"X-Men: Hellfire Club" (2000): linaje maldito
El Club Fuego Infernal siempre ha representado uno de los rincones más oscuros del universo mutante. Aquel grupo de ricos y codiciosos megalómanos, que aspiran a controlar los hilos ocultos del mundo mediante una cábala que se regodea en el exceso y la ambición, han puesto en jaque más de una vez a distintas formaciones de X-Men. Pero ¿cuál es la historia del grupo? ¿Quiénes son sus miembros y a qué dedican su tiempo libre? ¿Quien es mejor jugando ajedrez, Sebastian Shaw o Harry Leland? Todas las respuestas a esas preguntas las tendremos en la miniserie X-Men: Hellfire Club. O, pensándolo bien, quizá no...
En realidad, X-Men: Hellfire Club es una miniserie doble, e incluso triplemente engañosa. Primero, en ella no aparecen los X-Men. Segundo, por su título podríamos pensar que en sus páginas encontraríamos un nuevo enfrentamiento entre los pupilos de Xavier y sus miembros, pero tampoco es así. Tercero: tampoco es narra la historia del Club. En realidad, acá asistiremos a la historia de la familia Shaw, y de cómo el poder que ha pasado de miembro en miembro ha cristalizado en Sebastian Shaw, el miembro más poderoso de su círculo interno.
Esta es una miniserie de 4 números, publicada en el año 2000, con guiones de Ben Raab (Excalibur, Psylocke & Archangel: Crimson Dawn), dibujos de Charles Adlard (The X-Files, The Walking Dead) y coloreado de Kevin Sommers. En efecto, el quid de la miniserie no es otro que narrar el camino de los Shaw hacia el poder, con un sendero plagado de explotación, traiciones y falta de escrúpulos.
Raab señalaría que "Son los villanos que nos encanta odiar. El Hellfire Club representa nuestros mayores excesos, nuestros vicios secretos, nuestras fantasías más salvajes hechas realidad. En Sebastian Shaw y sus ancestros vemos esa parte de nosotros que anhela, que codicia, que desea. Y lo mejor de todo, que triunfa". Quizá en la actualidad solo sea una sombre de lo que fue, pero el simple nombre de la agrupación todavía sugiere un oscuro entramado de ambición y corrupción que subyace en el tapiz secreto del cosmos de Marvel. En su centro, se erige la figura majestuosa de Sebastian Shaw, el Rey Negro, a quien la reportera Irene Merryweather, protagonista de este relato, califica como "Superman y Howard Hughes unidos en una sola persona".
Criatura de Chris Claremont y John Byrne, el Hellfire Club y su circulo interno fue introducido en Uncanny X-Men justo al inicio de la Saga de Dark Phoenix, donde sorprendió con su pompa y ceremonia, y su oferta de placeres y contactos privilegiados solo reservados para una élite. La cábala, cuyo objetivo era la búsqueda del poder absoluto para los conspiradores mutantes de su circulo interno, tiene un par de antecedentes más o menos claros, ya sea con elementos tomados de la realidad —La Orden de los Caballeros de West Wycombe, fundada en Inglaterra en 1746 por el Duque de Wharton, y conocida de forma coloquial justamente como Club del Fuego Infernal—, así como de la ficción, pues sus creadores muy influenciados por un episodio de la serie de televisión británica The Avengers, llamado "A Touch of Brimstone", de 1966.
En la imaginación de los lectores de los X-Men, especialmente de los más veteranos, el nombre de Shaw se convirtió hace tiempo en sinónimo del club. Cuesta trabajo imaginar a otro como Rey Negro, y ninguno de sus supuestos sucesores han dado la talla, ni el odioso niño rico Kade Killgore, ni con antelación Shinobi Shaw, su advenedizo hijo que supuestamente lo asesinó para ascender el trono. De ahí que esta miniserie constituye más bien una mirada a la saga de su linaje, en un intento por desentrañar el origen del afán de poder, de libertad y de fortuna que define a Sebastian incluso más que su condición de mutante.
Dar un vistazo al pasado de este clan no se antoja mala idea, pues nunca hemos sabido demasiados detalles de ella. Y aún más, en estas viñetas encontramos algunos puntos de innegable interés, aunque en pinceladas que sugieren mucho más de lo que cuentan, y provocan más preguntas que respuestas: un fanático reverendo puritano para quien el poder es lo único que importa; una muchacha que ansía romper las barreras de la pobreza; un hombre dispuesto a todo para ocupar el lugar de su hermano; y por supuesto, el propio Sebastian en persona.
Nuestra guía en este descenso por el árbol genealógico sería la periodista Irene Merryweather, lanzada de cabeza en lo que ella cree es el reportaje de su vida. Su determinación y ambición van en paralelo con los del personaje cuyos secretos pretende revelar, aunque antes de que todo acabe no le faltarán las ocasiones para preguntarse si merece la pena arriesgar lo que están en juego a cambio de un titular. Los lectores, por supuesto, podemos hacernos una idea de la respuesta.
Para nadie es un secreto que Ben Raab no es un escritor de gran renombre en la industria. Su principal baza acá se debe a que durante dos años fue editor ayudante de la línea X-Men, por lo que conocer el terreno que pisa, le ayudó a crear un guion con oficio y empeño, que de cierta manera estimulan a repasar los episodios de las apariciones clásicas de los villanos. En específico, en Marvel se había encargado de suceder a Warren Ellis en Excalibur hasta el cierre de la colección, incluyendo una breve etapa con Salvador Larroca, quien también fue su compinche en la miniserie Psylocke & Archangel: Crimson Dawn. Asimismo, ha acometido números sueltos para Avengers, X-Men y Uncanny X-Men, entre otras.
Sin embargo, a la obra se le notan las costuras. Estamos de acuerdo en que es un guion con cierto encanto y dedicación, pero falla en algunos elementos que le impiden alcanzar la notoriedad. Para empezar, todos aquellos que conocimos a la señorita Merryweather por sus dilatadas participaciones en Cable, nos encontramos con un personaje con una personalidad totalmente diferente, prácticamente como si fuese otra persona, o el guionista no hiciese sus deberes de documentación. La periodista ya tiene un historial con el Club, pero ese bagaje, la carga de su pasado, y su relación con el mundo mutante no se mencionan, convirtiéndola en apenas más que un estereotipo. No hay un trasfondo para ella, y su nulo desarrollo de personaje hace que no nos interese más que solo como un plot device.
Por otra parte, el ansia del guionista de anclar la historia de los Shaw al lore de Marvel, y mediante esto hacerla relevante, lleva a los miembros de la familia a relacionarse con diferentes personajes mediante retrocontinuidad, contactos que lamentablemente se sienten forzados e inverosímiles. Ahí tenemos, por ejemplo, al demonio Dormammu, al Captain America del Siglo XVIII, a héroes británicos como Spitfire y Union Jack, y ya en el terreno mutante y familiar, a Mr. Sinister. Ya sabemos que los universos superheroicos están conectados, y no es raro que los personajes aparezcan como invitados en diversas series, pero acá eso no parece orgánico ni natural.
Así mismo, la idea del legado familiar va algo en contra de lo que ya sabíamos de Sebastian, que siempre se ha jactado de ser un hombre que ha forjado su destino en base a su propio sudor, aunque con lágrimas y sangre de otros. Si ya sus ancestros estaban marcados por la relación o pertenencia con el Club, sus logros se convierten más bien en el resultado de una cuna de oro, de un designio más familiar que personal. Y, por cierto, la fuerza determinística se refuerza aún más si consideramos que además en esta historia aparece una antepasada de Jean Grey.
Por último, Raab sugiere que el Hellfire siempre ha estado relacionado con fuerzas determinadas para intentar modelar la historia según sus intereses, pero se hecha en falta una explicación de por qué apoyan a tal o cual facción. Y aunque eso se justifica porque como decíamos esta obra no es acerca del Club, sino acerca de los Shaw, los secretos que acá conocemos no son demasiados, y al final del día seguimos sin saber mucho más que antes de la organización. Para bien o para mal, aún queda mucho por descubrir.
El encargado del apartado artístico, Charlie Adlard, nunca se ha prodigado demasiado en Marvel. La hoy superestrella debido The Walking Dead, por entonces contaba en su portafolio con trabajos en The X-Files y Mars Attacks!, números sueltos de Gambit, y la miniserie Before the Fantastic Four: The Storms. En este caso, encontramos su ya habitual trazo grueso, que da más preponderancia a las expresiones faciales y al lenguaje corporal que a grandes escenas de vértigo o acción. El dibujante da muestras de su dominio de personajes y situaciones, brillando especialmente en los episodios ambientados en Salem y la Philadelphia de la Revolución. También cabe considerar su reinterpretación de momentos ya conocidos, como el romance de Shaw con Lourdes Chantel, la sangrienta deposición del Rey Blanco, y la toma de poder por parte de Sebastian y sus aliados.
Para finalizar, y con todo lo anterior, podemos decir que X-Men: The Hellfire Club engrosa la abultada lista de aquellas obras que poseen una premisa interesante, pero cuya ejecución no pasa de lo regular. Raab ejecuta un guion con oficio, pero que es consumido por su excesiva pretensión, mientras que Adlard entrega un arte correcto y adecuado para la historia. No es en ningún caso una miniserie indispensable, pero tampoco hará daño leerla cuando no tengas nada más que hacer.