"Devilman: Crybaby" (2018): demonios entre nosotros
Netflix parece empeñada en expandirse de forma exponencial hacia todas direcciones y parecer estar comprometida al ciento por ciento en traer contenido exclusivo creado expresamente para su plataforma. Es una estrategia inteligente, sobre todo si miramos un poco al futuro, con Disney comprando la mayor cantidad de franquicias consolidadas para adosarlas a su inminente servicio de videostream. Netflix se ha enfocado en el contenido propio y en la validación de viejas franquicias en formatos tan variopintos como la animación japonesa. Ahí es donde entra Devilman: Crybaby.
Go Nagai es uno de esos artistas que todos conocen. Es el creador de obras notables como Mazinger Z, Devilman, Violence Jack o Cutey Honey. Pero en su tiempo, el nipón también trajo una revolución, llenando sus páginas de violencia y erotismo, valiéndole múltiples protestas de grupos conservadores en su natal Japón. De ahí es que varias de sus primeras obras no hayan sido adaptadas de forma más fiel a lo publicado por Go Nagai en el papel, siendo Devilman el ejemplo más notable a través del tiempo. El Devilman animado de los setenta carece todo el erotismo, la violencia, el cinismo y la ambigüedad del manga original. Esfuerzos posteriores encausaron más al personaje hacia su naturaleza original, siendo estos OVAs —lanzados en los años 1987, 1990 y 2000— mi primer contacto real con el personaje de Nagai, impresionándome a pesar que de la censura seguía coartando la extrema visión del autor.
Devilman: Crybaby parece ser la adaptación más fiel en espíritu y tono al original que Go Nagai ideó hace tanto tiempo. La base de esta serie es la misma: Akira Fudo, un adolescente tímido y de poca presencia, es poseído por el demonio Amon, pero el corazón puro del muchacho lo deja en control de los poderes demoniacos, dando paso a Devilman, un híbrido entre demonio y humano. Todo esto es gatillado por la visita de su mejor amigo Ryo Asuka, quien profesa que los demonios existen disfrazados entre los humanos, por lo que deben ser combatidos. Ryo es el principal responsable de que Akira termine convertido en Devilman, alegando que “para combatir a los demonios, debes convertirte en uno”.
La serie se podría dividir en dos arcos bien marcados de cinco episodios cada uno, para darnos un total de diez. La primera parte es la introducción de Devilman y sus secundarios. Pequeñas tramas se tejen, pero la principal aventura es la de Akira y su autodescubrimiento sexual. Aquí no hay sutilezas de por medio, la serie se las ingenia para mostrarnos de varias formas el despertar sexual de un personaje típico de la iconografía japonesa: un inadaptado social con un mínimo éxito al conocer gente del sexo opuesto y que vive a la sombra de su amor “imposible”, en este caso, la increíblemente popular Miki Makimura. El tono de esta parte es una mezcla entre los típicos clichés del anime escolar japonés —las niñas derretidas por el popular, la fascinación por destacar ante la sociedad impersonal o sexualización injustificada de escolares— contrapuesta por la metáfora de que adultez te convierte en un demonio.
Debo decir que a pesar de no ser muy fanático del anime contemporáneo, esta mezcla tan extraña funciona bastante bien. La psicodelia de las escenas de Akira combinadas con lo explícito de los temas tratados —que van desde el típico “me crece pelo donde antes no había” hasta la relación sexual consumada como un acto animal en todos los sentidos— dejan un inquietante sentimiento de curiosidad. Una combinación de perversión y curiosidad tiene su paga en el capítulo cinco, donde un ya desatado Devilman “coge” en todos los sentidos a sus demonios enemigos.
La segunda parte aumenta aún más las revoluciones de lo visto anteriormente. Devilman es mostrado al mundo y se revela que de verdad hay demonios entre nosotros, lo que acelera un convulsionado estado social, un Apocalipsis social si se quiere. Los ánimos se caldean hasta el infinito, detonando una caza de brujas de consecuencias demasiado cercanas como para ignorarlas. Aquí se desprenden las mayores críticas de Devilman: Crybaby a una sociedad tan cerrada como la japonesa. Los miedos se intensifican, las turbas se hacen más grandes y los linchamientos más frecuentes, dejando escenas impactantes por lo retorcidas tanto en contexto como en implicancia. Todo termina en un elitismo extremo que nos lleva a la perdición y que Devilman: Crybaby no se frena ante nada por mostrar.
El director Masaaki Yuasa ha optado por estos dos arcos que, si bien difieren en tono, se complementan perfectamente. Mientras que la primera parte habla del individuo, la segunda lo evalúa dentro de la sociedad; claro que, en el global, la mirada pesimista de Go Nagai es la que impera —y que parece no haber cambiado durante los años— u no deja de ser esperanzadora ante un contexto social, con los odios tan a flor de piel como el que tenemos ahora. Ayuda bastante la ligereza con que aborda ciertos temas —el abuso sexual infantil, la pobreza o el desempleo— dejando temas más difíciles de abordar a la conciencia del espectador. Además, lo juvenil de la puesta en escena sirve para potencial el acelerado guion, dándonos un efectivo filtro en el primer capítulo: si aceptaste estos primeros veinte minutos, puedes aceptar todo lo demás.
También creo que ese ritmo frenético que adopta Devilman: Crybaby, puede ser su mayor problema. Varios personajes aparecen meros segundos y ciertas cosas no quedan tan cerradas como deberían. Hay mucho potencial en el trabajo de Nagai y esta serie nos da pinceladas básicas de ese potencial. Pero también creo que esta decisión de adaptar todo el manga de Devilman en diez episodios es una decisión consciente de que la audiencia quizás no tolere demasiado el tono oscuro y deprimente de la propuesta general. Un mayor número de episodios se hace demasiado difícil de sobrepasar.
Al final, estos diez episodios de Devilman: Crybaby se convierten en todo un tour de force por la mente de Go Nagai y su creación más interesante. Desde el despertar sexual hasta la crítica social, la serie deja un buen sabor de boca mirando el total. Lo más probable es que dé paso a más contenido de animación japonesa en Netflix. ¿Quizás una nueva Hokuto no Ken? ¿Un remake de Genocyber? ¿Violence Jack? Vamos, tú sabes que lo quieres.