"V for Vendetta" (2005): el hombre de la butaca número 5
A esta alturas, creo que no podemos negar cuánto ha influido el cómic en el cine, y más concretamente en sus ingresos. Las mayores recaudaciones de películas basadas en cómics hacen que los estudios busquen entre las historietas del pasado para su siguiente éxito. Lo mismo se puede decir con los libros, donde múltiples sagas tratan de repetir el éxito de Harry Potter y convertirse en fenómenos culturales.
En algún momento, querido lector, va a llegar la hora que un gran estudio ponga la mirada a tu obra favorita y la va a querer adaptar al celuloide. A estas alturas creo que es inevitable. Si es una sensación de miedo la que recorre tu espalda, pues lo comprendo perfectamente. A pesar de sus recursos, el cine no parece tener la necesidad de encapsular lo que convierte a nuestra obra favorita en lo buena que es. Sé perfectamente cómo se siente, porque yo mismo experimenté ese sentimiento cuando supe de la adaptación de V for Vendetta, mi obra favorita de Alan Moore.
Por mucho tiempo medité el cómo iban a adaptar la mirada anárquica de V y poderla hacer digerible a una audiencia que tenía solo dos horas para entender todo. Al final, me di cuenta que no lo hicieron, que fueron por un camino completamente distinto y que la historia de Evey y V era una excusa para plantear las ambiciones y temores completamente distintos a los que Moore y David Lloyd tenían en los ochenta con V for Vendetta.
Y por mucho tiempo, me molestaba el hecho de que una obran tan personal en la mente de su creadores. Es cosa de dedicar un par de minutos para leer el prologo de David Lloyd sobre como esta historia es para gente que realmente esta preocupada sobre el futuro. Moore al principio de su carrera, sentía un legitimo miedo al futuro que planteaba tener a Margaret Thatcher por varias décadas en el poder, relatando el intento por parte del gobierno de erradicar conceptos como la homosexualidad o como camionetas negras grababan en video las calles de Londres. Con los años empecé a entender qué es lo que los autores de la película trataron de hacer algo completamente diferente y cómo era necesario desviarse del objetivo primario y colocar encima su propia agenda. Pudieron hacerlo partiendo desde cero, pero esa es una de las gracias de V, inspira ideas y a veces no nos desviamos mucho de ellas.
Porque en el cómic se habla de anarquía como un estado valedero para la sociedad, mientras que en la película se habla del rol de la libertad en la sociedad moderna y cómo debemos comprometernos con ella. Son dos líneas completamente distintas, casi paralelas que nunca se topan, alejando la obra original y su adaptación cada vez más, a medida que pasan los años.
Pero aún así, puedo respetar eso. Puedo respetar el hecho que ambos intentos tienen un rol diferente a pesar de que comparten el mismo punto de partida.
La película está más empaquetada, a ratos se acerca más al cine de acción tradicional, pero al mismo tiempo tiene una fibra potente en determinadas escenas que funcionan a la perfección con el mensaje de la misma. Sé que a varios les molesta la introducción del romance entre V y Evey, alegando una intervención del estudio para concretar algo más “ajustado” a lo tradicional que piden las audiencias.
No puedo negar que yo pensé lo mismo, pero también creo que ese romance funciona. Funciona la escena donde ambos personajes ven El Conde de Montecristo (1934), y me funciona que ambos tengan una visión tan diferente de la misma película. Mientras que a V le causa alegría cada vez que la ve —incluso actuando ciertas escenas—, Evey ve con tristeza la tragedia de Mercedes, a la que Edmond nunca parece notar al 100%. Me funciona que al final, una Evey ya renacida, a la que el miedo no puede dominar, se rompa en la tragedia de ver cómo la revolución de V se lo lleve lejos; y me funciona aún más que V rechace la salida que Evey le ofrece al final —un final feliz “como solo los puede haber en el celuloide”— porque la lucha por una sociedad justa y libre del miedo requiere sacrificios, y dejar a Evey es el sacrificio máximo para V. Es la pieza del dominó que debe removerse para que caigan todas las demás.
El film tiene muchas cosas que funcionan al final. Escenas que se llenan de poder y se enaltecen a cada momento y se cuadran con el mensaje central. Secuencias como el discurso de V ante el pueblo de Inglaterra que está filmada de puta madre, donde las miradas de los ciudadanos se cruzan a medida que las palabras del revolucionario personaje empiezan a soltar verdades tan grandes como una casa. O la secuencia de los dominós donde se puede ver —gracias a pequeñas escenas insertas— cómo el pueblo se empieza a cuadrar con la visión de V; cómo está tan bien colocado ese Anarchy in the UK seguido por un balazo, perpetrado por un ladrón con la máscara de Guy Fawkes. Cómo el caos comienza a apoderarse de Londres a medida que las piezas caen, y al final, hay una pieza que no sigue el patrón. La misma pieza que le dejan como recuerdo a Evey al final.
O esa hermosa secuencia con la historia de Valerie, que nos cuenta de forma efectiva la vida de un homosexual en una sociedad conservadora en paralelo a cómo los métodos del régimen se vuelven más inquietantes e inhumanos. La secuencia gana aún más méritos al ser insertada dentro del secuestro de Evey y se convierte en su principal razón para sobrevivir al régimen totalitario. Como una historia de amor dentro de una historia de amor.
¿Y podemos hablar de lo bien que está el reparto de la película? Porque Natalie Portman se siente sumamente natural dando vida tanto a la Evey “tradicional” como a la Evey calva que no tiene miedo a nada. Portman funciona a varios niveles —con su particular fragilidad y sobre todo con las miradas que da en el último acto del film— y no se ve amedrentada por el resto de actores. O el cómo escoger al John Hurt como Adam Sutler y hacerlo hablar a través de una pantalla gigante tiene cierta ironía, más aún cuando es el mismo Hurt el que estuvo al otro lado de la pantalla en la película 1984 (1984).
Y si nos detenemos en Hugo Weaving —el hombre detrás de la máscara— la cosa mejora aún más. Weaving hace suyo al personaje, comprende perfectamente al original y solo con su cuerpo y el tono de su voz nos lo dibuja claramente. V es un artista, una persona sensible al arte que gusta de la puesta en escena. Sus gestos los comprueban y el actor hace todo lo posible por articular sin parecer una caricatura.
Claro, no todo son maravillas hay cosas que no me cuadran al ciento por ciento. La resolución de Sutler se siente bastante apresurada, y que el virus que diezmó Inglaterra se creara a través de la sangre de V nunca me termina de cuajar. No todo tiene la necesidad de encajar en el gran plan, y creo que ese par de puntos no eran necesarios. Pero el empeño de que “al final todo está conectado y pertenece a un gran patrón” hace que se tomen decisiones a veces cuestionables.
Pero al final, con sus imperfecciones, V for Vendetta me funciona. Me hace sentir que valió la pena sacrificar la exactitud para adaptar el cómic —que siempre va a estar ahí— en pos de la agenda de los creadores. Vale, sí, pudieron haberlo hecho con sus propias creaciones, pero esta es la misma gente que nos dio la trilogía de Matrix, que habla un poco de lo mismo. Y no está mal. No es para rasgar vestiduras y si a Alan Moore no le gusta la adaptación —está en su derecho, además— eso tampoco la hace una mala película. Hay bríos aquí. Hay sentimiento. Hay autor. Y eso hace que le perdone todo. Además, insertar Street Fighting Man de los Rolling Stones es todo un golazo.