Las Casta de los Metabarones: dinastía, tragedia e incestos
Dinastía. Así se podría definir la obra que nos junta hoy. Nacido como secundario en esa gran obra que es El Incal, el último Metabarón y sus ancestros serán el eje central de esta space opera con tintes de tragedia griega.
Guión de un chileno (Alejandro Jodorowsky), dibujo de un argentino (Juan Giménez). Publicada originalmente en Francia. La Casta de los Metabarones presenta la historia de, tal y como dice el título de la obra, la casta de los más grandes guerreros de la galaxia. Desde sus tatarabuelos pasados, hasta el metabarón presente, Sin Nombre, el mismo que sale en El Incal.
Editada originalmente por Les Humanoïdes Associés, la idea inicial fue del editor de Jodorowsky, quien al ver cómo el último metabarón se movía por los peligros de esa carrera alucinógena que es El Incal, supo que el personaje tenía mucho más que contar.
La lectura de la obra apela a una ciencia ficción ochentera que bebe muchísimo del fallido proyecto de Jodorowsky, la adaptación de Dune al cine, y que parecer ser la madre de un montón de obras de fantasía de esa época.
La historia es contada a través de Tonto, el robot asistente del Metabarón y que ha servido durante generaciones a la casta de guerreros. Presenciando sus orígenes en el planeta Marmola, Jodorowsky usa a Tonto y Lothar - el otro robot que pide que le cuente la historia - como McGuffin para mostrar la dinastía que bebe enormemente de las tragedias griegas escritas por los antiguos filósofos.
El metabarón es un guerrero implacable, regido por un estricto código de honor, llamado la Bushitaka - una especie de Bushido ancestral - y que ha perfeccionado el arte de la guerra a un nivel tal, que puede cambiar el curso de un conflicto bélico interdimensional sólo con la presencia de este particular guerrero en el campo. Lo curioso de todo esto es que la Bushitaka prohíbe la presencia de dos Metabarones al mismo tiempo, pues un metabarón solo recibe este título si es capaz de derrotar y matar a su padre en singular combate.
Con todos estos matices, nos encontramos con un relato de estructura cíclica: cada volumen corresponde a la historia de uno de los antepasados de este guerrero, sus vivencias y tragedias. Aquí Jodorowsky utiliza una interesante serie de recursos para no caer en una aburrida repetición de hechos. Y es que al ser seres tan implacables, las madres cometen incesto por amor y los hijos matan a sus padres por honor, tal como si se tratara de Edipo u Odiseo. Y así como estos “héroes” eran capaces de proezas a la par de los dioses, el metabarón cumple con su palabra de igual manera, si es necesario destruir una dimensión completa en el proceso, lo hará.
El dibujo de Juan Giménez es fenomenal y encaja perfectamente con lo que muestra Jodorowsky en el guión. Giménez usa viñetas completas para mostrar arquitectura, ropas, armas y armaduras, planetas y galaxias de una manera minuciosa. Además diseña todo con un perfecto uso del tiempo: nótese cómo a través de los años, conforme pasa el relato, se deja el uso de armaduras pesadas al estilo samurai, por trajes de cuero o chaquetas. Con las naves es lo mismo, diseños toscos y brutos dan paso a formas aerodinámicas y estilizadas. Además, todos estos diseños son muy poco tradicionales y más orgánicos, y beberán bastante de la mencionada adaptación de Dune que Jodorowsky nunca llegó a completar.
En definitiva, una lectura interesante y quizás imprescindible si se quiere tener una muestra de la ciencia ficción europea.