"Star Wars: Clone Wars" (2003) de Genndy Tartakovsky
Hace muchos años, en una galaxia muy lejana, Ben Kenobi le contaba a un joven Luke Skywalker que había peleado junto a su padre, Anakin, en las Clone Wars. En 1977, cada persona que observaba este diálogo desde esta otra galaxia, imaginó algo estéticamente distinto en su cabeza, pero con un hilo conductor común: una batalla en la que participaron muchos planetas, en medio de la cual estaban envueltos los jedis, y un joven Obi-Wan Kenobi, menos mentor y más guerrero, combatía junto a un mítico padre de Anakin, un valiente caballero y excelente piloto.
Genndy Tartakovsky, quizás con 7 años, llegando a EEUU desde Rusia en 1977, o quizás ya mucho más adulto, instalado en su carrera ñoña, leyendo cómics y participando en proyectos de animación, observó esta escena y la imaginó a su manera. De todas las vertientes posibles de vislumbrar una guerra, las hay desde las más realistas, humanas y horrorosas, hasta las más coreografiadas, bellas y épicas. Es esta segunda vertiente la que quiso tomar Tartakovsky para retratar las hazañas jedis en medio de una guerra galáctica. Enfoque que sí combinó muy, muy bien con la estética de combate que tuvo la trilogía original de Star Wars, en la que la guerra no es un horror, sino una pelea justa y necesaria, porque el bando de “los buenos” representa la libertad, mientras que el bando contrario representa terror y esclavitud sobre los pueblos.
Star Wars: Clone Wars fue una miniserie de 25 capítulos emitida entre los años 2003 y 2005, a modo de puente entre los episodios II y III de la nueva trilogía. Tartakosvky, con Dexter's Lab, Powerpuff Girls, Samurai Jack en su currículum como trabajos propios, y con el segundo volumen de Batman TAS como trabajo colaborativo, se ganó el puesto de pintar ese lienzo vacío que quedaría en la trilogía, y que ya estaba en la línea temporal de Star Wars desde el estreno de su primera película, que era la guerra de proporciones interplanetarias en la que los protagonistas del primer duelo de sables de luz de la saga, aún eran amigos y peleaban del mismo lado.
Como mencioné anteriormente, la representación de la guerra en Clone Wars es totalmente alejada del dramatismo de la guerra, para centrarse en un espectáculo pirotécnico, una completa space opera que se abastece de ese movimiento fluido que caracterizara a las series en las que ya había participado Tartakovsky -Batman TAS, Dexter, Powerpuff Girls. Las destrucciones son espectaculares, los disparos tienen ritmo y armonía, los combates con sables son visualmente deslumbrantes, y muy basados en las peleas de películas de samurai –que en un principio inspiraron la misma idea de los lightsabers en George Lucas-. En fin, todo es aplaudible.
Si en la nueva trilogía no queda explicitado por qué Mace Windu es un maestro jedi con tan alto rango, o qué tan buenos con la fuerza realmente son maestros como Ki Adi Mundi, o Kit Fisto, todo esto queda patente en estos capítulos épicos. En las dos primeras temporadas, de diez episodios cada una, ningún capítulo dura más de 3 minutos. Esto, hizo aprovechar a Tartakovsky cada segundo de acción para representar un compás más en su coreografía bélica. Gracias a esto, todos los errores de La amenaza fantasma y El ataque de los clones, que son principalmente rellenar con escenas poco atractivas estéticamente, es equilibrado por el dinamismo sin límites que permite la animación 2D.
En Clone Wars, la apertura de cada capítulo no toma más de un par de segundos, para dar paso inmediatamente a escenarios y acciones que se mueven acompañados de la música de James L. Venable y Paul Dinletir –a partir de John Williams como base, por supuesto-, creando un show audiovisual tan atrapante como las ondas de sonido de Windows Media Player, y tan emocionantes para la construcción del universo de Star Wars como lo son peleas con sables de luz bajo el agua, bajo la lluvia, una utilización exagerada de la Fuerza –pero con gracia y estilo-, y el desplante de personajes que nada tienen que envidiarle a las estrellas de la saga. Entre ellos destacan Asajj Ventress y General Grievous, de una forma en que nunca habrían podido –ni pudo, en el caso de Grievous- igualarlo en el CGI.
Los planetas conocidos, los escenarios conocidos, los personajes conocidos, las naves, todo lo importado desde la pantalla grande tiene una adaptación fiel, a la vez que dinámica, fresca y visualmente atractiva. Mientras que todo lo nuevo, lo no visto en la pantalla grande, aporta mucho al imaginario total de Star Wars, como el templo de los cristales de los sables de luz, los estilos de pelea de los distintos maestros jedi, y muchos planetas que habían sido anteriormente mencionados, pero no vistos.
A Clone Wars no le sobra nada. Cada fotograma y cada movimiento está puesto en el lugar correcto. Y es por esto que destaca en medio de una trilogía que falla en ese mismo punto. Cada vez que uno, como fan de Star Wars, ve la nueva trilogía, tiende a intentar mover situaciones, alterar escenas, para notar que sí habrían funcionado mucho mejor, o de forma más emocionante, con pequeños o medianos cambios. Clone Wars es todo lo contrario: es para sentarse con algo para picar y decir “Qué bien hecho está esto. Qué simple, que poco ambicioso, pero qué bien logrado y qué entretenido a la vista”. Y ¿no fue ese acaso exactamente el mismo triunfo de la primera película, de la saga, allá en 1977?
Es por eso que Genndy, en su humildad de saber que tenía en sus manos una marca más grande que él, dio lo mejor de sí para poner cada pieza en su lugar. Sin arriesgarse a utilizar nada más que lo justo y necesario. Y es gracias a esto que, viendo Clone Wars, las tres temporadas seguidas, a modo de película entre los Episodios II y III, puede realmente salvar mucho a la nueva trilogía. Y es que en realidad tiene mucho más mérito, y las cosas para picar se disfrutan mucho más viendo esta miniserie que rabiando con los dos episodios inmediatamente antecesores. Que Genndy Tartakosvky le tiene real cariño a Star Wars se evidencia todo el tiempo en esta serie. Desde el utilizar a Asajj Ventress -personaje que en el plot original del Ataque de los Clones iba a cumplir el rol que terminó reemplazando Conde Dooku-, hasta la integración de jedis de muchas de las razas que estaban en la cantina de Mos Eisley en Una nueva esperanza, incluyendo a Voolvif Moon, de la misma raza que el hombre lobo que George Lucas eliminó en versiones posteriores.
Y si esta serie ya no es canon, no es algo que pueda decidir Disney. Todo, hasta la última pieza, calza a la perfección con el Episodio III, y me atrevería a recomendarla como episodio intermedio obligatorio para ver y comprender mejor lo que culminará de forma emocionante, aunque algo apresurada en La venganza de los sith. Y mención especial a la pelea entre Anakin y Asajj Ventress en Yavin IV, que es simbólicamente un hito importantísimo en la evolución del futuro Darth Vader.
Es por todo esto que el orden en que toda persona recién integrada al universo de Star Wars debiese ver las películas es: Una Nueva Esperanza, El Imperio Contraataca, El Regreso del Jedi, La Amenaza Fantasma, El Ataque de los Clones, Clone Wars de Genndy Tartakovsky, La Venganza de los Sith, y luego volver a la trilogía original. Que la Fuerza esté con Genndy.