"Batman: The Dark Knight Returns" (1986): La venganza de Frank Miller
Esta noche somos la ley. Esta noche, yo soy la ley.
-Batman
La génesis de The Dark Night Returns puede ser rastreada hasta 1954. No es el año de nacimiento de Frank Miller, si no el año de publicación de ese ya mítico pasquín titulado Seduction of the innocent. Escrito por el psiquiatra Fredric Wertham, el ensaño denunciaba todas las representaciones, expresas o edulcoradas, de violencia, sexo, consumo de drogas y otros temas que figuraban en los “crime comics”, aquellas publicaciones dedicadas a historias policiales. Lo que no debió pasar de ser una mala broma, se transformó en un asesinato que permeó a todo el medio del cómic norteamericano.
Estados Unidos estaba en una época de la cual nunca se recuperaría: la del miedo constante. Con la Segunda Guerra Mundial dejada atrás, el pueblo estadounidense empezó a temer ante el hecho de que claramente no eran los peces más grandes en el estanque. Estaban los rusos, los comunistas que realmente habían ganado la guerra y que se asomaban como una sombra gigantesca sobre el mundo. El miedo que debió quedarse en las cúpulas de los líderes políticos de la nación, llegó hasta el núcleo de la sociedad misma.
Ahora era ciudadano de “a pie” el que veía agentes durmientes en las esquinas de su casa, a la salida de su trabajo o en cualquier instancia donde se pudiera ver que algo no cuadrara en el sueño americano. La paranoia descubría los verdaderos matices de la sociedad americana, mostrando sus prejuicios y su búsqueda por las soluciones fáciles. Se hicieron comités en el senado, se escribieron listas con posibles espías comunistas insertados en la sociedad y se tarjaron sus nombres a medida que caían en la vergüenza pública.
Esta caza de brujas encantó a la sociedad americana. Pan y circo, a falta de una guerra de la cual preocuparse. Se podía curar cualquier mal social a base de crear listas y hacer caer a los nombres escritos en ellas. El siguiente tópico a abordar era la delincuencia, que se alzaba lenta, pero firme. Nada tenía que ver el fin de la guerra ni la falta de oportunidades. Los niños estaban siendo corrompidos antes de siquiera poder tener opinión. Aquí es donde entra Wertham y su ensaño.
Seduction of the innocent culpaba a los cómics de la falla educacional que suponía tener adolescentes violentos y rebeldes. Sus palabras calzaron bien dentro de la paranoia del país, ya que estaban escritas por un profesional universitario que usaba un lenguaje técnico para adornar la insensatez. Wertham afirmó que “las historias de Batman eran psicológicamente homosexuales” y además de “incitar a los niños hacia las fantasías homosexuales, de una forma de la que serían inconscientes”. El cómic se convirtió en el arma más poderosa en contra de la sociedad del país más grande del mundo.
Cientos de artistas cayeron como chivos expiatorios. Miles de historietas eran quemadas en la calle y los editores cerraban colecciones por la presión de los medios. Editoriales completas quebraban. En la televisión, el comité escuchaba y creía en todas y cada una de las palabras de Wertham. El ciudadano las creyó también. El cómic, que antes había ayudado en la guerra, ahora era desechado tal como se hacía con los veteranos incapacitados.
Este es el mayor trauma al que fue sometido Frank Miller. A pesar de no ser capaz de vivirlo en carne propia, las imágenes de las persecuciones al medio del cómic siempre han estado acechándolo. De Miller se pueden decir un montón de cosas: que es un genio, que es un fascista de derechas, que está loco como una cabra. Pueden ser ciertas o no, pero hay algo seguro en su persona: ama los cómics. Ama al medio de tal forma, que decidió a los seis años que quería trabajar en él. Y se vengaría de Wertham por el daño que le había hecho a su amor.
The Dark Knigh Returns muestra un futuro en el universo DC que parte de una ucronía: la prohibición de cualquier superhéroe en su sociedad. Este es el punto de partida que utiliza Miller para dar contexto a su historia. A consecuencia de esto, Batman lleva retirado diez largos años. No hay rastro de ninguno de sus colegas y la sociedad ha mutado a una versión violenta, cínica y atrofiada de sí misma.
Ante no poder seguir con su cruzada contra el crimen, Bruce Wayne vaga por las calles de Gotham cuestionándose el seguir viviendo o no. Jim Gordon, su único amigo, está a días de retirarse como comisario de la policía y todo parece que está a punto de acabar en su totalidad. Los Estados Unidos están en jaque gracias a las fuerzas soviéticas que ocupan la ficticia isla de Corto Maltés –Miller nunca fue sutil, sus homenajes tampoco lo son-, pero la prensa parece estar preocupada de la alta sociedad gótica o temas aún más mundanos.
¿Empiezan a ver el patrón aquí? Miller empieza a llenar las páginas de la historia con programas de noticias que sirven de radiografía social. Reportan crímenes atroces, pero dedican poco tiempo a la crisis contra los rusos. El estado del clima parece más preponderante y preocupante –la ola de calor más terrible que azota la ciudad- y aparece el doctor Herbert Willing, quien asegura que ha curado a Two-Face. Miller hace que el psiquiatra hable como una estrella de rock y le estampa una camiseta con el logo de Superman. Willing es el mango del puñal con el que Miller piensa perpetrar su crimen.
A pesar de que Bruce ha financiado la cura de su amigo Harvey Dent, no se detiene a alegrarse por el avance, en vez de eso se queda solo en su mansión, observando las noticias por televisión. El recuerdo del crimen de sus padres interrumpe la sesión. Nótese que Miller hace que Thomas Wayne ponga resistencia al ladrón, desencadenando los trágicos hechos. Debe ser el primer autor en hacerlo tan abiertamente.
El alma de Bruce Wayne habla por primera vez. Esos monólogos corrosivos de Miller comienzan a tener sentido y Batman sale del retiro, en una secuencia donde el ritmo es frenético, no solo porque el autor tiende a usar una plantilla de dieciséis viñetas, si no por su increíble prosa. El Batman de Miller es un viejo huraño, entregado ciento por ciento a su causa y que nunca se equivoca. Subestima su edad, pero nunca toma una decisión errónea, dándole un aire de superioridad inmediata.
Batman comienza a corregir la sociedad de Gotham a base de golpes e interrogatorios. Todas las situaciones tienen un aire a Paul Kersey a pesar de que Miller ha dicho abiertamente que Harry Callahan es una de las inspiraciones para su Batman. Todo el primer capítulo de la obra es un sembradío de situaciones y conceptos. Miller llena de crimen sus páginas con los casi omnipotentes mutantes, una banda de jóvenes inadaptados que acechan constantemente las calles de la ciudad, delimita la situación con Rusia y vemos que ha pasado con alguno de los ciudadanos más “ilustres” de Gotham. Es un ejercicio estructurado de forma impecable, con muy pocas fisuras, que muestran que el autor es un narrador fenomenal.
De aquí en adelante, Miller empieza a colocar su agenda cada vez más fuerte a medida que avanzamos la lectura. Batman acaba con Two-Face, que se siente incurable y con el que Batman se siente reflejado. Ambos personajes son incorregibles, son dos caras de la misma moneda, solo que a Harvey le ha tocado el lado marcado. Este es otro de los puntos fuertes dentro de las decisiones tomadas por el autor al concebir esta historia. Batman tiene un sin número de villanos a los cuales referirse, pero Miller tan solo ha sacado de la chistera dos de los clásicos, siendo Two-Face y su destino, la perfecta sincronía con su lectura sobre el héroe encapotado. Batman están condenado a morir siendo Batman, ya que Bruce se ha vuelto loco al momento del asesinato de sus padres en Crime Alley. Es otro loco más que debería estar en Arkham.
Batman sigue su cruzada, apuntando a la banda de los mutantes. Se comienza a colar cada vez más el Miller más fascista a medida que avanzamos. El autor introduce una trama donde un general del ejército estadounidense es el responsable de las armas avanzadas que lleva la pandilla de jóvenes. A mi gusto es uno de los puntos bajos de la historia por su ejecución y su implicancia en la misma. Las armas en las calles es algo mucho menos complejo en la sociedad de su país, algo mucho más fácil de resolver de forma “burocrática”, apegándonos a la fantasía del cómic, claro. Miller ignora el hecho que es su propio gobierno electo el que pone esas armas en la calle y prefiere decantarse por la historia de un general en depresión. Siento que es una oportunidad perdida dentro de lo antisistema que suele ser Miller.
Batman renace al completo cuando acaba con el líder de los mutantes en una de las secuencias más recordadas. La brutalidad del personaje se hace cada vez más irreconciliable. Esto, sumado a que Miller hace que Batman no posea dudas sobre sus métodos, lo convierte una especie de vigilante fascista. Miller repite un este mismo patrón con Gordon, que se ve rodeado de burócratas que no entienden lo que es “la lucha contra el crimen”. Claro que con el comisario, el ejercicio es mucho más creíble, dado a su naturaleza humana. Gordon nunca necesitó la tragedia para justificarse en su lucha contra el crimen. Él es parte de la sociedad que ha dejado fuera a Batman y el resto de superhéroes, y ha dado todo de sí para combatir con las armas que le han dado, y más.
La necesidad de que Batman, como personaje, se vea rodeado de una sociedad cínica y a la vez incompetente es parte de la venganza de Miller contra Wertham. La Gotham de The Dark Knight Returns es la visión –o la consecuencia- de los comités que condenaron al medio a autorregularse y llevarlo a la casi extinción. Y Miller también castiga a la misma sociedad que se ha vuelto cobarde e ignorante a sus ojos. El mayor testigo de esto es el capítulo donde aparece el Joker. El personaje es presentado por el mencionado doctor Willing, listo para reinsertarse en la sociedad misma, pero el tiro sale por la culata. Nuevamente es el justiciero al margen de la ley al que le toca corregir todo. Miller aun así logra un encuentro lleno de matices y contradicciones, dotando al relato de una sensación de escalada irremediable. Mal que mal, el Joker sale de su catatonia al ver que Batman ha salido de la suya. Son dos amantes que se complementan y que están danzando su última pieza en el túnel del amor.
Nuevamente la prosa de Miller hace que toda esta lectura tan amarga e incorrecta sea tan entretenida y épica, dejando cada vez más esa sensación crepuscular en la historia. Batman ha dado todo por nosotros y le hemos fallado como sociedad.
Llegando al tramo final es donde la cosa se comienza a desarmar a mi gusto. El caos de la guerra contra los soviéticos termina por desatar un ataque final que deja al país completo a oscuras. El presidente, un eterno Ronald Reagan, trata de dar calma a la población, pero es demasiado tarde. Cada ente en la sociedad jerarquizada cae y la anarquía comienza a borrar los límites de la cordura, la ley y el orden. Es quizás la mejor secuencia de la obra, donde múltiples historias se condicen con la agenda de Miller: le fallamos a Batman pero él nunca nos fallará a nosotros. El personaje alinea a los remanentes de la banda de los mutantes y a los “hijos de Batman”, otra banda que se apega con las creencias retorcidas del personaje, y juntos se transforman en la ley en Gotham. Batman es la ley en Gotham. Todo el país es un yermo gobernado por las sensaciones más primitivas. Todo, menos Gotham.
Lo que pudo ser un final perfecto dentro de la retórica de Miller, es ensuciada por el mismo autor. Durante toda la obra, se ha mostrado un Superman alineado con el gobierno de turno. Ese que ha aceptado el hecho que los encapotados sean prohibidos y que ha hecho un trato para quedarse tras bambalinas ayudando en los intereses internacionales de la nación. Es una representación que con los años he llegado a lamentar más de alguna vez. No solo porque ignora completamente los orígenes subversivos de un personaje como Superman, que en un principio arrestaba banqueros y políticos, y que de a poco se volvió un ícono del país del norte a base de su buen hacer.
El Superman de Miller es un perro entrenado que no cuestiona acciones ni pregunta a sus superiores, solo actúa de forma automática. Supongo que Miller piensa que esa es una evolución natural del personaje y razones no le faltan. Durante la época posterior al libro de Fredric Wertham, Superman sobrevivió a base de historias insulsas e infantiles. Lo mismo hizo Batman y Wonder Woman, y creo que es increíblemente incorrecto condenar a uno para enaltecer a otro. El enfrentamiento entre ambos se perfila como algo inevitable siempre, incluso un tullido Green Arrow lo dice sin tapujos. Superman fue el encargado de la explosión del género superheroico y Miller le ha dado el peso de ser el que haya ayudado acabarlo, dándole aún más a Batman el aire del "viejo que nunca se equivocó". Pero a esta altura me resulta artificial, una razón demasiado conveniente en un ejercicio que venía siendo ejecutado de forma impecable.
Los temas de Miller son cuestionables, sobre todo si vemos como el autor nos dibuja como sociedad. Miller es un “todo o nada” sin matices ni contextos que valgan, un antisistema que encaja perfectamente en su visión de Batman. El Batman de Miller no es un superhéroe, es un vigilante al margen de la ley. Está lejos del romanticismo y la ingenuidad, está lejos del optimismo y la claridad. De ahí se entiende como la personalidad del autor se haya marcado aún más a medida que pasan los años y ciertos sucesos sociopolíticos han acontecido. Miller pueda capaz de renunciar a sus derechos civiles con tal de tener razón. Tiene lógica que sea él, un extremista, el que se atreva a escribir lo que se suponía era la última historia de Batman.
Para Miller, el ataque de Wertham a los cómics fue un ataque personal, a pesar de que nunca vivió las consecuencias directas de dicho ataque. Creo que eso es lo que más agradezco del autor, lo apasionado que puede llegar a ser, desbocando su talento hacia sitios que pueden resultar incómodos, pero que también sirven para demostrar que es un maestro en lo que hace. No cualquiera aborda tan bien esta madeja de temas controversiales, metiéndose en una cloaca para poder salir limpio del otro lado.
El final, a pesar de sus imperfecciones, The Dark knight Returns es una de las mejores historias del género. Un Miller comprometido con su visión –de la cual podemos estar de acuerdo o no- eleva su propio material de manera magistral gracias a la increíble ejecución de secuencias que dejan sin aliento, con una posición impenetrable dentro de su postura tan controversial. Quizás sería el mejor cómic de Batman, si no fuera porque existe Batman: Year One. Por suerte para Miller, también lo escribió él.