Orígenes Escuetos: Los Cuatro Fantásticos
Estimados lectores. Es mí deber dar algunas explicaciones debido a los hechos acontecidos en mi particular vida y cómo ésta afecta a esta divertida, pero innecesaria, sección de la página. Vivo en una casa colonial que probablemente haya sido habitada por el mismísimo Mister Clark en la época de las salitreras —créanme, esto no es parodia— por lo que es necesario renovarla en varios aspectos técnicos, uno de esos aspectos es su instalación eléctrica. En el caso de esta casa, los cables forrados por algún tipo de asbesto ya estaban en su época de cambio, lo que me tuvo sin energía eléctrica todo este tiempo. Mientras esto ocurría, aprendí el uso de velas, a planchar la ropa con metal caliente y a imaginar historias viendo una zarza ardiendo para reemplazar la televisión. Espero me sepan disculpar.
Ahora, a lo nuestro.
Nuestra historia se inicia en un campo de golf a las afueras de la ciudad de New York, en un fin de semana cualquiera de 1961. Vestidos con esos atuendos tan graciosos de golfistas, estaban los mandamases de DC Comics: Irwin Donenfeld (vicepresidente y marido de tres matrimonios diferentes) y Jack Liebowitz (presidente y practicante de las artes ancestrales). Ambos personajes parecen preocupados por la hora.
Irwin Donenfeld: Martin siempre ha tenido un defecto, y ese defecto es no apreciar el don de la puntualidad.
Jack Liebowitz: Es cosa de ver cómo lleva su negocio, mi querido Irwin. Si no llega en cinco minutos más, comenzamos a jugar sin él.
A lo lejos se escucha la bocina de un auto que parece no tener frenos. A toda velocidad cruza la calle empinada, deteniéndose bruscamente y rompiendo el silencio de ese lugar apacible y apartado del bullicio de la cuidad. Del vehículo se baja un agitado Martin Goodman, presidente de Marvel Comics.
Martin Goodman: Disculpen la demora, es que tuve que hacer unos movimientos de último momento en mi compañía. Mi hija está dando la lata hace tiempo.
Irwin: ¿Qué sucede?
Martin: Nada terrible, tuve que ascender a mi yerno a editor por que el anterior se fue. Mi hija insiste que lo tenga cerca de mí pero el tipo es medio idiota y se la pasa hablando de cómo peleó en la Segunda Guerra Mundial. Tiene su punto a favor el muchacho, le gusta esto de los cómics, así que espero pueda sacar un par de historias que se vendan bien.
Irwin: Al menos tu yerno lo tienes cerca, el mío trabaja como capitán de barco y mi hija está toda paranoica de que la está engañando. Tener hijas es la prueba definitiva a la paciencia.
Jack: ¿Y por qué tu editor anterior se fue, Martin?
Martin: La verdad es que el negocio no va tan bien, así que tuve que bajar su sueldo, lo que lo llevó a buscar trabajo en otro lado. Ahora creo que edita una revista de música… No sé, la verdad.
Jack: Una lástima, Martin, espero puedas ponerte de pie. En nuestro caso no vas bastante bien. Estamos vendiendo una historieta donde juntamos a todos nuestros personajes. Se llama algo así como “La Liga de Klan de Amigos”…
Irwin: La Liga de La Justicia.
Jack: Eso. Se vende como pan caliente. Los niños aman ver a un grupo de hombres blancos con máscaras pelear con personajes que no comparten su color de piel.
Al escuchar esto, algo hizo clic en la cabeza de Goodman. Relegado a publicar cómics de monstruos para no saturar el mercado de superhéroes, Goodman se veía enfrentado cada día al éxito de sus dos amigos. En esta época, DC Comics distribuía los cómics de Marvel y como parte del contrato, éste le prohibía sacar más de ocho títulos mensuales. Goodman estaba entre la espada y la pared, por lo que cualquier rayo de esperanza —y de potencial éxito— le era tentador. Si podía traer algo del éxito de esta Liga de la Justicia a su compañía, podría aspirar a una independencia editorial.
Martin: Lo siento, muchachos, tengo que hacer algo urgente.
Irwin: Pero Martin, acabas de llegar…
Martin: Lo siento, en serio. Creo que se me olvido algo en la estufa… No sé.
Jack: Pero Martin…
Goodman vuelve rápidamente a su auto, vestido en esos graciosos pantaloncillos de golfista. Cierra la puerta y acelera como si no hubiera un mañana.
Irwin: ¡Hijo de puta! ¡Lo esperamos veinte minutos y se va así nada más!
Ya en su casa, Goodman convoca a reunión a su yerno. No creo que sea misterio para todos que —redoble— Stan Lee era el que se había casado con la hija de Goodman hace ya un tiempo.
Martin: Escúchame, Stan, quiero que me escribas una historieta que tenga un grupo de superhéroes. Que sea como una especie de club o sociedad, no sé. No me importa con lo que salgas, pero la necesito lo antes posible para que podamos publicarla el próximo mes. Y no olvides incluir un monstruo gigante. No queremos que DC piense que le estamos quitando parte de su pastel con eso de los superhéroes.
Stan Lee: Señor Goodman, creo que no puedo hacerlo solo…
Martin: Escúchame bien, Stan. Te acepté como yerno a pesar que nunca me caíste bien, por favor no me decepciones aún más…
Stan: Esta bien, señor, haré mi mayor esfuerzo posible…
Stan Lee pasó todo el fin de semana pensando en cómo poder llevar la idea de Goodman a una historia de veintidós páginas. Pero nada llegaba. Las cuentas se acumulaban y la presión de ser un buen marido —y yerno— se hacía cada vez más fuerte. Ese fin de semana fue quizás el peor de toda la vida de Stan —bueno, quizás mejor que su discusión con Steve Gerber sobre su sueldo, pero esa es otra historia— y al verlo tan presionado, su esposa solo pudo darle un consejo: haz lo que tú quieras hacer.
El día lunes, en las oficinas de Marvel Comics…
Stan: Alguien que me ayude por aquí. Necesito ponerme el traje.
Uno de los “best boy” que aún quedaban en la compañía ayuda a Lee a ponerse un traje, basado en el traje presurizado MC-3 de la compañía David Clark. El traje permitía al usuario disponer de oxígeno durante un período de tiempo de cuarenta minutos.
Stan: Muy bien, estoy listo. Denme algo de espacio para maniobrar.
Lee se aproxima a lo más recóndito de las oficinas de Marvel. Ahí, en una especie de bodega, donde se guardaban las ideas desechadas por escandalosas para la época, al fondo, una puerta cerrada se deja ver misteriosamente. Lo extraño de esta puerta es que no estaba instalada en una pared. Estaba parada en mitad de la habitación. Solo un letrero que decía “hacia dios” la identificaba.
Lee se da vuelta hacia el “best boy” y le dice…
Stan: Muchacho, ponte atento a tu reloj. Cuando el tiempo se termine, jala la cuerda del traje y tráeme de vuelta lo más pronto posible. Mí vida está en tus mis manos.
El muchacho asiente con la cabeza.
Cansado, sale un Stan Lee con una historieta de 22 páginas. Apenas se puede poner en pie. A su encuentro está Martin Goodman y el “best boy”…
Martin: ¿Y bien, Stan? ¿Tienes mi cómic de superhéroes?
Stan: Si, aquí lo tengo. Solo deme un par de días para rotular los diálogos y va a estar listo.
Martin: Déjame ver… Pero si está en blanco… no hay diálogos, ni nombres, ni nada… Solo se ven cuatro personas peleando contra un monstruo.
Stan: No se preocupe, ya se me ocurrirá algo…
Martin: ¿Y cómo lo vas a llamar? ¿Los Cuatro Magníficos?
Stan: ¿Qué tal Los Cuatro Fantásticos?
Algunos pueden tener su estrella en el Paseo de la Fama… pero Jack Kirby tiene un universo completo…