"Arkham Asylum" (1989) de Grant Morrison y Dave McKean: Al Borde de la Locura
El asilo de Arkham ha sido tomado por sus pacientes. El edificio, que ofrece ayuda a los criminales mentalmente inestable de Gotham, esta en manos de sus inquilinos, un célebre panteón de villanos que liderados por el Joker que solo piden una cosa: que Batman los acompañe.
Después de la completa redefinición de Batman gracias a la pluma de Frank Miller, el personaje se volvió en casi una fuerza de la naturaleza. Miller había dejado claro que Batman era un ser imbatible, con una lógica y moral incorruptible e intransable, a pesar de que sus métodos violentos desafiaban sus propios principios. El personaje había evolucionado en un vigilante psicótico que venía muy ad hoc con los sentimientos de inconformidad de la era Reagan. Se podría decir que Miller supo leer el momento y aprovecharse del mismo, dejando su estampa en un personaje al cual pocos pueden decir que han hecho suyo.
Obviamente, ante el éxito de la visión de Miller, surgieron muchos imitadores que siguieron los pasos del niño terrible del cómic norteamericano, llenándonos de historias oscuras y violentas, pero sin la magia con la que Miller era capaz de impregnar a su particular visión de Batman. Esto parece que hizo eco en la personalidad tan contra-corriente de la que Grant Morrison siempre hace gala. El escocés había lanzado varios proyectos a la mesa editorial de DC. Le editorial le había dado la oportunidad en el mercado estadounidense con mucho éxito, como demostraba su alabada etapa en Animal Man.
Batman: Arkham Asylum también había sido una propuesta temprana, pero que ahora ganaba fuerza gracias a la demostrada capacidad de Morrison para escribir y provocar por partes iguales. Como bien ya habíamos mencionado, la propuesta de la historia es simple: los pacientes del asilo Arkham se han tomado el lugar y quieren a Batman dentro. Con ellos. Donde se supone que pertenece.
La genialidad de la propuesta inicial deriva en una baraja de posibilidades interesantes, pero a la que Morrison no parece estar a la altura a la hora de explotarlas como es debido. Existen varias líneas trazadas dentro de las páginas de esta obra, de la que Morrison dice que fue creciendo a medida que la desarrollaba –pasando de sesenta paginas a más del doble en la versión final- siendo solo un par de esas mismas líneas las que llegan a buen puerto.
El Batman que aparece en esta historia es completamente diferente del que se venía escribiendo en esa época. Nada más al enterarse de las peticiones de los dementes que se han tomado el edificio, Batman deja entrever que existe cierto grado de vulnerabilidad mental de la que siempre ha estado al tanto: él esta tan loco como los que habitan el psiquiátrico. Quizás, en una palpable posibilidad, Batman debería quedarse detrás de los barrotes de la institución mental.
Esto se eleva a la enésima potencia una vez que el detective entra en el edificio, de la mano de un estrafalario Joker, del cual Morrison saca el mejor provecho a ser esta una historia dirigida al público adulto. A las pocas páginas, Batman se quiebra al ser víctima de una sesión de asociación de palabras y eso que no llevamos ni la mitad de la historia. Aquí es donde empiezan a mostrarse las costuras de la historia que trata de tejer Morrison. Claramente, los villanos que habitan el asilo son una parte muy escondida dentro de la psiquis de una persona que no están dentro de sus cabales. Nadie que se vista como un murciélago gigante lo está. El problema es que este desarrollo se ve entorpecido con la trama paralela que relata los orígines de Amadeus Arkham, el fundador del hospital.
Mientras Batman recorre los pasillos del sanatorio, Morrison nos dibuja el pasado del que se podría denominar como el origen del mal. Ahí es donde ambas tramas chocan en un sin sentido que quita puntos en la lectura. Amadeus Arkham solo es mostrado dentro de las murallas del edificio, en el cual ha vivido casi toda su vida. Su terrible niñez empieza a sugerir que los traumas partieron con el fallecimiento de sus padres, concretamente con la de su madre –de la que Morrison trata de hacer un giro de trama muy rudimentario- y que se trata de unir con el pasado traumático de Bruce Wayne, en un recuerdo forzado que más parece una alucinación injustificada.
Esta locura a la cual se le atribuye a las madres de ambos protagonistas son reafirmadas con un par de obvias referencias a Psycho (1960), la película de Alfred Hitchcock, con la que Morrison trata de cerrarnos esa idea. Hasta un Anthony Perkins se pasea por las viñetas de la historia. Sin embargo, este buque no llega a buen puerto por las constantes referencias externas que se arrojan al lector sin algún patrón en particular.
Morrison se jacta de sus conocimientos en teología, tarot o el folclore de diferentes regiones del globo, pero nada de eso se plasma en las principales vertientes de la historia. Amadeus Arkham ha elegido a San Miguel como la imagen principal del sanatorio y Morrison reafirma esta simbología al hacer que Batman use la estatua como arma contra Killer Crock, la representación del dragón al cual San Miguel se enfrenta. La pregunta es ¿para qué?
Obviamente, Amadeus piensa que existe algo sagrado en su cruzada que lo enfrenta contra la locura de sus pacientes. Algo a lo que Batman no debería importarle porque su arco dentro de la historia es completamente diferente: ¿es él un reflejo del Joker y su pandilla de locos? Mientras que la continua exposición al sanatorio y sus pacientes, comienzan a mermar el estado mental de Amadeus Arkham, lo mismo le pasa a Batman. Al menos eso quiero pensar.
El problema es que Amadeus trata de curar a sus pacientes –costándole su familia y su sanidad mental- y Batman se abre paso a golpes develando que el misterio detrás de la toma del psiquiátrico es producto de una de las personas que se supone menos esperamos. ¿Tiene esto algo que ver con la representación de la influencia de la madre a la que Morrison hace referencia? Para nada, pero el final se ve atractivo al ser el cierre de un misterio que nadie pidió.
Creo que estas debilidades del guion son exclusivas de la inexperiencia de Morrison a la hora de ordenar sus temas para concebir el entramado principal del cómic. Ese juvenil sentimiento de querer abarcarlo todo hace que se entorpezca el relato. Es bastante revelador el guion original con anotaciones del propio Morrison del que hace gala la edición Absolute de la obra. Ahí es donde Morrison revela sus múltiples intensiones con la historia, incluyendo escenas que fueron eliminadas por diferentes motivos o decisiones gráficas dilapidadas por uno que otro miedo a la censura de la época.
Más allá de lo que podamos discutir de lo exitoso o no que es el guion de Morrison, es el grafismo de Dave McKean el que le ha dado tanta fama a esta obra. El ilustrador, que ya había trabajado en el cómic gracias a sus colaboraciones con Neil Gaiman, es el principal responsable de la terrorífica ambientación en la que se desarrolla la historia. McKean toma decisiones gráficas que validan que a fin de cuentas, más allá de las vivencias de Amadeus Arkham o los temores interiores de Batman, el responsable de la locura de la historia es simplemente el edificio donde los personajes habitan.
Ejemplo de esto es como McKean simplemente hace bocetos de los fondos en las escenas que se desarrollan fuera del asilo –ver la escena de Batman y Gordon al principio de la historia como referencia- y como cuando entran al Asilo de Arkham, se llenan los fondos con paredes llenas con motivos y escrituras demenciales. De la mano de un sin número de técnicas gráficas –acuarelas, óleo, trucos de fotografía y hasta maquetas- McKean impregna de esa locura única a sus ilustraciones, que vienen tan bien a una historia con esta naturaleza.
Además de la técnica, McKean esboza numerosos diseños que rompen con la tradición de varios villanos del universo DC. Su Clayface parece un leproso en sus últimos días de vida, Maxie Zeus es un decadente dios tecnológico, Doctor Destiny es un viejo en silla de ruedas que apenas puede moverse y me parece que aquí es la primera aparición de Killer Crock con el look que es más animal que persona. Cada personaje se vuelve un desafío en sí mismo el poder reconocerlos, pero el arte de McKean, en ese caos absoluto en que se convierte, también deja espacio para la imaginación del lector. Mención aparte merece su Joker, un personaje anguloso que evoca terror solo con una mirada de penetrantes ojos y maquillaje corrido que definen sus arrugas e imperfecciones de forma maquiavélica.
Otro de los aspectos a destacar dentro del grafismo de la obra es el uso de una tipografía particular para cada personaje. Gaspar Saladino utiliza un reconocible estilo grafico para enmarcar cada palabra que sale de los personajes. Los diálogos del Joker carecen de globos y su letra es caótica y a veces difícil de distinguir. Batman tiene globos de diálogos negros con letras blancas, una especia de negativo respecto a los personajes “normales”. Estas decisiones gráficas tan cuidadas son las que elevan bastante el guion de Morrison, dándole un estilo único e irrepetible.
Batman: Arkham Asylum es una obra que, si bien no posee un guion tan redondo como otras obras del murciélago, no deja de ser un atractivo ejercicio gráfico que a más de alguno nos encantó. Si bien Morrison es traicionado por su juvenil inexperiencia, McKean eleva la obra hasta esa categoría de culto que bien merece. Ese ánimo de ir en contra corriente con la época, sin duda es una apuesta que da frutos. Bien lo sabe Morrison, que se jacta que es su obra más vendida.