"The Flintstones" de Mark Russell y Steve Pugh: luz en la oscuridad
Con motivo de la pronta salida del trade paperback que recopila los primeros seis números de la serie The Flintstones (solo disponible en inglés, de momento), aprovechamos de hablar un poco más extensamente de lo que se ha podido hablar en las MicroReseñas, comentando abiertamente sus contenidos —con spoilers— y algunas de sus temáticas principales, en lo que ha sido una de las sorpresas más gratas del 2016 en cómics, guionizada hermosamente por Mark Russell y dibujada con cariño y talento por Steve Pugh.
En principio, para algunos lectores puede parecer que The Flintstones ofrece una visión demasiado crítica y oscura del mundo en el que vivimos. Y ciertamente una lectura rápida podría generar esa impresión si hacemos un repaso breve de las temáticas centrales: desde la explotación del trabajo en el número #001, la compulsión al consumo del número #002, la vulnerabilidad ante posibles invasiones del número #003, la discriminación y crítica al concepto de matrimonio del #004, los horrores de la democracia y las guerras como aliadas del #005, o la ruptura de los contratos sociales del #006 como una presentación que siempre vivimos al borde del caos.
Sí, podría ser una serie y un compilado de seis números totalmente deprimente. Pero esos mismos números podríamos verlos de otra forma, donde el #001 presenta la posibilidad de ver qué es el pertenecer o hacernos sentir humano, el número #002 nos invita a entender cómo el amor no está atado a lo material, que incluso cuando piensas que tu vida no vale nada puedes otorgarla a otros en el #003, que en torno a la idea de matrimonio existe una base más fuerte que no tiene que ver con la procreación, entrega de dotes o convenciones sociales en el #004, que en nuestros hijos podemos ver el reflejo de mejores ideas a partir de nuestros errores en el #005, o que podemos descansar en quienes tenemos cerca para nuestras horas más oscuras en el #006. Son formas de mirar el vaso medio lleno, se podría decir, pero hay una intencionalidad clara aquí, no solo el deseo de entregar algo de luz detrás de la crítica.
El cómic nos presenta una narración progresiva que apunta al crecimiento de las historias y motivaciones del mundo creado, pero también para plantear firmemente los puntos que promueve. Pequeñas viñetas que parecen saltar de un tema a otro en torno a una trama principal que cierra número a número, nos permite ver que estos saltos brevemente caracterizan a los secundarios que pueblan Bedrock (Piedradura, como lo conocimos en Latinoamérica) número a número hasta que llegue el momento de darles un rol mayor. Veamos algunos ejemplos de ello.
Partiendo por algo sencillo, los animales en Bedrock tienen un rol secundario que nos regala algunos de los mejores momentos. Sabemos que hablan (primer número), sabemos que son parte del mercado y que incluso muestran emociones al ser solo utilizados como electrodomésticos (segundo número). Ya para el tercer número tenemos dos líneas de diálogo poderosísimas al ver cómo un chimpancé será enviado a su muerte al espacio por medio de una catapulta cuyo contrapeso es un diplodoco. El primate estelar le dice un breve «Dile a mi esposa que la amo mucho» a su colega, quien le responde un triste pero certero «Ella lo sabe». Este pequeño drama de dos líneas es ignorado por todos los participantes de la historia, pero no por nosotros, haciéndonos sentir incómodos y empáticos por quienes no son realmente nuestros protagonistas, pero que durante esa viñeta fueron más importantes que todo. El cuarto número vemos el inicio de la amistad entre la bola de boliche de Fred (Pedro) y la aspiradora de la casa, que normalmente queda encerrada en la oscuridad sin entender qué pasaba. Volveré a ellos cerca del final.
Otro excelente ejemplo de este tipo de presentación de temas es la guerra. Sabemos de los veteranos, en la gran vuelta de tuerca del Club de Hombres de la serie original, donde sus sombreros son en verdad sus cascos de guerra. Sabemos desde el primer número que hay traumas, y en cada panorámica de la ciudad de los otros episodios los carteles hacen mención de los conquistados y vencidos. El tercer número, en plena invasión de veraneantes, se hace más patente ese pasado, el miedo a ser conquistados y masacrados como los antiguos habitantes. En el número #005, en el contexto de votación y donde el odio a los extranjeros es tema de campaña, vuelven esos temores y la oportunidad de presenciar mediante flashbacks la guerra misma. Lo que fue una devastación genocida, dicha en el primer número y que solo consideramos un antecedente, es realmente un doloroso recuerdo que queda grabado en las memorias de sus participantes, tomada por los peores motivos y que incluyó el asesinato de familias completas. Al menos en Bamm-Bamm, el único sobreviviente de esa masacre, es posible ver una posibilidad de redención, adoptar y dar amor como a un propio aquel que satanizamos como ajeno.
Es en estas reuniones de veteranos donde vemos el verdadero sentido de «Yabba Dabba Doo», una pequeña frase, un apoyo psicológico para poder soportar el estrés, de poder liberar un poco el dolor que se debe sentir día a día. De pronto, Mark Russell hace magia retrocontinuista, al mirar cómo Fred dice aquella frase justo antes de salir del trabajo cada día en la apertura clásica de la serie, me cambia todo el sentido pensarlo como un grito de sobrevivencia, una forma de lidiar con el dolor y seguir adelante. Pero ¿para qué sobrevivir?
El primer número, quizás el más oscuro y menos amable de todos, nos muestra la codicia que representa Mister Slate (Señor Rajuela), el jefe del yacimiento de piedra. Un ejemplo del capitalismo como destrucción y explotación de los obreros, a lo que Fred es precisamente un buen trabajador. Esmerado, y usando corbata para mostrar lo serio de sus aspiraciones, mantiene un trabajo miserable pero estable, ante un jefe rastrero que no pierde oportunidad de mostrar su opulencia, su descaro ante cualquier demostración de poder (ofrecerse como dictador marioneta de una posible invasión extraterrestre), o el principal motivante de un genocidio que sea fundacional de una ciudad donde su nombre perdure, aunque también la serie nos muestra el precio de ello, una constante soledad y un devenir miserable de ella. ¿Vivir para trabajar? Quizás, pero Fred se resiste a eso. ¿Vivir para consumir no es acaso vivir para trabajar pero con más pasos? («Qué hacemos con el dinero?» «Puedes comprar cosas que otra persona odió fabricar»). De hecho, consigue un trabajo extra pensando que con sus ingresos podía comprar más basuras innecesarias. Pero la verdad es que el motivo del por qué sobrevivimos es otro, y es nada más ni nada menos que familiar.
La serie original era una clásica versión del hombre trabajador pero no muy brillante, con una esposa mucho más centrada pero sin el poder de decisión y económico de su marido, modelo cuyo reflejo social también tomaría y exageraría The Simpsons: el hombre de la casa es un idiota, pero es la cabeza de la familia. The Simpsons marcaron tan claramente ese camino que casi dejó de entenderse como una parodia. Sin embargo, los tiempos actuales ya no sostienen ese relato tan fácilmente, o al menos con mérito artístico suficiente. Aquí Fred es un reflejo de los dilemas actuales de masculinidad, o al menos cómo quisiéramos que se diera. Un hombre con buenas intenciones pero confundido, amoroso pero con temor de perder lo que ama, esforzado pero también proclive al error, buscando nuevas oportunidades de reinventarse pero consciente del peso de sus heridas en el día a día. En este caso, sus errores no son prueba de una idiotez característica, sino de una honesta ignorancia, confusión y ser objeto fácil de modas, supuestos y tendencias.
No obstante, su principal fortaleza es que no puede ser engañado por siempre por estos influjos contextuales. El motivo para esto es que no está solo. Wilma, quien también lidia con sus propias inseguridades, ha tenido el privilegio de entender mejor las dinámicas de afectos y apoyos emocionales desde su temprana formación, clarificando y discutiendo a Fred, configurándose así como una pareja de compañeros, personas que se aman y buscan acompañarse cada día de mejor manera en un mundo de constantes cambios.
Es en ellos donde se refleja la base o propuesta central de este cómic: el mundo está loco y cambia sin sentido, las instituciones fallan, así como los líderes y la economía. Pero si estamos acompañados, si no estamos solos, podemos hacer una diferencia, hace en principio que valga la pena vivir, y luego que valga la pena construir algo nuevo, un cambio. Pebbles y Bamm-Bamm simbolizan ese cambio, Pebbles en tanto su discurso progresista, decidido y claro, una líder que se levanta contra injusticias y abusos en su escuela y Bamm-Bamm como símbolo de sobrevivencia, el último hijo de un pueblo masacrado, adoptado con amor por aquellos que le destruyeron su hogar inicial. En los niños se ve el cambio, el que quizás apenas es perceptible para los adultos, pero se va gestando.
El número #004 encontramos eso reflejado en el mismo Fred, quien defiende el derecho de Adam y Steve de casarse si así lo desean, después de que el mismo número presentara al matrimonio heterosexual tan ofensivo para el pueblo de la historia como hoy es el matrimonio gay para ciertos sectores de la población (recordemos que un clásico argumento evángelico para rechazar la homosexualidad dice “Dios creó a Adán y Eva, no a Adán y a Esteban”). Fred desecha el argumento de que no pueden procrear y que por ende no contribuyen a la necesidad y mandato de reproducirnos como especie. Adam y Steve estuvieron para su pueblo y apoyaron en su sobrevivencia. Dos hombres, sin niños, ayudaron a madres y padres con múltiples hijos a viajar, superar obstáculos, y Fred los recuerda como esenciales para su sobrevivencia en su niñez. No les va a dar la espalda y se mantendrá firme. Es en los recuerdos en donde se asientan gran parte de las reflexiones más positivas y que establecen el punto del autor, la tesis de Los Picapiedras, y también donde se nos entrega la luz al final del túnel de lo que podría parecer solo un chiste negro de nuestra condición humana.
Lo interesante de la familia, o si queremos plantearlo en otros términos, la conexión personal con otros individuos, es su contraste y su humildad para entregar confort al contrario de las dos instituciones más parodiadas de la serie que de alguna manera pretenden otorgar el alivio que una ciudad como esa necesita: nuestros científicos y nuestros sacerdotes o ministros de fe.
La ciencia la saca barata con un clon de Carl Sagan algo soberbio y confianzudo de múltiples logros y descubrimientos científicos, con el encanto del error («Algunos cientificos piensan que la Tierra es solo una roca húmeda, girando en el espacio alrededor del sol...». «Ha, ha, ha». «Por supuesto, la teoría prevalente es que la Tierra descansa en la espalda de una tortuga gigante». «Pero Profesor Sargon, entonces ¿en qué está parada esa tortuga?». «Ah, bueno, la tortuga flota en el espacio, girando alrededor del sol, obviamente»). Sagon, el científico, intenta llegar a los niños y maravillar al mundo con sus descubrimientos, pero es su manera de poder lidiar con una vida de rechazos y humillaciones por otras personas más fuertes o más lindas que crearon un resentimiento en él, y su invención más útil y poderosa es una máquina de café. Como en todas partes, no es libre de la presión de generar más ingresos, despidiendo a un ayudante con amplias calificaciones universitarias por caro, prefiriendo contratar a dos estudiantes de 8º sin paga alguna.
La fe por otro lado sufre a costa de varios chistes, a pesar de las buenas intenciones de sus líderes. La iglesia de Morp, el pájaro que les guiaba el camino y les mostraba las fuentes de agua cuando fueron cultura nómada, dejó de ser relevante cuando se descubrió que funcionaba mejor de tocadiscos. Luego de varios intentos, el dios invisible parece ser la mejor opción. Por momentos, la iglesia es vista como un espacio sincero cuyos medios cuestionables buscan sacar lo mejor de la sociedad más a flote; por otros momentos, muestra la profunda confusión y desesperación de dar un sentido a la vida, algo a que aferrarse en caso de que todo falle.
Cuando en el sexto número el fin del mundo se avecina, ni los científicos ni los religiosos muestran ser aliados a la hora de ver que como sociedad nos desmoronamos, llegando a un salvajismo que ni los animales se gastan. Sin embargo< sí lo es el vínculo, eso sí parece funcionar.
En ese sentido, los Picapiedras toman una decisión, una postura necesaria. Saliéndose del facilismo que nos puede ofrecer la parodia en donde todo es burlable y finalmente relativo en tanto punto de vista, The Flintstones da el paso adelante de reconocer ese aspecto, reconocer la multiplicidad de voces pero tomar una propia, una que le hace sentido al autor y que busca que le haga sentido al lector también. Están puestos los argumentos, la vida en sociedad, la vida en familia tiene todo para ser un asco. Nuestros científicos son lejanos y soberbios, nuestros líderes espirituales inseguros y contradictorios, nuestras autoridades negligentes y abusivas, pero existen alternativas, existen esperanzas de cambio, y parten desde nuestro núcleo cercano, donde florecen nuestros afectos. Es por eso que partimos desde la familia esta historia, y es ahí donde gana este cómic, en proponer algo distinto. Son incluso los oprimidos, los que menos voz tienen, los electrodomésticos quienes nos ofrecen la mejor lección al respecto, en un diálogo entre la bola de bolos y la aspiradora:
- El trabajo estuvo brutal hoy.
- ¿Qué pasa cuando...te saca afuera en la noche?
- No sé cómo explicarlo. Me tira deslizando por el piso tan fuerte como puede. ¡¡¡Sin ninguna razón!!! He intentado averiguar cómo detener su enojo, pero nada de lo que hago parece hacer ninguna diferencia. Después llego a un oscuro tunel. 'Aquí es. Aquí es dónde muero'. Pero después salgo por otra salida y el espectáculo de horror parte de nuevo. ¿Esta es la vida? ¡¿Esto es todo lo que significo para el universo?!
- ¿Sabes? Cuando sea que terminan de aspirar el piso, los humanos simplemente me tiran dentro del closet.
- Snif.
- Nunca sé si alguna vez volveré a ver la luz del día. ¿Pero sabes lo que me mantiene allí en la oscuridad?
- ¿Qué?
- El saber que mi amigo la bola de boliche está al otro lado de la puerta. Me hace pensar. Quizás el único sentido de la vida es lo que obtenemos el uno del otro.
Al menos a mí me llena de esperanza. Son semillas de cambio, incluso para quienes esa liberación parezca imposible. Los Picapiedras, familia con errores, tiene las semillas de cambio. Están ante encrucijadas que cualquiera de nosotros podría tener que enfrentar, y tienen la misma posibilidad de tomar una decisión esperable, que vaya con lo mayoría apática o una que nos haga sentir felices de ser quienes somos. Nos enseñan que es posible tomar esa ruta menos transitada, el camino más angosto y mostrar algo distinto, que sí hará una diferencia. Creo que este cómic sí hace una diferencia, y vale la pena leerlo por ello.