"Sigfrido" (1980) de Vittorio di Girólamo y Mario Igor
Sigfrido es considerado por muchos como un clásico absoluto de la historieta chilena y virtudes no le hacen falta. Los creadores de esta fascinante obra, injustamente poco conocida, son dos hombres de la historia grande del cómic nacional; por un lado tenemos a Vittorio di Girólamo, italiano afincado en Chile quien es un respetado dibujante que aportó en reiteradas ocasiones en la revista Mampato con su arte. Además, llegó a ser director de esta publicación entre los años 1974 y 1975, teniendo como mérito haber publicado en ella trabajos de numerosos artistas nacionales. Por otro lado está al gran Mario Igor, maestro entre maestros de la historieta nacional. Su trayectoria data desde la revista Okey pasando por El Peneca, El Cabrito, Rocket, Mampato, extendiéndose por un sinfín de publicaciones locales donde trabajó como ilustrador, portadista, dibujante y guionista de historieta.
El argumento del cómic es una adaptación de El Cantar de los Nibelungo, "poema épico escrito alrededor del año 1200 por un autor desconocido (…) cuenta la gesta de Sigfrido, un cazador de dragones de la corte de los burgundios, sus extraordinarias aventuras y su azaroso desenlace" (extracto de los créditos de la edición del 2011 publicada por la editorial Nenúfar). La versión que estos dos grandes nos entregan del mito se centra en la primera mitad de la épica original que a la vez se divide en dos claros momentos: primero, de cómo el guerrero obtiene la inmortalidad; y segundo, de la relación del héroe con los burgundios.
Cabe señalar que se modificaron un par de elementos para la ocasión, probablemente para que la obra se valiese por sí misma. Debemos tomar en cuenta que la historieta cuenta con apenas 33 páginas de noveno arte, por lo que obviamente se entiende que se quiso seleccionar la información a la hora de adaptar para que toda la historia tuviera sentido en tan pocas páginas.
SIGFRIDO
Editorial: La Tercera
Publicación: 1980
Guion: Vittorio di Girólamo
Arte: Mario Igor
Edición original: Revista Bandido, #007, #009, #011 y #014 (finales de los ochenta)
Reimpresión: Sello Nenúfar, Editorial Visuales (2011)
Reseña: Ale Ayala
Sobre la historieta
Algo que llama la atención desde un principio en la obra es la prosa extensa que se emplea y el poco espacio para que el trabajo de Igor se desenvuelva de manera libre o al menos con más protagonismo dentro de la narración. El dibujo se ve limitado una y otra vez a repetir con su arte lo que di Girólamo puso en palabras. Por lo mismo, jamás termina de convencer la decisión de sacar los bocadillos y colocar los diálogos dentro de las cajas de texto que acompañan cada una de las viñetas. Dicho esto, hay que reconocer la prolija narrativa de Vittorio, que construye un relato estimulante que invita a seguir avanzando junto al héroe en la historia de forma natural. Además, su elegante narrativa entrega un toque de impersonalidad que le viene bien al relato mítico, con profundas raíces en la tradición oral, pues parece ser narrado por algún sabio de la tribu o una especie de docente. Este detalle no es menor si pensamos en lo monumental y significativo que es el texto original.
La estructura de la historia se centra en dos nudos perfectamente distinguibles. Esta distribución narrativa es algo anticlimática si se leen de corrido las 33 páginas, pues es evidente la existencia de dos clímax, y para más remate, se siente más entretenida y sorprendente la primera fracción. ¿Será porque allí hay mayor presencia del elemento fantástico? Puede ser. Pero me decanto por la opción de que en el segundo tramo se añaden demasiados elementos, personajes y posibilidades en menos páginas, lo que termina resultando abrumador.
Otro aspecto extraño de la construcción de la historia es el abrupto final con el cual se decidió terminar la obra. El último capítulo cuenta apenas con 5 páginas y no incluye las desastrosas consecuencias —siquiera las inmediatas— del fatídico desenlace que la fuente original nos cuenta. Tal vez fue por tiempo, o quizá por algún otro motivo —más adelante vuelvo sobre este tema—, pero con unas tres planas más (el capítulo 1 y 3 son de 8 planas, y el 2 de 12) el trabajo dejaría un mejor sabor de boca, además de ser más redondo, pues el gusto a poco que deja este cómic es demasiado amargo. Yo recomiendo —en una humilde acotación— hacer un stop en el ecuador del libro —o antes de cada capítulo— para volver a mirar las páginas pasadas y contemplar las bellezas que dibujó Igor antes de seguir adelante. Les aseguro que no hay pérdida en este ejercicio.
Lo que se lleva todos los elogios sin duda alguna es el trabajo que Mario Igor realiza en cada una de las páginas de la historieta. Aquí hay dibujos y composiciones maestras en cuanto a narrativa gráfica respecta. El artista maneja un sinfín de recursos que plasma sin vergüenza en cada una de las hojas; expresiones faciales que comunican estados emocionales complejos, manejo de expresiones corporales para un gran número de situaciones, composiciones de páginas atractivas, legibles y coherentes, detalles en los fondos —¡fondos bellísimos!—, fluidez narrativa dentro de las viñetas y un manejo del blanco y negro como elemento narrativo sobresaliente. En definitiva, cada una de estas carillas es digna de ser enmarcada para decorar una habitación, una casa, un museo o lo que se te ocurra.
Antes de seguir me quiero detener en un detalle del dibujo; el trazo limpio y detallista. Esta combinación —cuando es coronada con una técnica exquisita y respaldada por un entintado a la altura, como es el feliz caso de Sigfrido— siempre es oro puro en la historieta. Los trazos perfectos con los que aquí se trabaja, en una publicación en blanco y negro, pueden llegar a resultar confusos cuando se emplean para dibujar un sinfín de detalles; sin embargo, en esta obra puedes navegar por cada viñeta sin perderte en el mar de información que entrega el narrador gráfico, y eso es un mérito absoluto del maestro Igor. Lograr hacer totalmente legible una copa en medio de un tesoro gigante, un escudo de guerra en un ejército o las ramas de los árboles en un bosque es un trabajo inconmensurable. De primer nivel.
Esto nos lleva a mencionar una pequeña trampa de este cómic: si bien es una historia breve en cuanto a páginas, las viñetas valen por dos o tres, ya que cada recuadro nos entrega diversos datos atractivos e importantes para comprender la obra en su total dimensión. El trabajo de Igor va mucho más allá de "dibujar bien", acá el maestro está narrando, hablando en cómic, y emplea cada espacio del lienzo en papel para hacerlo.
Una pequeña reflexión
La historieta Sigfrido carece de motivaciones pedagógicas o difusoras de la obra original pues no provee de explicaciones, acotaciones o guiños que pudiesen dar a entender que los autores quieren crear una “historia de monitos” que sirva de iniciación para lectores nóveles de las épicas medievales o de la “alta literatura”. La historieta se considera como un fin en sí misma y no como un paso previo a nada —a ti te hablo, historieta de "fomento al lector"—. Además, los artistas se esfuerzan en modificar todo lo necesario para crear una historia cerrada que no necesita de conocimientos previos o posteriores para ser entendida y disfrutada en su totalidad.
Por último, el título del cómic es tajante en anunciar que el arco de la caída del reino de los burgundios, la venganza de Krimilda e incluso los propios nibelungos y la maldición del anillo —todos hilos tratados largamente en el relato épico— son desestimados como tema central; incluso en cierta medida son tratados como tramas secundarias. Bajo estas evidencias debemos suponer que lo único que importa para los autores es narrar la vida de Sigfrido.
Las primeras dos páginas sirven para poner en contexto el primer hábitat del protagonista. Luego se exponen las más notables hazañas de éste, que ocuparán gran parte de las páginas totales. En la última plana del segundo capítulo y durante los dos tramos finales el relato se separa recién de los ojos de Sigfrido, pero solo para enterarnos de las conspiraciones que se tejen sobre él. El lector es entonces ubicado en el rol de un cómplice pasivo de las traiciones de las clases altas sobre el guerrero.
La única advertencia que el espectador puede hacer al héroe llega en forma de cantos de sirenas —literalmente—, sin embargo es la propia arrogancia del personaje —que vimos crecer desde los primeros días de su vida— que terminará por condenarlo a su trágico final. ¿Fuimos testigos y secuaces desde un inicio de este crimen? Interesante pregunta. Estos elementos puestos en contexto arrojan luces interesantes de la historieta publicada originalmente en 1980.
En lo personal, termina siendo inevitable hacer una relación con la dictadura militar que regía en ese entonces en Chile. Temas para esta analogía abundan: la conspiración de la élite que según su conveniencia manipula y derriba al héroe, la maldición del poder material que engendra un ciclo de violencia interminable, las pasiones bajas, mezquinas y oscuras como motor de las acciones de quienes gobiernan y el triunfo definitivo de la traición sobre la nobleza. Este último punto especialmente decidor de la visión oscura e infeliz de la vida que presenta el relato, ya que el fallecimiento de Sigfrido es a la vez una abrupta caída del telón para la obra. En esta historieta no solo ganan los malos, además quedan impunes y libres. Siquiera hay tiempo y espacio para acusarlos.
Conclusión
Estamos ante la presencia de una obra artística sólida que derrocha calidad, y como dije en un principio, no extraña que tantos la eleven entre lo más alto de la historieta nacional de todos los tiempos. Su extensión acotada ayuda a que no se sienta un cómic pantanoso a pesar de la presencia de textos largos y un dibujo detallista. Estos elementos logran que finalmente se sostenga un ritmo de lectura, si bien pausado, entretenido y elegante durante todo el relato. Otro punto alto es lo bien logrado de la yuxtaposición entre el relato épico, fantasioso, a veces violento, que se mezcla con una sesuda puesta en escena, tanto gráfica como narrativa, que pudieron haber dado origen a un tono saturado y abrumador pero que sin embargo logran un equilibrio satisfactorio, quizás con baches en la segunda mitad, pero aun así airoso sin duda alguna.
Sigfrido es en diversos sentidos un éxito artístico y un pináculo en la larga historia de la historieta nacional. Atrapa y convence desde la primera viñeta con su belleza gráfica. Si bien es lamentablemente demasiado desconocido para la fama que merece, es a todas luces de lo más glorioso hecho en estas tierras, a pesar de que un par de páginas extras con el arte de Mario Igor no hubiera sido nada malo.