"La Semana Ilustrada" (2016): un relato gráfico de Ignacio Julio Montaner
La Semana Ilustrada es quizás uno de los cómics chilenos más interesantes del último tiempo. El manejo de Ignacio Julio Montaner, el autor completo de la obra, es una muestra de talento e imaginación, así como de un dominio de variadas formas narrativas que iluminan y también oscurecen diversos pasajes de la historia, entregando un relato que no es sencillo de leer, pero que se nutre de un lector atento, uno que vuelve al texto y que va reconociendo pequeños y nuevos pasajes con cada nueva leída.
Una historia latinoamericana
La obra pareciera tener más puntos en común con la literatura del cono sur que con otros cómics cercanos. Al leerlo me encuentro con más nexos con el realismo mágico que con el estilo o enfoque historietista actual del país. Esto se refleja en una historia que abarca un gran pedazo de tiempo, ambientada en un impreciso pero totalmente reconocible lugar de Latinoamérica: prácticamente cualquier lugar del cono sur.
La historia transcurre en algún momento del siglo XX, con grandes descubrimientos científicos en ciernes, y una álgida y continua lucha entre distintas facciones políticas por obtener el poder de una joven república. Vemos en varios de sus cuadros una mezcla entre la ingenuidad ante las posibilidades de la ciencia, así como una honesta ignorancia ante distintos fenómenos de la naturaleza y su efecto. No es casualidad que gran parte de los problemas de construcción y avance en obras civiles, así como la rebelión armada, sean interrumpidas y modificadas por la fuerza de un volcán. El fuego de la naturaleza es más fuerte y trastoca las mentes de los protagonistas e, incluso, otorga visiones proféticas de un futuro circular.
La política en este país tiene todos los lugares comunes que podemos esperar de estas latitudes. Los gobernantes actuales fueron anteriormente exiliados por los rebeldes actuales cuando ellos eran los gobernantes, en un continuo gallito de poder que, además, se repite de formas similares en los países vecinos. Con los rebeldes gritando libertad de una forma que se escapa a sus globos de texto y que incluso no logran contener el concepto, el autor nos muestra cómo ciertas palabras parecen ir más allá de quienes la enuncian, y que más aun, parecen sobrepasar la capacidad de esta historia de mostrarlo. Misma fortaleza que apenas logran los globos retratar en un grito de gol ante un partido de fútbol, acaso el único divertimento que se muestra constante en interés y fervor popular.
Sociedad e individuo
Aunque tenemos un protagonista principal más o menos claro, Rom, un diligente trabajador recomendado por una alta autoridad por su valor, la principal gracia de este personaje es ser el ojo por el cual veremos los hechos sucederse. Rom está en el lugar correcto en una serie de acontecimientos acaecidos en la misteriosa isla volcánica, y está allí tanto por el fruto de su trabajo como por la cercanía con un importante político y su anterior empleador. También está ubicado en la historia porque refleja en su niñez el nexo con un momento en la historia más amplio, uno menos susceptible a los cambios acelerados. Su infancia no debió ser muy distinta a la de sus padres, sin embargo el inicio de esta "semana" que se alarga por décadas, es el albor de un nuevo mundo y pilla a todos sus personajes por sorpresa, sin tiempo de asentarse ante los cambios. Casi como si fuera un eslabón entre el viejo y el nuevo mundo, estas décadas del siglo XX son aún más fantásticas que para quienes vivieron en siglos anteriores.
Claro que hay algo, un sentir general o un relato propio de Latinoamérica, que nos ha mostrado una forma de contarnos lejos de las grandes proezas y aventuras de los protagonistas europeos o norteamericanos. Aquí abajo, somos más presos de las circunstancias, de un azar con toques divinos, tan cerca de la tragedia que por momentos parece comedia. De esa tradición bebe esta historieta, que no escatima en poner a sus protagonistas en medio de acontecimientos simultáneos, confusos, y que de paso arroja al lector a una situación similar, y por lo mismo no es sencillo de leer. No hace sentir al lector como un protagonista que se pueda identificar, sino que más bien es bombardeado por esa misma confusión de todo un siglo. Quizás es el mismo Ignacio Julio Montaner que busca dibujar con cuidado pero también teniendo en cuenta los espacios en blanco, aquellos que paradójicamente nos dejan más en oscuro.
Trazos de belleza
Me llama poderosamente la atención que, habiendo tanto color disponible para cada uno de los ambientes donde nos lleva el cómic, se opte por prescindir de esa posibilidad, siendo el blanco y la tinta los únicos elementos. Y la verdad es que no se extraña, el trabajo del arte de Montaner es preciso y cuidado. Cada uso de la tinta se siente presente y real, y se conjugan historias, recuerdos que el color podría arruinar: que sea la mente la que haga ese trabajo y que coloree y mezcle a su gusto según el orden que leamos, según cuál sea la "viñeta" que escojamos para leer primero. Porque sí, gran parte del cómic no cuenta con una secuencia única de orden de viñetas, de hecho tienden a ser intercambiables y puede que vuelvas a releer una página porque no entendiste del todo cómo se supone que debía leerse —y no por eso lo leíste mal—. Nuevamente, no se vuelve complejo solo por el deseo de confusión; cada vez que se dispersa la narrativa, esta tiene un sentido marcado por la historia o la necesidad del autor de narrarnos los eventos de una determinada forma.
Y para los observadores se darán cuenta de los meticulosos detalles de rostros, de edificios o de la locura de una ciudad viva, así como la grandiosidad de las letras más grandes haciendo presencia. Todo orquestado, todo en su lugar si te tomas el trabajo de verlo, como si estuviéramos buscando a Wally, y que enriquecen cada lectura. Sin embargo, eso que la hace especial y llamativa, una forma de narrar como si fuera un sueño y un dibujo evocador y trabajado, puede ser lo que a muchos apartará.
Es una apuesta arriesgada pero sigue siendo necesario apostar por este tipo de historias. Considero que es un bello ejemplo de una narrativa profundamente cercana y local, pero totalmente exportable y disfrutable en cualquier parte del mundo. Esperemos que Montaner no deje aquí el ejercicio y nos entregue otra experiencia atemporal que nos invite a ver nuestra realidad a través de este extraño reflejo que nos ofrece.