil que en el corto plazo otro autor se plantee seguir con la senda iniciada por Strain, y qué decir de Nathaniel, lo más probable es que haya que olvidarse de él por algunos lustros. Tanto potencial perdido es desolador.
Como sea, no me queda más que nombrar a Generation X como una muestra de lo que debe ser una serie de mutantes o superhéroes juveniles, que se atrevió a tratar con honestidad y diversión los sentimientos y vicisitudes de una etapa difícil de la vida, a la que las mutaciones hacen aún más compleja, con un arte que la convierte en una pequeña joya. Acompañemos entonces a este puñado de adolescentes mutantes, y esperemos que con la guía de sus mentores del grupo original, puedan sobrevivir a la experiencia.