Superman vs. La Cuarta Pared: la evolución del Superguiño
En los últimos años, romper la cuarta pared se volvió sinónimo de broma o chiste, ya sea para burlarse de los personajes —y hacernos cómplices de las burlas como lectores— o como un recurso para crear comentarios meta-textuales respecto al medio y reírse del mismo. Quizás los representantes más destacados de esta práctica en los últimos años sean Deadpool desde Marvel Comics y, más recientemente, Harley Quinn en el lado de DC Comics. Pero muchos olvidan que uno de los primeros personajes que hizo esto de romper esa cuarta pared fue, por supuesto, el primer superhéroe concebido: Superman.
En la época dorada de Superman —esa que se desarrolló antes de la Segunda Guerra Mundial— y cuando el Hombre de Acero era el más popular en su medio, era común que las aventuras del personaje terminaran con una Lois Lane, ya fuera de cualquier peligro, hablando con algún personaje y diciendo cómo Superman había salvado el día.
Aquí era, casi siempre en un claro primer plano, que el cómic terminaba con Clark Kent guiñándole el ojo al lector. Este guiño no era algo arbitrario: representaba la complicidad entre el lector, quizás un niño de diez años, y el personaje imaginario. Ambos eran los únicos en el universo que sabían que Superman y Clark Kent eran la misma persona y, lo más importante, Superman siempre iba a estar ahí para él. El lector siempre podía contar con el Boy Scout para mantenerlo a salvo.
Para ponerlos en contexto, en esta época el mundo atravesaba tiempos tumultuosos. Estados Unidos estaba sumergida en una crisis económica y en el horizonte se acercaba una guerra, y si bien el gran país del norte no participaría completamente en ésta hasta la década de los cuarenta, el mundo entero tenía los ojos puestos en lo que pasaba en Europa. La incertidumbre era parte del día a día.
La tradición de ese guiño cómplice se convirtió en una característica intrínseca del personaje, a tal punto que se trasladó cuando Superman dio el salto a la pantalla de la televisión. George Reeves en Adventures of Superman (1952-1958) podía volar, levantar autos, ser a prueba de balas y al final del día, al televidente le guiñaba el ojo de la misma forma que su contrapartida en papel. Lo mismo hacía el Superman de los hermanos Fleischer una década antes —y donde también el Hombre del Mañana aprendió a volar por motivos de costos de animación—. En episodios de pocos minutos, Superman, hacia lo de siempre en aquellos años y terminaba con ese romántico guiño como reflejo, también, de la época romántica en que se desarrollaban sus aventuras.
Ese guiño siguió traspasando la confianza que necesitábamos cuando los tiempos no se auguraban tan buenos como podían ser.
Y luego llegó Superman: The Movie.
Superman: The Movie —la mejor película del Hombre de Acero y quizás la mejor película de superhéroes jamás filmada— aportó numerosas lecturas y matices al personaje. El Superman de Richard Donner era un héroe complejo que dudaba de su presencia en el mundo y cómo interferir en él, incluyendo su romántica relación con Lois Lane —que de verdad se sentía como un legítimo romance— dando una completa renovación del personaje que influyó hasta los mismo cómics. Entre las actualizaciones que hizo Donner estuvo ese ya famoso guiño. En vez de simplemente eliminarlo o copiarlo, el director lo transformó en otra muletilla gráfica que perduraría por cuatro películas más, convirtiéndose en una de las escenas más recordadas del personaje: me refiero a ese vuelo alrededor del mundo, terminando con la sonrisa de Superman hacia el espectador, dejándonos con la única respuesta lógica el devolver esa sonrisa. El Hombre de Acero era mas real que nunca, ya no era simplemente de papel y estaba ahí con nosotros, estaba de nuestro lado y podíamos contar con él siempre.
Lamentablemente, a veces la evolución del medio donde nació Superman lo relegaba a un arquetipo anticuado y otros personajes evolucionaban de manera más fácil ante tiempos más oscuros. Pero Superman seguía plantando lucha con las mismas armas. Yo, en lo personal, nunca pensé que fuese muy necesario que el Hombre de Acero evolucionara “a la mala”, es decir, que cambiara sus motivos y hacerlos más complejos o terrenales. Para mí, Superman era algo más aspiracional que terrenal, pero en los ochentas el cómic no pensó lo mismo.
Superman terminaba sus aventuras de la Edad de Plata con la formidable "Whatever Happened to the Man of Tomorrow?", donde Alan Moore y Curt Swan cerraban todos los cabos sueltos que el personaje venía arrastrando desde su creación en 1938. Superman al fin vencía a todos sus villanos, se decidía por cuál era el amor de su vida —Lana o Lois— y decidía terminar sus días como Superman —con un genial dialogo: “Nadie tiene autoridad para matar, ni Mxyzptlk, ni tú, ni mucho menos Superman”—. Al final, Moore y Swan terminan con ese guiño al lector, sabiendo que la aventuras del personaje habían terminado de alguna forma, pero una nueva era comenzaba. Ambos autores —Moore, muy fanático del Hombre de Acero, y Swan, el dibujante con el que más se puede identificar a Superman— sabían lo importante era que el personaje reconfortara al lector al final de sus aventuras. Y ésta, aunque en teoría fuese la última, debía tener eso también.
Autores mucho menos respetuosos con el personaje también sabían esto. Frank Miller quizás sea el que menos entienda al Hombre de Acero, pero aún tiene el tino de colocar ese famoso guiño en su The Dark Knight Returns. A pesar de que la obra tiene uno de los peores retratos del personaje —convenientemente desdibujado en pos de la historia—, Clark nos guiña el ojo en su acto final. Pese a lo brusca de la aproximación del personaje, Miller, Carrie Kelly, Superman y el lector sabían que Bruce Wayne no podía morir, que Batman no podía morir, y todos eran cómplices en esa gran farsa que es el final de TDKR. De alguna forma, Superman nos volvía a hacer sentir seguros a pesar de lo oscuro que era el tratamiento de Frank Miller.
Pero en algún punto el guiño se perdió. Superman trataría de mantenerse bajo los mismo cánones que lo gobernaban desde 1938, sobreviviendo a la renovación de John Byrne —que de cuando en cuando conservaba ese guiño sin romper la cuarta pared— y su propia muerte a manos de Doomsday años después. Superman renacería y seguiría en sus aventuras, pero los tiempos no acompañarían al Hombre del Mañana y su fama decrecería enormemente. Para el nuevo siglo, el guiño estaría ausente de cualquier cómic —salvo honrosas excepciones— y en otros medios ni siquiera sería visto.
Si bien hay versiones del Hombre de Acero que me encantan —como lo que hizo Bruce Timm y su equipo—, este Superman ya no rompería la cuarta pared para darnos el confort que a veces necesitamos. Lo que es peor, cuando más nos acercamos a la segunda década de este nuevo siglo, los nuevos creadores encargados del mito de Superman parecen no entender que el mayor poder del personaje es su capacidad de hacernos sentir seguros. Zack Snyder es quizás el ejemplo más infame de toda esta nueva ola de creativos que pasan por alto esto. El Superman de Snyder es casi un dios del viejo testamento. Ese que cuando actuaba, destruía ciudades e inundaba el mundo. Quizás en el Superman de Snyder no sea intencional, pero el personaje no produce ni admiración ni seguridad, sino todo lo contrario. Y los fans se han dado cuenta de eso casi de inmediato. Al final, los ingresos en taquilla hablan por sí solos y la visión de Snyder es solo compartida por unos pocos.
Pero parece que hay una luz al final del túnel. Parece ser que algunos en las oficinas de Warner y DC Comics se han dado cuenta de sus errores.
Primero tenemos las dos colecciones de Superman post-Rebirth, donde Dan Jurgens, Peter Tomasi y Patrick Gleason parecen entender que ya es hora de que el Último Hijo de Krypton tiene que venir acompañado de la esperanza y la seguridad. Eso lo hacen mucho más palpable en la colección de Superman que guionizan Tomasi y Gleason, donde Superman incluso hasta ha recibido las llaves de la cuidad -en lo que es el máximo gesto de confianza de Metropolis hacia el personaje-. Jurgens hace lo propio en su Action Comics, pero a pesar de no ser un guionista tan hábil, se siente que el personaje trata de actuar más desde la compasión que de la rabia, aportándonos esa visión de que el personaje cuida a todos por igual.
Y luego tenemos el Superman que apareció hace poco en la serie Supergirl. Mucho catalogan a la serie de infantil e inmadura, pero a pesar de que a veces esos adjetivos pueden ser correctos, la serie se las ha ingeniado para adaptar lo que es quizás el mejor Superman en la actualidad.
El Superman interpretado por Tyler Hoechlin es el Superman de toda la vida. Ese que siempre tiene palabras cándidas para la gente. El héroe cercano al público que en ningún momento de su vida ha considerado mandar al resto del mundo a la basura. Berlanti —el showrunner de Supergirl—, Hoechlin y el resto del equipo no han escatimado detalles y esfuerzos para transmitir esa sensación de que estamos viendo a un amigo que no habíamos visto en mucho tiempo. Y que al fin lo tenemos entre nosotros y podemos contar con él. La actitud moderadamente torpe de Clark Kent y el subsecuente cambio de esta para convertirse en Superman —incluyendo esa épica desabotonada de camisa— o el cómo interactúa con la gente junto a él, nos dan una sensación de real esperanza, sin siquiera poner un diálogo soso sobre qué significa su escudo.
Y es que Berlanti y su equipo han sabido elegir qué elementos del personaje son los más emblemáticos y definitorios para poder plasmarlos en la pantalla. La serie bebe de las aventuras de George Reeves, de la renovación de John Byrne, del de Richard Donner y Christopher Reeve, y por supuesto del original. El de la Edad de Oro. Solo le faltó salvar un gato de un árbol y la música de John Williams para ser perfecto. Creo que alguien allá arriba, en la cúpula de Warner, se dio cuenta de que por muy anticuado que pueda sonar el concepto de Superman, este aún funciona. Y están tratando de hacerlo volver. ¿Y les digo algo? El guiño volvió. Y creo que Superman volvió.