"The 13th Warrior" (1999) de John McTiernan: el miedo no aporta nada al hombre
Si todo ha salido como lo he planeado, esta debería ser la primera entrada de año 2018. Si no lo es, pues que baje Odín y me castigue por embustero. Sé que The 13th Warrior (1999) no tiene nada que ver con los temas que tratamos en esta página, pero no puedo dejar de referirme a esta película, porque en cierta medida, se me ha vuelto una obsesión sana que me sirve de excusa para defender a ese gran director que es John McTiernan.
Porque entre los ochenta y los noventa, MctTernan nos dio joyas que muchos disfrutamos. Predator (1987), Die Hard (1988), The Hunt for the Red October (1990), Last Action Hero (1993), Die Hard with a Vengeance (1995) y Thomas Crown Affair (1999) entre varios films más son los que definieron una generación de cineastas y de fanáticos que aun claman por la gradual pérdida de calidad del cine de Hollywood. Lamentablemente, McTiernan se vio enredado en una investigación con el FBI —ese mismo del que se burlaba en Die Hard— y fue condenado a la cárcel durante 10 meses, llevando su carrera a un hiatus forzado del que aún no puede salir.
Por eso me detengo aquí, en The 13th Warrior, la película que marca el principio del fin momentáneo —espero— en la meteórica carrera del director. Basada en el libro Devoradores de Cadáveres (Eaters of the Dead) del escritor Michael Crichton —libro que recomiendo por su fácil acceso y lectura— el film relata, o interpreta mejor dicho, los escritos de Ahmad ibn Fadlan, un poeta respetado del gobierno del califato que es enviado como embajador a las tierras del norte para evitar que un lío de faldas termine en algo más grande. Acompañado por su tío, el personaje termina en una improvisada aldea habitada por vikingos que se contraponen diametralmente a las costumbres sofisticadas del musulmán. Rodeado de bárbaros y salvajes con los que no se puede comunicar, Ahmad queda simplemente como un observador de las costumbres vikingas, preguntándose hasta qué punto puede resistir la vulgaridad de la tribu de hombres norteños.
Todo cambia cuando la albea sea visitada por otro grupo de vikingos del reino de Hrothgar, y que imploran por ayuda para desterrar el mal que habita en la espesa bruma: los Wendols. Un oráculo llamado el Ángel de la Muerte dicta que para poder derrotar al mal, deben ir trece guerreros al combate. Solo así tendrán éxito. El primero en ofrecerse es Buliwyf, el que parece ser el líder de la actual aldea, y que rebosa valentía y confianza en su decisión. Le siguen once hombres más que están dispuestos a combatir a los demonios de la bruma, alentándose los unos a los otros a medida que se ofrecen. Pero todo se detiene cuando se le informa a Ahmad ibn Fadlan que el oráculo dicta que el treceavo guerrero no debe ser norteño, y es en el minuto número trece de la película, escogido como el último guerrero de la aventura.
Si con los primeros minutos tan sólidos al contar tanta historia —en 13 minutos tienes definido el pasado y el presente del protagonista— aún no te convence lo buen artesano que es McTiernan, puede que sea conveniente revisar un poco sus pasados trabajos. En Predator define el tono de todos los integrantes del escuadrón de Dutch y su misión en pocos minutos. De John McClane se sabe todo de su vida presente antes de llegar al Nakatomi. Este tipo de montaje tan efectivo es parte de lo que diferencia un buen director de uno mediocre.
Una vez formado el grupo de guerreros, McTiernan comienza a fraguar una aventura clásica —su base es casi la misma que Seven Samurai (1954) de Akira Kurosawa— que además funciona como el choque de dos culturas completamente diferentes. Durante el viaje, el musulmán aprende el idioma norteño observando como hablan en la fogata al final de cada día. Una escena increíblemente efectiva para resolver un problema que en pocas ocasiones se resuelve o se toma en cuenta: la diferencia de idiomas. Nuevamente el montaje de McTiernan demuestra que “mostrar es mejor que decir”. Quizás la única escena que soluciona mejor el problema del lenguaje está perpetrada por el mismo director en The Hunt for the Red October, donde los personajes cambian de idioma al leer una cita de la biblia. Un zoom a la boca del lector en el momento que pronuncia “Armagedón” genera el cambio, palabra que se pronuncia igual tanto en inglés como en ruso. Ingenioso por decirlo menos.
La escena donde aprende el lenguaje norteño el musulmán tiene bastantes detractores, y no tengo idea por qué. La escena gana más cuando escuchamos a Ahmad ibn Fadlan comunicarse con frases de articulación básica. Por ejemplo, cuando necesita un herrero, no pregunta por uno, pregunta por un “trabajador del metal”, dándonos a entender que aún le falta por aprender. Otra genialidad.
Conforme avanza el relato, el choque cultural da paso a la compresión. Las maquinaciones del hijo del rey son detenidas en seco gracias a un Holmgang, una forma de duelo aceptada socialmente de resolver disputas. Es quizás mi escena favorita del film. Ahmad ibn Fadlan aprende que a pesar de lo rústica y derechamente bruta forma de vivir, estos norteños manejan una lógica. Hacerse fuerte para defender sus convicciones puede ser algo viable, pero infructuoso si no posees el cerebro para pensar y meditar tu situación.
Ahmad aprende también lo supersticiosos que son estos guerreros. Esa es su debilidad más notoria. Temen a lo desconocido, temen a la niebla y lo que habita en ella. Cuando llegan a pedir ayuda al principio del film, un niño se queda un tiempo a la vista de todos para que el resto evalúe si es real o no, porque ha llegado a través de la bruma. Cuando llegan al reino de Hrothgar, comienzan a gritar "¡Odin!" y a disparar flechas con fuego para encontrar la tierra, pero también para identificarse, porque ellos también llegan a través de la niebla.
De todo eso se desprende como los Wendols han diezmado una aldea completa de estos guerreros. Los vikingos son incapaces de mirar más allá de su superstición, anulando completamente sus habilidades tácticas y bélicas. Al final es Ahmad el que descubre que estos demonios son solo humanos disfrazados. El extranjero es el que descubre que esa serpiente de fuego no es tal, sino caballería con antorchas y es él el que descubre que los Wendols imitan al oso salvaje y se esconden en cuevas. Una mirada nueva te da soluciones nuevas a problemas antiguos. Así de fácil.
Claro que el film no está exento de problemas. El mayor lo tuvo McTiernan con Crichton al abordar el relato. Seguramente el escritor abogaba por escenas donde los personajes expusieran la trama con diálogos, chocando con la visión del director de “mostrar y no decir”. Este conflicto terminó con el director dejando la producción antes de poder montar la película. Pero aun así, la visión de McTiernan se cuela por los cuatro costados, sobre todo a la mitad de la historia. Su cinematografía está completamente aliada con el escenario y la historia que cuenta. El frío y la humedad de la aldea es completamente funcional, la oscuridad es tenebrosa y opresiva. Esos son trucos que el director ha sabido manejar durante años —ver como el edificio es parte íntegra de Die Hard, así como la jungla en Predator o los submarinos en The Hunt for the Red October—. El primitivismo del cine de McTiernan es claro y los escenarios no quedan como meros adornos y están integrado en el relato.
El director siempre sugiere, nunca habla a través de sus personajes y eso debió chocar con la producción. Esto seguramente generó recortes en diferentes personajes secundarios, pero nuevamente el arrojo del director al filmarlos evita que se pierdan. La historia de amor sugerida entre Fahdlan y Olga, que aunque queda inconclusa, nos brinda una bella escena justo cuando Ahmad y sus ahora compañeros vikingos parten en busca de los Wendols a su guarida.
Al final, eso es lo que termina convenciendo que McTiernan es un gran director. The 13th Warrior a pesar de sus problemas de producción se levanta como un gran film de aventuras, con dosis de terror y catarsis para el protagonista, que pasa de ser un impresionable hombre de ciudad, a un sabio y valeroso hombre de bien. Acompañado por un increíblemente sólido Jerry Goldsmith como compositor, McTiernan no da un film injustamente tratado en su estreno, pero que gana más conforme pasa el tiempo. Además, tiene una de las lecturas más contingentes del último tiempo: a veces, para hacernos entender, tenemos que escuchar primero. Feliz 2018 y escuchen. ¡Escuchen!