"Flesh + Blood" (1985) de Paul Verhoeven: Tiempos Medievales
Aprovechando el espacio que a veces tiene el cine en esta honorable página web, creo que es interesante revisar una de las películas bisagras de la carrera del gran Paul Verhoeven, creador de fantasías violentas pero significativas como Robocop, Total Recall o Starship Troopers. Antes de todo eso, Verhoeven había filmado una épica medieval que reflejaba todo su estilo crítico y ácido sin ataduras ni censuras. Me refiero a Flesh + Blood.
Paul Verhoeven había generado una carrera brillante y polémica en su natal Holanda. Siempre con la idea de provocar, el holandés había parido joyas como Turks Fruit (1973) o Der Vierde Man (1983) que eran excelentes películas, pero a la vez muy polémicas por su trato desinhibido de la violencia y el sexo, una característica que el director había hecho parte de su modo habitual de contar historias.
Verhoeven vería su carrera truncada gracias al cambio de ala política del gobierno holandés, que frenaría la financiación de cualquier proyecto donde él estuviera involucrado. Esto daría como resultado la búsqueda financiación de manera internacional. Antes de caer en Hollywood y darnos Robocop, Verhoeven escribiría y dirigiría una colaboración entre España y Estados Unidos de corte medieval.
Europa, años 1501. Un señor medieval llamado Arnolfini ha reclutado un ejército de mercenarios para poder recuperar su castillo de manos invasoras. Para motivar a su poco confiable ejército, les promete que podrán saquear lo que sea del castillo en un determinado tiempo. Durante el asedio, el líder de los mercenarios hiere a una monja por accidente y por temor a la ira de Dios hace todo lo posible por salvarla. Arnolfini se aprovecha de la superstición del personaje una vez que ha recuperado su castillo, y hace que evite que el resto de sus mercenarios saqueen su propiedad, incumpliendo su palabra.
El grupo de mercenarios desterrados, ahora liderados por Martín –un excelente Rutger Hauer- deciden vivir una vida dedicada al pillaje y la barbarie amparados bajo un sesgo religioso cuando una estatua de San Martín de Tours es encontrada inmediatamente después del entierro del hijo abortado del mencionado Martín. Con la figura religiosa como guía y Martín y sus mercenarios como brazo ejecutor, el grupo decide secuestrar a la futura esposa del hijo de Arnolfini, la princesa Agnes –una Jennifer Jason Leigh muy a la altura de la situación- y se establecen en otro castillo, donde Agnes utiliza todos sus recursos para permanecer con vida hasta que sea rescatada.
Verhoeven crea una historia que en el papel suena simple, pero la llena de lecturas y situaciones específicas que sirven como deconstrucción varios tópicos que siempre han sido recurrentes en su filmografía. El rol de la sociedad y el hombre, la mujer y sus esfuerzos, la religión y la política se mezclan en lo que debería ser una simple historia de espadas. En sus 126 minutos de duración, el director holandés se las arreglar por hacer chocar esos tópicos contra las murallas de piedra del castillo, destruyendo varios en el proceso del visionado.
El año escogido no es al azar, porque marca el inicio del periodo renacentista que traerá más luz a la oscura era medieval. Este choque de eras también se verá reflejada en el choque de los protagonistas masculinos de la historia: Martin y Steven, hijo de Arnolfini. Ambos personajes representan esas eras diametralmente opuestas pero muy cercanas entre sí. Martín es un hombre apuesto que detrás de esos ojos azules es un bárbaro que no duda en violar a Agnes cuando tiene la oportunidad. Steven es un galán enamoradizo que usa el cerebro y la ciencia para poder rescatar a su prometida. Curiosamente ambos personajes están sometidos de alguna forma bajo los deseos de Agnes, el personaje más inteligente y compasivo del relato.
Ante la cruenta perspectiva de ser sometida a una violación grupal, Agnes decide tomar el toro por las astas y hacerse de los deseos carnales de Martin, quien la tomara como su propiedad exclusiva, protegiéndola del resto del grupo. Esta representación es incluso exacerbada por el vestuario de guerra de los mercenarios, que han tomado el color rojo como tinte de batalla, amparados por la figura de San Martín.
Cuando Agnes tiene a Martin dentro de su red, ambos personajes se visten de blanco, rompiendo la comunión del grupo y creando confusión y conflicto entre sus filas. Verhoeven usa esta situación como una espada de doble filo: cuando los mercenarios adoptan el rojo, es también cuando ya no poseen un líder que viene de un extracto social mas arriba. Martin, en cambio, es uno de ellos curtido en el mismo lodo y sangre, y cuya situación grupal es claramente es una alusión a esa sociedad comunista perfecta que no existe. Cuando Agnes entra en escena, poco a poco este estatus quo se rompe porque Martín posee algo más que el resto y escala una posición social mas arriba.
El film tiene un montón de momentos que son reflejos de este choque entre la cultura y la barbarie, la ciencia y la religión, el amor y el odio y por supuesto el deseo y la resignación. La resolución del film es tan lógico como ambiguo, desvelando otro de los elementos favoritos de Verhoeven al contar historias: la ambigüedad con los que son adornados sus finales. El deseo de generar preguntas y discusiones alrededor del film son más fuertes que el de dar un final feliz al público. Y Flesh + Blood rebosa de esa extraña ambigüedad que incita el deseo de saber más acerca de estos personajes y su destino final.
En el apartado técnico, Verhoeven se acompaña de sus colaboradores habituales de la época. El guion esta co-escrito junto a Gerard Soeteman, amigo de Verhoeven desde la época de Floris (1967) serie de televisión holandesa de donde gran parte del guion se originó y de donde también conoció a Rutger Hauer. El encargado de la fotografiá es el malogrado Jan de Bont que tambien venia de colaborar con Verhoeven en su etapa holandesa y que filma todo un una naturalidad que quita cualquier aire romántico al relato y dándole la crudeza necesaria. De de esta crudeza también se hace participe el gran Basil Poledouris, que dota a esa banda sonora de los acordes barbáricos necesarios a la vez de situarnos perfectamente en los ritmos de la batalla.
Un film sumamente recomendable, que si bien no alcanza a ser una obra maestra, rebosa inteligencia y perspicacia a la hora de trata sus temas. Filmado con mucho ahínco y precisión, pero nunca cortando la brutalidad y el sexo, Flesh + Blood debería estar más presente en las discusiones cinéfilas de todo el mundo. Al menos el trabajo siguiente de Verhoeven si está en esa posición.