"El Dios Rata" (2016) de Richard Corben: amarga pesadilla
Quiero comenzar señalando que Richard Corben nació en Misuri, el primero de octubre de 1940. Es decir, el maestro Richard Corben tiene 77 años de edad al momento de escribir esta reseña. Y con esos 77 años a cuestas, no ha bajado el ritmo ni ha cambiado su particular estilo desde que se volvió un autor de culto en las revistas Skull o Creepy hace más de 50 años.
Corben maneja un estilo de historia en que se ciñe por el corte clásico y los ritmos de antaño que fueron dictados e influenciados por autores como Robert E. Howard, Edgar Allan Poe y por supuesto H. P. Lovecraft. Esto no es secreto para nadie, pues desde hace mucho tiempo, Corben se ha encargado de adaptar diferentes relatos de estos autores clásicos, dándole cierta preferencia al terror, lo que no le ha impedido aceptar encargos más comerciales para grandes editoriales estadounidenses. Aun así, gracias a su único estilo gráfico, un cómic de Corben es siempre un cómic de Corben, sin importar su origen ni su público objetivo.
En el caso de El Dios Rata, el autor de Misuri sigue en su línea más tradicional, tomando las bases de sus autores predilectos que ya nombré, y nos brinda una historia de terror con una interesante ambientación. Clark Elwood es un torpe e idiota aristócrata de finales del siglo pasado, que decide ir en buscar de su amada que ha vuelto a su pueblo origen, un sitio perdido en los bosques del norte de Estados Unidos. Este pretexto nos permite seguir a nuestro protagonista en una mini “road movie” que nos adentra a un terrorífico sitio perdido y olvidado por los avances que llegan bajo el cambio de siglo.
En este aspecto, Corben toma mucho Lovecraft para su historia. “Can Cojo” –el nombre del pueblo destino- comparte mucho con el Innsmouth de aquél célebre escritor, a pesar de sus obvias diferencias. La más papable son las diferentes geografías que diferencian a ambos pueblos: mientras que Innsmouth es un lugar costero oculto en la bruma, Can Cojo esta en medio del bosque, pasando unas montañas de difícil acceso. Aun así, ambas sirven como un lugar perdido, rodeado de misterio, y de difícil escape. Mientras que la bruma oculta el peligro de la adoración a Dagón, el bosque circundante hace lo mismo por los seguidores del Dios Rata.
Es en estos aspectos en los que El Dios Rata pueda resultar demasiado convencional en su planteamiento. No posee una estructura rompedora, sino todo lo contrario: puede que peque de demasiado clásica. Aun así, Corben toma aspectos más contemporáneos y los mete en su historia como forma de crítica. El mayor golpe lo da al racismo que posee la obra de Lovecraft, donde se nota que Corben pone especial énfasis. El protagonista es un aristócrata que habla de la raza aria y que está en Arkham –otro guiño al padre de Cthulu- para aprender los sustentos científicos de tan incorrecta doctrina. Para Corben, el racismo es otro tipo de culto ruin que exige sacrificios inhumanos, muy al estilo de los ritos de Dagón. El hecho de que Elwood se enamore de una nativa norteamericana sirve mucho de ironía dentro de la obra, sobre todo cuando descubrimos que para ganarse unos cuantos dólares, la mujer tiene que posar desnuda como objeto académico para el estudiantado de Arkham.
Otro aspecto interesante de El Dios Rata es la inclusión de los nativos norteamericanos y su distanciamiento de los asentamientos modernos. Corben los pone como víctimas del hombre blanco, situación que se revela cuando aprendemos que el culto que gobierna a Can Cojo, pueblo de origen indio, fue iniciado por un blanco. Pero ese es sólo el remate, pues dentro de la historia, Corben apunta como se ha utilizado a los pueblos originarios para objetivos viles y mezquinos. Derechamente el pueblo es abandonado cuando el oro que atraía a los visitantes se acaba, dejando pobreza y nada más.
En cuanto al dibujo, pues es el Corben de siempre. Es esa estilizada deformidad con la que dota a sus personajes lo que nos deja un sentimiento único al verlos. El grotesco de sus personajes y sus casi caricaturescas facciones aportan bastante a la ambientación del relato, sobre todo cuando se comienzan a pasear por las páginas esos oscuros habitantes del pueblo, que funcionan como las inhumanas consecuencias del mestizaje a partir del culto. También quiero destacar el trabajo que pone Corben en los fondos, documentados de forma muy dedicada pero que nunca abandonan el estilo deforme del autor. Es gracias a los fondos que sabemos que no estamos ante una historia actual, si no en una que se desarrolla a principios del siglo -años donde vivió Lovecraft-. Además, el trabajo en los fondos rurales es inquietante cuando se le necesita, dejando ese sentimiento de terror que invade al invadir ciertos entornos campiranos, como bien nos mostró el gran John Boorman en su película Deliverance (1972). Corben usa mucho de eso en las primeras páginas de la historia.
El color corre a cargo de Beth Corben Reed en su mayoría, pero hay un par de capítulos coloreados por el maestro en persona. Las paletas de colores utilizadas son bastante orgánicas de acuerdo al lugar geográfico y al tiempo donde se desarrolla la historia. Hay escena donde prima el verde intenso de los bosques de pino, hay otras donde es el blanco y los colores pasteles se utilizan para evocar recuerdos. Cada escena tiene su particular paleta, lo que ayuda a ubicarnos tanto en el tiempo como en el lugar donde se desarrolla cada escena.
Debo decir que a pesar del buen hacer del autor, puede que alguien no le guste un par de aproximaciones y técnicas narrativas que utiliza el Corben durante la obra. Hay un par de escenas que no terminan de calzar o que están para enfatizar ciertas ambigüedades que apuntan hacia el lector –concretamente, el inicio de la historia pueda confundir- y en lo personal, el final se me hace un poco explosivo para mi gusto. No así la última página, en la que Corben nos recuerda sus remates inquietantes junto a Bruce Jones en Creepy.
Una obra interesante, más aún si son cercanos a la obra de Lovecraft. Corben cuaja una historia de corte clásico –con ritmos clásicos- a la que también insufla cierta crítica y mala leche para generar debate y consciencia. Quizás no tenga el final más compacto, pero el sólo hecho de tener en las manos el arte de este ya mítico maestro del cómic norteamericano, se merece el considerar adquirir este tomo. Y con 77 años. El maestro sigue como siempre.