Reivindicando "Spider-Man 2" (2004): lo correcto versus tus sueños
Quisiera tomarme el tiempo para hablar de la que es quizás una de las cintas de superhéroes más queridas de los últimos años: Spider-Man 2 (Sam Raimi, 2004). Y no es algo al azar, pues vivimos actualmente en una burbuja cinematográfica que crece constantemente alrededor de las creaciones tanto de Marvel como de DC Comics, y estudios de cine completos cuentan con el éxito de estas producciones.
Tampoco es casualidad que Spider-Man viva su tercera reencarnación en el celuloide —cuarta si contamos las protagonizadas por Nicholas Hammond en los setenta— siendo la propiedad de Marvel Comics más exitosa y rentable a la fecha. Y siento que hay una pequeña tendencia a pisotear lo antiguo en pos de lo nuevo y mejorado, aun sin estar cien por ciento seguros de que lo merezca. Vale, que quizás las dos películas protagonizadas por Andrew Garfield no estén a la altura de la versión anterior, pero eso es difícil porque Sam Raimi hizo un magnífico e inmejorable trabajo en sus primeras dos películas.
Aquí es donde entramos a hablar de Spider-Man 2.
El film es una continuación directa a la Spider-Man del 2002, también dirigida por Raimi, y esto no es ningún descubrimiento reciente: el metraje parte con un resumen de la historia anterior, usando hábilmente el arte de Alex Ross —que roza el realismo de manera grandiosa— contraponiendo sus pinturas con la imagen real, dándonos la intensa sensación de que el cómic volvía a cobrar vida una vez más. Pero esto es un mero trámite en el camino de esta película hacia convertirse en lo grande que es. El verdadero gol que se anota Spider-Man 2 es que en su núcleo, entiende perfectamente al personaje y lleva las consecuencias de sus acciones y su moral hasta los extremos.
En el primer film, Peter Parker aprende que el hacer lo correcto no le significará gloria y riqueza, sino un peso y responsabilidad mayor al resto de sus pares. Peter recibe sus poderes y trata de sacar beneficio, contradiciendo la moral que su padre putativo le había inculcado. La consecuencia de esto: la muerte de Ben Parker, su tío. Es ahí cuando nuestro inexperto héroe decide dedicarse a hacer el bien y a pesar de que está a punto de tocar la gloria en consecuencia de sus actos, el peso de la responsabilidad es mayor. Peter termina lidiando con la muerte de su otra figura paterna: Norman Osborn. Y la lección es que el camino correcto nunca es el más fácil, pero aún así, sigue siendo el camino correcto por más amargo sea el recorrerlo.
En la secuela, ya lejos de la estructura de una historia de origen, Peter ve cómo el camino de justicia que ha elegido se interpone con sus metas personales de buscar la felicidad. La primera secuencia es la clave de todo este asunto: Parker trabaja como repartidor de una pizzería para poder tener algún dinero y poder llegar a Mary Jane Watson, su amor infantil. Pero los deberes de Spider-Man terminan por hacer que pierda su trabajo y su oportunidad de lograr su objetivo. Su pelea moral interna entre seguir sus objetivos personales y los del camino de la responsabilidad —el que su tío le inculcó— son el tema de esta película. Es un drama y una comedia a partes iguales. Y todas las partes individuales del film —separadas por distintos tonos del mismo— terminan reafirmando la idea del conflicto.
Lo que nos gustaría hacer versus lo que debemos hacer.
Simple y directo, Raimi une todos los elementos de la historia para subrayar este conflicto: el drama de un adolescente que cada vez que asume sus responsabilidades ve su vida privada irse por la coladera, pero siendo lo suficientemente sabio de introducir estos mismo elementos en plan comedia. Por ejemplo, tenemos una escena donde va a lavar su ropa y se le ha colado el traje de Spider-Man a la lavadora, dejando su ropa interior mal teñida. Una situación cómica, íntima, pero cercana a nosotros dado a lo común de la situación. A todos se nos ha colado la ropa de color en la ropa blanca alguna vez. Pero es a Peter al que el traje de Spider-Man lo hace ver, literalmente, todo cuesta arriba, incluida la lavandería.
Lo mismo se puede suponer la escena posterior, cuando llega tarde a la obra de Mary Jane, con la genial intervención de Bruce Campbell: es el drama de un adolescente que quiere estar con quien ama, pero sus responsabilidades no lo dejan. El anonimato de las acciones de Peter hacen al espectador sentir cierta lástima por el neoyorquino personaje, que nunca puede llegar a tiempo a sus objetivos. "Si me golpeas, sangro" le confesara a una distanciada Mary Jane, que ha decidido dejarlo atrás porque quien se supone es el hombre de su vida no se toma el tiempo de poder decirle lo que en verdad siente. Ella desconoce que Parker y Spider-Man son la misma persona, dos entidades que habitan el mismo cuerpo y que tienen objetivos distintos.
Y es que la falta de tiempo en su vida personal se siente siempre. Llega tarde a su trabajo, a sus clases con el Doctor Connors y a su propio cumpleaños. Siempre atrasado porque el tiempo no le alcanza, muy similar a la vida que llevamos varios, donde simplemente llegamos a casa a descansar y no compartimos con los nuestros. Raimi ejemplifica y se ríe de esto en múltiples ocasiones: cuando Peter entrega las pizzas, cuando no es capaz de servirse un cóctel en la celebración del hijo de J.Jonah Jameson o cuando llega tarde a la obra de Mary Jane.
Esa es la clave de por qué Spider-Man 2 es tan buena: su balance entre la comedia y el drama y cómo todo esto gira alrededor del tema principal de la historia. Sí, también tiene unas secuencias de acción de puta madre y están los conflictos contra el villano o contra Harry Osborn, el mejor amigo de Peter. Pero aun así esos elementos apuntan nuevamente al núcleo interno del protagonista. Otto Octavius es el personaje que cedió ante sus objetivos personales por culpa de la tragedia y la pelea con Harry está directamente relacionada con las responsabilidades de Spider-Man al detener a Norman Osborn en la primer cinta. O sea, uno es el resultado de rendirse ante los problemas suscitados por su responsabilidad, y el otro es la consecuencia de enfrentarse a éstos. El camino correcto no es el más fácil y eso trae consecuencias y conflictos.
Y es que la lógica de este tipo de relato no es algo que Spider-Man 2 haya inventado —en el Superman de Richard Donner está muy bien graficado también, siendo una tremenda película— pero la clave de SM2 es que a pesar de que todos los elementos apuntan a ese conflicto interno, Raimi supo balancear el drama y la comedia por partes iguales, haciendo lo buena que es esta secuela. No necesitó escenas de acción más elaboradas —y que las tiene— o más pirotecnia sin sentido. Solo plantearse el núcleo interno del personaje y desarrollarlo bajo distintos prismas.
Hay un montón de elementos que refuerzan esta idea —personajes secundarios o escenas específicas, por ejemplo— y al final el trepamuros obtiene su objetivo, a pesar del drama interno que vive de forma constante. Pero no sin cierta incertidumbre: la toma final de la película induce que a pesar de lograr encontrar el amor, el futuro de Peter y Mary Jane es incierto, porque el hacer siempre lo correcto no es el camino fácil.
Al final, como espectadores, vemos una historia llena de conflictos, tanto externos como internos, pero el director usa la cámara para situarnos lejos o cerca de la acción. La historia es la misma, solo que a veces es drama y otras veces es comedia. Y eso es algo muy difícil de lograr. Por eso todas la reinterpretaciones del Hombre Araña en la gran pantalla tienen una muy difícil labor en superar a este film. Porque Sam Raimi supo colocar la cámara lejos y cerca de la acción cuando le convenía.