"The Umbrella Academy: Apocalypse Suite" (2007): música del fin del mundo
Gerard Way es un tipo peculiar. No solo es el líder y vocalista de la popular, y disuelta, banda My Chemical Romance, si no que además es un guionista de cómics de creciente reputación, fundada en un puñado de obras aclamadas por la crítica, y por su rol de curador del casi desaparecido sello Young Animal, de DC. Hasta el momento, su opus máximo es The Umbrella Academy, cuya primera miniserie, Apocalypse Suite, analizamos a continuación.
The Umbrella Academy: Apocalypse Suite es una miniserie de seis números, publicados en 2007 por la Editorial Dark Horse, nacida de la mente de Way y dibujada por el artista brasileño Gabriel Bá. El guionista, admirador confeso y alumno aventajado de la psicodelia lisérgica de Grant Morrison, la ideó y concibió con base a su gran amor por los cómics, en un época inmediatamente cercana a la edición de The Black Parade, el disco más exitoso de su grupo musical,
El argumento podría resumirse de la siguiente manera. En un año insólito para la humanidad, nacieron 43 niños con habilidades extraordinarias, todos de madres solteras, sin haber mostrado señales de embarazo, y aparentemente en lugares al azar. Solo 7 de esos bebés fueron salvados de un destino fatal y educados por el magnate Sir Reginald Hargreeves, para controlar sus poderes y eventualmente, salvar el mundo. Ahora, veinte años después, un trágico evento gatilla la reunión del grupo, justo a tiempo para detener un apocalipsis generado por uno de los suyos.
La descripción anterior nos recuerda poderosamente a la de cierto grupo mutante de Marvel, y en efecto, acá tenemos un trasunto de los X-Men, aunque vistos desde la óptica indie y osada de Way, y potenciado por la libertad de una editorial independiente. Justamente, el escritor se decantó por Dark Horse debido a que fue pionera en el formato de series cortas como Hellboy de Mike Mignola y El Bruto de Mark Powell, títulos que aparecían solo cuando el autor tenía algo que decir respecto de la historia y los personajes, y no estaban ligadas a una cadencia mensual obligada, o a años de trabajo continuo.
Si tuviésemos que definir en pocas palabras a la serie, podríamos decir que es loca y atrevida. El título posee personajes atractivos, tramas, subtramas y elementos culturales rebosantes de la actitud punk que Way ha impreso en su música, en respuesta al esnobismo y elitismo hostigante que vivió en su época en la escuela de arte, y en ese aspecto, cobra total sentido que su principal inspiración a la hora de idear la serie fue la Doom Patrol de su adorado Morrison —otra es la antigua serie de TV The Prisoner, de la que bebe algo más que aspectos estéticos—. La acción es vertiginosa y sin tregua, enganchando de principio a fin. El título no rompe moldes, pero desdibuja los límites del género superheroico con una interesante propuesta llena de intriga y acción.
Al igual que aquella colección inspiradora, este es un título que no es para nada condescendiente con el lector, siendo un producto muy distinto a las tramas tradicionales de empijamados. Incluso huye del esquema de las historias de origen, pues luego de un par de páginas donde se nos pone en contexto, pasamos rápidamente a una batalla de los niños contra la Torre Eiffel, e inmediatamente después saltando 20 años en el futuro de los protagonistas. Así mismo, personajes que se esperaba cumplieran roles claves estaban muertos desde el principio, y hay muy pocas explicaciones acerca de por qué las cosas eran así.
De hecho, al margen de inevitables y escuetos flashbacks, la mayoría de la información acerca del pasado o status de los personajes lo inferimos a partir de cortos diálogos o comentarios de los participantes, o de elementos del decorado —como recortes de periódicos, cuadros o fotografías—, obligándonos a estar atentos en todo momento para no perder detalle del trasfondo. Eso no hace que el cómic se resienta, e incluso, contribuye a aumentar su encanto. Cada uno de los miembros del equipo tiene su personalidad definida, mostrándose más incómodos que a gusto trabajando juntos, siendo por supuesto un caldo de cultivo del que nacerán una complejas relaciones personales.
Por tanto, ya desde la primera imagen, observaremos que los personajes no son para nada convencionales. Tenemos astronautas con cuerpos de gorilas marcianos y pistolas de rayos, chimpancés parlantes con doctorados, alienígenas camuflados en aristócratas de pelo rosa, madres hechas con retazos de maniquíes, mujeres tímidas y al borde de la locura, héroes suicidas, niños que no envejecen, orquestas dementes con el poder de destruir el mundo, entre otros. Las ideas van y vienen con rapidez, configurando un paisaje que fascina y atrapa.
Y sin embargo, la valía de The Umbrella Academy va más allá de presentar un puñado de personajes cool. Porque Way se da el tiempo de presentarnos unos protagonistas que están ante todo dañados, situación propia de tener un origen incierto, haber sido criados por un sujeto frío de moral y métodos cuestionables, incapaz de sentir apego por ellos, y haber sido obligados a vivir juntos, como una familia disfuncional más cercana al concepto de un orfanato. Así, el tratamiento de los protagonistas es impecable, otorgándoles una dimensión humana encomiable. En el fondo, las acciones de los protagonistas se dan en un contexto de traumas, descubrimiento y evolución, y nos invitarán a reflexionar sobre el poder de crear o destruir, de amar u odiar, y de encontrar la fortaleza para seguir adelante o quedar atrapado en un bucle vicioso.
También es interesante el mundo en que se desenvuelven los chicos de la Academia Paraguas. El guionista indicó que su intención era hacer del entorno y la ciudad tan importante como los personajes, como Gotham. Y si bien eso no está muy logrado, la escenografía sí contribuye a determinar quienes son, más unos experimentos posmodernos que superhéroes tradicionales. En este mundo, se entremezclan los inventos extraños y algo anacrónicos, como el Televador, los cinturones levitadores y otros artilugios creados por Hargreeves, con elementos más comunes como mansiones antiguas, teatros clásicos e instrumentos musicales.
Respecto del apartado gráfico, el arte de Gabriel Bá (Daytripper) es de una riqueza innegable. El dibujo es de trazo limpio pero potente y detallista, siendo algo más caricaturesco que el canon habitual del cómic de capas. Cada viñeta está diseñada al milímetro, su ambientación está plagada de información y objetos en abundancia, lo que me recuerda a algunos de sus colegas como Chris Bachalo. Todos sus elementos, desde la expresión de los rostros hasta los artículos decorativos, juegan un papel fundamental en el manejo de los ritmos narrativos y la transmisión de emociones.
El dibujo se vuelve extremadamente vertiginoso y dinámico en las escenas de acción, mientras que los momentos más calmos son muy emotivos, e incluso, en varios pasajes los diálogos y cuadros de texto son inexistentes, y el mensaje solo nos llega a través de las imágenes pletóricas de belleza y elegancia. Y si bien trabajó con bocetos realizados por Way, también es notable el nivel de diseños de personajes, cada uno con un look definido y un aspecto original y sugerente.
El diseño de página también es bastante original, pues las viñetas pocas veces están dispuestas en un esquema tradicional. Estas cambian de tamaño, forma u orden a voluntad del guion, lo que aumenta el grado de diversión e interés. Las hay pequeñas, para definir detalles, splash pages para presentar los títulos de cada episodio, e incluso aparecen superpuestas, para delimitar hechos dentro de una narrativa más macro. Los esquemas casi no se repiten en las diversas planchas, pues como decíamos, los paneles responden a la intensidad o al momento de la trama que se esté desarrollando en el momento.
El trabajo de Bá está fuertemente respaldado por el coloreado de Dave Stewart, que utilizó una técnica en que estableció algunos de los colores fuera de línea y con zonas de tonos con formas asimétricas, lo que hace que los colores parezcan del estilo de la Edad de Plata. Eso sí, la paleta elegida es bastante más sórdida, creando el mismo efecto surrealista que el guion. Lo anterior, sumado a los elementos del entorno que conforman el mundo de este cómic, hace que sea difícil situar a The Umbrella Academy en un momento concreto del tiempo real. Tiene guiños vintage, elementos modernos y tecnología sci-fi, por lo que finalmente dependerá de cada lector encasillarlo en un marco temporal específico.
Y si los interiores presentan un artista poco convencional, lo mismo ocurre en el exterior, aunque su particularidad se da en un sentido distinto, para que sus brillos no se anulen. Por tanto, las portadas de James Jean serían casi el opuesto artístico de las páginas, creando la misma especie de equilibrio en el caos que posee la historia. Las cubiertas logran que los personajes cobren vida en una nueva dimensión, pues si Bá los convirtió en seres humanos, Jean los elevó con gran glamour. El equilibrio funcionó perfectamente, y tanto viñetas como tapas entregan imágenes que se nos quedan en la retina por un buen tiempo.
Desde su edición, la obra se ha hecho merecedora de una gran cantidad de galardones, el más importante de los cuales es el Premio Eisner a la Mejor Serie Limitada en el año 2008. Otros reconocimientos a su haber son el Premio Harvey a la Mejor Serie Nueva y el Premio Scream al Mejor Artista de Cómic, ambos en el 2008, y el Premio Book Expo America a la Mejor Novela Gráfica para Bibliotecas y Adolescentes, en el 2009.
Sin duda, The Umbrella Academy: Apocalypse Suite es una miniserie que sin merece ser leída. Su tratamiento y carisma de los personajes, su trepidante historia y gran arte hacen que el prestigio del que goza sea fundado. Su argumento poco convencional y ritmo atrapante la convierten en la obra magna del escritor Gerard Way, y por tanto, si necesitas una dosis de robots-zombies furiosos, orquestas psicóticas y dañados chicos con superpoderes, no hay un mejor cómic que este.