"Truth: Red, White & Black" (2003): el negro no es solo tinta
La primera vez que leí Truth: Red, White & Black, será hace más de cinco o seis años. Me pareció un gran cómic, con mucha valentía —tanto por parte de los autores, como de la editorial— y sobre todo, con mucha crítica. Lo curioso es que mi lectura fue rápida, por lo que a pesar de sus obvias virtudes, la obra de Robert Morales y Kyle Baker no supuso mayor análisis en mi mente.
No es hasta ahora, a propósito del estreno de Captain America: Civil War, que le he vuelto a echar una mirada, ahora más analítica, y no puedo estar más aterrado dentro de lo que se muestra en sus páginas.
Haciendo un poco de historia, la gente de color en los cómics ha tenido una representación muchas veces ofensiva o de mal gusto. Relegados a un papel meramente cómico y estereotipado en los primeros años de publicación, el personaje negro nunca salía de ser parte de una tribu africana, algún pirata —nunca capitán, por supuesto— o algún ayudante extravagante del héroe de turno. Curiosamente, los personajes asiáticos suelen ser tratados de la misma forma por la cultura norteamericana —cómo olvidar esa caracterización infame de Mickey Rooney en Breakfast at Tiffany’s— muy mitificados por el papel de Japón en la Segunda Guerra Mundial. Ante el mundo, Japón era un villano, pero África nunca fue una víctima de la colonización, algo que debería pesar más en la cultura norteamericana, la que se autodenomina “libre”.
El primer personaje negro que aparece en los cómics estadounidenses es el Príncipe Lothar, un personaje secundario creado por Lee Falk para tu tira del mago Madrake the Magician en 1934. Lothar era el Príncipe de las Siete Naciones, una federación de tribus ubicadas en una zona indeterminada de la selva africana que rechazó convertirse en rey de su pueblo para luchar por la justicia junto a Mandrake. En un principio, este “príncipe” africano vestía como la cultura de la época veía a la raza de color: enfundado con pieles de tigre y taparrabos, apenas hablando inglés.
En los años venideros, la raza negra sería sinónimo de pobreza y crimen, excluidos de todo protagonismo en los cómics. Incluso el gran Will Eisner tendría en sus filas uno de los peores retratos de la época: Ebony White, de labios gruesos, ojos grandes y pequeña estatura, claramente diseñado para no interferir en lo mas mínimo con la imagen del héroe gallardo.
No es hasta después de la Segunda Guerra Mundial que empezaron a salir historias con protagonistas negros, pero su imagen de indígenas africanos no evolucionaba. Testigo de ello es Waku, Prince of the Bantu, cómic protagonizado nuevamente por el líder de una tribu africana. Su posicionamiento en las historias había avanzado de lacayo a protagonista, pero su estatus social seguía estancado en el colonialismo de principios de siglo.
Esto se mantuvo hasta los sesenta, en la misma época que la lucha por los derechos civiles de la raza negra en EE.UU. había escalado gracias a la intervención de Martin Luther King y las naciones africanas se independizaban de sus conquistadores. En julio de 1966, en el número 52 del cómic Fantastic Four, Stan Lee y Jack Kirby presentaron a Black Panther, el primer superhéroe negro de la historia del cómic y el primer superhéroe africano. Kirby y Lee dan vuelta todo el concepto con que se había tratado a la raza negra en los cómics. Black Panther era nuevamente el soberano de una nación africana, pero que era muy avanzada en tecnología, más que la del resto del mundo. Wakanda, el reino de T'Challa, era una nación autosuficiente, capaz de un avance sostenido sin la necesidad de pertenecer a la ONU. El personaje fue un éxito tremendo, y llevó a Kirby y Lee a repetir la fórmula con Falcon, el segundo superhéroe negro realizado por Marvel, en el año 1969. DC Comics copiaría lo hecho por Marvel y sacaría a relucir a John Stewart, el primer Green Lantern de raza negra.
Toda esta evolución se dejó ver además en los personajes ya creados y que sobrevivían editorialmente. El Príncipe Lothar dejaba los taparrabos y pasaba a atuendos más refinados y acordes a una persona normal. Ebony White regresaba a las páginas de The Spirit de Eisner como el alcalde de la ciudad.
Los tiempos parecía que cambiaban, mejorando enormemente la representación del hombre negro en los cómics, dando incluso movimientos editoriales mucho más arriesgados como todo un universo de superhéroes negros en Milestone Comics, fundada por un grupo de guionistas y dibujantes afroamericanos (Dwayne McDuffie, Denys Cowan, Michael Davis y Derek T) y que reportaría una interesante gama de personajes que tratarían de brillar con luz propia en un nuevo siglo.
Dejando de lado ya el contexto histórico, ahora toca hablar de Truth: Red, White & Black, como parte de una increíble desmitificación de la concepción del Captain America, uno de los más grandes íconos norteamericanos jamás concebidos. Porque quizás no haya origen más puro y patriótico que el de cómo Steve Rogers se convierte en el Centinela de la Libertad y salta a combatir al Eje del Mal, en lo que parece una de las movidas más acertadas para inspirar al pueblo a pelear una guerra que está a un océano de distancia.
Pero Morales y Barker ponen contexto esa mentirosa época dorada del romance bélico, aterrizándola ante lo que realmente eran para la raza negra: un infierno. Morales toma como inspiración el caso del Experimento Tuskegee, un estudio clínico llevado a cabo entre 1932 y 1972 en la ciudad estadounidense de Tuskegee, Alabama. Llevado a cabo por el Servicio Público de Salud de Estados Unidos, 600 aparceros afroestadounidenses, en su mayoría analfabetos, fueron estudiados para observar la progresión natural de la sífilis si no era tratada y si se podía llegar hasta la muerte. El Experimento Tuskegee, citado como “posiblemente la más infame investigación biomédica de la Historia de Estados Unidos”, trajo como consecuencia el Informe Belmont de 1979 y la creación del Consejo Nacional de Investigación en Humanos y la petición de la creación de los Consejos Institucionales de Revisión de Protocolos de Investigación.
La lógica de Morales y Baker es inquebrantable al análisis. Si entre 1932 y 1972 pudo llevarse con total impunidad un experimento como lo sucedido en Tuskegee, ¿por qué no pudo pasar lo mismo en el Experimento del Supersoldado?
Los autores nos presentan un apartheid social, disfrazado con los colores de la libertad. De ahí el título de “Truth: Red, White & Black”, que cambia la frase clásica —y casi obligatoria— y coloca el color negro, quebrando el cliché que es el rojo, blanco y azul.
De esta forma se nos presenta a un grupo de soldados de raza negra —llevados por distintos motivos a enlistarse en el ejército— y cómo son elegidos como conejillos de indias para la creación del suero del supersoldado. El cómic nos muestra, con una escalofriante veracidad, el trato que tenía la sociedad con la gente de color, tratándolas como algo inferior, casi infeccioso o cancerígeno. Incluso, estas cuotas llegan a ser tan altas que los generales y científicos que llevan el experimento, no tratan de hacer un mayor esfuerzo en ocultar el destino mortal de estos soldados que nacieron en la peor época. Soldados negros que no le importaban a la milicia o a la sociedad.
Aún terminado el experimento, con los pocos sobrevivientes y teniendo en su poder ese maldito suero, el ejército de los Estados Unidos los envía a pelear tras líneas enemigas, revelándoles quizás una de las verdades más devastadoras como norteamericanos: los Nazis y el imperio yanki no son tan diferentes y guardan muchos paralelismos. Más de los que estamos acostumbrados a ver —incluso teniendo como antecedentes el Verano Rojo de 1919 y Noche de los Cristales Rotos de 1938, acontecimientos vergonzosos en cada lado de la moneda—.
Nuestros protagonistas, y nosotros mismos quizás, nos vemos ante la caída del mito. Todo se da vuelta y nada es lo que parece. Al final, todo idealismo de la obra desaparece. Todo ese romanticismo ante la Segunda Guerra Mundial se disipa y muestra que todo fue una carrera en la oscuridad, donde al final está la verdad. Y por dura y cruenta que sea, debe ser mostrada.