Segunda opinión: "Ghost in the Shell" (2017) tras la nostalgia ciberpunk y la polémica por racismo
Hicieron falta tres semanas para salvar al live-action Ghost in the Shell de un fracaso económico. El film del inglés Rupert Sanders, recientemente estrenado en China y Japón, alcanzó por fin los $154 millones de dólares en la taquilla internacional, según informó Box Office Mojo. Dicha cifra sigue siendo magra al considerar la inversión inicial de los productores ($110 millones de dólares) y la pobre recepción por parte de la crítica especializada, que incluso acusó a la cinta por su “racismo”. Sin ir más lejos, uno de nuestros colaboradores calificó la adaptación como “mediocre” en su propia reseña.
Pero aunque la box office asiática no cambiará el rumbo comercial del live action, no deja de sorprender la acogida que tuvo en Japón, nación donde se originó la franquicia. Medios como Polygon y The Hollywood Reporter aseguraron que la película fue bien recibida entre los fans, quienes calificaron la adaptación con nota 3,50 en Yahoo Japan Movies. Más extraño todavía: dicha puntuación supera a la animación clásica de 1995, cuyo rating solo alcanza los 3,27 puntos en dicho país. Debido a estos resultados sentimos la necesidad de hacer un segundo análisis sobre la cinta.
Menos cyberpunk
La nueva película de Sanders es una adaptación libre del manga Ghost in the Shell (1989) de Masamune Shirow, más conocido por la mencionada animación del director Mamuro Oshii. La versión original toma lugar en un futuro distópico donde los humanos adoptan implantes cibernéticos invasivos, idea que cuestiona el concepto del alma (“ghost”) y su vulnerabilidad ante un mundo cada vez más interconectado. Su protagonista clásica es Motoko "Major" Kusanagi, una agente gubernamental con un cuerpo totalmente mecánico.
Pero para entender el éxito de aquella historia es necesario ponerla en su contexto artístico, pues abundaban en la época la historias adultas de corte ciberpunk. Entre sus contemporáneas japonesas figuran obras notables como Akira (1982-1990), Death Powder (1986) y Tetsuo: The Iron Man (1989). Por otra parte, la obra de Shirow también tuvo un eco asegurado en occidente gracias a clásicos como Blade Runner (1982) y blockbusters de acción como Total Recall (1990), ambos basados en libros de Philip K. Dick.
Por tanto, incluso si ahora Ghost in the Shell es una saga consolidada en múltiples formatos (manga, series y videojuegos), es inevitable sentir que el contenido de esta franquicia llega dos décadas tarde a Hollywood. El film debía lidiar con un subtexto tan clásico como desactualizado para las nuevas generaciones, pero también con tendencias actuales como los universos cinematográficos basados en la cultura geek y el creciente interés en personajes feministas. Repetir el mismo éxito en 2017 era un sueño nostálgico, pero inverosímil.
Dicha impresión fue compartida por el desarrollador de Metal Gear, Hideo Kojima, quien en su propia crítica al film atribuyó parte del fracaso a los avances tecnológicos que hoy tenemos: “en 1995 el internet era algo misterioso, una nueva frontera. Hoy es una cantidad conocida. Los smartphones están pegados a nuestras manos y estamos constantemente conectados. Para nosotros la internet no se siente vasta ni infinita”.
La versión norteamericana
No debiera extrañar entonces que la adaptación de Rupert Sanders optara por una trama original en vez de hacer un calco de sus antecesoras; también es obvio que esta versión no pretende ser un tratado cyberpunk sobre el alma sino una origin story, cuyo subtexto queda abierto para potenciales secuelas. Si la animación de 1995 giraba en torno al dilema existencial del espíritu dentro de la máquina, este nuevo intento reflexiona sobre cómo encontrar una identidad tras una modificación brutal y arbitraria por parte de la tecnología. Lo anterior puede resumirse en una sola pregunta: “¿Quién soy yo?”.
Otro cambio argumental importante es su protagonista, pues la clásica Motoko Kusanagi fue reemplazada por Mira Killian (Scarlet Johansson), quien representa al primer robot con cerebro humano y partes 100% sintéticas. Pero algo no anda bien en su programación, pues en su cabeza constantemente ve imágenes que no pertenecen a su pasado. Las cosas empeoran para ella cuando aparece Kuze (Michael Pitt), un hacker asesino que persigue a los científicos de Hanka Robotics, empresa responsable del cuerpo de Killian mientras esta participa –de manera forzada– en misiones militares.
El resultado es una cinta visualmente impresionante, aceptable a nivel argumental y desaprovechada a nivel de personajes. La trama parece sostenerse en solo dos o tres intérpretes, mientras que el resto tiene apenas un par de líneas con mínima relevancia (una pérdida si se considera la diversidad racial del cast). Los intentos del director por actualizar la franquicia y mezclarla con el formato de acción resultan infructuosos, pues la propuesta se siente superficial y no entrega tantas reflexiones como el clásico japonés.
Una vez dicho esto, también es necesario reconocer que la cinta está por sobre un action film promedio de Hollywood. Su análisis sobre la tecnología es simple pero efectivo y despoja de banalidad a las escenas violentas, pues los dilemas personales de Mira Killian guían correctamente la trama. Sanders también rinde múltiples tributos a la saga original sin sacrificar la estética propia del film, cuyo mundo es muy cautivador. Si decimos entonces que Ghost in the Shell fracasó como adaptación, también se debe señalar que tiene valor propio y dibujó correctamente las líneas para secuelas más elaboradas.
Killian vs Kusanagi
La película no estuvo exenta de polémicas previas, pues los fans estadounidenses cuestionaron que Paramount eligiera a Scarlet Johansson para el rol principal. Esto porque el cast fue interpretado como whitewashing (“blanqueo”), una forma de discriminación racial que consiste en elegir a actores de ascendencia europea para papeles de otras razas. Según las críticas, correspondía más seleccionar una actriz asiática para encarnar a Motoko Kusanagi en lugar de reemplazarla con Mira Killian, quien tiene apariencia caucásica.
La polémica fue desestimada por Mamuro Oshii en una publicación de IGN, pues hizo hincapié en que el personaje es un ciborg con una identidad nueva, cuyo nombre y cuerpo original se desconoce. El director de la animación clásica hasta afirmó que “no hay bases para decir que una actriz asiática debe personificarla. Incluso si su cuerpo original (presumiendo que eso exista) fuera japonés, aquello todavía aplicaría”.
Pero el debate tuvo otro vuelco tras conocerse el plot twist final de la trama, pues la mujer descubre que Hanka Robotics había suprimido sus recuerdos para ocultar su identidad. Tomen aire y agárrense del asiento (spoilers): Mira Killian en realidad era Motoko Kusanagi, una adolescente rebelde y anarquista que fue transformada en un ciborg contra su voluntad. El film termina con la protagonista de regreso en casa de su madre, pero ahora como una mujer cultural y tecnológicamente mestiza que debe recuperar su herencia japonesa perdida.
“Me sorprende que en 2017 Scarlet Johansson pueda pararse frente a una tumba que dice ‘Motoko Kusanagi’ y decir ‘¡Sí, esa soy yo!’ No puedo creerlo”, exclamó la guionista Grace Randolph (Supurbia) tras conocer el giro argumental. Dicha crítica incluso encontró eco en portales nacionales como Mouse (parte de La Tercera), donde se aseguró que la cinta integró la polémica a su trama en vez de justificarla apropiadamente.
Pero en Japón la respuesta fue diferente. Si bien los fans coinciden en que film carece de profundidad, sus opiniones respecto al cast fueron mayormente positivas. “¿Hubiera estado OK si ella fuera asiática o asiática-americana? Honestamente, creo que eso habría sido peor: alguien de otro país asiático pretendiendo ser japonés”, comentó una ciudadana de nombre Yuki a The Hollywood Reporter. El youtuber The Japanase Man Yutta también tradujo reseñas desde el japonés después del estreno, opiniones que en su mayoría no respaldan las acusaciones de racismo.
"Las personas criticaron el tráiler por cosas como hacer a Major a alguien diferente de Motoko Kusanagi, o hacer la historia sobre venganza, pero cuando pude ver el film mismo quedé impresionado por su ángulo e interpretación. Pienso que esos cambios funcionaron bien", indicaba uno de esos reviews japoneses. Por supuesto dichas opiniones individuales no representan a toda la comunidad, sin embargo, coinciden con la recepción positiva que el film tiene en páginas como Yahoo Japan Movies. Debido a esto, sería interesante hacer un seguimiento a cómo el público de aquel país recuerda la película en los próximos años.
Conclusiones
Quizás podamos hacer una lectura menos básica del caso, una que interprete el plot twist final del film como una autocrítica: resulta interesante que los grandes conglomerados apunten contra los jóvenes inmersos en la contracultura, quienes son despojados de su identidad y raza a través de la tecnología para luego ser transformados en estereotipos que coinciden con los patrones físicos del mundo occidental. No necesitamos ir al futuro para saber cuáles son las consecuencias pue podemos percibirlas cada día en nuestra cultura de masas, incluso en castings presuntamente racistas. Quizás esta interpretación ni siquiera estaba entre los planes originales de Sanders, pero se desliza sutilmente en una cinta que trata de vender en forma atarantada y repetitiva la pregunta “¿Quién soy yo?”.
Indiferente de lo anterior, Ghost in the Shell no tiene las cualidades para ser una nueva Blade Runner, tampoco estaba en la época correcta para hacerlo, pero sí logra levantar un trama entretenida que despierta curiosidad en su propio universo. Funciona excelente como carta introductoria al manga y el anime, incluso si su profundidad palidece ante estos predecesores. Lo cierto es que la película fue juzgada antes por la polémica y la nostalgia que por sus propios fallos, aunque quizás pueda sea revalorizada en algunos años por un público más general. Decepcionante sí era, pero llamarla "mediocre" y "racista" fue una exageración que omitió completamente al público japonés.