"Martín Warp" (2012) de Enrique Videla y Abel Elizondo
La novela gráfica Martín Warp bebe de la fértil tradición que la ciencia ficción goza en nuestra historieta nacional, donde es posible encontrar el trabajo de nombres fundamentales como Themo Lobos y Máximo Carvajal en la mítica revista Rocket, y obviamente en la fundamental Mampato, solo por nombrar algo del nutrido prontuario de estos maestros. Martín Warp es un intento loable de actualizar el género bajo un espíritu local, urbano y juvenil, con claras intenciones de inquietar al lector, tratando de buscar nuevas fronteras para el cómic local, pero a la vez con una vocación decidida en anclarse relatos ancestrales chilenos.
El alcance de esta dicotomía de conjugar lo nuevo con lo viejo es interesante ya que no solo se plantea en términos formales —estamos pues ante un relato de viajes temporales— sino que además se intenta expresarlo con otras fórmulas más osadas, tales como cambios en el registro gráfico, con estilos de dibujos diferentes para cada una de las épocas que vemos en el relato; saltos desde la viñeta a la prosa; y una estructura narrativa que prescinde de un argumento lineal.
Lamentablemente, este afán experimental lleva la premisa a extremos innecesarios, lo que termina por dañar la obra y convertir lo que pudo ser una gran novela gráfica en otra que resulta solo "interesante".
MARTÍN WARP
Editorial: Viceral Ediciones, Mythica Ediciones
Publicación: 2012
Guion: Enrique Videla
Arte: Abel Elizondo
6 /10
El relato parte días después del terremoto del 27 de febrero de 2010 en una golpeada ciudad de Los Ángeles, ubicada al sur de Chile. Allí conocemos a un par de adolescentes que esconden al mundo sus peculiares atributos: Martín, un chico que puede viajar por el espacio-tiempo cada vez que se droga, y Juan, su fiel compañero, un letal cazador de la era del hielo que hace amistad con el crononauta en una de sus andanzas. Sus aventuras se complican cuando inculpan al viajero temporal de un crimen ocurrido veinte años antes de que él naciera, esto mientras conocen a una enigmática niña, Olivia, de misteriosos poderes telépatas. Es decir, Martín Warp es una versión oscura y torcida de Mampato, Ogú y Rena.
El guion corre a cargo de Enrique Videla, escritor de series de TV como Gen Mishima y Prófugos. El planteamiento de la obra es seductor desde un principio, confunde e interesa lo suficiente como para querer seguir leyendo y descubriendo qué se esconde en su trama, pero los problemas evidentes aparecen en el tercer acto. El final es anticlimático, muy efímero y apresurado, mucho de esto tiene que ver la construcción de sus protagonistas y secundarios. Están bien planteados pero sus conflictos no se desarrollan, se anuncian pero no se trabajan, no al nivel que una obra con pretensiones tan sesudas tuvo que haberlo hecho. En otras palabras, resulta difícil empatizar con ellos y que realmente te importen, pues nunca se entiende hacia dónde van o qué es lo que realmente quieren.
El ejemplo más claro es la inclusión de un cuarto adolescente con una curiosa visión de la realidad que es expresada en términos formales cambiando el registro de la narración desde la historieta a la prosa. Aunque sus intervenciones son útiles para entender más la narración, son a la vez anodinas, excesivas y resultan mortales para el ritmo de la historia. Todo este exceso de texto no se justifica, porque no construye personaje y por tanto historia. Estamos ante lo que son enumeraciones de hechos y reflexiones que podrían dar mucho más jugo si se mostraran con el noble arte de la historieta en vez de el típico truco del diario de vida. Peor aún es la decisión de terminar el libro con uno de estos segmentos. Lamentable.
Las características del género también se quedan a medio hacer. La ciencia ficción logra su objetivo cuando se revela como un espejo de la humanidad o de la condición del ser humano; aquí hay insinuaciones, buenas ideas, pero nada acabado, nada lo suficientemente redondo o fuerte como para que terminemos haciendo preguntas acerca de nuestra condición. No hablo de ser explícito, ni de ser concreto al cien por ciento: me refiero a ser sólido, que el cómic se defienda solo, que no haga notar sus costuras ni tampoco su paja molida. Que las ideas centrales sean lo suficientemente pesadas y redondas como para inquietarnos con ellas y no con la forma. En definitiva, ser precisos con lo que se quiere contar. Y Martín Warp no lo es.
No lo es porque quiere ser algo grande, muy grande. Quiere importar, aspira a revolucionar, a ser diferente y mejor. Lo intenta con un guion de viajes temporales —que de por sí son complejos— que presenta personajes de espíritus profundos y perdidos, que hablan de libertad, tiempo y destino. Y lo intenta además en términos gráficos, con un dibujante que cambia tres veces de registro, con tipografías para cada voz y con composiciones de páginas jugadas. Pera esta diversidad de elementos no cuajan entre ellos, más bien se pisan la cola.
El trabajo de Abel Elizondo (Lo Mejor del Día) en los lápices es bueno, pues estaba frente un desafío no menor al graficar las diversas ideas que incluía el guion. Hay varias secuencias acción donde las páginas narran con ritmo impecable la historia que nos quieren contar. Hay otros pasajes más dramáticos y a veces abstractos que el arte siempre sabe solventar. Elizondo es un artista que maneja recursos variados; ángulos, proporciones, expresiones y detallismo se ven bien ejecutados, y por tanto, su trabajo es un punto alto en esta novela gráfica.
Un detalle en su trabajo —que no es más que eso mismo, un detalle— es poner un par de viñetas de más en ciertas escenas de acción para hacerlas ver más intensas e importantes, pues cuando son muy seguidas entorpecen la lectura en un arte donde el tiempo y el espacio se homologan en la percepción del lector. En algunos casos poner diez viñetas en secuencias que se suponen pasan en algunos pocos segundos cansa. Son como las cámaras lentas de cierto director de cine.
Se debe mencionar la buena idea que es intercambiar el estilo del dibujo dependiendo del tiempo donde las situaciones transcurren. Como iniciativa para no confundir al lector además de darle intención y emoción a cada fragmento del relato resulta favorable. Además, cada estilo se lee bien. Pero reitero nuevamente, faltó un cierre gráfico, en viñetas, a todas estas intenciones para haber cerrado un trabajo más redondo.
Otro aspecto positivo del apartado gráfico de Martín Warp son sus tintas. Es verdad que en ocasiones cuesta identificar el día de la noche, pero son aspectos pequeños comparado con el resultado final. Los blancos y negros tienen fuerza, peso y estilo.
En cuanto a la impresión se puede discutir la elección de un papel de gramaje tan elevado y brillante, pues al final estos elementos encarecen el producto a un valor innecesario y no son esenciales para las pretensiones artísticas de esta historieta. Además, resulta contraproducente que una obra que se vende a sí misma como libertaria, antisestémica y liberadora no tenga un precio o edición más popular.
El rotulado es un problema aparte: es pésimo con ganas. Un exceso de tipografías innecesarias ensucian las hojas con demasiado ruido. Por otro lado, no se calibró bien el tamaño de las letras ni la estilización de los globos de texto, lo que resulta muy molesto a la vista. Siempre están mal ubicados y desproporcionados. De todas las tipografías, lejos la más dañina para la experiencia lectora son las que narran las andanzas de los antepasados de Olivia. No se lee bien, confunden y entorpece el ritmo. Al final, los textos que pretendían ser los más elegantes terminan siendo mancillados. Ojo con los tipos de letras, leer debiese ser un placer y acá por momentos se pasa más tiempo peleando con la caligrafía que disfrutando de una buena historia.
Martín Warp es una novela gráfica que plantea ideas interesantes, que tiene ganas de innovar y generar reacción en el lector, pero que no logra la armonía adecuada entre sus elementos. Tiene una alma experimental que le pasa la cuenta por no medirse y querer abarcar tantas ideas, de tantas formas diferentes, en vez de haber sido rompedora o extrema con una sola gran consigna de peso que resultase con la fuerza suficiente para realmente inquietar al lector. De todas maneras es posible que sí seduzca con mayor ímpetu al fan de la ciencia ficción menos tradicional y autocomplaciente, es probable que este libro tenga mayor aceptación en esos nichos. El rotulado es horrendo. Si bien esta intrincada madeja de buenas intenciones tiene ingredientes atractivos —como la relectura del clásico Mampato— o derechamente bien logradas —como el dibujo— aun así no logra convencer del todo y se diluye en un mar de nobles causas perdidas.
En definitiva, Martín Warp se siente como una obra de iniciación al mundo artístico para sus autores, es un trabajo digno de la tesis de la universidad del noveno arte donde había muchas ganas de meter todo lo que se había aprendido a lo largo de los años de estudios, con la ingenua intención de cambiar o revolucionar el rumbo de la historieta de Chile con su resultado. Me gustaría volver a leer una historieta de este dúo creada cinco años después, con más tintas en sus manos. Un cómic más consciente de sí mismo. Vaya que sí me gustaría leer eso...
En papel
Martín Warp fue publicado en conjunto por Viceral Ediciones y Mythica Ediciones, con una impresión blanco y negro en una encuadernación rústica, sumando 62 páginas a un precio referencial de $10.000. La historieta puede ser encontrada en diferentes puntos de venta detallados en la web oficial de Viceral, además de poder ser descargada de forma gratuita en formato pdf a través de misma web. También incluimos un enlace donde se puede leer el cómic de forma online.