Wes Anderson: Una filmografía multiversiana, Parte 1
Me voy a tomar la libertad de invitarlos a dejar - por un rato - el mundo del cómic, y adentrarnos a un medio distinto, el cine.
Desde que tengo uso de razón (para que se hagan una idea, mi primera película en cine fue Star Wars, cuando se llamaba así no más, "Star Wars", nada de Episode IV ni cosas por el estilo) me gusta el cine, las películas, y con el paso del tiempo me he convertido en un fanático del medio.
Al igual que en el cómic, en el mundo del cine la gran mayoría de lo que consumimos por estos lados proviene de gringolandia, con su gran fábrica llamada Hollywood. Y, al igual que en el cómic, la calidad del producto es variada, con un amplio espectro que va desde la película fome y mala hasta las obras maestras que a uno lo dejan pegado al asiento un buen rato después de que terminó el asunto.
Los gringos saben. El baile se mueve a su ritmo. Y como tal, tienen un problema: el estancamiento creativo. Aparece una película exitosa y vamos copiando la fórmula hasta el hartazgo, sea ésta policial, de tragedias, superhéroes u otro género. La fórmula se repite una y mil veces, ya sea por un director, un personaje, o un actor/actriz principal (ejemplo: Meg Ryan y Jim Carrey haciendo el mismo papel - cada uno por su lado - veinte veces). También hay peliculazas que son simplemente atisbos de gloria, pero cuyos directores luego parten por otros rumbos (ejemplo: The Shawshank Redemption, fácilmente la mejor película gringa de los últimos veinticinco años, dirigida por Frank Darabont, ahora devenido en productor de TV).
Así las cosas, escasean los nombres propios dentro del cine yanqui, los autores propiamente tales, con una producción sostenida en el tiempo. Por supuesto que los hay - siempre los ha habido - pero son un bien bastante escaso. Un Woody Allen, por ejemplo. O un Clint Eastwood post-1980. Tipos capaces de contar un cuento sin mucha parafernalia, por el simple gusto de narrar una buena historia.
Entre una gran manada de directores que funcionan - tristemente - como parte de un proceso industrial, el cine yanqui ha producido, en el último cuarto de siglo, al menos cuatro nombres propios bastante consistentes en su obra: Tim Burton, Quentin Tarantino, Kevin Smith y Wes Anderson.
Wes Anderson (nacido como Wesley Anderson en 1969) estudió filosofía en la Universidad de Texas y se ganaba unos dólares como “cojo” en un cine. En esa etapa de estudiante conoció, y se hizo amigo, de los hermanos Wilson, Owen y Luke (los que luego serían actores de cine de cierto renombre). Con ellos hizo su primera película, Bottle Rocket, la menos “Wesandersoniana” de toda su producción.
Bottle Rocket (1996, “El Gran Golpe”)
Esta película es, dentro de la filmografía de Wes Anderson, lo más cercano a una película “normal”. Coescrita por Anderson y Owen Wilson, y protagonizada por los mismos hermanos Wilson, va de un grupo de amigos bastante desadaptados que son “apadrinados” por un mafioso menor del pueblo (James Caan, Santino Corleone de The Godfather) para un robo. Como ocurre en las buenas historias de crímenes, nada es lo que parece y al final... bueno, no les voy a contar el final.
El guion está bien manejado, lo mismo que los conflictos internos de los personajes y su evolución. Sin embargo y como ya dije, es una película como tantas otras que fabrica Hollywood en un año promedio, como para verla en Tardes de Cine y no mucho más. Como ejercicio de debut cinematográfico cumple con creces, y abre la puerta para que Anderson se embarque en la que realmente es su primera película: Rushmore.
Rushmore (1998, “Tres es Multitud”)
Nuevamente coescrita por Anderson y Owen Wilson, esta película es una manifestación de todos los temas, tics y modismos del cine de Wes Anderson: un lugar como personaje propio (Rushmore Academy), un protagonista que sueña con grandes logros pero es un desadaptado de marca mayor (Max Fischer, en el debut de Jason Schwartzman, hijo nada menos que de Talia Shire, la señora de Rocky e hija de Don Corleone), una banda sonora basada en el rock de los ’60 y ’70, Bill Murray haciendo su gran regreso al cine y mostrando que puede hacer drama, música incidental de Mark Mothersbaugh, críticas al rol paterno, y todo eso en menos de cien minutos.
Max es - con ventaja - el peor alumno de la historia del colegio privado Rushmore Academy. Becado, sueña con la grandeza y trata de compensar con actividades extraprogramáticas todo lo que no puede hacer a nivel académico: participa prácticamente en todos los clubes y academias que existen, y los que no existen, los ha creado él mismo.
Entra en la historia Herman Blume (Murray), un millonario productor de acero que tiene una relación inexistente con sus hijos, también alumnos de Rushmore. Max y Herman se entienden como desadaptados similares y se hacen amigos. Todo bien, hasta que aparece Miss Cross (Olivia Williams), profesora del jardín infantil.
Los gringos tienen una categoría para este tipo de película, coming of age movies (traducible como “películas sobre hacerse adulto”). Generalmente son de trazos gruesos, pero éste no es el caso. Acá Anderson brilla, despega, se luce, precisamente por eso: por manejar un tema tan frecuente de una manera tan poco usual. En opinión de unos cuantos, la mejor película de Anderson. En la mía personal, la tercera mejor (pero con el mejor soundtrack).
Lo más difícil luego de un éxito es la continuación. Muchos logran sólo eso, un hit, y desaparecen (el mundo de la música está lleno de ejemplos, los llamados "one-hit wonder", bandas que tuvieron un gran disco y nada más). Otros tantos lo hacen bien, luego caen, pero después vuelven a levantarse. Unos pocos se superan en su segunda obra. Anderson es de esos (en el entendido que su segunda obra es, en verdad, la tercera).
The Royal Tenenbaums (2001, “Los Excéntricos Tenenbaum”)
Una familia de genios. Royal Tenenbaum (Gene Hackman) y su mujer Etheline (Anjelica Huston, que se haría un nombre recurrente en la obra de Anderson) tienen tres hijos que son niños prodigiosos: Chas (Ben Stiller), una maravilla en el mundo financiero; Margot (Gwyneth Paltrow), escritora de teatro; y Richie (Luke Wilson), tenista de élite. Cada uno es lo que en inglés se conoce como un overachiever, uno que lo hace todo bien y se destaca muy por encima de la media. Eso, pese a un padre ausente hace años, con cero capacidad afectiva y que encima marca desmedidamente sus preferencias.
Sin embargo, toda esta - aparente - perfección se cae a pedazos, cada uno de estos niños se convirtió en un adulto lleno de conflictos y dramas. Súmenle a un vecino del mismo estilo: Eli Cash (Owen Wilson), escritor e historiador del viejo oeste norteamericano, y ya la cosa pasa de castaño oscuro.
Todo eso, sin embargo, es el pasado.
Hoy Margot se está separando de su marido y regresa a casa. Chas, recién enviudado, también vuelve, pero son sus dos hijos. Richie sigue en un viaje por el mundo, desconectado de todo y de todos. Por su parte, Royal Tenenbaum está en la quiebra, y encuentra la manera de - también - volver al hogar familiar y de exigir de regreso el cariño que nunca le prodigó a sus retoños.
¿Cómo resultará éste reencuentro? ¿Se pagarán las deudas pendientes? ¿Serán capaces de perdonarse, de aceptarse, y de convertirse - finalmente - en una familia un poco más normal?
Repite la banda sonora sesentera y la música incidental de Mark Mothersbaugh. Y repite Bill Murray. Y - está claro - repite la temática del padre atípico/ausente. Y comienzan a aparecer los actores de renombre, haciendo papeles en los que nunca los hemos visto: el ya mencionado Hackman, Danny Glover.
En mi opinión, una de las dos mejores películas de Anderson. Algo lenta, eso sí, pero permite verla –y disfrutarla- una y otra vez a lo largo de los años.
The Life Aquatic with Steve Zissou (2003, “La Vida Acuática”)
¿Cómo seguir luego de una familia de genios? Retratando a un genio... o más bien, imaginándose la vida - o una vida alternativa, una “historia imaginaria” - de un ídolo de la juventud. Quienes veíamos tele en blanco y negro a principios de los ’80 experimentamos la presencia permanente en el 7 de los documentales de Jacques Cousteau a bordo de su nave, el Calypso. Idolo de la infancia de Anderson, no lo retrató, pero re-imaginó en el cuerpo de Steve Zissou (era que no, Bill Murray) con su troupe en su barco, el Belafonte.
Escrita por Anderson y Noah Baumbach, acá vemos a un Zissou caído en desgracia, que pierde a su mejor amigo a manos de un extraño tiburón, que pierde su credibilidad, que lleva años sin un documental de éxito, y al que además - sin que uno sepa si eso es algo bueno o malo - le aparece un hijo ya adulto (el ya recurrente Owen Wilson). Todos esos factores se unen en la última aventura de Zissou, para ir a buscar venganza contra el tiburón y, a la vez, filmar un documental que le permita recuperar el éxito comercial.
Aparecen en esta oportunidad un par de nombres nuevos que se harán frecuentes: Willem Dafoe y Jeff Goldblum. También repite Mark Mothersbaugh a cargo de la música (el tema “Let me tell you about my boat” es, posiblemente, lo más bello que ha escrito el ex-DEVO), pero con una variación: como parte del equipo multirracial del Belafonte, hay un marinero brasileño, Pelé Dos Santos (referencia obvia a Edson Arantes do Nascimento, que jugó en el Santos de Brasil), que interpreta versiones acústicas de Bowie en portugués. Quizás la mezcla pueda aparecer como forzada, pero en la realidad, funciona de modo espectacular.
Zissou y sus tropas logran salir adelante y comenzar el viaje final. El mundo submarino de Zissou es hecho con stop-motion, con la ayuda de Henry Selick (sí, el mismo de Nightmare Before Christmas). Nada puede ser fácil, aparecen distintos peligros (“por acá les decimos piratas”), pero la aventura avanza, hay algunas bajas en el camino y finalmente Zissou enfrenta al tiburón mientras suena Sigur Ros de fondo.
Todo termina con una anhelada y merecida redención. Y - como siempre - con pop inglés del bueno y el team Zissou caminando en cámara lenta.