"Batman: Night Cries" (1992): sollozos en la oscuridad
Durante ochenta años, Batman ha sido uno de los héroes comiqueros más famosos del mundo. Parte de la razón de ello radica en el abanico de aventuras que sus creativos le han hecho vivir, desde grandilocuentes aventuras en que salva al mundo junto a sus amigos, hasta barrocos melodramas donde los villanos son tan grotescos que sólo pueden existir en la imaginación. Sin embargo, lo que en mi opinión mejor funciona para el personaje es su faceta de detective, mal que mal cada cierto tiempo debe demostrar que es el "mejor detective del mundo", antes que el morador del 221-B de Baker Street, o aquel niño prodigio japonés se le metan por los palos.
Y es justamente esa parte del personaje lo que le permite aterrizar en esa veta pocas veces explorada en sus títulos y que parece natural para un hombre cuyo traje le permite fundirse con las sombras: descender a la suciedad y salvajismo de esa Gotham que está aún más alejada de la luz del sol, pozo de horrores cotidianos, donde campan esos crímenes que Batman no puede solucionar en base a puñetazos o bati-repelente de tiburones, y habitado por monstruos reales, como cualquiera de nosotros.
Batman: Night Cries —Gritos en la Noche, para los hispanohablantes—, es buen ejemplo de aquello. En esta notable novela gráfica publicada en 1992, el escritor Archie Goodwin y el artista Scott Hampton han puesto al murciélago en una situación que, aunque dramática y con bastante acción, aborda un problema dolorosamente real, el abuso hacia niños. Como dice la solapa del libro, en sus páginas encontraremos a un asesino que mata brutal e incomprensiblemente, un hombre atormentado por lo que debe hacer y un secreto oscuro y sucio. Hay algunas cosas asustan que incluso a Batman, y algunos crímenes que ni siquiera él puede resolver.
Archie Goodwin es una verdadera leyenda del noveno arte, con cerca de cuarenta años ligados al cómics. A pesar de haber escrito multitud de personajes, como Wolverine y Spider-Man, la obra que nos convoca recuerda más sus primeros trabajos como guionista y coordinador editorial de las revistas Creepy, Eerie y Blazing Combat, donde se trata el lado oscuro y la alienación de la mente humana. Básicamente, la temática del título trata del abuso infantil, ya sea físico, psicológico y hasta sexual, con todas las aristas de un tema que lamentablemente sigue en boga, de cómo el abuso se perpetúa a partir de niños vulnerados que se convierten en adultos abusadores, de los traumas que no son tratados se mantienen hasta estallar en atrocidades, o de cómo el peligro se encuentra, a veces, en las personas que más que confía.
Por supuesto, esta no es una historia que busque polémica o de atención gratuita. El tema es clave para la trama, afecta a los personajes de manera fundamental, y se trata en consecuencia. No hay una solución limpia y ordenada, y las víctimas y los perpetradores no son vistos como sujetos de una sola faceta. Este es un intento serio de contar una historia en la que el abuso infantil es un factor integral, siendo la causa y no la excusa para la violencia y el dolor, sacando a colación un tema controvertido que debemos mirar a los ojos a la hora de combatirlo.
Como podemos suponer, estamos hablando de un guion pesado y doloroso. No hay necesidad de grandes escenas de acción o peleas estruendosas para llamar la atención, pues el drama proviene de la historia y la atmósfera que el escritor y el artista han establecido. Ambos son maestros del ritmo y la tensión que muestra lo versátil que puede ser un cómic. Lamentablemente, su argumento es algo predecible, y el culpable y resolución se pueden intuir desde el comienzo. Y aunque le faltan algunos elementos para ser un clásico, quizá algo más profundidad al tratar el quid, es una obra altamente recomendable.
Perverso y escalofriante, este es también un examen de los lazos familiares y las responsabilidades de los grupos humanas, en la que se revela una compleja red de traiciones y deberes eludidos que se entrelazan en la sociedad estadounidense, y por añadidura, también la nuestra. Cuando se revela una conexión con los militares, utilizados, abusados y traicionados por su propio gobierno, se completa la metáfora de un sistema que prefiere ignorar sus problemas en lugar de tratar con ellos.
Además de Bruce, el escritor pone el foco sobre Jim Gordon, reafirmando el paralelismo y las similitudes entre los dos: ambos son personajes que comparten un sentido de propósito, saben que Gotham es corrupta y sádica y que son los únicos con el poder de cambiarlo. Tienen que sacrificar una vida normal para hacer lo que nadie más puede hacer, pues es su deber responder a los gritos en la noche.
Así mismo, la naturaleza de los crímenes y la trama que desencadena afectan a ambos a distintos niveles. Por ejemplo, en su papel de millonario benefactor, Bruce Wayne debe asistir a una noche de gala de una fundación Safe House, creada para establecer un hogar seguro para niños maltratados en Gotham. Al hablar con los organizadores del evento, realmente nos percatamos de su incomodidad interna mientras discuten la misión del Hogar, pues Bruce ha tenido una infancia terrible que todavía lo persigue hasta hoy. Nunca podrá escapar, y sutilmente los autores muestran que la mera mención de niños angustiados le afecta. Por supuesto, sabemos que Bruce debe ignorarlo y mantener la personalidad de playboy, pero el subtexto queda muy claro.
Gordon, en tanto, se muestra especialmente afectado por el asesinato de las familias debido a sus propios problemas familiares por los que atravesaba en ese entonces. Durante Night Cries, Jim y su esposa Barbara se encontraban en un punto de quiebre, y en sus páginas finales vemos que finalmente se consuma la separación. Es un momento triste pero que no se siente en vano, pues reafirma lo que nombramos anteriormente, que Gordon no puede tener ninguna atadura si quiere salvar la ciudad. La maldad del corazón de Gotham, y de cualquier ciudad real, exige que sus héroes deban sacrificar su vida para que otros puedan tener la suya.
De igual forma, la naturaleza del caso hace que el Comisionado recuerde la propia violencia física que sufrió por parte de su padre en su niñez, y que ahora amenaza con resurgir en algunas conductas que el mismo tiene con su hijo Jim.
El buen Jim es un héroe tanto como Batman, y estas páginas realmente afirman que hará cualquier cosa por el bien mayor, incluso a costa de su propia felicidad. Él y Bruce son dos caras de la misma moneda, pues mientras que el Caballero Oscuro opera en las sombras, Gordon prevalece en la luz. Considero que estos subtemas, y cualquiera que hable del lado psicológico de los protagonistas y secundarios, es más importante que series y más series mostrando al encapotado dándose de golpes con villanos de disfraces chillones.
Sin perjuicio de lo anterior, el arte de la obra está al mismo nivel de impacto del guion. El trabajo de Scott Hampton, con páginas bellamente pintadas, agrega un tono muy oscuro al título. Ya desde la portada, apreciamos un estilo impresionista que es casi como pasear por una galería de arte en cada plancha y en cada viñeta. La descripción que hace de Hampton del mundo y le da una sensación de fundamento y realidad que pocos pueden igualar. Es como si el sueño lúcido de Arkham Asylum: A Serious House On Serious Earth se hubiera establecido en el mundo real y no solo en una pesadilla, o como si si el realismo crudo de Lee Bermejo se hubiese deshecho de esa pretenciosidad que le resta puntos a su arte.
Hampton tiene un gran ojo para entregar imágenes espectaculares, enfocadas principalmente en las sensibilidades góticas de Batman. Su trabajo utiliza a la viñeta como unidad básica, más que en una composición de página más planificada, por lo que en ocasiones se pierde un poco el hilo entre una y otra. De hecho, el diseño de páginas e incluso la forma de los cuadros es poco convencional en algunos pasajes, utilizando estas, y el espacio entre viñetas que aumentan, disminuyen o desaparecen a voluntad, para remarcar los momentos más angustiantes del guion.
Como es lógico, la mayoría de su trabajo está hecho en tonos oscuros para acentuar el tema, excepto en la luz que baña las primeras tomas que transcurren en la Casa Segura o donde se muestran dibujos de los niños, sin duda para marcar el contrapunto dramático entre su inocencia prístina y el horror al que están expuestos en el exterior. También tienen un aspecto distinto las viñetas donde hay alguna pelea o acción, hechos con trazos de lápiz, seguramente para diferenciarlos del conjunto, y decir que si bien estas escenas son necesarias, realmente no tienen lugar en un relato de estas características.
En resumen, Batman: Gritos en la Noche es una historia dolorosa, pero necesaria, que ubica a Batman como un personaje que vive en una constante espiral de psicosis que a veces aterriza violentamente contra los horrores reales, de esos que acosan diariamente las noticias y las vidas de los niños más vulnerables y desprotegidos. Es una obra dueña de una terrible belleza, testigo de los límites que puede y debe alcanzar el cómic como crítica social, y como elemento concientizador.
Sí, los cómics son para entretener, pero no por ello, deben huir de su rol cultural de difundir elementos que nos hagan avanzar como sociedad en temas de justicia y protección al menor, y ejemplos de lo anterior lo encontramos en diversas oportunidades en que se han usado a las viñetas como motor para campañas que han buscado concientizar acerca de crisis humanitarias —como en Heroes for Hope: Starring the X-Men, respecto de la hambruna en África—, o flagelos de salud pública, como el cáncer de mama, el VIH o la prevención del abuso escolar.
Como sea, esta es una de las grandes historias del encapotado, opacada solamente por pequeños detalles, y porque en su bibliografía hay verdaderos colosos como Arkham Asylum o The Dark Knight Returns. No recomendable para aquellos que solo gusten de las peleas, pafs!, pums! y piufs! sin sentido, pero para todo el resto, es un deber.