"Trauko" (1988): la revista que destruyó los esquemas morales
Allá a mediados de los ochenta, el panorama comiquero en el medio local era desolador. Después de la desaparición de Editorial Novaro, cortesía del terremoto de Ciudad de México de 1985, no había superhéroes en los quioscos, y ni hablar de publicaciones locales: Condorito, y algún intento de Barrabases cuando Guido Vallejos aún dibujaba con algo de esmero y no se dedicaba (o no se sabía) a la pedofilia. Mientras tanto, los hermanos argentinos tenían varios títulos antológicos con producción local, liderados por la revista Fierro.
Hacia finales de la década aparecieron en los quioscos locales un par de títulos antológicos: Bandido, y Trauko. Ambos apuntaban al por ese entonces abandonado lector de cómics, pero con el foco puesto en lugares distintos. Bandido era más bien masiva y complaciente, mientras que Trauko tenía un espíritu desafiante y underground.
La historia de Trauko parte de la mano de un grupo de españoles, chilenos y argentinos, que decidieron que ya era tiempo de publicar en el medio local un título que se atreviera a ir más allá. En abril de 1988 lograron sacar su primer número a la calle, un híbrido de producción local y famosos “importados” (es un decir: Trauko jamás pagó los royalties por el material que usaba) de la talla de Moebius, Corben, Hugo Pratt, Crumb, Shelton, y un largo etcétera.
Aunque haya sido al margen de la legalidad, esta inclusión de autores extranjeros se agradece. De otro modo, me habría tomado posiblemente 20 años más encontrar a los Freak Brothers o a Wonder Wart-Hog. Con cierta frecuencia había aproximadamente 60 páginas de buen material a precio accesible en todos los quioscos.
Dentro del producto nacional, en mi opinión, lo mejor eran las aventuras —bueno, desventuras— de Checho López, un “chileno medio” que se ve enfrentado a toda clase de situaciones dentro de la realidad cotidiana del Chile de aquel entonces (en algunos aspectos muy distinto, pero en otros demasiado similar al de hoy). Martín Ramirez, el padre de la criatura, tenía una pluma que combinaba de la mejor manera posible la crítica social y el humor. Alguna vez se publicó un monográfico del personaje, de la mano de Traukoeditores, en formato de tapa ultrablanda y papel roneo.
También destacaba Kiki Bananas, de Karto, una suerte de modelo/superheroína en cuyas historias le gustaría tomar parte a cualquier adolescente de la época (desnudos y sexo fácil, nada menos, en una época en que había cuatro canales y la TV Cable era básicamente ciencia ficción).
Pero eso no era todo. Había más material local, de distintos tonos y sabores. Mal que mal la revista duró hasta 1991, sumando más de 30 números. ¿Por qué tan poco? Básicamente porque en 1991 ya estaban abiertas las fronteras culturales y los superhéroes estaban de vuelta, de la mano de Grupo Editorial Vid y de Editorial Perfil. Además, esta misma apertura obligaba a pagar los derechos del material importado.
¿Qué era lo que ofrecía Trauko? Una ventana a un más allá, a un universo de cómics, de autores, de personajes, de mujeres esculturales en paños menores (o derechamente sin ropa), de argumentos muy subidos de tono (ya fuera por la violencia o por el sexo, o por ambos), de buen y mal dibujo, de buenos y malos guiones, pero en la esquina de tu casa, en tu quiosco más cercano. Ese espíritu nunca más se recuperó. Nunca hubo otro título antológico como Trauko en el mercado local. Sí, es verdad, los títulos antológicos son difíciles de vender, y se necesitan nombres fuertes y personajes caros para mantenerlos a flote. En fin.
El año 2009 OchoLibros publicó un Tributo a Trauko, un esfuerzo de homenaje que —tristemente— no está a la altura. Sería mejor, en mi opinión, publicar un libro con una correcta reedición de todo el material original que se publicó en Trauko en aquellos años, a modo de testimonio de época.