Guido Vallejos y Barrabases: la (im)posibilidad de separarlos
Guido Vallejos murió un 21 de septiembre de este año. El creador de Barrabases pudo haber “volado alto”, pero todas las notas periodísticas también tenían que recordar su última aparición pública: estar involucrado en una red de prostitución infantil, donde fue acusado a cuatro años de arresto domiciliario, pena que terminaba a fines de ese año. La vida de Guido Vallejos queda marcada por este hecho en el anochecer de su vida y arrastra a su obra también, dirigida a un público infantil, a un destino similar.
¿Es necesario que sea así?
Vuelve la vieja pregunta de si podemos separar al artista de su obra. Vuelve la lucha de opiniones y vuelven las respuestas insuficientes al respecto.
La apreciación del arte es frágil, alimentada por el contexto de su producción y por la percepción de su público. Después de todo, también es difícil hacer la separación del arte con su público. Al momento de evaluar el arte que disfrutamos y el que detestamos, como seres humanos tendemos a una sencilla operación cognitiva que homologa nuestra opinión del artista con el disfrute de su obra. Si sentimos tanta conexión con una obra, si nos habla tan profundamente, esa conexión sentimos que también proviene del artista, incluso sin conocerle. Es solo cuando nos percatamos que el artista es finalmente una entidad ligeramente independiente, o al menos, tan humana como nosotros, que esa ilusión se cae y de pronto tenemos que preguntarnos qué haremos con el artista y qué haremos con su obra. Cuando escuchas que tu artista vota por el partido rival, que hizo algo reprobable para ti, de pronto deja de ser tuyo y se vuelve un ajeno.
Como gran amador de la música, y de The Beatles en particular, siempre sentí curiosidad e interés por todo lo que implicara entender aún más ese arte y su origen. Leyendo acerca de las historias personales, de la tecnología del estudio, del contexto cultural, se aprende mucho y a mi modo de ver, enriquece la apreciación —no necesariamente para otros—. Al mismo tiempo, conocía la complicada y problemática personalidad de John Lennon; el mismo que es conocido por sus bellos himnos a la paz, fue también un burlesco joven, violento, padre ausente de su primer hijo, esposo golpeador de su primera esposa y un etcétera demasiado largo para este medio. De alguna manera, puedo seguir disfrutando de la música de los Beatles e incluso de Lennon solista, aunque reconozco que la casi femicida canción "Run For Your Life" me incomoda.
En el cine no me resulta tan sencillo. Sonados son los casos de Roman Polanski o Woody Allen. Este último es mucho más difícil de defender y para mí es problemático debido a lo mucho que disfruto y admiro varias de sus obras. Sin embargo, me es más dificultoso separar al artista de su obra en este caso. ¿No es acaso Manhattan, una de mis películas favoritas, una representación de la relación entre un hombre de 40 años y una adolescente de 17 años? ¿Cómo podría haberme sorprendido lo que vino después?
Hace tiempo que no repaso ni he visto nuevas películas de Allen, incluyendo algunas que ciertamente quiero ver porque han destacado a nivel de crítica —Midnight in Paris y Blue Jazmine son las que se me vienen a la mente—. Aún no soluciono ese tema, en parte porque el abuso infantil sí me genera más repulsión y asco que otros actos violentos —como los del mismo Lennon—, actos que me son mucho más difíciles de comprender o situar en contexto. Algunos dicen "puedo seguir viendo películas de Allen pero no dejaría a mis hijos a su cuidado". Creo que es una situación hipotética algo inútil y que no ayuda a dilucidar el problema.
Y de vuelta a Vallejos, el mismo que también destacó en el mundo del dibujo trabajando en revistas de corte erótico. La defensa de su caso planteaba que de hecho él fue el único que no mantuvo relaciones con las menores de edad, sino que solo las observaba o tocaba. Su abogado incluso hizo mención a que “no le funcionaba”. Me imagino por ello, que si no fuera por disfunción eréctil, Vallejos hubiera tenido penas similares al resto de los procesados, una defensa poco elegante a mi modo de ver.
Porque sí, las niñas que Vallejos "sólo" tocaba, en el mismo edificio, tenían que cumplir servicios sexuales a cambio de dinero. Ellas necesitaban dinero y un grupo de criminales sexuales estaba dispuesto a dárselos por su cuerpo. A ellas, de la misma edad de Pirulete o quizás un poco mayores que Guatón, toqueteadas por un caballero mayor que Mr. Pipa. Sospecho que no es casualidad tampoco que el fútbol siga siendo un lugar común de ataques misóginos a nivel de lenguaje, cosificación de la mujer, prejuicios y violencia. Es solo una extensión patológica de los Club de Toby, donde el acceso de mujeres sólo tiene sentido en tanto como objeto. Un producto de otra época que nos resulta conflictivo.
La verdad es que Barrabases sufre por esto, se mancha en tanto es una obra tan ligada a su autor. En contraste, Condorito pasó a desligarse tanto de Pepo, a pesar de estar su firma en cada chiste, que para muchos el personaje y su revista ni siquiera son chilenos a estas alturas. Barrabases no cuenta con la misma suerte y la muerte del comic parece casi innegable. ¿Cómo puedes leerte sus historias sin pensar en otra cosa? ¿Cómo disfrutar de tu inocencia si de alguna manera nos fue arrebatada, manoseada, toqueteada?
Sin embargo estoy en contra de decir qué es lo que "debemos hacer” con Barrabases y con el resto de la obra de Vallejos, o de Allen o de Wagner o Picasso, y el sinnúmero de artistas cuya moral se pueda considerar cuestionable. Encuentro que es ligeramente peligroso y tendiente al fascismo, parecido a ir a quemar Barrabases a la Plaza de Armas. Hay un peligro en dictaminar, en prescribir cómo sentir y cómo reaccionar al arte, en decirle al otro “deberías sentir esto”. Eventualmente, podríamos prohibir arte que políticamente responda a una ideología que desaprobemos o cuya declaración de fe no sea de nuestro agrado. Los límites se pueden volver difusos en donde el arte siempre ha sabido jugar precisamente con nuestras expectativas. Y ciertamente nuestras expectativas recibieron un golpe, que vuelve a sentirse con la muerte de Guido.
Como humanos, gozamos de pasar del amor al odio, por este mismo fenómeno afectivo que mencioné antes: amamos Barrabases, ergo, Guido es un viejito amoroso y lo amamos también. Luego de la noticia: Guido esun viejo pedófilo de mierda, ergo, odiamos retroactivamente a Barrabases. Como si en ningún momento pudiéramos tener una opinión sin cargar afectivamente, ya sea con amor u odio, aquel objeto. Acaso similar a la sensación acrítica o de impedir la discusión de por ejemplo las cosas que disfrutamos de la infancia, algunas reprobables o derechamente malas en calidad o discurso, pero que no tocamos por una mal entendida nostalgia. Y cuando lo hacemos, deconstruimos con total rabia y dolor, porque sí, nos han dañado porque amamos tanto en principio.
Creo que no se puede separar la obra del artista. Intentarlo es pensar que el arte en sí mismo opera en un medio aséptico, sin influencia del medio y su valoración es esencial, sin perjuicio de su artista o de su espectador. Es ingenuo pensar así. Sin embargo, la valoración que haremos del arte de su artista sí varía. Y creo que vale la pena evaluar qué es lo que pasamos por alto, qué es lo que juzgamos sin cuestionar y a lo que hacemos vista gorda. Estos eventos permiten reexaminarnos como participantes de este arte y ver que la apreciación es siempre contaminada y vale la pena el ejercicio de ir esclareciendo qué pongo yo a ese juicio.
Al comienzo pensaba terminar considerando la posibilidad de salvar a Barrabases, que nuevas manos tomaran esos personajes y los hicieran brillar para nuevas generaciones, y así, de alguna manera, que este equipo pudiera correr en una cancha menos dependiente del peso de un solo ser humano —aunque existieran en el pasado otros creadores involucrados o mal acreditados—. Ahora, terminando de escribir esto, ya no estoy tan seguro. Si hay manos nuevas, prefiero dar vuelta la página, que exista un nuevo equipo, un nuevo contexto para este siglo. La nostalgia por la nostalgia no es un valor en sí mismo y me gustaría otro fenómeno del cómic, nuevos cracks que llenarán el corazón de nuevos niños y niñas y que no serán rotos, luego en la adultez, sin vergüenza, sin mentira, sin abuso.
Adiós Barrabases, espero pacientemente por algo mejor.