MV52: N°51 - Superman: El Reinado de los Superhombres
Reseña: Marco Gálvez
Lugar: 51 (empate con 2 votos y 5 puntos)
Guión: Dan Jurgens, Louise Simonson, Roger Stern
Dibujo: Jon Bogdanove, Tom Grummett, Jackson Guice, Dan Jurgens
Action Comics Vol.1 #687-691; Superman: the Man of Steel #22-26; Superman Vol.2 #78-82; Adventures of Superman #501-505 & Green Lantern Vol.3 #46
Superman, y su época posterior a John Byrne y previa a su muerte (1989-1991), la que inició mi gusto por coleccionar cómics, y cierto cariño por el personaje que no notaría hasta muchos años más tarde. Tras la partida de Byrne y el fin de Action Comics Weekly, se creó un grupo de cuatro guionistas con sus respectivos artistas en cada revista, para trabajar al personaje de forma más dinámica, en organización de cuadrado. Cada revista sería publicada una semana del mes, y la historia de Superman se contaría así, semanalmente, entregándose el testamento completando el ciclo cada mes. Pero esto lo sabría muchos años después.
Lo que entonces veía, era una historia que parecía comenzar a tejerse un par de años atrás, en números que me era imposible conseguir (la Saga del Universo de Bolsillo, seguida de la Saga de Matrix, y la famosa y halagada Saga del Exilio). La emoción de saber que esas épicas aventuras habían dado paso a otras que sí estaban a mi alcance, y que completaba muy de a poco, comprando números saltados para ir rellenándola como un rompecabezas del que no estás seguro de tener todas las piezas.
Entre los recuerdos de las sagas recortadas que iniciaron mi gusto por Superman, el coleccionar cómics, y la editorial Zinco, se encontraban los números de Gangbuster; la trilogía Brainiac; la ciudad de los peludos, la pandilla de voceadores, el Proyecto Cadmus con el Guardián Dorado y Dubilex; Intergang; la muerte de Lex Luthor; la confesión de la identidad de Clark a Lois; el Erradicador (traído desde el exilio) que volvía un frío kryptoniano a Kal-El, y volvía elástico a Jimmy Olsen; la triste historia de Hank Henshaw como parodia trágica a los Cuatro Fantásticos de Marvel; y las historias marginales en el Barrio Suicida.
Lo atractivo de todas esas historias, además de su perfecta coordinación narrativa, era que siempre se parecía estar preparando algo más grande a futuro. Que cada derrota de Brainiac era solo un preludio a una futura saga de mayores proporciones. Que la muerte de Luthor y su posterior clonación preparaba planes venideros contra Superman. Que el Proyecto Cadmus escondía secretos que en algún momento sí se revelarían. Que Hank Henshaw no se fue a morir al espacio para siempre...
La primera vez que ojeé un número Zinco de El Reinado de los Superhombres, no lo entendí. Vi un Superman más joven con un aro en la oreja besando a una muchacha mientras decía un diálogo ridículo, y luego a un Superman más adulto y violento con lentes amarillos. Pensé que todo había cambiado, y me chocó el cómic, y en lo que se había convertido Superman con los años siguientes a los números que yo coleccionaba entonces.
Cuando compré el primer taco de El Reinado…, vi los nombres de Henshaw y del Erradicador en él. Entendí que la historia que formaba parte, a pedazos, de mi colección temprana, sí continuaba, y que quizás era “la gran saga” que sospechaba. Leí las tres grapas del taco, que contenían seis números gringos, y quedé fascinado. La sensación de rechazo e incomodidad que me produjo el ojear alguno de esos números la primera vez era parte fundamental de la historia. Los personajes, los guionistas, los trazos de los artistas, Bibbo Bibowsky, Lois Lane y yo extrañábamos al Superman verdadero de igual manera.
Comencé por primera vez a buscar por todo Santiago las grapas que me faltaban (que en ese entonces no superaban los $500), y por primera vez sentía en mis manos una gran historia de Superman, con muchos números y gran intriga. Y todo se debía a que Superman no estaba.
En la saga se encontraba Hank Henshaw, que había vuelto tras encontrarse con Mongul (¡el conquistador alienígena psicópata de Para el hombre que lo tenía todo sí formaba parte de la continuidad!); se encontraba el erradicador hecho humano, y usurpando a Superman; se encontraba el proyecto Cadmus, que había creado una especie de clon híbrido del mismísimo Kal-El. Todo cerraba con tanta perfección. Solo había hecho falta que Superman muriera para que todo lo que lo rodeó los últimos años convergiera en un caos ordenadamente apocalíptico.
Los cuatro personajes me atraparon, incluyendo a John Henry Irons, crecido en el Barrio Suicida, y otorgándole a las páginas de Superman nuevamente ese romanticismo proletario y marginado que los mismísimos Siegel y Shuster le habían otorgado por primera y última vez en los inicios de la leyenda.
Los dos chicos malos demostraron, como tantas otras veces, lo terrible que podría llegar a ser un Superman sin la moral que lo humaniza. La problematización del superhombre deshumanizado, o vengativo. Por otro lado, los chicos buenos mostraron todo el estilo hip-hop noventero.
Desde los momentos emotivos de acción y masacres, como la destrucción de Ciudad Costera; las mafias de armas contra las que peleaba Acero; hasta el encuentro de Clark con Lois, con los mismos lápices que los dibujaron en sus últimas conversaciones previas a la muerte del superhombre, me hicieron sentir un cierre épico, que cobró aún más sentido cuando adquirí La Muerte de Superman, pieza fundamental que abría... casi un cliffhanger, entre las historias que narraron todos los hechos previos y los posteriores al caos desencadenado tras la neutralización mutua entre Superman y Juicio Final.
De más está decir que los personajes introducidos por esta saga crearon también un gran cariño en mí, emocionándome cada vez que, en años posteriores, aparecía Acero o Superboy, como superhéroes ya consolidados, tras haberse hecho un largo camino lejos de la sombra de quien, en cierto modo, los originó.
En Crisis Infinita, Batman, en un ataque de enojo le dice a Clark “La última vez que inspiraste a alguien fue cuando estabas muerto”. Clark mira, unas páginas más adelante, el titular de su muerte en el Daily Planet, con nostalgia. Batman subestimó la intensidad de esa inspiración: pudimos ver pocos meses después cómo el chico clon, obligado a ser Superman al nacer, se sacrificó por salvar la Tierra de un plan cósmico de destrucción y reformación; así como pudimos ver también a un evolucionado y perfeccionado Acero, surcando los cielos una vez más con capa roja y una S en el pecho, ante la ausencia del héroe al que decidió dedicar su vida, allá por 1993. Los chicos buenos hip-hop, a pesar de ser rebooteados en 2011, parecen haber quedado para siempre, tras su fundación, en la época en que por “última vez”, Superman influyó a una nueva generación de héroes.