"La Espada del Inmortal" (1993): venganza y redención
Ponga un espadachín que no puede morir, en busca de redención. Agregue a una joven muchacha quien busca venganza por sus padres asesinados. Mezcle lo anterior con un violento grupo de guerreros que buscan someter todos los dojos de Japón para unificarlos bajo una sola organización. Y aliñe con una abundante cantidad de sangre y mutilaciones. El resultado será La Espada del Inmortal, impactante manga de samuráis que te invito a descubrir a continuación.
La Espada del Inmortal, cuyo nombre original japonés es Mugen No Jūnin —literalmente, El Habitante de lo Infinito—, es un manga de corte seinen, o sea, que contiene material apto para lectores adultos. Su autor es Hiroaki Samura, soberbio artista cuyas ilustraciones son por lejos lo más llamativo de la obra. Desde su aparición en 1993 en las páginas de la revista Afternoon, significó una revolución dentro de las series pertenecientes al género de los jidaimono, o sea, relatos basados en el pasado histórico de Japón. Su publicación se extendió por casi 20 años, en los que amasó un total de 20 volúmenes, o 15 en su formato de lujo o kanzenban.
La acción se sitúa a finales del siglo XVIII, y sigue a Manji, un hábil ronin que posee el don de la vida eterna —o al menos, de una recuperación extremadamente rápida— pues su cuerpo alberga unos extraños gusanos de sangre denominados kessenchu, que curan todas sus heridas. Sin embargo, para él es tanto una bendición como una maldición, y por tanto buscará recuperar su mortalidad, para lo que debe matar a 1000 hombres malvados.
Esta tarea adquiere un foco más concreto cuando se une a Rin, una joven cuya madre y padre, maestro de un dojo, fueron asesinados frente a sus ojos. Ella está en busca de venganza contra los asesinos, que son miembros de un grupo de espadachines denominados el Itto-Ryu, y en especial de su líder Kagehisa Anotsu, cuyo objetivo es matar o absorber a los miembros de otras escuelas de esgrima para consolidar el poder de su agrupación.
Así, ambos iniciarían un viaje en que se encuentran con una multitud de personajes extraños: bellas y fuertes mujeres asesinas, poetas maníaco-homicidas, psicópatas, prostitutas, geishas, artistas y todo tipos de personas. Algunos de ellos son buenos y otros malvados, pero la mayoría son indefinibles debido a una inusitada multidimensionalidad, siendo simplemente humanos.
La travesía los hará cuestionarse la pertinencia de sus motivaciones, obligándolos a profundas reflexiones morales y éticas. Los personajes del manga rezuman carisma, y la evolución que sufren a lo largo del relato desemboca en que casi no hay personaje sin matices. Y si bien el triunvirato Rin / Manji / Anotsu es la más destacable del relato, es imposible olvidar el repertorio de atractivos secundarios que Samura nos regala.
Manji, por ejemplo, a diferencia de los espadachines protagonistas de otras series, carece del típico bushido o código de honor de los samurái, personificando la ambigüedad propia del ser inmortal y atemporal que es. Es terriblemente hábil, y no vacila en bañar de sangre cualquier obstáculo que se le aparezca. De carácter cínico y sarcástico, su humor negro lo lleva a encontrar cosas graciosas en los momentos equivocados, alivianando situaciones que de por sí son extremadamente dramáticas.
Para Rin en tanto, el periplo podrá en tela de juicio su sanidad mental, cuestionándose en todo momento si está o no en el camino adecuado, presentando un interesantísimo debate interior entre la venganza y el perdón hacia el asesino de sus padres. La joven se da cuenta de que se está pareciendo cada vez más a Anotsu, quien ha descartado las reglas de las escuelas de esgrima y simplemente parece creer que es la fuerza y el poder lo que define si las acciones son correctas o no. Finalmente, y a pesar de no saber si la senda la llevará a encontrar la paz, decide seguir adelante a como dé lugar.
A decir verdad, el argumento no es del todo original, pero eso poco importa pues Samura, a pesar de un comienzo algo dubitativo, lo maneja de gran manera, introduciendo multitud de jugadores, facciones y tramas paralelas que conforman un hilado complejo que requiere mucha atención para seguirlo. También está a gran nivel el diseño de personajes y armas de invención propia, en que el autor hace gala de una extensa imaginación. Las vestimentas y looks son muy originales, a veces grotescos, y la gran cantidad de armamento, que abarca una amplia gama de espadas, dagas y todo tipo de armas blancas, hace que los adversarios y aliados tengan características muy personales y definidas.
Si bien la inmortalidad, o más bien el factor de curación acelerado de Manji, podría hacernos pensar que tenemos en las manos un título fantástico, realmente no es así. Inevitablemente debe haber fantasía en las batallas para hacerlas atractivas, pero la mayoría de los luchadores utilizan movimientos más bien normales, aunque algo exagerados para avivar la acción. Acá no encontramos personajes mágicos, que lancen rayos o usen técnicas de nombres y efectos rimbombantes, lo que habla bien de la habilidad de Samura para mantener el interés sin recurrir a efectismos vacíos.
Lo mismo ocurre con las escalas de habilidad, porque si bien hay espadachines más hábiles que otros, en general sus niveles son parejos, lo que incrementa la sensación de prescindibilidad y vulnerabilidad de ellos. Obviamente, la excepción es nuestro protagonista, pero que se cure rápido no lo eximirá del terrible dolor y sufrimiento físico que tendrá que soportar de principio a fin.
No obstante, aquí no todo es violencia. El argumento transcurre a mediados del régimen del shogunato Tokugawa, por lo que el autor intenta enriquecer su historia de venganza con multitud de datos históricos, algo que, como Rurouni Kenshin demostró, es un interesante añadido a la lectura. La recreación de la atmósfera japonesa de la época es excelente, haciendo del título una experiencia muy atrapante.
Como es habitual en series de esta longitud, no toda su extensión exhibe un nivel constante de excelencia. Si bien en general la calidad es bastante alta, la parte central a veces es tediosa, y la recta final, algo acelerada. El final es correcto aunque no muy épico, aunque intuimos que eso se explica por la dificultad que debió enfrentar Samura para concatenar tal cantidad de personajes e hilos argumentales.
Como dije al principio, el arte de este manga es portentoso, y probablemente cualquier cosa que diga quedará corto, pues no puedo encontrar suficientes cosas buenas que puntualizar al respecto. No es en absoluto similar a la estética habitual de los shonen de peleas, con Samura haciendo gala de un estilo muy áspero y realista, pero con una belleza que conmueve, más cercano al Sidooh de Tsutomu Takahashi que al Rurouni Kenshin de Nobuhiro Watsuki, solo por nombrar algunos referentes. Sus lápices y pinceles, fuertes y elegantes, rebosan personalidad.
El artista utiliza un trazo muy detallista, elemento que queda patente en la habilidad y el cuidado con que maneja las posturas de las manos, pies y dedos, y la sinuosidad de las hojas de las espadas. Asimismo, la atención que pone en el cabello o la cara de los personajes es notable, y los habitantes de sus páginas parecen muy reales, aunque al mismo tiempo con la inconfundible impronta del cómic oriental. Es difícil de equilibrar, pero sin duda sale airoso.
En sus viñetas encontramos muchos paneles fijos o de acción pausada, haciendo al título mucho más sutil que otros mangas de peleas, con permiso de Vagabond de Takehiko Inoue. Durante las escenas de batallas también logra un contrapunto curioso, pues como es lógico están plagadas de movimientos rápidos, pero también de alguna manera hay un sentimiento de silencio y solemnidad eterna.
Eso sí, Samura no se reprime ni un instante al mostrar una abundante cantidad de mutilaciones, decapitaciones y sadismo, llegando a los límites del gore. La mayoría de esos pasajes están justificados por la trama, pero hay otros que sólo están ahí para graficar la personalidad extrema de algunos personajes, y la brutalidad de la época en que transcurre la trama. En ese aspecto, son llamativas aquellas ilustraciones especiales con las que el autor retrata el desenlace de las batallas, bellamente diseñadas y de gran impacto lírico, destinadas a destacar las muertes de algún enemigo importante. Estas son habituales al principio, aunque a medida que el manga avanza son cada vez más escasas.
Quizá la única queja que podría nombrar es que en algunas oportunidades es difícil seguir la coreografía de las peleas, pues en las escenas más vertiginosas el dibujante utiliza un estilo con bocetos abundantes en rayas, y prioriza la sensación de velocidad antes que el detalle micro.
También hay que puntualizar que durante la obra nos encontraremos con diferentes tipos de dibujo, pues el autor usa tanto el dibujo con rayas a tinta, como los trazos con lápices de grafito. Esta circunstancia nos deja dos estilos que son muy gustosos de contemplar. No obstante, en algunas ocasiones el dibujo a rayas sale peor parado, aunque es por lo ya nombrado de añadir vértigo a las escenas de violencia.
Si no he sido lo suficientemente claro, no puedo dejar de recomendar La Espada del Inmortal a cualquier aficionado al manga y las artes marciales de espadas. Es un título extremadamente violento, de gran complejidad argumental y filosófica, protagonizada por un carismático dúo de personajes, y con acción a raudales. Si no te acompleja ver sangre y desmembramientos, desenvaina tu arma para acompañar a Manji y Rin en una peligrosa travesía de venganza y redención. Pero no temas, porque después de todo, los kessenchu están de nuestro lado.