"Harry Potter and the Cursed Child" (2016): J.K. Rowling mató la gallina de los huevos de oro
La última vez que leí por primera vez un libro de Harry Potter fue en julio del 2007, cuando se publicó Harry Potter and the Deathly Hallows, el final de la saga. Ese libro cerró la historia, y —supuestamente— cerró el universo literario del personaje para siempre. Sin ser el mejor libro de la saga (sostengo que el número 3, Prisoner of Azkaban, es el punto más alto de la historia), resolvía todos los puntos pendientes en un modo más que aceptable. Al final, ganaron los buenos y todos felices, sobre todo J.K. Rowling que pasó de vivir de la asistencia social a ser una de las personas más ricas de Inglaterra a base de escribir… libros (y licenciarlos para cine y merchandising variado).
La historia de Harry Potter terminaba en la estación de trenes de King’s Cross, casi veinte años después, con Harry y Ginny ya adultos dejando a sus hijos para tomar el Hogwarts Express e irse a la temporada escolar. Sin ninguna seña de Voldemort ni de sus secuaces. Fin.
Precisamente en ese punto es donde Harry Potter and the Cursed Child (o Harry Potter y el Legado Maldito en la deleznable traducción al español) retoma la historia. Con la sutil diferencia que ya no son todos felices. Y yo me incluyo en ese grupo, al menos en lo que a este libro respecta. Pero vamos por partes.
En primer lugar está el formato. Sí, es un libro, pero no es un libro como los siete anteriores. No es una novela, es un guion de teatro. Es decir, prácticamente no hay descripciones, sólo un mínimo (lo cual podría no ser un problema en tanto los distintos lugares ya son conocidos) respecto de ambiente o indicar el lugar en que transcurre la acción, pero ni hablar de ropas u otros detalles. En un ejercicio completamente aleatorio, una página cualquiera tiene 163 palabras, y el tomo tiene 320 páginas, lo que da un total de palabras del orden de 50.000; en comparación, el ya mencionado libro 3 tiene 312 palabras en una página cualquiera, lo que por las 450 páginas que tiene da más de 140.000 palabras. Es decir, un libro bastante más caro que los anteriores —sin considerar inflación— con suerte supera un tercio del contenido de sus antecesores. Eso, sin compararlo con los últimos que superaban las 700 páginas. Así que de entrada me siento molesto porque me estafaron.
Pero más allá de mi problema con la miserable extensión de la historia, este octavo libro me provocó sentimientos encontrados. Por un lado, por supuesto, está lo bueno: volver al universo de Harry Potter, y “reencontrarse” con viejos conocidos: Harry, Ginny, Hermione, Ron… más viejos y en otros roles (Hermione es ahora Ministro de Magia, por ejemplo). Innegablemente hay un factor emotivo ahí, que —sospecho— es lo que hace que varios millones de personas compremos este libro literalmente a ciegas. Es como un disco nuevo de tu banda favorita (para los que pertenecemos a la generación que aún compra discos), vas, lo compras y ya. Independientemente de lo que digan las críticas. Esa parte el libro la cumple, sin dudas. Y era imposible que no. El problema es que —en mi caso— ahí se acabó lo bueno.
El libro en sí mismo no me gustó. Y no me gustó porque es un cambio desde los libros habituales de Harry Potter a un nuevo frente, aunque repitiendo ciertos esquemas de los libros originales. En primer lugar el protagonista no es Harry, sino su hijo menor, Albus Severus Potter. Obviamente Harry tiene un lugar relevante en la historia, pero no es el personaje principal. En la saga, Harry tenía su equipo, con Hermione y Ron. Acá, para mantener el tono, Albus también tiene su comparsa en nada menos que Scorpius Malfoy.
Otro de los elementos que cambia entre los libros originales y éste es la clave temporal: los libros antiguos cubrían un año de tiempo —un año escolar, para ser exactos— mientras que éste transcurre durante varios años. Los otros libros tenían una estructura que se repetía: inicio de año, presentación de nuevos personajes (encuentre el aliado de Voldemort de turno), sufrimiento de Harry, adquisición de nuevas habilidades, solución final y a casa. Acá, esa estructura no existe.
Sin embargo, ninguno de estos cambios me molestó tanto como el intentar convertir Harry Potter en Back to the Future, o en The Terminator, ya que estamos. Si bien el "viaje en el tiempo" ya había estado presente (de nuevo, libro 3, Prisionero de Azkaban), fue sólo en ese momento y nunca más en toda la saga. Sin embargo, ahora se cuenta una nueva historia, completa, con posibilidades de destrucción infinitas (a la Back to the Future II)… y no me acaba de convencer.
Entiendo que pueda funcionar en una obra de teatro (aunque estoy absolutamente seguro de que en unos años más van a hacer la película, o las películas, y va a ser un éxito de taquilla), pero como libro no me convence. Lo más triste del caso es que —de nuevo, en mi opinión— J.K. Rowling mató la gallina de los huevos de oro. No veo por dónde podría aparecer ahora un nuevo libro de Harry Potter. En el Universo Potter, seguro que sí (cosa de ver que habrá CINCO películas de Animales Fantásticos…). Quizás saquen una nueva saga de libros, protagonizados por los distintos descendientes (James, Lily, Albus Severus, Rose y —por qué no— Scorpius), pero acá Harry Potter se acabó. Quizás ése era el objetivo, cerrar el ciclo del personaje. Pero me quedo con la impresión de que merecía más… o que debió quedar en el final del libro 7.
En fin. Si usted es fan acérrimo de Harry Potter y no le duelen las 14 lucas, vaya y cómprelo, disfrute lo bueno de volver al mundo de Potter y aguántese todos los defectos que el libro tiene (quizás usted no lo encuentre tan malo como yo). Sino, espere pacientemente a que se edite en versión de tapa blanda. O a que liquiden los saldos. 5 lucas, y estaríamos. O póngalo en su lista de regalos de navidad. En una de esas…