"Olafo el Vikingo" (1973): de escandinavia con humor
Una de las aficiones más arraigadas que tuve durante la década de los noventa era hojear el periódico La Tercera. Ya sea en la biblioteca del liceo o por los ejemplares del fin de semana que llevaba a la casa mi hermano, mi sección favorita era la de pasatiempos, pues ahí estaba, incólume contra viento y marea, una tira diaria protagonizada por un chistoso vikingo regordete que siempre me sacaba una sonrisa: Olafo el Vikingo. Es momento, entonces, de volver la mirada al pasado y contar algo acerca de la historia y trasfondo tras aquel entrañable personaje.
Creado por el artista Dik Browne, Olafo el Vikingo —cuyo el nombre original es Hägard the Horrible— cuenta las pequeñas historias de un jefe vikingo en la escandinavia del siglo IX, siendo un título más de la larga tradición de las tiras cómicas de periódicos, aquel formato en que han visto la gloria personajes como Garfield o Snoopy. Fue ideado bajo la óptica de la también clásica operación de intercambios de tiempo, similar a The Flintstones o The Jetsons: personajes ubicados en una época remota, pero que no hacen más que dar cuenta del presente.
Olafo el Vikingo haría su debut el año 1973, como ya dijimos, de la mano del artista norteamericano Richard 'Dik' Browne. Nacido en 1917, Browne ingresó a los 18 años a la Cooper Union Art School. Al año, consigue trabajo en el diario New York Journal-American con la idea de ser periodista, pero al descubrir que su talento va más por ilustrar las notas y dibujar mapas, al poco tiempo es trasladado a la sección de arte de Newsweek.
Luego de un par de obras menores, llamó la atención de la King Features Syndicate, la empresa más importante del mundo en la creación y distribución de tiras cómicas, que necesitaba un dibujante para el cómic Hi & Lois, con la que Browne ganó, entre otros, el Premio Reuben de la National Cartoonists Society al Mejor Dibujante Humorístico en 1962.
Esto le dio alas propias, y es así que se lanzó con Hägard the Horrible, que comenzó apareciendo en 136 diarios de EE.UU., Canadá y América del Sur, los que llegaron a 600 en solo dos años, y más de 1900 hasta la actualidad. Con esta obra, Browne recibió el Premio Elzie Segar, también de la National Cartoonists Society, en 1973, y el reconocimiento como la mejor tira cómica del año en 1977, 1984 y 1986. A pesar del fallecimiento de Browne en 1989, sus hijos Robert y Chris continúan creando las aventuras del más irrisorio de los guerreros nórdicos.
Mientras en otros exponentes de la tira cómica, el humor pasa por poner personajes normales en situaciones de aventura y peligro en escenarios exóticos, en Olafo es al revés. La hilaridad se genera cuando el personaje es el exótico, peligroso y aventurero, pero es puesto en situaciones cotidianas como pagar impuestos, lidiar con la familia o ir al médico.
El atractivo de este vikingo no pasa por los saqueos, las batallas o los abordajes, pues lo que genera el humor de Browne es el antes y el después de esas actividades. Es la vida de todos los días que debe soportar el guerrero gordo y borrachín entre aventura y aventura: pasear a su perro, charlar con sus vecinos, alejar a los pretendientes de su hija, hacer dieta o soportar a su mujer, como si su profesión fuera lo más normal del mundo. Como es habitual en las obras de intercambio temporal, con frecuencia el autor independiza a sus personajes del clima de época para hacer simplemente humor efectista mediante chistes precisos.
Porque si bien las mini-historias transcurren en entornos aventureros que ahora nos son de cierta forma familiares gracias a series de TV como Vikings, lo cierto es que se trata de una familia típica de clase media, en que todos los personajes dan por descontado que ser un saqueador vikingo es algo común y corriente, solo pensando en la jubilación sin ponderar la posibilidad de que algo salga mal o morir en batalla. Aunque claro, ello es porque el humor protege a sus actores y los rodea de otras preocupaciones.
La familia está formada de cuatro personajes. Olafo (Hägard) es un padre emprendedor cuya esposa Helga es la que realmente manda en la casa y en el trabajo. Sus hijos conforman un desconcertante dueto: ella, remedo de la chica bonita de los sesenta llamada Honis (Astrid en este lado del mundo), preocupada de ser militar y conseguir novio; él, un sensible chico llamado Hamlet que al contrario de la tradición ruda de los vikingos, quiere ser poeta.
Otros actores de la tira son su torpe, aunque a veces más inteligente y capaz, asistente Lucky Eddie (Chiripa), que nunca entiende sus órdenes, el extraño Doctor Zook (Dr. Zocotroco), siempre preocupado de entregarle recomendaciones para bajar de peso, y su flojo perro Snert (Esnerto), que comparte con su dueño la admiración por las siestas y la cerveza, quien se comunica con el lector mediante globos de pensamiento.
Las características de su familia, y en especial de sus hijos, son una manera de decir que en la época que comenzó su serialización, los tiempos estaban cambiando, y que ya nada es lo que era. Olafo, y por tanto Dik, representa el desconcierto de los sectores medios de las sociedades que asistían al cambio de las costumbres que hubo entre los años cincuenta y los sesenta, cuando una chica ya comenzaba a negarse al futuro rol fijo de ama de casa, y un chico podía crecer con una languidez y gustos que ponían en duda la virilidad entendida en términos clásicos.
Pese a la transpolación de tiempos, que lleva a los personajes a manejar muchos conceptos de la época moderna, Olafo es presentado como el buen hombre, vapuleado sin más por su esposa o hija cuando estas se pasean por las tiras, que además se apunta a los lugares comunes del hombre promedio: se dedica con resignación a su trabajo normal de saqueos con su ejército, mantiene a su familia y deja a su mujer en casa, y naturalmente ruega para que lo dejen terminar su día con los amigos en el bar.
Al leerlo hoy con esta perspectiva, queda claro que Olafo el Vikingo se propone representar un lugar común para su generación y su época, pero que por extensión también abarca la actualidad. Detrás de su abollado escudo podemos imaginar sin problemas a un vendedor de seguros o un oficinista que esforzadamente paga sus deudas y estira como puede sus ingresos para darle el gusto a los suyos. Porque en el fondo, el mundo de Olafo es un reflejo distorsionado del nuestro, si no fuera porque se baña una vez al año, y se dedica a saquear y destruir. El orondo del casco con cuernos es muy parecido a todos nosotros, y eso lo hace gracioso y cercano.
Pero no solo la temática en Olafo es especial, sino también su estética. En efecto, Browne no adscribe al esquema clásico de tres viñetas por tira, sino que para el artista es más importante el total del espacio disponible, jugando a placer con él. De hecho, el dibujante utiliza desde uno a cuatro cuadros, aumentando o disminuyendo el ancho en función de la narración. Eso es en las tiras diarias, pues en las dominicales vuelve a una configuración más tradicional.
Por tanto, el aspecto de su obra es siempre fresco, pues además de variar el número de paneles, también juega con el espaciado vertical entre viñetas, que va desde el rectángulo habitual de diversos grosores, hasta sólo una línea negra, lo que además permite ajustar el transcurso del tiempo y la velocidad de la narración.
Para finalizar, solo una recomendación: si quieres reír, lee Olafo el Vikingo. Su humor sencillo y absurdo hará las delicias de aquellos que necesiten pasar un buen rato, con uno de los personajes más entrañables de la tiras cómicas, y un clásico indiscutido del humor diario. Aunque no se parezca mucho a Ragnar Lothbrok, aun así nos dan ganas de subir a su barco para explorar tierras desconocidas y vivir aventuras y saqueos. Eso sí, con una buena cerveza en la mano.