MV52: N°6 - All-Star Superman
Reseña: Coke Fuenzalida
Lugar: 6 (48 puntos y 9 votos)
Guión: Grant Morrison
Dibujo: Frank Quitely
All-Star Superman #01-12
¿Cómo se reconstruye un mito? Llevándolo al límite. Forzándolo a un extremo. Ya lo hizo Frank Miller por partida doble con Batman: Año Uno y Batman: The Dark Knight Returns.
De Superman se han contado innumerables historias. Buenas. Malas. Mediocres. Pocas han sido memorables por mérito propio. Excepciones existen, pero como tales, mínimas, seleccionadas.
Hablar de Grant Morrison a estas alturas ya carece de sentido. Dueño de un imaginario que raya en lo metafísico, nos ha contado un finito número de historias, todas ellas ya insertas en la memoria colectiva noña. Por otra parte, Frank Quitely es el encargado de ilustrar esta reinvención del último hijo de Kryptón. Poseedor de un talento innato, afiatado como una extensión visual de los textos de Morrison, Quitely nos regala imágenes simples de relecturas continuas.
La historia arranca de un planteamiento simple, la inevitable muerte de nuestro héroe. Producto de una sobreexposición solar que potencia a niveles mortales los poderes de Superman, y víctima de un plan fríamente elaborado por la antítesis por antonomasia del gigante azulado, Lex Luthor, nos vemos atrapados en un relato que nos lleva a entender de manera compleja y serializada la verdadera naturaleza de Superman, esa que se ha construido historia tras historia, años tras año, esa que lo ha forjado como el campeón absoluto de todos los héroes. El primero de miles, el último sobreviviente de un planeta en su ocaso.
Es Superman el estandarte de todas las virtudes en un solo individuo. La moral a prueba de todo. La rectitud que sobrevive a monstruos, pruebas, devoradores solares, mentes brillantemente criminales. Vemos desfilar una limitada, pero no menos brillante, galería de villanos que se encargan de poner a prueba una última vez la sangre de la que está hecho el primogénito de la estirpe El.
Morrison apela en la construcción de esta nueva mirada, al sentimentalismo puro, ese amor inocente, esa fascinación infantil que nos hacía soñar con poder volar, ser invencibles, enfrentar a todos los villanos de turno y salir victoriosos, aquella fascinación que transformaba una simple toalla en la espalda, en un manto escarlata y nos hacía sentir poderosos no de forma física, sino con el pecho hinchado y el corazón gigante. La majestuosidad de la virtud pura, aquella que poseen solo los grandes.