MV52: N°27 - Batman: Arkham Asylum
Reseña: Juan José Sepúlveda
Lugar: 27 (14 puntos y 4 votos)
Guión: Grant Morrison
Dibujo: Dave McKean
Arkham Asylum: A Serious House on Serious Earth
Todo comienza en April’s Fools cuando los loquillos de Arkham se toman el asilo, y Gordon llama al Murciélago para que se haga cargo de la situación (¡duh! nada nuevo aquí). Me gusta pensar en Arkham Asylum como un sueño. ¿De quién? Pues de Batsy. ¡Ah! Aquí si hay algo nuevo.
Voy tocar dos temáticas: la sensorial y la racional. Porque después de leer (y disfrutar) 4 o 5 veces sus páginas, no cabe duda que te ataca por partida doble.
Por un lado, tenemos la parte racional, psicológica si quieren, donde Morrison despliega todo su aparataje psico-drama-socio-lesbo-ero-mito-lógico para explicarnos, en largo, que Batsy está tan loco como el que más en Arkham. Porque de eso se trata la novela, de la locura. Y la llena con una multiplicidad de gadgets y simbologías que, sin importar lo atento que leas la obra, vas a llegar a la décima lectura y le vas a hallar algo nuevo, una nueva conexión, una nueva remisión a lo esotérico y a Jeung y a Freud y a cuánto teórico haya pasado por las manos de Morrison. Porque a Morrison le encanta lo esotérico también.
Me parecen rescatables aquí dos cosas (hay mil más, pero voy a nombrar solo dos): la primera, es la forma. Me fascina que los diálogos de Batman estén amarrados en círculos negros, mientras que los del Joker estén libres en las viñetas. Ese detalle (no menor) me dice, a gritos, que Batman está encerrado en sí mismo, que cuando, al comienzo de la obra, nos dice: “...Tengo miedo... de que cuando las puertas de Arkham se cierren sobre mí... sea como estar en casa” es porque, efectivamente, está entrando a su casa, a su cabeza. Porque es Batman, es razón, él SIEMPRE tiene razón y vive en un mundo de razón, y si algo se descuadra deja de ser Batman (o si no, remitan a Batman & Robin #18 de DCNU). ¿Pero no era un británico que decía que la locura es, justamente, el exceso de razón? Y ahí está: Batman atrapado en sí mismo, en sus propios laberintos, enfrentándose a sí mismo, a sus miedos y sus rencores en cada página que está dentro del Asilo Arkham, porque de eso se trata: cada villano que le toca enfrentar le corresponde un miedo particular, un trauma bien definido. No. Eso lo tienen que descubrir ustedes, no les voy a hacer la pega fácil.
La siguiente, el fondo. Remitamos a la época donde se escribe Arkham Asylum, y donde la crítica no-comiquera estaba VERDE por psicoanalizar a Batman: que es gay, que está traumado, que es un sociópata, blah blah blah. Bullshit. Morrison agarra toda esa corriente y dice “perfecto, yo lo voy a hacer, pero en serio, y desde adentro”. Y lo hace: escribe una obra para internarnos en la cabeza del murciélago, y decirnos “he aquí la cabeza de Batman” (porque Miller nos da su historia y Loeb su carne). De ahí que la clave de la obra sea leer entre líneas, no cada una de sus líneas. De ahí que la niebla que rodea cada viñeta sea más bien parte del fondo, y no de la forma.
(Se entiende que no tenemos por qué haber leído lo que Morrison leyó, ni ver de la misma forma lo que Morrison quiere que leamos. Bajo esta premisa, recomiendo infinitamente leer el guion de Morrison, después de haber leído la obra unas 3 veces. Y así decir “aaaaaaah” como quién acaba de descubrir que dos mas dos son cuatro)
Y es así que me gusta ver Arkham Asylum: como un sueño.
Por otro lado, tenemos la parte emocional: ¿se han fijado que el color de la obra lo pone el Joker? Y me refiero, literalmente, al color, onda cromo: verdes, rojos, y cafés. Ah, sí. Verdad. En paralelo, con colores cafés y amarillos y uno que otro pastel vemos el trayecto de la (supuesta) sanidad a la locura de Amadeus Arkham. ¿Quién es Amadeus Arkham? La versión no-heroica de Batman. No puedo, me es imposible, no hacer el paralelo: vemos a Amadeus como un niño que ve morir (casi literalmente, de locura) frente a sí a su madre, que luego dedica su vida a “salvar” al mundo de la locura, y termina convirtiéndose en uno de ellos, en un loco (porque, ¿acaso Batman no es un villano, a su propio modo?).
Los colores, verdad.
McKean hace lo que mejor sabe hacer: enclaustrarte en una página repleta de cosas extrañas, de las cuales reconocemos con suerte dos, pero el resto solo nos provoca vértigo. Y más vértigo y más, y los únicos lugares donde vemos luz es cuando Batsy está fuera del asilo y cuando se narra a Amadeus, porque eso no lo sabe Batman (recuerden que estamos presenciando un sueño), y son los únicos lugares donde podemos descansar la vista. Y hasta por ahí. Una vez adentro, domina la oscuridad y el Joker (y cuando hablo del Joker hablo de los colores). ¿Por qué el Joker en colores, si se supone es el más loco de todos? Porque la niebla oscura que Batman acarrea en su mente puede dominarlo todo, menos a él. El Joker (y bueno, los demás habitantes de Arkham), en cierto modo, es la Luz (ja! me recuerda a chiste del final de Killing Joke).
Entonces McKean nos enrola en un viaje vertiginoso por el laberinto que es la mente de Batman, jugando con lo difuso, con las formas no formadas, con las viñetas rotas, con las páginas completas negras, con los colores y las luces y los negros y los rojos y la niebla y las letras y las fotos y la niebla y dibujos de sus collages que queremos entender pero no, y entonces nos frustramos y nos enclaustramos y voilá! Lo logró: estamos en la mente de Batman. Pero no lo entendemos, ni queremos hacerlo. No podemos, es el mejor detective del mundo, su capacidad de razonamiento es 25 veces mejor que la nuestra, y por eso creemos que sabe lo que hace cuando en verdad no tiene idea, y jura que lo hace por el bien, pero no. Y por eso tenemos al Joker, para darnos luz, para traernos de vuelta al mundo en donde sabemos que las emociones pesan tanto o más que lo racional (que lance la primera piedra el que nunca se ha sentido mal por algo que no debería, racionalmente, sentirse mal).
¿Frente a qué estamos entonces? Frente a una obra que tiene por padres a la razón (Morrison) y a la emoción (McKean), y ambos haciendo lo que mejor saben hacer, tejiendo la telaraña con que nos vamos a enfrascar durante la cantidad de páginas que dura Arkham Asylum. No se sorprendan si mientras leen suspiran, y cuando den vuelta a la última página para pillarse con la contratapa, les deje una sensación de vacío. Eso es Arkham Asylum. Después apaguen la luz y vayan a dormir y entren a su propio Arkham Asylum, que me imagino es harto más colorido que el de Batsy.
¿Y Amadeus? Ah, sí. Es el hilo conductor, es nuestro narrador, es nuestro “Relatos del Navío Negro”, nos va introduciendo a las habitaciones, es nuestra atmósfera, es nuestro marco teórico. Nos explica el por qué de lo que Batman sueña y es, a través de su (trágica) historia. De ahí los colores (que con el paso del tiempo se oscurecen).
Pero bueno, esta es solo mi interpretación. Con respecto a la obra misma: léanla, gócenla, suéñenla y siéntanla. Sobre todo, siéntanla, porque Arkham Asylum es un viaje que hay que emprender con todos los sentidos abiertos. Sobretodo el del alma, porque si lo leen con la razón, van a terminar igual que Batman.