"Fausto Sudaca" (2016): de las tablas a la narrativa gráfica
Hoy revisamos la última propuesta de Mythica Ediciones, que está sacada nada menos que desde las tablas del teatro y los clásicos universales, ya que la última novedad de la editorial de Zombies en la Moneda y Celeste Buenaventura es una adaptación de la obra teatral Fausto Sudaca escrita por Omar Saavedra Santis, quien en un interesante ejercicio de reinterpretación adapta y "sudacaliza" la consagrada historia de Johann Wolfgang Von Goethe.
Esta novela gráfica narra las desventuras de Job, moderno Fausto, doctor y teólogo que sin pedirlo ni merecerlo se ve envuelto en una apuesta, que a la vez es un juego egoísta y cruel entre Dios y el demonio. El reto en cuestión es lanzado por "el adversario", quien asegura que puede quebrantar la carne y el espíritu del más fiel de los siervos del creador si lo tienta con una oferta a la que no se pueda negar. A este planteamiento base al relato se le agrega un sinfín de referencias a nuestra idiosincrasia que traslada la obra desde su natal Europa hasta nuestra Sudamérica, transformando, o al menos intentando transformar, a los personajes en sudacas de tomo y lomo. El resultado es una novela gráfica cercana, de humor hilarante y de capas de lecturas interesantes.
FAUSTO SUDACA
Sebastián Castro tiene la difícil tarea de guionizar esta adaptación, que presenta varias dificultades para ser leída en clave de historieta. Para comenzar, durante el primer acto los lectores somos bombardeados con bastante información que arma un puzzle complejo de interacciones entre personajes humanos y divinos, con diálogos largos y pesados que hablan sobre dilemas morales y espirituales, estos son lo suficientemente potentes como para que el cómic avance según evolucionen dichos conflictos internos de los personajes y esto último es especialmente complicado para ser expuesto en un cómic, pues el peso del nudo que se nos presenta subyace en aquello que no se ve y por tanto no se puede dibujar. Al menos no de forma explícita.
Para subsanar estas dificultades, Castro comienza exponiendo dos escenas para presentar todo el conflicto de la trama. Este primer segmento de historieta está especialmente bien logrado; los personajes resultan interesantes y con una personalidad definida, el humor visual es acertado y efectivamente gracioso, los diálogos tienen buen ritmo y son certeros. Además, es el tramo de la historia en que mejor funciona la "sudacalización" del argumento, un ejemplo claro es mostrar a Dios preocupado por la baja en las encuestas, al Diablo queriendo ser un pillo y a los ángeles como subordinados explotados y lamebotas. Estos elementos dicen bastante, sin la explicación de un "narrador" que interrumpa la acción, de lo que se quiere decir en esta obra. Lástima que esto cambie más adelante.
Luego viene una larga escena, menos afortunada, en donde Fausto dice presente en la acción y con ello una cantidad exagerada de monólogos sobre su sufrimiento interior. Esto se suma a lo claustrofóbico de todas estas secuencias, donde la falta de ambientes visualmente estimulantes terminan por hacernos darnos cuenta de lo lento que avanza la historia, pues los tiempos narrativos son entregados por los textos —abundantes— y esto, a menos que seas Neil Gaiman o Alan Moore, no es atractivo en los cómics. Dos puntos concretos de la trama grafican lo que quiero decir. En primer lugar, la caída de Fausto es casi inmediata, el supuesto "mejor siervo de Dios" está quebrantado desde el principio y solo sabemos de él por sus lamentos, originando la sensación de habernos perdido la parte más entretenida del arco de este personaje, sus tentaciones, sus arrepentimientos y su tristeza. Es como si nos prometieran una pelea pero solo nos muestren un hombre ensangrentado. ¿Y los puños qué? En segundo lugar está lo tarde que cruzan camino el Diablo y Fausto. Realmente no entiendo el por qué de esta situación, ya que si desde un comienzo se hace evidente que Fausto caerá de forma inmediata ante la propuesta del "acusador", este tarde tantas páginas en decir presente en la acción. Todo es muy lento.
El segundo acto está mejor logrado, el texto da un respiro permitiendo que se logren ver secuencias visuales más atractivas, pero el problema es que se hace corto pues hay que contar muchas cosas en pocas páginas, lo que obliga al guion a simplificar los arcos y a omitir elementos que le hubieran dado más peso a los puntos de inflexión. Me refiero, por ejemplo, al romance de Fausto que llega a su culmen de forma arrebatada. Además, está la muerte de cierto personaje que carece de complicidad con el lector, pues aquel elemento apenas se nos presenta y el momento de su deceso cae en la indiferencia.
El final está bien jugado, Castro toma todas las líneas argumentales para darles causes y sentidos. Este es el mayor logro del guion de Fausto Sudaca, que a pesar de tener errores —sobre todo en el ritmo— resulta tener un final redondo, donde poco se termina escapando de las manos del guion. Incluso los dilemas morales presentados llegan a reflexiones interesantes. Por otro lado, hay que aclarar que el verdadero protagonista de este cómic es el Diablo. Es él quien presenta un arco narrativo completo que evoluciona y se mueve. Vemos sus motivaciones, cómo se esfuerza para alcanzar su meta y las situaciones que hacen avanzar la trama del relato. Él o ella, es por lejos el personaje mejor tratado e interesante de la obra.
El dibujo, narración y puesta en escena está a cargo del mexicano Hugo Aramburo. Sus líneas son gruesas y limpias, con un nivel de detalle bastante complejo pero sin llegar jamás a la saturación, además de contar con un entintado muy bien medido. Las composiciones que más me gustaron fueron en las que pudo trazar cada vez que se la jugó y metió ángulos y planos poco comunes, aunque normalmente está bastante controlado con diagramaciones de viñetas rectangulares y genéricas. El guion era bastante exigente y había poco margen para lucirse, por tanto, cada vez que el artista tuvo una pequeño respiro, y con ello la posibilidad de demostrar su valía, agregó de su cosecha a la narración de forma muy acertada y el resultado fue contundente. De hecho, en un par de páginas se anima a composiciones que rompen las clásicas viñetas cuadriláteras para apostar por el dinamismo visual, y en cada una de estas ocasiones Aramburo siempre salió bien parado. En definitiva, el guion no fue capaz de sacarle todo el jugo a las posibilidades que ofrecía este dibujante.
Sin embrago, también se debe criticar algunos errores de continuidad y fluidez narrativa en el apartado gráfico. Si bien Hugo Aramburo maneja de forma académica la expresión corporal, acertando constantemente en hacer hablar a los personajes con sus cuerpos, falla en más de una ocasión en las expresiones faciales, dibujando de igual forma el rostro de algún personaje en dos estados emocionales diferentes o en mostrarnos con la boca cerrada rostros que están hablando. Son detalles, lo sé, pero me extrañó que manejando tan bien las emociones físicas y atinando de manera absoluta en representar a cada uno de los personajes con los rasgos fáciles del elenco de carne y hueso de la obra de teatro, se caiga en estos puntos.
La presencia del "payaso" que hace las veces de anfitrión y narrador en off del relato me parece un desacierto irritante y fallido. Sus intervenciones siempre sobreexplican aspectos del argumento que serían mucho más sabrosos si no se entregaran tan "colados". Además, las viñetas donde aparece compiten de forma lamentable con las de la trama principal. Me hubiese gustado haber visto algunas viñetas bien ejecutadas con mayor amplitud en las hojas en vez de tener a este personaje hablando y hablando. Creo que todos los diálogos y chistes que este payaso dijo fueron el intento real de “sudacalizar” el relato, pero como recurso me parece carente de estilo y delicadeza. Hubiese sido mejor que todo lo que se nos dijo se hubiera mostrado; en fondos, en contextos, en situaciones o en personajes secundarios.
Para finalizar unas palabras para la notable edición de este libro. La portada es hermosa, la encuadernación es rústica con solapas pero el cartón de la tapa es bastante grueso, lo que le da un aire de formalidad y santificación muy elevado. La impresión en blanco y negro está fijada de forma excelente en el papel, que es más grueso de lo necesario e impecablemente blanco. Todos estos detalles de edición se agradecen, aún más cuando se coronan con 84 páginas de historieta. Dedito para arriba para Mythica Ediciones en este punto.